Buscar

Retorno a Brideshead: la sombra del edén

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Siempre es jactancioso hablar en nombre de una generación, pero creo no equivocarme al afirmar que Retorno a Brideshead fue algo más que una serie televisiva para los que nacimos alrededor de 1960. Yo la vi mientras estudiaba primero de filosofía y creía advertir en ella la sombra del Edén. Corría el año 1982 y la Movida reinaba en la noche de Madrid. En esas fechas, escuchaba complacido a Nacha Pop, Los Secretos y Los Elegantes. Me parecían los grupos más cercanos al movimiento mod, una subcultura que amaba el ska jamaicano, el garage rock, los scooter y exhibía al mismo tiempo cierto dandismo. Solía llevar americanas de cuatro botones, corbatas estrechas y gafas de sol, incluso cuando era de noche. Sin embargo, sentía admiración por la moda inglesa y fantaseaba con tener el aspecto de un profesor de Oxford en los años veinte. Cuando descubrí Retorno a Brideshead, emitida en un horario estelar, decidí cambiar de imagen. Lo primero que hice fue comprarme una americana de tweed con coderas, una corbata de rayas y unos zapatos Oxford de cordones, lo cual provocó el estupor de mis amigos. Con ese aspecto, sentía que estaba más cerca de la sombra del Edén, cuando la belleza aún era un imperativo moral y la elegancia un gesto de gratitud hacia la vida.

Basada en la novela homónima de Evelyn Waugh, Retorno a Brideshead comienza con un tono melancólico que se prolongará durante once capítulos, salvo efímeros momentos de alegría y plenitud. En el primer capítulo, Charles Ryder, magistralmente interpretado por Jeromy Irons, lanza una mirada retrospectiva sobre su pasado, cosechando un balance poco favorable. Con treinta y nueve años recién cumplidos, se ha divorciado de su esposa y ha perdido su relación con sus dos hijos, a los que no ha visto crecer. Su esposa le fue infiel, pero no se lo reprocha. Fue un marido negligente y un padre indiferente. La guerra le ha obligado a dejar su oficio de pintor para incorporarse al ejército, donde solo experimenta tedio y tristeza. Su estilo pictórico es clásico y algo frío. Su especialidad son los edificios y los conjuntos arquitectónicos. Piensa que el arte moderno es una solemne tontería. Su fuente de inspiración son los pintores venecianos y el elegante clasicismo de Ingres. El azar le ha llevado de nuevo a Brideshead Castle, el Edén de su juventud, cuando era un estudiante de Oxford y conoció a Lord Sebastian Flyte (Anthony Andrews), benjamín de una familia aristocrática. El ejército utilizará la mansión para alojar a sus tropas y ha encargado a Charles supervisarlo todo. Es imposible saber si el Reino Unido soportará el asalto de la Alemania nazi, que bombardea la isla con furia para preparar una posible invasión. Ryder penetra en Brideshead Castle con los ojos llenos de nostalgia. Allí se familiarizó con la belleza, cultivó la amistad y descubrió el amor. Frente a los días lluviosos del presente, donde la aparente calma solo es el preludio de una tragedia inminente, el ayer regresa con la luz dorada de la juventud y el suave rumor de la inocencia.

Charles y Sebastian se conocen en Oxford de una forma bastante desafortunada. Charles invita a un grupo de estudiantes a sus habitaciones, situadas en la planta baja. Uno de ellos perora sobre el azar en un universo regulado por leyes racionales, cuando Sebastian, completamente borracho, se acerca a una ventana abierta y, sin poder evitarlo, vomita. Salvo Charles, todos se indignan. Al día siguiente, Sebastian se excusa enviando un número insensato de ramos de flores de pétalos amarillos, que llenan de color unas estancias fatigadas por el tedio de la vida académica. Es el inicio de una de esas amistades románticas tan características de los ingleses y los alemanes. Cara (Stéphane Audran), la amante de Lord Marchmain (Laurence Olivier), el padre de Sebastian, afirma que esa clase de afectos son incomprensibles para los latinos. Sebastian es encantador y algo frívolo. Le gusta disfrazarse, su atuendo es sofisticado y provocativo, siempre le acompaña Aloysius, su osito de peluche, bebe en exceso y ama la belleza. En una ocasión, realiza una excursión en coche con Charles, aprovechando un día primaveral. Se tumban a la sombra de un árbol, comen fresas y beben vino. Mirando al cielo, Sebastian comenta: «Me gustaría enterrar algo precioso en los lugares donde he sido feliz y así cuando sea feo, viejo y miserable, volver a desenterrarlo y recordar». Aunque Charles y Sebastian no llegan a ser amantes, la pasión homosexual impregna toda la serie. Charles se enamora de Julia (Diana Quick), hermana de Sebastian, pero lo hace porque ve en ella el reflejo de su amigo. Su amor no durará mucho, pues el catolicismo de los Flyte se entrometerá, malogrando el idilio. Ser católico en el Reino Unido significa formar parte de una minoría incomprendida y algo fanática. Agnóstico, escéptico y desencantado, Charles es incapaz de entender un dogma que se muestra tan intolerante con las flaquezas humanas, imponiendo una moral tan estricta. Julia y él son amantes y están casados. Desde el punto de vista de la iglesia católica, su romance es un caso de adulterio. Julia no logra acostumbrarse a vivir atormentada por la mala conciencia. Por eso, precipitará la ruptura, aceptando la soledad como expiación de su pecado. Sin convicciones en las que refugiarse, Charles se hunde en una desolación sin límites.

