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Realidad y ocultación sexual en el mundo árabe

Sex and the Citadel. Intimate Life in a Changing Arab World

Shereen El Feki

Londres, Vintage, 2014

346 pp. £8.99

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Shereen El Feki explica en la introducción de Sex and the Citadel: «El sexo es la lente a través de la cual investigo el pasado y el presente de una parte del mundo sobre la que se ha escrito tanto, pero que se comprende tan poco» (p. xvii). La obra es fruto de cinco años de investigación en el mundo árabe, con un cierto énfasis en Egipto. Esto se debe no sólo al peso demográfico y cultural del país del Nilo, sino también a la historia familiar de la autora: su padre es egipcio, aunque su madre es galesa y ella misma creció en Canadá. Como a tantos otros de ascendencia musulmana, los atentados del 11-S la llevaron a indagar sobre sus orígenes. Inmunologista de formación, por aquel entonces escribía sobre cuestiones de salud pública para The Economist. Más tarde, entre 2010 y 2012, fue vicepresidenta de la Comisión Global sobre VIH y Derecho de la ONU.

Fue en esa época cuando El Feki empezó a investigar el sexo en el mundo árabe, donde el hecho de que sea un tema tabú dificulta la lucha contra el sida. Sin embargo, también observó que las condiciones sociales y políticas eran similares a las que condujeron a la revolución sexual en Occidente en los años sesenta: reivindicaciones de derechos políticos y libertades, el crecimiento de las ciudades, una cierta relajación de los controles familiares, cambios en el papel de la mujer, una población joven con nuevas aspiraciones, además de la información que llega de otras partes del mundo a través de las redes sociales y moldea dichas aspiraciones. Durante sus investigaciones la autora entró en contacto con activistas, investigadores, abogados, médicos, líderes religiosos, autores y artistas que trabajan, cada uno en su campo, para promover una actitud más sana hacia el sexo, o ayudar a aquellos cuya conducta sexual no es aceptable para la sociedad.

El Feki nos recuerda que el sexo no siempre ha sido tan controvertido en el mundo árabe; en la historia de la literatura árabe existen un gran número de obras sobre el tema. El sociólogo tunecino Abdelwahab Bouhdiba, quien en 1975 publicó el ya clásico La sexualidad en el islam, tiene una teoría sobre el motivo del cambio de actitud: ese tipo de literatura vivió su momento culminante en la época abasí, cuando los árabes gobernaban un floreciente imperio y tenían confianza en sí mismos. Según Bouhdiba, el largo declive intelectual que conduciría al colonialismo también minaría su confianza a la hora de abordar la cuestión del sexo. A ello se unen los efectos del muy conservador fundamentalismo islámico, que apareció como reacción al colonialismo y se ha extendido de forma notable tras la derrota árabe ante Israel en 1967.

La institución fundamental de la sociedad árabe es el matrimonio, que la mayoría considera el estado civil deseable. En países en los que el Estado ofrece poca ayuda y la situación económica a menudo es difícil, los lazos familiares son especialmente fuertes y valiosos. Sin embargo, la edad media de celebración de los matrimonios ha aumentado de manera significativa en las últimas décadas, porque los jóvenes (incluidas las mujeres) estudian durante más tiempo y tardan más en encontrar un trabajo que les permita afrontar los gastos que supone establecer una familia. Por otra parte, los hombres se quejan de las expectativas materiales de las futuras esposas, incitadas por sus padres. Y el retraso en el matrimonio «oficial» ha contribuido a que se popularicen las alternativas.

Los chiíes tienen el zawaj mut‘a (matrimonio de placer), que es temporal y en el que la mujer no tiene otro derecho que a aquello que ha sido pactado por anticipado. Entre los sunníes destaca el zawaj ‘urfi (matrimonio consuetudinario), que se caracteriza por no registrarse con las autoridades; de hecho, a menudo se mantiene secreto. El fenómeno no es insignificante, aunque las cifras que se barajan oscilan considerablemente (para Egipto, entre decenas de miles y cientos de miles cada año). Y ya no se limita a divorciadas con pocas expectativas, sino que se ha extendido, por ejemplo entre estudiantes y jóvenes cuyas familias rechazan su elección de marido. Otra forma de matrimonio sunní es el zawaj misyar (matrimonio itinerante), durante el cual la esposa suele permanecer en su hogar y el marido no tiene la obligación de mantenerla (aunque las reglas cambian dependiendo del país). Pero ninguna de las alternativas al matrimonio tradicional está bien vista por la sociedad.

