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Homero vuelve a México

TRABAJOS DEL REINO

Yuri Herrera

Periférica, Cáceres

144 pp.

14,50 €

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Ha corrido mucha tinta desde que Goethe iniciara la discusión sobre la existencia de una Weltliteratur, o literatura universal. «Hoy la literatura nacional no quiere decir gran cosa; se acerca la época de la literatura universal, y todos debemos contribuir a apresurar su advenimiento», le dijo una tarde de enero de 1827 a su ayudante, quien se encargó de apuntarlo para siempre. El genio alemán hablaba desde la razón emancipada que imponía la fraternidad humana con ímpetu universalista. En cierto modo, universal era entonces sinónimo de humano (y humano de racional). Sin embargo, de eso hace ya mucho, y aquello que Kant llamaba «entusiasmo» terminaría por desfallecer ante la irracionalidad de los hechos. A ratos parece que el ideal universal no fuese más que una pieza extemporánea hecha para el museo de una historia imposible. ¿Tiene algún sentido hablar de Weltliteratur? ¿Qué quiere decir hoy universal, local o nacional? ¿Vale la pena reabrir esta discusión, o habrá que resignarse a pensar que, tal vez el best seller internacional con ventas millonarias en todo el mundo sea el único ejemplo de literatura universal, si no global? Existe quizás otra forma de entrar en esta discusión. Una breve y desconocida narconovela sobre el México actual nos ofrece la opción de volver a pensar en el sentido de la Weltliteratur.

Para que no quepan dudas, Trabajos del reino de Yuri Herrera (Actopan, 1970) es una obra de carácter netamente local. Escrita en mexicano de hoy con un lenguaje seco, frases cortas y chispazos de melancolía, la novela muestra el ascenso, triunfo y caída del capo de una banda de narcotraficantes. Sin detalles específicos respecto al lugar exacto y a los involucrados, la trama bien podría situarse en México D. F., en Tijuana o en alguno de los muchos antros que forman los círculos de delincuentes dedicados a vivir al margen. El protagonista y narrador, Lobo, o simplemente el Artista, es un rapsoda que ha sido reclutado para componer corridos relatando las gestas del poderoso maleante que domina al grupo. Tras ser rescatado con un tiro seco de los abusos de un hombre borracho, el Artista, gracias a sus talentos, se une al séquito del gran proscrito, el hombre que domina el territorio: el Rey. «Era un rey y a su alrededor todo cobraba sentido. Los hombres luchaban por él, las mujeres parían para él; él protegía y regalaba, y cada cual, en el reino, tenía por su gracia un lugar preciso». Herrera, a través del descubrimiento que el Artista realiza en los entresijos del poder corrupto, va construyendo un relato elegíaco, un corrido épico, un regreso a las raíces del acto literario por excelencia, es decir, aquel que se encarga de narrar los acontecimientos de los hombres, los dioses y ese tercer protagonista de siempre, el destino. De hecho, es el destino el que determina que aquel que un día se levanta poderoso acabe horas más tarde con la mirada fija en el cielo y la ropa perforada. Sólo hace falta un movimiento en falso que delate el talón de Aquiles del temerario y pronto éste se convierte en un hombre con las horas contadas. «Para estar donde yo estoy no sólo basta ser un chingón, eh, hay que serlo y hay que parecerlo. Y yo lo soy, a güevo que lo soy –hizo una pausa, el Artista sintió cómo la voz del Rey se balanceaba entre un sollozo y un arrebato de ira–, pero necesito que mi gente lo crea, y ese, pendejito, ese era tu trabajo».

Decir que Herrera ha hecho una novela inteligente y certera es algo que ya Elena Poniatowska se ha encargado de resaltar: «Con Trabajos del reino, el joven escritor […] Yuri Herrera entra por la puerta de oro en la literatura mexicana. Ciento una páginas bastan para consagrarlo. Los capítulos, sin numerar, son fulgurantes. Ni una palabra de más». Para un hispanoparlante, este trabajo plantea además una interesante ampliación léxica que combina el lenguaje fronterizo del México de hoy con un lirismo exacto y unas cuantas pinceladas de spanglish. Herrera ha escrito Trabajos del reino en la lengua de Cervantes y en algo más. Y aunque a ratos ciertas voces suenen indescifrables, no menoscaban, sin embargo, la exactitud del idioma delictivo que brota de ese mundo de cantinas y peleas, de prostitución y muerte fácil. Dicho de otro modo, el castellano expande sus fronteras.

Pero lo que subyace en estos Trabajos del reino, más allá de su carácter local, es una reconstitución de la tragedia griega en términos mexicanos. Con la figura del Artista relatando las hazañas y contrariedades del Rey, volvemos al principio narrativo del canto homérico, a saber, la lucha para evitar morir sin fama (akleos). Los guerreros de la épica homérica son capaces de cometer los actos más horribles con tal de no morir en la oscuridad o la infamia. Treinta siglos después, el mismo principio continúa vigente. En un breve narcocorrido se retratan los orígenes del padecimiento de los hombres en manos de los propios hombres mediante la voz de un poeta que guarda por escrito, que pone distancia con los hechos. Tal vez sirva de algo recordar que, entre las muchas teorías que forman la «cuestión homérica», existe una que asocia el nombre Homeros con la palabra griega correspondiente a «rehén». La sociedad de poetas llamada «Homeridae» correspondería entonces a los «hijos de rehenes o de prisioneros de guerra», es decir, aquellos hombres que, al no ser enviados a la guerra porque su lealtad en el campo de batalla era cuestionable, fueron obligados a conmemorar la batalla por escrito.

Pensar que Homero vuelve a México, a un nuevo contexto político y con otras formas es tal vez una forma de repetición. El aedo de hoy ha cambiado la lira por el acordeón para cantar las tragedias con tono de ranchera. Lo universal, entonces, ¿es lo que se repite, lo que insiste en reaparecer? «La gran escritura siempre es re-escritura», sostiene Harold Bloom en su Canon. Quién sabe, tal vez Herrera podría haber entonado este corrido con esas líneas ya tan conocidas: «Canta, oh diosa, la cólera de Aquiles». ¡A güevo!

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Ficha técnica

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