Lord Marchmain odia todas las ilusiones de su niñez: la inocencia, la esperanza, Dios. Abandonó a su mujer, Lady Marchmain (Claire Bloom), porque no soportaba el contraste entre su descreimiento y la sólida fe de su esposa. Lady Marchmain es una mujer de vida intachable, pero detrás de su fachada respetable se esconde un corazón manipulador que culpabiliza a las personas de su entorno, evidenciando sus imperfecciones. Sebastian se convierte en un alcohólico porque se odia a sí mismo. Su madre ha destruido su autoestima, empujándole a una espiral de autodestrucción. Necesita demostrar que no es inútil, que su vida no es un despilfarro absurdo, que puede aportar algo al mundo. Bajo su frivolidad, late el anhelo de santidad, como aprecia su hermana Cordelia (Phoebe Nicholls). Sebastian huirá de Brideshead Castle y se instalará en el Marruecos francés, cuidando a un ex legionario, un alemán violento, zafio y egoísta, que se ha disparado en el pie para abandonar el ejército. Cada vez más deteriorado por el alcohol, no escatimará esfuerzos para atender a su protegido, que abusará de su buena fe, obligándole a cumplir todos sus caprichos. Cuando Charles le comunica a Sebastian que su madre ha muerto, su amigo, que se recupera en un hospital católico de una neumonía agravada por su alcoholismo, dirige su mirada a un cuadro de la Virgen y el Niño, y murmura: «¡Pobre mama! Mataba con la mirada». Para Sebastian, su verdadera madre es Nanny Hawkins (Mona Washbourne), la niñera que le cuidó en su infancia. Alojada en una habitación de Brideshead, Nanny encarna la utopía del afecto desinteresado, que no exige nada y lo da todo a cambio. Sebastian está enamorado de su infancia, de los años que pasó bajo la protección amorosa de Nanny. De vez en cuando, visita a su niñera, pero sabe que el tiempo perdido no puede ser recobrado. Solo cabe revivirlo con el afecto, preservándolo del olvido.

En Retorno a Brideshead, la homosexualidad adquiere su aspecto más festivo en Anthony Blanche (Nickolas Grace), una especie de Oscar Wilde que se pasea por Oxford con una pajarita y una flor en el ojal, hablando de la laca que utiliza para las uñas de sus pies. Ingenioso, refinado y maldiciente, Blanche exhibe sus inclinaciones sin pudor, disfrutando del escándalo que producen sus gestos y sus palabras. Evelyn Waugh fue un homosexual discreto. Conservador hasta el extremo de ser uno de los pocos escritores ingleses que apoyó la sublevación de Franco, se convirtió al catolicismo y se casó en dos ocasiones, engendrando dos hijos. Su fe arrojó una sombra de culpabilidad sobre su orientación sexual, lo cual se reflejó en su novela, publicada en 1945. Retorno a Brideshead es una reelaboración de la amistad de Evelyn Waugh con Hugh Lygon, segundo hijo del conde de Beauchamp. Ambos se conocieron en Oxford. Se hicieron amantes, se emborracharon a menudo y pasaron temporadas en el castillo de Madresfield. Allí conoció Evelyn Waugh a las hermanas de Hugh, que inspirarían uno de los capítulos de su obra Cuerpos viles, y descubrió que Lord Lygon, séptimo conde de Beauchamp, se había exiliado en el extranjero para huir del escándalo. La sociedad no aceptaba su afición a los jóvenes y hasta el rey se había enterado de su debilidad. Hugh fue incapaz de aceptar su homosexualidad. Se alcoholizó y murió tempranamente, inspirando el personaje de Sebastian.

