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Un nuevo Renacimiento

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El titular de El País resulta un tanto confuso. «Gao Xingjian llama a la revolución», leemos. Pero Gao Xingjian llama en realidad a algo muy diferente. Dado que él ha sido una víctima de una de las más espantosas, me parece poco probable que desee más revoluciones.

Gao Xingjian, el autor de La montaña del alma y premio Nobel de Literatura, es un hombre solitario y silencioso que concede pocas entrevistas. Su participación en el festival literario bilbaíno Gutun Zuria constituye, por tanto, una sorpresa. También la exuberancia casi juvenil. ilusionada, utópica, de sus declaraciones.

Nosotros tomamos estas declaraciones como una invitación directa a la acción. En su discurso de aceptación del Nobel y en otros textos igualmente iluminadores, Gao Xingjian abogó por una «literatura fría». Quería defender una literatura que no encarnara mensajes políticos o se inscribiera dentro de este o aquel programa ideológico, sino una literatura surgida de la reflexión, de la memoria y de la experiencia individual.

«Intento decir con ello que la literatura sólo puede ser la voz del individuo, y que siempre ha sido así. Cuando la literatura se convierte en canto de alabanza de un país, bandera de una nación, voz de un partido político o portavoz de una clase o un grupo puede, ciertamente, ser utilizada como poderoso y avasallador instrumento de propaganda, pero pierde su naturaleza intrínseca, deja de ser literatura para transformarse en sucedáneo del poder o de determinados intereses», afirmaba en su discurso de aceptación del Nobel.

La defensa de Gao Xingjian de la literatura como expresión del individuo me recuerda poderosamente a la defensa del individuo que hace Vasili Grossman en Vida y destino.

“A esta literatura empeñada en recuperar su naturaleza intrínseca podríamos denominarla literatura “fría”», sigue diciendo Gao Xingjian. «Si existe, es sólo porque el género humano necesita buscar una actividad puramente espiritual que trascienda la simple satisfacción de los deseos materiales».

Gao Xingjian y Grossman sufrieron ambos en sus propias carnes (y, desde luego, en su propia obra) el impacto brutal de las tres grandes dictaduras del siglo XX: la de Hitler, la de Stalin y la de Mao. Resulta intolerable que todavía hoy en día los que defienden el carácter íntimo y privado de la expresión literaria, el arte como aspiración espiritual y expresión de esa «llama interior» que arde en el interior de todo ser humano, sean tildados de «fascistas» o de «reaccionarios».

¿Quién es más fascista: el que aboga por la libertad interior y afirma que cada ser humano es único, o los que quieren destruir, de forma brutal, la aspiración a la belleza que es la razón principal del lenguaje del arte?

¿Quién es más fascista: el que cree por encima de todo en el horror, o el que busca, por medio del lenguaje del arte, un territorio humano interior donde habitan la bondad, la felicidad y la celebración de la existencia?

El lenguaje de los modernos defensores de la fealdad, el salvajismo y el horror suele ir disfrazado, quién sabe por qué, de una actitud, afectada de una gran altura moral, de «compromiso político». Argumentan que no es que ellos estén enamorados de una estética del horror, sino que están realizando una «denuncia» del horror de la historia. Pero si comparamos sus obras con las de aquellos que han sufrido de verdad el horror de la historia, veremos que estos últimos son mucho más puros, espirituales y humildes, y que lo que defienden es el territorio del corazón humano y no las grandes proclamas.

¿Cómo puede considerarse que reducir la vida humana a la economía, que definir al ser humano como una bestia implacable y cruel, que reírse de forma soez de la belleza y de lo espiritual, pueda ser una actitud «progresista» o «comprometida»? ¿Comprometida con qué? ¿Qué clase de locura es esta? Los que aborrecen de la belleza y del carácter artístico de la literatura y del arte (si es que esto no es un pleonasmo) no son las personas «comprometidas», sino las personas que no entienden el arte, ni lo aman, ni lo necesitan.

