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La sátira como arma de combate

El humor frente al poder. Prensa humorística, cultura política y poderes fácticos en España (1927-1987)

Enrique Bordería Ortiz, Francesc-Andreu Martínez Gallego y Josep Lluis Gómez Mompart (eds.)

Madrid, Biblioteca Nueva, 2015

224 pp. 18 €

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En las primeras tres líneas de este libro se deslizan dos afirmaciones que, aunque en principio independientes, marcarán en su confluencia el sentido y desarrollo de las páginas que siguen. La primera es de Mijaíl Bajtín y, en el fondo, no va más allá de una constatación empírica al alcance de cualquier historiador: «La risa tiene historia». La segunda, más arriesgada, pertenece a uno de los grandes humoristas españoles del siglo XX, Wenceslao Fernández Flórez: «No hay nada tan serio como el humor». La convergencia de esos dos enunciados lleva a un planteamiento que a estas alturas resulta difícilmente discutible: la risa es un buen espejo de las mentalidades (o, si se prefiere, en sentido más amplio, de la cultura y la sociedad) a lo largo de la historia y, por tanto, la historiografía haría bien en no minusvalorar esa faceta para la adecuada comprensión de las distintas coyunturas del pasado. Cuando hace ya tiempo que los historiadores han aceptado con naturalidad que puede hacerse historia de todo, desde el culo hasta los inodoros, desde las lágrimas al corsé, no tendría el más mínimo sentido regatear al humor el puesto que le corresponde como elemento significativo en la sociabilidad en general o, más concretamente, en las costumbres, la vida cotidiana y hasta el debate político.

Y, sin embargo… Por lo menos en nuestros lares, lo cierto es que resulta sorprendente la extraordinaria escasez de investigaciones y estudios serios sobre el humor. Digo estudios serios –con toda la carga paradójica– porque, en cambio, cualquier lector curioso encontrará en sus pesquisas bibliográficas mucha morralla o, en el mejor de los casos, antologías y compilaciones, un poco a tono con ese dictamen implícito que la mayoría parece compartir de que el humor no es asunto importante. Más bien, por esencia y de modo inevitable, pura bagatela. Es verdad que, como se sostiene aquí en la misma introducción (aunque no sé si con demasiado optimismo), «las cosas están cambiando». Concedamos, en cualquier caso, como adecuada esa estimación, dado que el propio volumen que se reseña es una buena muestra de ese cambio: un amplio equipo universitario denominado GRICOHUSA (Grupo de Investigación en Comunicación Humorística y Satírica) desarrolla desde hace algunos años un proyecto de investigación sobre una de las facetas más llamativas del humor: la sátira contra las instituciones y los poderes establecidos. Lleva por título «El humor frente al poder: la Monarquía, el Ejército y la Iglesia a través de la comunicación satírica en la historia contemporánea de España». Uno de los frutos de ese proyecto es este libro, que conserva la primera frase, la más elocuente, «El humor frente al poder», a la que se ha añadido un subtítulo mucho más preciso, aunque no por ello del todo exacto: «Prensa humorística, cultura política y poderes fácticos en España (1927-1987)». Aunque sólo fuera por la singularidad del empeño, merece, pues, la pena que nos ocupemos del libro en cuestión.

Empezaré por aclarar la anterior alusión a la no total exactitud, que me permitirá entrar de lleno en el examen de algunas de las características fundamentales de la obra. La delimitación cronológica 1927-1987 sugiere una continuidad temporal que, de hecho, es inexistente. En estas páginas no se aborda, salvo alusiones mínimas, el humor en la guerra ni sobre la guerra (1936-1939), del mismo modo que brilla por su ausencia un análisis del humor bajo el franquismo, a excepción de los últimos años, ya en la década de los setenta (lo que suele conocerse como tardofranquismo). La razón de esas lagunas es sencilla y nos remite a la propia estructura de la obra, un conjunto de investigaciones sobre aspectos puntuales que luego detallaré y que se han agrupado en dos partes desiguales y claramente diferenciadas correspondientes a dos tramos cronológicos: el primero, la Dictadura de Primo de Rivera y la República; el segundo, los estertores del franquismo y el tránsito a la democracia. Francesc-Andreu Martínez Gallego, uno de los editores y responsable de la introducción, trata de justificar la elección de esos dos períodos aludiendo al carácter transicional de ambos. Si bien es incuestionable ese rasgo en la deriva política de los años setenta-ochenta, parece bastante más forzada su asignación a la década de los años veinte-treinta, pues supone concebir la dictablanda de Primo como un tobogán hacia el 14 de abril. Incluso si se diera por bueno ese enfoque finalista, no podría explicarse bajo ese paraguas la atención dispensada al humor bajo el régimen republicano cuando ya estaba asentado.

