
Mar de cristal
Si hay algo que nadie podrá escamotearle o discutirle jamás a Ray Loriga (Madrid, 1967) es su capacidad, casi temeraria, para arriesgarse, y el mérito de no acomodarse a un estilo que en sus tres primeras novelas acertó con un lenguaje, una actitud, unos temas y unos tonos que, sin renunciar en absoluto a la autoexigencia literaria, conectaron inmediatamente con la sed de cientos de lectores que, al parecer, necesitábamos exactamente eso, o atrajeron hacia los libros a otros miles de jóvenes que andaban, por definición, desorientados, hambrientos de compañía, anhelantes de nuevos símbolos, nuevas explicaciones, algún horizonte, un nuevo idioma en el que reconocerse. Lo peor de todo (1992) fue un estupendo debut, una novela brillante y eficaz que pronto se vio acompañada por la poética y acaso un poco más formularia Héroes (1993), que daba una vuelta de tuerca a la filosofía del perdedor precoz, a las expectativas imposibles de un futuro inexistente, negado, turbio. En 1995 esa estética culminó en la preciosa road novel, Caídos del cielo, que todavía contiene algunos de los pasajes más conmovedores, potentes y acertados de la obra de Loriga.