La revista Time ha incluido Retorno a Brideshead entre las cien mejores novelas inglesas del siglo XX, pero Evelyn Waugh, que durante mucho tiempo se refirió a ella como su «magna obra», cambió su valoración después de releerla en 1950. «He releído Brideshead Revisited y estoy horrorizado», le confesó en una carta a Graham Greene. Compuesta entre diciembre de 1944 y julio de 1945, la novela surgió en una época de escasez y penurias: «El libro está imbuido de una cierta gula por la comida y el vino, los esplendores del pasado reciente y un lenguaje retórico y ornamental que ahora, con el estómago lleno, me parecen desagradables». No sabemos en qué colegio de Oxford estudia Charles, pero muchos han apuntado que se corresponde con Hertford College. Sin embargo, Jeremy Irons lleva una corbata de St. Edmund Hall. Hay un agudo contraste entre los primeros y los últimos capítulos. Sebastian abre a Charles la mágica puerta que le conducirá a «un jardín cerrado y encantado», que incluirá paseos por el invernadero de Brideshead, días de sol escuchando el rumor de su fuente barroca, una excursión a Venecia. Todo ese esplendor contrasta poderosamente con la renuncia de Julia al amor de Charles, la vocación religiosa de Cordelia, la redención de Sebastian -que acaba sus días como humilde portero de un convento-, y la recepción del sacramento de la extremaunción por Lord Marchmain, que se persigna mientras agoniza, acogiéndose a la iglesia que toda su vida había rechazado. La intención de Waugh era que su novela mostrara «la intervención de la gracia divina sobre un grupo de personajes diversos pero estrechamente relacionados». No está de más señalar que Retorno a Brideshead se subtitula Memorias sagradas y profanas del capitán Charles Ryder. Waugh explicó que su intención era destacar «el acto de amor unilateral e inmerecido por el que Dios llama continuamente a las almas hacia Sí». Ese milagro se hacía particularmente visible mediante el punto de vista de Charles Ryder, cuya  resistencia a aceptar el don de la fe le acarrea una hiriente soledad. A fin de cuentas, el infierno no es un gabinete de tortura, sino el estado de desolación que produce estar separado de Dios.

Evelyn Waugh no fue un carácter afable y sencillo. Tras abandonar Oxford, intentó suicidarse nadando en el mar hasta agotar sus fuerzas, pero no llegó a ahogarse. Las medusas se enseñaron con él, obligándole a salir del agua. Su tentativa de suicidio se saldó con una bufonada. El bando franquista le invitó a visitar el frente para agradecer su apoyo a la Cruzada. No esperaba que el ilustre escritor bajara del avión completamente borracho, farfullando y con problemas para caminar. Tres días después, se marchó en el mismo estado en que llegó, despidiendo un aliento volcánico. Años más tarde, admitió que no recordaba nada, pues el alcohol había aturdido su conciencia hasta el extremo de no almacenar ningún recuerdo. Eso no le impidió escribir unas cuantas crónicas que elogiaban a Franco, inventándose lo que creyó más conveniente. Durante la Segunda Guerra Mundial, fue enviado a Yugoslavia para luchar contra los nazis junto a los partisanos de Tito, al que no soportaba por ser ateo y comunista. Exhibicionista y vanidoso, Waugh adornó su uniforme con una llamativa capa blanca. No se la quitó hasta que le explicaron que su color le convertía en un objetivo perfecto para los francotiradores. Corre el rumor de que sus propios hombres pensaron seriamente en matarlo, disparándole por la espalda, pues no aguantaban su arrogancia. Ya en los años cincuenta, una norteamericana se acercó a él en un restaurante para felicitarle por su literatura. Waugh le contestó que si sus libros gustaban a una vulgar estadounidense, no debían de ser muy buenos. La ofendida le arrojó un plato de sopa sobre las piernas y se dio la vuelta con la cabeza muy alta.

