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The Wire: «The game is the game»

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No es un secreto que, en el cine de las cuatro últimas décadas, el negocio del entretenimiento se ha impuesto sobre el anhelo de creatividad. Salvo excepciones, las películas y las series televisivas descuidan los guiones, intentando apabullar al espectador con sofisticados efectos especiales. No es el caso de The Wire, la serie creada por David Simon y Ed Burns, que en sus sesenta episodios emitidos entre junio de 2002 y marzo de 2008 se esforzó en elaborar una historia compleja, inspirándose en muchas ocasiones en los mitos la Grecia clásica. Así lo reconoció David Simon, periodista de The Baltimore Sun durante más de una década: «Lo que me inspiró fue la tragedia griega, donde el destino ha condenado de antemano a dioses y humanos, sin reparar en su heroísmo, fuerza de voluntad o sentido ético». Ambientada en Baltimore, The Wire se divide en cinco temporadas. Aparentemente, es una serie policíaca que recrea el trabajo de investigación de un grupo de policías para detener a los principales responsables del tráfico ilegal de drogas. El planteamiento no parece excesivamente original, pero desde las primeras secuencias se hace evidente que la serie es un fresco social, donde se abordan los diferentes aspectos de las modernas sociedades capitalistas. Estamos lejos del mundo arcaico, pero el ser humano continúa sufriendo por culpa de sus propias creaciones, inevitablemente imperfectas. «En vez de dioses del Olimpo que lanzan rayos ardientes y joden a la gente por diversión, ahora tenemos instituciones posmodernas –asegura David Simon?. El Departamento de Policía es un dios, el tráfico de drogas es un dios, el sistema escolar es un dios, el Ayuntamiento es un dios, las elecciones electorales son un dios. El capitalismo es un dios supremo en The Wire. El capitalismo es Zeus».

Los personajes de la serie corroboran las declaraciones de David Simon. Russell «Stringer» Bell (Idris Elba), uno de los traficantes más escurridizos, simultanea las actividades mafiosas con los estudios empresariales. Su amigo de la infancia y socio, Avon Barksdale (Wood Harris), se comporta como un soldado, pero mantiene a raya a los posibles competidores, absteniéndose de enredarse en conflictos innecesarios con la policía y los políticos. Sabe que su negocio forma parte de un juego, donde se compra, se vende, se especula y se liquida. A veces es necesaria la violencia, pero hay que saber blanquear el dinero y contratar a abogados eficientes que eviten o atenúen las condenas. «Proposition» Joe (Joseph Stewart) es un experto negociador, que siempre encuentra una alternativa, capaz de conciliar intereses opuestos. Marlo Stanfield (Jamie Hector) es un gánster despiadado, pero actúa como un hombre de negocios, incrementando sus beneficios mediante una agresiva política de expansión comercial. Al igual que las multinacionales financieras, conquista nuevos mercados, destruyendo a sus competidores sin problemas de conciencia. Por el contrario, D’Angelo «D» Barksdale (Larry Gilliard Jr.) permitirá que los sentimientos influyan en su conducta y eso causará su perdición.

En sus cinco temporadas, The Wire se interna en el mundo de la política, los sindicatos, la educación y la prensa. «Jimmy» McNulty (Dominic West) es el aparente protagonista. Individualista, conflictivo, reacio a la autoridad, mujeriego y aficionado a la bebida, ignora las reglas y apela al ingenio para continuar las investigaciones, sin inquietarse por las consecuencias. Su perfil psicológico resulta menos atractivo que el de «Bunk» (Wendell Pierce), «Kima» (Sonja Sohn) o Lester Freamon (Clarke Peters). «Bunk» es un veterano inspector de homicidios, que nunca se desprende de su traje, ni de sus enormes puros, que insinúan una mezcla de escepticismo, tenacidad, humor, prudencia y lealtad. Kima es una inspectora endurecida por la necesidad de sobrevivir en un entorno machista. Su homosexualidad no le escatimará el respeto de sus compañeros, ni de los chicos que trafican con drogas en las esquinas de Baltimore. Su implicación en cada caso pondrá en peligro su relación de pareja.

Lester Freamon es un investigador superdotado, que se enfrentará a sus superiores para continuar con sus pesquisas, aceptando su previsible marginación a causa de su integridad y obstinación. En sus ratos libres, construye muebles diminutos para casas de muñecas, redundando en esa paciencia infinita que le permite interceptar las complejas estratagemas de las bandas criminales, donde las nuevas tecnologías desempeñan un papel esencial. Freamon no es menos perspicaz que Roland «Prez» Pryzbylewski (Jim True-Frost). En el caso de «Prez», su talento lógico y meticulosidad conviven con su torpeza en el trabajo de calle. Se desenvuelve con brillantez en el sistema de escuchas y se revela como un excelente profesor de matemáticas en una escuela pública, con graves problemas de disciplina. Ed Burns vuelca en el personaje su experiencia como docente. Al evocar sus años de maestro, Burns –que también ejerció de policía? afirma que las clases parecían un escenario de guerra. No responsabiliza a los niños, sino a las terribles desigualdades económicas, que propician la delincuencia, la desestructuración familiar y la adicción a las drogas. Al igual que Pryzbylewski, no tardó mucho en comprender que lo académico era menos importante que lo social. Los chicos necesitaban un adulto de referencia que les ayudara a socializarse y no un experto en una materia.

