El libro, de la memoria
El Romanticismo propició, tras su agotamiento, la aparición de dos imágenes de la creación y del poeta: el arrebatado visionario de instinto, cuya figura viene encarnada por Rimbaud, y el poeta estudioso y consciente que aporta a su oficio una inteligencia cargada de pasión, como Mallarmé o Eliot. El destino final de ambos, sin embargo, confluye y no es, en el fondo, más que una extensión de la línea fundamental de la estética romántica: la búsqueda de la esencialidad en el lenguaje, de la pureza o impureza de una palabra absoluta. Sánchez Robayna pertenece, sin duda, al segundo tipo, y gusta de retratarse así: «El estudio, las horas de la mesa, / la lámpara encendida, fragmentos de la noche» (87),