El arte o la literatura que defienden estos enamorados del horror siempre desprecia la belleza, pero está investido, en cambio, de un tono «moral» o «ético». Pero, ¿qué es la ética? Nunca he logrado entenderlo del todo. Uno no cuida a sus hijos porque se lo dicte su ética, sino porque siente amor. El arte no tiene que ver con la «ética» ni con unos valores de un signo o de otro, sino con el amor. No digo que haya una contradicción entre la ética y el arte: es evidente que el arte siempre, siempre, inevitablemente siempre, propone un modelo de comportamiento, pero no lo hace partiendo de ideas o de un programa ideológico o político, sino partiendo de sensaciones y de emociones, porque la sensación y la emoción, la felicidad y la belleza, son la esencia del lenguaje del arte.

Gao Xingjian ha propuesto en Bilbao que comencemos ya a olvidar el siglo XX, sus proclamas, sus ideologías, sus utopías, sus mitos, que tantos millones de vidas han costado, y que comencemos, de una vez, a pensar de una forma nueva. Ha hablado de la necesidad de un nuevo Renacimiento. Afirma que, de igual modo que después de la Edad Media hubo un Renacimiento, necesitamos un Renacimiento después del horrible siglo XX.

Estas serían algunas de las claves de este Renacimiento:

– no podrá moverse dentro de las líneas ideológicas características del siglo XX
– deberá pensar más allá del materialismo, tanto en su forma izquierdista (comunismo, marxismo, etc.) como en su forma derechista (neoliberalismo, capitalismo financiero)
– deberá aspirar por encima de todo a la libertad, e ir más allá de cualquier confesión religiosa, o incluso del concepto mismo de religión (¿acaso el estalinismo o el maoísmo no fueron religiones? ¿Acaso no lo es el neoliberalismo, con su fe absurda en cosas que contradicen el sentido común?)
– deberá surgir de Europa (esta es una de las condiciones puestas por el propio Gao Xinjian)

Hay algo más que podemos intuir de este nuevo Renacimiento. En cierto modo, no debería ser un «nuevo» Renacimiento, sino el Renacimiento de nuevo. Es decir, una visión del ser humano como criatura capaz de transformarse (Pico della Mirandola, Giordano Burno), una defensa de la imaginación creadora (Marsilio Ficino) y una visión del mundo no como una lucha del hombre contra la naturaleza, sino como una totalidad integrada y orgánica. La visión renacentista del cosmos como una unidad cuyas partes resuenan armónicamente entre sí y concuerdan, también musicalmente, con el alma humana, coincide poderosamente con la de la física moderna y también, a un nivel más modesto, con la visión ecologista. ¿Acaso no ha hablado el físico Michio Kaku de la realidad como una membrana que vibra produciendo música? ¿Acaso la noción de ecosistema no es una versión moderna de la «gran cadena del ser» del Renacimiento?

El Renacimiento fue órfico, y defendió la capacidad del arte, de la música, de la imaginación, para transformar al ser humano. La vía del arte debería ser, de hecho, el modelo de una nueva espiritualidad que se movería en un territorio absolutamente desligado de las religiones convencionales y que nada tendría que ver con las creencias o las normas.

El Renacimiento tuvo que abandonar la religión para crear un mundo nuevo basado en el valor de la experiencia individual y en el punto de vista individual. De este modo creó la perspectiva pictórica y el punto de vista literario (la novela), claro, pero también la democracia y la ciencia. En este proceso histórico, tuvo que negar los vínculos sagrados.

Pero ha llegado un momento de la historia en el que podemos recuperar esos vínculos sagrados de los que debimos separarnos para liberar el punto de vista individual de la religión, la superstición de la ciencia y el «orden natural» (que justifica que unos manden y otros obedezcan) de la democracia.

Sólo en una sociedad laica en la que la ciencia es libre y respetada, y en la que existe un sistema democrático (por defectuoso que sea el nuestro), puede ser posible una verdadera evolución espiritual.
Sólo una sociedad verdaderamente evolucionada y que aspira a un profundo diálogo con la naturaleza y a una radical transformación interior puede entender el lenguaje del arte. Ya que el arte es un vehículo de evolución y de transformación, y su camino es el de la felicidad, el placer y la belleza.

Creo que este Nuevo Renacimiento que añora Gao Xingjian (¿qué pide?, ¿qué anuncia?) el arte desempeñará un papel fundamental, y que estamos en los inicios de un ciclo de asombroso desarrollo para el arte de la novela.

Avanzar en la historia no quiere decir negar lo anterior, sino incorporar lo que antes parecían contradicciones en otra totalidad más grande.

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Ficha técnica

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