La segunda cuestión, que resulta tan chocante como decisiva a la hora de hacer un cómputo de los frutos de este proyecto, radica en la propia elección de las instituciones supuestamente cuestionadas o satirizadas, nada menos que los antaño denominados grandes pilares de la sociedad –por lo menos de nuestra sociedad– a lo largo de la historia contemporánea y, me atrevería a decir, a lo largo de toda nuestra historia desde los tiempos imperiales: Corona, Iglesia y Ejército. A nadie se le oculta que, durante buena parte del siglo XX, España no ha gozado precisamente de un moderno sistema de libertades y, por tanto, no ha sido la tierra prometida en lo tocante al uso y disfrute de la libertad de expresión. Siendo así, la elección de unos pilares como los citados se nos antoja una especie de ejercicio del más difícil todavía. Dicho en otras palabras, en un ámbito en el que a duras penas se ejercitaba la libertad, el rey, las Fuerzas Armadas y la Iglesia católica representaban exactamente lo más intocable en nuestro sistema de convivencia. A nadie puede, por tanto, extrañarle que una de las conclusiones más repetidas en el variopinto conjunto de artículos que integran el volumen sea, con pequeñas variantes, la coletilla de «escasean la crítica, la sátira o los ataques» contra las mencionadas instituciones.

Bien es verdad, para no dejar nada en el tintero, que no todos los artículos abordan, como se anuncia al principio, la sátira contra esa Santa Trinidad. La susodicha diversidad de planteamientos y objetivos se extiende hasta el punto de que algunas contribuciones tratan el humor en un sentido no tan restrictivo, sino simplemente como actitud más o menos combativa de determinados medios ante el ejercicio del poder o, incluso, como crítica ácida o amable de la vida política y social. De hecho, tal es el caso nada menos que de tres de los cuatro capítulos que constituyen el primer bloque: los que se dedican a «Gutiérrez, semanario español de humorismo (1927-1934)», «Gracia y Justicia o la demolición satírica de la democracia en la Segunda República» y «La Campana de Gracia (1930-1934)». En cambio, hay más uniformidad en este sentido en los artículos que configuran el segundo bloque, pues seis de las nueve aportaciones focalizan el análisis en la monarquía, el estamento castrense o el clero.

A propósito de este último, resulta sintomático el giro que se produce en los años sesenta en el tradicional anticlericalismo español: los sectores de izquierda –republicanos, socialistas y anarquistas– que durante la mayor parte de la época contemporánea habían criticado y satirizado a la Iglesia por su hipocresía (por estar apegada de facto al poder terrenal y entregada a los placeres de la carne, en el doble sentido del término), modifican el discurso a medida que muchos curas se identifican con la «clase obrera», se incorporan a la lucha antifranquista y, además, parte de la cúpula eclesial marca sus distancias respecto al régimen. Así se advierte explícitamente en el análisis de Por favor (p. 113) y luego puede comprobarse empíricamente en los dos últimos capítulos, que se centran exclusivamente en las actitudes de determinados medios (los diarios El Alcázar y Tele/Express, por un lado, y la revista valenciana Saó, por otro) ante la evolución ideológica y política de la Iglesia en España en ese período.

