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Frágiles expectativas

TODO ESTÁ PERDONADO

Rafael Reig

Tusquets, Barcelona

368 pp.

19 €

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 La última novela de Rafael Reig propone, con esquemas de género negro, una revisión social, crítica e irónica del último medio siglo largo de la historia de España a través de una adinerada familia con antepasados aristocráticos que se ha adaptado a las sucesivas circunstancias políticas, desde la posguerra a la actualidad, para mantener intacto su poder y acrecentar sus dominios económicos. La novela se inserta, por consiguiente, en la tendencia narrativa muy actual que intenta analizar el presente enfrentándolo a sus antecedentes históricos para desenmascarar sus imposturas y convencer al lector de que el devenir histórico no nace ex nihilo, sino de una suma de causas encadenadas.

 
Un propósito excelente y unas sugerentes expectativas, sin duda. Pero en ese propósito y en esas expectativas, junto al tratamiento técnico y narrativo, se encuentra lo mejor y lo más endeble de la novela, porque si la intención y el mensaje son a todas luces aceptables, las expectativas se cumplen a medias por culpa de una historia que traza unas coordinadas simbólicas y emblemáticas poco verosímiles y de unos recursos técnicos discutibles. 
 
Veámoslo. En principio, resulta coherente y verosímil el tejido social elegido por el novelista, compuesto por un grupo de personajes que durante años han mantenido unas relaciones de influencia y dependencia mutua en las altas esferas del poder: empresarios de la nobleza que hicieron fortuna en la posguerra y sus herederos que, después de una juventud revolucionaria en las revueltas estudiantiles de los años cincuenta, se han enriquecido en la época del pelotazo fabricando envases para hostias consagradas; jóvenes ricos de los ochenta, captados por el GRAPO o sectas extravagantes, que acaban muertos de forma violenta o asesinados en extrañas circunstancias el día de su boda; policías y detectives a sus órdenes, entre ellos el narrador, que investigan sus muertes; criadas de la casa instruidas e involucradas al final en actos terroristas, etc.
 
Este entramado social se mantiene con solidez a lo largo del relato a pesar de que su cercanía no sorprenda al lector de hoy. Sin embargo, las cosas se tuercen cuando los apoyos argumentales se desenvuelven en la urdimbre de la trama. Así, aun resultando verosímiles esa nobleza que hace grandes negocios en la posguerra, esos revolucionarios de antaño que envejecen hoy forrados de dinero, esos hijos rebeldes que salen por las peteneras del terrorismo o de las sectas salvadoras, esos policías que se someten a los dictámenes de sus protectores o esas criadas dadas a los libros que se convierten en terroristas, no lo son, en cambio, aun con el atractivo de su apariencia esperpéntica, la historia y su tratamiento emblemático o simbólico.
 
Inverosímiles y dotadas de un artificio forzado son, por ejemplo, la visión de un Madrid canalizado, cual Venecia, para significar el ensanche económico y el fluir constante de dinero; la organización económica clandestina que, con carácter de secta, suministra para el consumo los envases de hostias consagradas en máquinas expendedoras; los locales –mitad discotecas, mitad prostíbulos– en los que se distribuyen y adquieren dichos envases; la distribución de la novela siguiendo las distintas fases de la Eurocopa de fútbol de 2008, que apasiona al narrador; y, en fin, algunos lances eróticos que no conviene desvelar. No cabe duda de que la intención de crítica social de la novela, bien al poder civil, bien al eclesiástico, es muy superior a unos materiales empleados que, en este caso, además, son determinantes en el desarrollo de la trama y de la acción.
 
Una trama y una acción que se ponen en funcionamiento, según el modelo detectivesco, desde el mismo arranque de la novela, cuando aparece muerta en el Ritz la hija del gran empresario de envases (luego se descubrirá que hay otros asesinatos por las mismas causas y circunstancias), y que a partir de ahí se ceñirán a una investigación en la que se implicarán, hasta la solución y desenlace de la intriga, los personajes y las organizaciones señalados más arriba. 
 
Luces y sombras contiene también la técnica narrativa. Rafael Reig consigue de una parte, y esto hay que apuntarlo a su favor, armonizar tradición y modernidad: Todo está perdonado es una novela que combina en su escritura maneras de cuño clásico y usos o modismos propios de la actualidad posmoderna en un mestizaje notable de armonía e intensidad. De otra parte, sin embargo, esta modernidad lingüística queda solapada por una estructura narrativa de fórmulas y recursos decimonónicos que van enhebrando el relato: como ejemplo significativo en este sentido pueden citarse los saltos atrás en los que de modo constante se apoya la narración para recuperar, como hacía la novela del xix, los antecedentes familiares y políticos de los personajes.
 
Pero tal vez el elemento narrativo más confuso de la novela sea el narrador. Es posible que el autor, por evitar el tradicional narrador omnisciente en tercera persona, se haya inclinado, en una elección deliberada, por una voz que, si más moderna, es más compleja y muy determinante para el punto de vista. Rafael Reig deja la voz narrativa a un narrador testigo en unos casos y periférico en otros, es decir, un personaje que cuenta la historia en la que interviene de modo muy esporádico. El problema afecta, sin duda, a la verosimilitud del punto de vista y la percepción del lector: por lógica, un personaje narrador es creíble cuando cuenta en primera persona, pues él es la fuente informativa. Pero, ¿cómo logra conocer muchos de los sucesos que narra en tercera persona si no ha sido testigo de ellos y no aporta una fuente expresa de información? Una de dos: o el autor combina con arbitrariedad dos narradores distintos, lo que en una novela produce confusión, o falla el punto de vista.
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Ficha técnica

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