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Tigres y moscas

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Llevo once años viniendo a Dalian. En ese tiempo el barrio en torno a la universidad en la que doy clases y la ciudad en general han cambiado enormemente. Una formidable galería comercial que alberga un supermercado Walmart ha sustituido al mercadillo de medios pelos que había al otro lado de la calle que linda con la universidad por el oeste. Se han multiplicado los edificios de cuarenta y más pisos en torno al campus. El barrio de Heishijiao, que es donde estamos, se ha gentilizado hasta tal punto que resulta irreconocible. Un colega que se graduó en la universidad de aquí, pero llevaba más de veinte años sin pisar Dalian, me lo comentaba asombrado hace unos días. Íbamos paseando a la vera del mar por la playa del parque de Xinghai y recordaba el barrio de casas baratas, hechas con materiales de derribo en los años cincuenta y sesenta, que tenían una magnífica vista del agua. Todo él ha desaparecido y, como es de imaginar, la primera línea de playa ha dado paso a una serie de mansiones, éstas sí, poco imaginables hace tan solo cinco años. Son palacetes de tres y cuatro pisos, con más de mil metros cuadrados construidos y un jardín. Los precios, me cuentan, oscilan entre cinco y diez millones de dólares. Detrás de la primera línea hay otras veintitantas viviendas de la misma condición, pero sin la misma vista. Estas sólo valen entre tres y seis millones de dólares. También dentro del uno por ciento (en China el uno por ciento son trece millones de personas) hay grados. Cuando paseo por allí siempre recuerdo la anécdota, apócrifa pero bien traída, que me contaron en una visita a Newport.

El Newport de Rhode Island, justo al norte de Boston, se convirtió durante la última parte del siglo XIX, esa época que los estadounidenses llaman The Gilded Age, en el lugar favorito para disfrutar de sus veranos entre las familias más adineradas del país. Sobre los palacios (la gente bien de la época prefería llamarlos summer cottages, es decir, cabañas veraniegas) que se apiñan a lo largo de la avenida Bellevue, allá arriba, en Ochre Point, dominando sobre todos ellos, aparece The Breakers, la fastuosa residencia diseñada en 1895 por Richard Morris Hunt, el arquitecto de moda entre los notables, para Cornelius Vanderbilt II. Un poco más abajo en la ladera tenía el suyo (The Elms) Edward Julius Berwind, un magnate de Filadelfia que había hecho su fortuna con el carbón. Según cuentan, cuando los residentes de The Breakers necesitaban ese combustible, algún empleado de la casa se pasaba por The Elms y le pedía al carbonero que se lo enviase; «a ser posible, tráigalo usted mismo». Como los Cabot de Boston, el nieto del comodoro tenía muy claro que los de su casa sólo hablaban con Dios.

En los tiempos de esplendor de Newport, todo el mundo sabía a quién pertenecían los palacios de la ciudad. En el Dalian de hoy es mucho más difícil estar al corriente de quiénes son los dueños de las casas de primera línea de playa, porque seguramente ellos sólo hablan con el espíritu de Deng Xiaoping, el impulsor del apabullante desarrollo económico de China durante los últimos treinta años. Como hiciera Guizot en Francia, Deng animó a los chinos a enriquecerse y algunos han seguido el consejo con un brío singular. Por ejemplo, Wang Jianlin, el presidente del grupo Wanda, que, según Forbes, con un patrimonio de 14,1 millardos de dólares, era el hombre más rico de China en 2013 y, precisamente, un residente de Dalian. Tal vez él o alguno de sus lugartenientes sean vecinos del barrio de la playa.

Los precios de la vivienda, y no sólo los de las promociones más caras, se han disparado. El coste de la vida en estos once años ha subido en torno al 6% anual de media. Como es lógico, todo se ha encarecido, excepto el precio de los autobuses, que en Dalian siguen costando un yuan por trayecto, lo mismo que en 2004. Los salarios en general han crecido, pero no al ritmo de la inflación. Esto afecta especialmente a los funcionarios, que han visto disminuir su poder adquisitivo en relación con el de otros trabajadores. Si a ello se le añade que sus expectativas de promoción están directamente ligadas al aumento de la actividad económica en el área de sus competencias y al mantenimiento de la estabilidad social, su interés profesional gira en torno a la mejora de los índices de crecimiento y el particular en obtener beneficios privados de la inversión del dinero público que pasa por sus manos. Es decir, los funcionarios tienen numerosos estímulos para corromperse. La forma más elemental de hacerlo hasta ahora eran las prebendas que solían ir ligadas a su cargo, como el uso de coches oficiales para actividades privadas, las cuentas de gastos para las llamadas atenciones sociales y otras apropiaciones de rentas semejantes. Pero eso no era, ni con mucho, la parte más importante.

Generalmente, el dinero estaba en la autorización de proyectos industriales o financieros; en el cambio de uso del suelo; en la propiedad de bienes obtenidos mediante el soborno o la prevaricación y puestos a nombre de miembros de su familia o de sociedades interpuestas. De esta forma, como en el llamativo, pero no único, caso de Bo Xilai, con un salario ridículo en comparación con los del sector privado, muchos funcionarios podían permitirse varios apartamentos, y algunos hasta casas en la Costa Azul; coches deportivos de alta gama; enviar a sus hijos a estudiar en las universidades más caras de Estados Unidos o de Europa; mantener a varias amantes (los puestos más altos del sector público son desempeñados casi exclusivamente por hombres); o jugarse las pestañas en los casinos de Macao.

