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Historietas

Una historia de la guerra civil que no va a gustar a nadie

JUAN ESLAVA GALÁN

Planeta, Barcelona, 340 págs.

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El polifacético y errático Juan Eslava Galán, dueño de una carrera literaria que se nutre –básicamente– de premios de la editorial Planeta y aledaños (los tiene todos, del Planeta al Fernando Lara pasando por el Ateneo de Sevilla), ataca ahora con un libro con ribetes de histórico, un poco en la línea de Pío Moa –es decir a lo DIY, do it yourself para entendernos– pero sin la carga ideológica del antiguo teórico de los GRAPO. Es decir Juan Eslava Galán en Una historia de la Guerra Civil que no va a gustar a nadie lo que pretende, vaya por Dios, es ser equidistante, demostrando que tan borricos y cainitas eran los unos y los otros, a partir de una confusa mezcla –auténticamente macedónica– de documentos y gracietas, de datos comprobables y de inventos (propios y ajenos) metidos con calzador, para ver si cuelan –que visto el ejemplo de Moa probablemente lo harán– porque en temas históricos, en lo que espera de ellos el lector común de hoy en día, da lo mismo ocho que ochenta y qué caramba, la portada goyesca de los sujetos enterrados hasta las rodillas moliéndose a palos es considerada tan pertinente como ilustración canónica de la Guerra Civil que habrá quien piense que el libro de Juan Eslava Galán, indigno émulo de Lapierre y Collins, y pésimo imitador del Luis Romero de Tres días de julio, es lo que conviene a asunto tan trillado. Lo que no termina de encontrar el de Arjona (Jaén) es un estilo coherente, a tono con el grave empeño al que quiso enfrentarse. Sin duda vaciló entre el ensayo divulgativo –Eslava Galán no es historiador– y el enfoque novelístico, quedándose a mitad del camino entre ambos.Así el volumen empieza con el lance del Dragon Rapide y Luis Bolín subiendo a él con empaque de señorito de la época, para que enseguida el autor nos endilgue un tic muy de García Márquez: «Muchos años después, el historiador británico…» (p. 9), denunciando su escasez de gasolina –literaria– apenas iniciado el largo (de tres años, como cabe deducir) y ambicioso recorrido, pretendidamente imparcial por parte de Eslava. Quien atropella la verdad cuando escribe que «En la base naval de El Ferrol los marineros izquierdistas que intentan impedir la rebelión terminan colgados de las vergas» (p. 40), o al adherirse al lugar común de que el nombre de Casares Quiroga fue borrado del Registro Civil (p. 68) de La Coruña, su ciudad natal (hubo intención, sí, pero imposibilidad técnica), o al hacer acompañar a García Lorca, a la hora de su fusilamiento, por dos rateros (p. 80). Esto en los inicios de un libro repleto de errores, justificables (eso creerá Juan Eslava Galán) por la carencia de aparato documental en la mayor parte de los casos. Lo que permite al audaz autor atribuir a Millán Astray (p. 203) el viejo chiste de «alféreces provisionales, cadáveres efectivos», como si en realidad fuese parte de una arenga del estrafalario general gallego.Al que en todo caso Eslava atribuye una relación «blanca» con su esposa Elvira (p. 167) tan indemostrada por nadie (como es lógico tampoco por Eslava Galán) como que Queipo llamase a Franco en privado «Paca la Culona» (p. 108). Libro, pues, bien precario en la veracidad del material que emplea.También en la xenofobia, y de ello da cumplida muestra el capítulo «Los africanos», donde Eslava se esmera en la caricatura cruel al escribir: «Al moro rifeño le encanta el saqueo, el botín sustancioso (mujeres incluidas), el excitante degüello del vencido» (p. 93).Y esta cita, textual, pertenece al propio autor de una historia, ya se ve, equidistante y ponderada, fruto de un tiempo –lástima– donde al parecer vale todo e historiar –en fin– es asunto barato.

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Ficha técnica

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