En cualquier caso, el matrimonio no es garantía de relaciones conyugales satisfactorias, según averiguó El Feki en sus conversaciones con amigas y terapeutas especializados. La falta de una discusión franca sobre el sexo complica no sólo el entendimiento en el dormitorio, sino también el tratamiento de problemas como la impotencia o las dificultades para concebir, cada vez más frecuentes en sociedades con estilos de vida poco saludables (tabaquismo, poco ejercicio, dietas desequilibradas…), aunque muchos todavía los atribuyen a hechizos de personas malintencionadas. La autora señala con humor que esa insatisfacción no puede calificarse de «acorde con el islam», puesto que el propio profeta Mahoma daba consejos a sus seguidores para que estuvieran satisfechos en ese sentido (por ejemplo, no olvidar nunca los preliminares). Ese es el mensaje de la terapeuta sexual más famosa del mundo árabe, la egipcia Heba Kotb, una devota musulmana que lleva el hiyab.

El hecho de que el sexo fuera del matrimonio sea mal visto e incluso esté penado no significa, por supuesto, que no exista. Más de un tercio de los chicos dicen practicarlo, aunque menos de una de cada cinco chicas lo admite. Sin embargo, la sociedad dicta que una mujer sólo es digna de matrimonio si guarda su virginidad. A pesar de las revueltas políticas, las actitudes siguen siendo muy conservadoras incluso entre los jóvenes. Así, cuando la egipcia Aliaa Elmahdy colgó en Internet su desnudo contra «una sociedad de violencia, racismo y sexismo», los revolucionarios se apresuraron a negar vínculo alguno con ella para evitar que su acción manchase la reputación de la revuelta. Por otro lado, el acoso sexual es habitual en los países árabes. Nehad Abu Komsan, del Centro Egipcio por los Derechos de las Mujeres, lo atribuye a la frustración que aflige a los jóvenes por motivos socioeconómicos en el contexto de una sociedad patriarcal en la que los hombres siguen teniendo autoridad sobre las mujeres.

El problema comienza en la infancia, en colegios segregados que no imparten educación sexual. Incluso en los países en los que figura en el currículo, los profesores prefieren asignarla para el estudio individual. Los jóvenes tampoco se dirigen a sus padres, que se sienten incómodos hablando del tema debido en parte a su propia ignorancia. Como es natural, ello da lugar a embarazos no deseados. Pero el aborto es ilegal excepto en algunos casos (aunque no por ello menos común que en los países occidentales), y las madres solteras sufren el rechazo de la sociedad. En Marruecos, país caracterizado por su activa sociedad civil, el doctor Chafik Chraibi fundó en 2007 la Asociación Marroquí Contra el Aborto Clandestino, que promueve la educación sexual en los colegios, el acceso a anticonceptivos y la reforma de la restrictiva ley del aborto para incluir casos de violación, incesto, malformación fetal y mujeres menores de edad, con problemas psíquicos o en situación vulnerable. Gracias a sus esfuerzos, cuestiones que hace poco era impensable plantear se discuten en los medios de comunicación del reino alauí.

El Feki también aborda el tema de la prostitución, que está tan extendida en el mundo árabe como en cualquier otra región del mundo. Incluso puede resultar aceptable desde el punto de vista religioso y legal –aunque no social– con el llamado zawaj misyaf o «matrimonio estival». El fenómeno afecta a muchos miles de jóvenes egipcias y de otras nacionalidades; y se cree que se ha extendido enormemente entre las sirias debido a la penosa situación de los refugiados. El «marido» suele ser un hombre adinerado del Golfo de edad avanzada que acude a un intermediario para que le encuentre una «esposa». Esta siempre es muy joven, normalmente adolescente, y proviene de una familia sin recursos. El zawaj misyaf dura un período limitado, una o dos semanas, durante las cuales la «esposa» hace lo propio de tal, incluido mantener relaciones sexuales. Las jóvenes que lo practican son víctimas de abusos, pero a menudo se convierten en la principal fuente de ingresos de sus familias y encadenan «matrimonios estivales» durante años.