Las reformas emprendidas por el nuevo equipo político de Xi Jinping han convertido a la lucha contra la corrupción en uno sus principales objetivos. Para un partido como el de los comunistas chinos, cada vez más desorientado al definir su papel y explicar en qué consiste su legitimidad, la corrupción es uno de sus peores enemigos, porque detrae rápidamente de la confianza que ha generado el desarrollo económico y aumenta las distancias entre el público y los objetivos del partido. Cada cual para sí, parecen decirse los chinos, que miran con un cinismo creciente cualquier llamada a cargar con tareas comunes y recuerdan la paranoia del loco cuyo diario decía citar Lu Xun: «Deseosos de sangre, aterrados por los dientes ajenos, mirando a los demás con sospecha… Si tan solo pudiesen dejar todo eso atrás, cuán fáciles, cuán confortables se tornarían sus vidas. Así de simple. Pero todos son cómplices: padres, hijos, hermanos, maridos, esposas, amigos, maestros, estudiantes, enemigos, completos extraños, cada cual tirando hacia abajo de los otros».

Los primeros pasos de la reforma han sido los más fáciles. Nada tan sencillo como emprenderla a bombo y platillo con la industria del sexo en Dongguan, como sucedió hace unas semanas. Luego han seguido los ataques a los signos externos de buena vida de los funcionarios. Se les ha prohibido aceptar regalos, fumar determinadas marcas de cigarrillos, y obligado a reducir los gastos de representación y los banquetes costosos. Esos gastos no parecen haber sido el chocolate del loro. La edición en inglés de Renmin Ribao (Diario del Pueblo, 14 de febrero de 2014) recordaba que la venta de artículos de lujo en China se había reducido a la mitad en 2013, afectando especialmente al consumo de relojes y ropa masculina de lujo. Las tiendas insignia de Armani y Dolce & Gabbana en Shanghái han cerrado. No les ha ido mejor a los hoteles de categoría superior. La Asociación de Turismo de China estima que su volumen de negocio decreció un 25% en 2013 y la tasa de ocupación bajó seis puntos. Los que más han sufrido han sido los hoteles de cinco estrellas, cuyos ingresos por reuniones, seminarios y banquetes cayeron un 14%. Estas son ya palabras algo mayores.

A lo largo de 2013 fue desgranándose un rosario de altos funcionarios sometidos a investigación por los órganos disciplinarios del partido. Más de ochenta. Entre ellos se cuentan varios subgobernadores de provincias importantes como Jiangxi, Yunnan, Shanxi y Hainan. A Zhou Zhenghong, antiguo responsable del Frente Unido del Trabajo (sindicato oficial) en Guangdong, un tribunal lo ha condenado a muerte, con una sentencia suspendida por dos años, por haber aceptado sobornos de unos cuatro millones de dólares y tener un patrimonio de otros seis cuyo origen no ha podido explicar. El presidente Xi, que comparte con el Gran Timonel un mismo apego por las metáforas zoológicas, había pronosticado que en esta campaña iban a caer tanto moscas como tigres. Estas son las moscas.

Hace poco ha empezado a hablarse de tigres. El mes pasado, Xinghua, la agencia oficial de noticias, informaba del procedimiento abierto contra Gu Junshan, un teniente general y vicepresidente del Departamento de Logística General del ejército, al que se acusa de malversación, aceptación de sobornos y prevaricación. En enero de 2014 se había informado de que investigadores anticorrupción habían registrado su casa de campo en la provincia de Henan. Su residencia, decían sus vecinos, tenía todo el aire de un palacio y estaba valorada en varios millones de dólares. Los investigadores confiscaron varios objetos de oro macizo: un busto de Mao Zedong, un modelo de barco y un lavabo.

El tigre más grande cobrado hasta el momento parece estar entre la familia y los compañeros de negocios de Zhou Yongkang. Zhou fue miembro del Comité Ejecutivo del Politburó chino (el máximo órgano de dirección del Partido Comunista) y ministro de Seguridad Pública, un cargo que concentra todos los servicios de seguridad del país, hasta la llegada del nuevo equipo de Xi en noviembre de 2012. The Wall Street Journal apuntaba hace pocos días que el hijo de Zhou, Zhou Bin, junto con otros familiares y amigos, había establecido numerosos vínculos con China National Petroleum Corporation, una empresa anteriormente dirigida por Zhou padre, y que esas personas habían adquirido importantes intereses en ella y en otras compañías controladas por él en razón de su cargo. El montante de tales participaciones podría llegar a varias decenas de millones de dólares. Al parecer, Zhou Bin, su mujer y el padre de ella están detenidos en Pekín y se les mantiene incomunicados. Aunque Zhou padre no ha sido aún acusado de nada, su paradero resulta también desconocido y se comenta que lo será próximamente. De ser cierto, sería el miembro del Partido de mayor categoría que fuera objeto de una purga desde las que siguieron a la muerte de Mao. Zhou padre mantenía excelentes relaciones con el actualmente condenado Bo Xilai.

El presidente Xi parece estar muy satisfecho de su reciente viaje por Europa, donde ha seguido un curso acelerado en su aprendizaje de estadista. Aunque es imposible saber qué está pasando en Zhongnanhai, la sede de los altos órganos de dirección del Partido, acontecimientos como estos no suelen pasar sin remover hasta los cimientos de las intrigas burocráticas.

Posiblemente lleguen pronto otras interesantes noticias cinegéticas.

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