Es imposible hablar del casi centenar de personajes que disfrutan de un notable desarrollo y protagonismo en The Wire, secundarios aparte. Sin embargo, no puedo dejar de mencionar a Omar Little Devone (Michael K. Williams), Reginald «Bubbles» Cousins (Andre Royo) y Walon (Steve Earle). Omar es un pistolero que roba a los narcotraficantes. Su fama le precede y facilita su trabajo. Apenas aparece en la calle con su gabardina, su chaleco antibalas y su escopeta, los niños comienzan a gritar su nombre y cunde el pánico. Casi nadie se atreve a desafiarle abiertamente. Homosexual, amigo y confidente de «Mostly Blind» Butchie (S. Robert Morgan), un antiguo gánster que perdió la vista en un tiroteo, Omar es inconfundible. Parece el forajido de un western crepuscular, con un código ético que le prohíbe matar a inocentes. Se diferencia del resto de los matones por su humor, coraje e inteligencia. No ha olvidado los nombres ni la peripecia de los dioses de la mitología grecolatina aprendidos en la escuela y sabe que Baltimore es una ciudad donde las cosas sólo se obtienen a través de la violencia directa o indirecta. De acuerdo con sus palabras, algunos utilizan un portafolios y otros una escopeta con los cañones recortados. Todo es un juego, pero Omar actúa por su cuenta, sin prestarse a las directrices de ningún jefe mafioso.

«Bubbles» es un toxicómano que colabora con la policía. Ingenioso, simpático, ocurrente, entrañable, su desdichada vida pone de manifiesto la crueldad de una ciudad que no oculta su desprecio por el fracaso y la debilidad. Vendedor ambulante, se pasea con dos carros de la compra atestados de camisetas, golosinas, papel higiénico, sombreros o películas en DVD. Walon (Steve Earle), extoxicómano y líder de un grupo de autoayuda para adictos en vías de recuperación, actuará como su ángel tutelar en sus intentos de desengancharse. Steve Earle, gran figura del country-rock americano y activista político contra la guerra de Irak y la pena de muerte, realiza una interpretación sólida y con la credibilidad que le otorga su larga adicción a la heroína, felizmente superada durante su estancia en prisión en 1993, cuando cumplió dieciocho meses por consumo de estupefacientes y posesión ilegal de armas.

David Simon y Ed Burns rodaron en las calles de Baltimore, estableciendo una relación de complicidad con camellos, adictos, homeless, marginados y delincuentes. Algunos se convirtieron en personajes de la serie, como Felicia «Snoop» Pearson, que incluso conservó su nombre. Felicia Pearson había sido condenada a los catorce años por asesinato en segundo grado, pero quedó en libertad condicional en 2000. En 2011, fue arrestada de nuevo por tráfico de heroína y marihuana. Melvin Williams, que interpreta el papel de diácono en la serie, fue un antiguo gánster en la vida real. El tranquilo detective Dennis Mello (Jay Landsman) fue sancionado por corrupción cuando trabajaba como oficial de policía. Los guionistas no se conformaron con incluirlo en la trama, asignándole un carácter apacible, pero crítico con la intromisión de los políticos, que exigen resultados mientras desvían recursos hacia sus campañas electorales o consienten estafas a favor de las grandes compañías inmobiliarias. Además, emplearon su nombre y sus vivencias para crear un nuevo personaje interpretado por Delaney Williams, un sargento de homicidios obeso, con gran sentido del humor y una desinhibida devoción por las revistas pornográficas.

The Wire marca un hito en la historia de la televisión y el cine. Lejos de la estética de papel cuché, los diálogos grandilocuentes o las trampas del suspense, apuesta por la verdad, adentrándose en los diferentes estratos de la sociedad norteamericana y elaborando personajes tan complejos y creíbles como los de Raymond Chandler, Truman Capote o William Faulkner. La comparación con A sangre fría no es improcedente. La banda sonora acompaña perfectamente a las imágenes: Tom Waits, Curtis Mayfield, Erma Franklin (hermana de Aretha), Jimmy Ruffin, Johny Cash, Solomon Burke, Lucinda Williams, Allison Moorer o el propio Steve Earle. Una cuidada selección de soul, motown, country-rock y, eventualmente, algún grupo de los años ochenta (Boston, The Clash).

The Wire reunió guiones espléndidos, interpretaciones memorables y una concepción visual que asumió el riesgo de lo feo y cotidiano, eludiendo los planos efectistas y la estética de videoclip. Han pasado diez años desde el pase de su último capítulo y no ha perdido sus cualidades. Personalmente, creo que su espíritu se asemeja al de Canción triste de Hill Street (Hill Street Blues), la excelente serie policíaca de los años ochenta creada por Steven Bochco y Michael Kozoll. «The game is the game», repiten los personajes de The Wire, con un irreflexivo fatalismo. No hay nada más. La dura lucha por sobrevivir en un mundo áspero y despiadado. Más allá de eso, sólo hay mitos y falsas esperanzas.

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Ficha técnica

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