Dejando a un lado matrimonios de reputación cuestionable, la prostitución está criminalizada en los países árabes. La excepción es Túnez, donde la herencia colonial incluye que haya zonas rojas designadas en las principales ciudades del país. El sistema otorga una cierta protección a las prostitutas (la mayoría, divorciadas con hijos y de un nivel de educación bajo) y permite su seguimiento médico. Sin embargo, se enfrenta a una doble amenaza: la de los conservadores religiosos, que pretenden abolirlo, y la de la prostitución clandestina, que se ha disparado debido a circunstancias socioeconómicas. En Marruecos, donde la prostitución es ilegal pero está tolerada, cientos de miles de mujeres se dedican al negocio. De hecho, el país ha adquirido una cierta reputación en ese sentido; en 2010, Arabia Saudí decidió no conceder visados de peregrinaje a La Meca a marroquíes solteras entre dieciocho y veintidós años. Quizá debido a esa tolerancia, Marruecos también es líder regional en el tratamiento del VIH, con pruebas y tratamiento gratuitos.

El último colectivo que discute El Feki es el de homosexuales y transexuales. La autora nos recuerda que, en el pasado, las actitudes hacia la homosexualidad eran muy diferentes en el mundo árabe y que la intolerancia actual se debe en gran medida a la homofobia de los países occidentales que lo colonizaron. Paradójicamente, y como tantos otros «males», muchos la atribuyen ahora a la influencia de un Occidente que ha perdido el norte moral. En general, se tacha la homosexualidad de aberración y quienes la denuncian pueden citar versos coránicos y hadices (dichos del profeta) como argumento. Ante el rechazo de la sociedad, algunos homosexuales optan por seguir un tratamiento de «reorientación»: el psiquiatra cairota Awsam Wasfy afirma que ha conseguido «curaciones». Sin embargo, otros especialistas, como la psicóloga tunecina Dorra Ben Alaya, se escandalizan ante la idea de considerar a los homosexuales enfermos y proponen la terapia afirmativa para ayudarles a aceptar su orientación sexual.

Durante la última década han aparecido organizaciones para apoyar al colectivo homosexual en distintos países: Marruecos, Argelia, Egipto, Palestina… El Feki destaca dos de Líbano, donde la progresiva ley de asociaciones favorece su aparición: Meem, creada por lesbianas y que trabaja «infiltrándose» en ONG dedicadas a otros temas, como la drogadicción o la violencia doméstica, a fin de establecer vínculos de cooperación y confianza. Y la organización gay Helem, que hace campaña abiertamente por la derogación del artículo del Código Penal que prohíbe los actos sexuales «contra natura», pero también se vincula a otras causas. Esa es la estrategia de muchos grupos homosexuales: no reducir la lucha a los derechos de su colectivo, sino unirse a otros con una agenda más amplia. En palabras de una activista, no se despenalizará la homosexualidad mientras las mujeres sigan siendo castigadas por adulterio. Por otra parte, muchos homosexuales árabes sienten que activistas de otras regiones del mundo en vías de desarrollo (Latinoamérica, India…) ofrecen un modelo más adaptado a sus sociedades que el de Occidente.

Sex and the Citadel nos muestra a sociedades árabes en transición, con muchos de sus ciudadanos buscando un camino hacia la democracia y los derechos humanos compatible con sus valores religiosos: y el sexo es un buen indicador de cómo evoluciona la situación. El Feki destaca aspectos del islam que podrían ser útiles para el desarrollo de una legislación más respetuosa con las libertades individuales, como su énfasis en la privacidad. Sin embargo, concluye que, ante todo, es necesario apoyar las iniciativas locales que buscan cambiar las actitudes de la sociedad. Y este es el mensaje de la obra que, como dice su autora, «no es otro libro sobre lo que va mal en el mundo árabe. Es sobre lo que va bien: cómo la gente resuelve sobre el terreno sus problemas de formas que a menudo son diferentes de las de otras regiones del mundo» (p. xxii). Es un mensaje de esperanza.

Ana Soage ha vivido en varios países europeos y árabes, y tiene un doctorado europeo en Estudios Semíticos. Enseña Ciencias Políticas en la Universidad de Suffolk, coedita varias publicaciones académicas y colabora como analista senior en la consultoría estratégica internacional Wikistrat.

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