Gracias a sus ingresos como escritor y a un feliz segundo matrimonio, Waugh pudo disfrutar de dos mansiones, Pixton y Piers Court, lo cual le permitió imitar a esa aristocracia a la que tanto admiraba. Neurótico, alcohólico, infiel, le devoraban los celos profesionales hacia otros escritores y no le causaba ningún problema traicionar a un amigo. Sabía que resultaba odioso, pero, lejos de molestarse, le agradaba cultivar su fama de hombre antipático, retorcido y mezquino. Waugh murió en Combe Florey, Somerset, en 1966. Dicen que en su funeral se respiraba el alivio que inspira la muerte de un tirano o un vecino especialmente molesto. Había nacido en Londres en 1903 en una familia de abogados, militares, médicos y clérigos, un verdadero florilegio de los grupos sociales convocados por la moral victoriana. No muy alto, esbelto y con una cara atractiva en su juventud, todos los testimonios señalan que pasaba de la apatía al entusiasmo en pocos minutos. Al parecer, en sus años estudiantiles actuaba como un bravucón, humillando a los más débiles. Había crecido acomplejado por la idea de que su padre quería más a su hermano mayor y deseaba resarcirse. Algunos le recuerdan como un «pequeño fauno» lujurioso, ocurrente y maléfico. Incurablemente snob, no se cansaba de lamentar la desgracia de haber crecido en un hogar sin un valet italiano. Quizás por eso su primer libro fue un ensayo sobre Dante Gabriel Rossetti, el poeta prerrafaelista, quintaesencia de lo bello y aristocrático. Su primera mujer también se llamaba Evelyn y le engañó con otro hombre, lo cual le hizo aún más cínico. «Soy cínico porque vivo en un mundo putrefacto –alegaba cuando alguien afeaba su conducta-. Ser bueno es una lamentable ingenuidad».

Evelyn Waugh se convirtió al catolicismo por razones estéticas. De orígenes protestantes, fue catecúmeno del padre Martin D’Arcy. Waugh se conmovía con las catedrales. Con la iglesia católica, la Revelación había adquirido densidad histórica y profundidad artística. La belleza de la liturgia romana le parecía una sinfonía cósmica. En 1931, Waugh viajó por primera vez a Abisinia y buscó a monseñor Jerome, que atendió a un Rimbaud enfermo. «Era un joven triste y serio», rememoró el sacerdote, lo cual corroboró una vez más su concepción estética del catolicismo. Le parecía difícil imaginar una escena de mayor belleza. De hecho, utilizó esa vivencia para idear el final de Sebastian. Waugh detestaba los malos modales y la vulgaridad del proletariado. No soportaba que su padre, Arthur Waugh, solo hubiera sido el director de una editorial de prestigio y no un poderoso industrial o un terrateniente. Creer que no pasaría de ser un pobre maestro de escuela desencadenó su tentativa de suicidio en la costa de Gales. Cuando al fin le sonrió el éxito, Waugh escribió contra el arte degenerado de Occidente (Le Corbusier, Picasso), vituperó la renovación de la novela (Huxley, Isherwood, Joyce), entrevistó a Mussolini en Roma, se mofó del pacifismo y el feminismo, vituperó los movimientos obreros y lamentó la escasa virilidad de la mayoría de los escritores, hombres reacios a la acción. Gracias a sus contactos, logró que anularan su matrimonio para casarse con Laura Herbert, una aristócrata de notable prosapia con una dote que incluía una lujosa mansión en el campo. Los últimos años no fueron particularmente felices. Odiaba la Inglaterra laborista, no soportaba el creciente protagonismo de la clase obrera y se escandalizó con las reformas aprobadas por el Concilio Vaticano II hasta el extremo de desear el asesinato del Papa. Sus disgustos acabaron cuando un infarto le apartó del mundo de los vivos con solo sesenta y tres años.

Retorno a Brideshead marcó un hito en mi vida. En las misma fechas, leí la novela y no me impresionó tanto. Quizás era demasiado joven para apreciar su belleza. Apunto como asignatura pendiente la obligación de releerla. Desde que vi la serie me enamoré de la moda inglesa. Siempre que he podido me he mantenido fiel a ese estilo. Algún día me gustaría viajar al Castillo de Howard, donde se rodó la serie y sentarme en la fuente donde dibujaba Charles, mientras Sebastian contemplaba el cielo y acariciaba el agua con la mano. Tal vez no sea posible. Está abierto al público, pero imagino que sujeto a restricciones. Adoro la música compuesta por Geoffrey Burgon, que sonaba al principio y el final de cada capítulo. He vuelto a ver la serie media docena de veces y nunca me ha defraudado. Evelyn Waugh era un señor muy antipático, pero su novela sobre Charles Ryder y la aristocrática familia Flyte siempre me recuerda un responso fúnebre católico: «El Señor Jesucristo convertirá nuestros cuerpos viles a fin de que se asemejen a su glorioso cuerpo». Que así sea.

image_pdfCrear PDF de este artículo.

Ficha técnica

10 '
0

Compartir

También de interés.

Valle-Inclán, el escritor total

Como la de cualquier clásico, también la narrativa de Ramón María del Valle-Inclán puede…