Es también muy significativa la disparidad en el tratamiento de la figura del monarca entre determinada prensa republicana de los años treinta y los periódicos y revistas de la transición en la etapa posfranquista. La prensa satírica de izquierda fue, más que implacable, abiertamente cruel y descarnada con el destronado Alfonso XIII. La Traca, en particular, le dedicó unas viñetas despiadadas, asociándolo con calaveras y esqueletos, fantaseando con que fuera juzgado y encarcelado y, en fin, culminando con una ilustración macabra en la que se ve al rey Alfonso colgado de la horca, ya con la lengua fuera, y un Juan Español que lo contempla complacido y sonriente mientras expresa su opinión en estos términos: «Por ahí se debía haber empezado para que en España brillara el sol de la justicia». En contraposición, los periódicos y revistas satíricas de la Transición mostraron un respeto reverencial hacia Juan Carlos I. En parte, como se señala en múltiples ocasiones, era un problema de censura: durante el tránsito a la democracia, la Corona, más que ninguna otra institución, era intocable y no podía ser objeto de crítica o befa, bajo riesgo de denuncia, multa, secuestro o suspensión: no estaba el horno para bollos. Ahora bien, no es menos cierto que, cuando se aflojó un poco el dogal del poder, los medios periodísticos no tantearon como en otros casos los límites de lo permitido, sino que se decantaron por el extremo opuesto, es decir, la representación del monarca en términos laudatorios, comprensivos o simplemente neutros. Humoristas vitriólicos a la hora de poner en solfa a los poderes establecidos y, en todo caso, alejados de veleidades conservadoras, como Perich, Martinmorales, Máximo o Peridis, mostraban un tacto exquisito –cuando no una franca simpatía– no tanto hacia la institución monárquica per se, cuanto a la figura y al papel que desempeñaba don Juan Carlos en ese momento histórico.

Por lo que respecta, en fin, a la institución militar, el obligado respeto que también se dispensaba a la Corona y, en menor medida, a la Iglesia, se revestía aquí también de una marcada antipatía y un indisimulado temor. Estamos hablando, naturalmente, de las actitudes predominantes en los medios periodísticos de izquierda o autodenominados progresistas porque, como era previsible, la prensa conservadora –que también hacía humor– no compartía aquellos presupuestos. Con todo, el denominador común en unos y otros era nuevamente el mismo, es decir, el cuidado primoroso en no ofender al estamento castrense o que las altas esferas militares no se sintieran ofendidas. Al fin y al cabo, la sombra del incidente del ¡Cu-cut! era lo suficientemente alargada como para que, en el mejor de los casos, los humoristas trataran de nadar y guardar la ropa. Es comprensible que el aludido temor al ruido de sables llegara a su paroxismo con el asalto de Tejero al Congreso de los diputados el 23-F: un capítulo de la obra se dedica a cómo se vio el incidente desde la revista humorística El Jueves. El conjunto de las viñetas arroja un balance inequívoco, simbolizado en aquella portada inolvidable de un señor haciendo sus necesidades mientras escuchaba el transistor. Dicho en términos escatológicos, que estábamos todos cagados de miedo. La revista refleja ese miedo y se ríe de él, bien es verdad que a toro pasado, y con una derivada que remite a lo dicho anteriormente: los ojos se vuelven agradecidos al supuesto salvador y «El Jueves se deshace en elogios hacia el papel de la Corona» (p. 173).

En conclusión, los trece capítulos que integran la obra constituyen una mina de información para el historiador, el investigador o el simple interesado en la sátira política. Los autores se han atenido a una cierta uniformidad, planteando en cada caso claramente cuál es el objeto de estudio (en la mayor parte de los casos, una publicación concreta), el marco cronológico y los propósitos de su trabajo. En la mayoría de los capítulos se incorporan conclusiones y bibliografía específica, amén de ilustraciones muy jugosas que complementan adecuadamente el análisis propiamente dicho. Es verdad que todo ello presta al conjunto un carácter excesivamente académico, como de tesis doctoral, con planteamientos estereotipados, exposiciones a menudo encorsetadas y, en general, un lenguaje aséptico (incluso francamente mejorable desde el punto de vista gramatical). Pese a esos defectos, básicamente más formales que de fondo, estamos ante una obra más que estimable en un ámbito –el de la sátira y el humor– que, como decíamos al principio, ha sido sistemáticamente preterido en la investigación histórica. Lo más importante sería que siguiera profundizándose en ese camino.

Rafael Núñez Florencio es Doctor en Historia y profesor de Filosofía. Sus últimos libros son Hollada piel de toro. Del sentimiento de la naturaleza a la construcción nacional del paisaje (Madrid, Parques Nacionales, 2004), El peso del pesimismo: del 98 al desencanto (Madrid, Marcial Pons, 2010) y, en colaboración con Elena Núñez, ¡Viva la muerte! Política y cultura de lo macabro (Madrid, Marcial Pons, 2014).

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Ficha técnica

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