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Amor en tiempos de cólera

Placer licuante

LUIS GOYTISOLO

Alfaguara, Madrid, 1997

286 págs.

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Evocación y proceso de creación imponen en esta novela su estructura y su ritmo narrativo. En la mesa de su estudio de Madrid, el arquitecto Máximo Gómez Hugarte contempla la fotografía de Carmen Hériz, Maica, a la que conoció en el café «La Biela» de Buenos Aires, fotografía que le lleva a pensar asimismo en una noche de desenfreno sexual en Berna con una arquitecta argentina. «Y era el conjunto de este período de su vida lo que acababa de evocar, el conjunto y, a la vez, todo género de detalles comprimidos en un solo instante.» Por su parte, el marido de Maica, el escritor de novelas de intriga Pablo Pérez Montalbo (todo parecido con la realidad no es mera coincidencia), atormentado por los celos al conocer la relación con Máximo, decide matarla. Tanto la compleja, atormentada y repugnante personalidad del personaje como las estrategias que va imaginando para llevar a cabo sus planes lo va escribiendo en un ordenador como parte de una novela, para hacer coincidir de este modo realidad y ficción. Placer licuante es simultáneamente un triángulo amoroso y un triángulo narrativo, puesto que seguimos el desarrollo narrativo desde la perspectiva de los tres protagonistas.

A la evocación y el work in progress se añade la lectura o interpretación del texto, puesto que Maica descubre las notas del ordenador, lo que le permite reconstruir y reaccionar ante la realidad ficticia. De este modo se enfrentan dos estrategias: la de Pablo para matar a Maica y la de Maica para matar a Pablo. Asimismo, a esta interpretación de la realidad y de la ficción se añade un elemento de fatalismo trágico. En su viaje a Friburgo, Máximo contempla «el río de verde jade que serpea al fondo de un barranco y que bajo su apariencia yerta, casi solidificada, escondía sin duda tanta vida y tanta muerte, tanta agresión y tanto deseo como el mundo exterior». Una exacta definición de la novela ya desde las primeras páginas del libro, y que reaparece, modificada y en otro contexto –el expresivo o estilístico, si puedo utilizar sin eufemismos este desprestigiado término– en las últimas páginas, donde de nuevo el paisaje actúa como clave metafórica, ahora no para expresar el presagio de una tragedia sino el final feliz o luminoso del encuentro amoroso: «El paisaje de invierno se hallaba próximo a dejar de serlo. Los perfiles precisos y los colores someros o blanquecinos y las montañas increíblemente próximas gracias a la transparencia fría del aire».

La transparencia, «la concisa precisión de las palabras», es el instrumento más eficaz de esta novela. Por un lado ilumina los aspectos más oscuros de la personalidad humana, en este caso la de Pablo, por el otro los aspectos más sublimes. Pese a que he señalado la naturaleza textual del libro, aquí no hay discurso textual. Hay una acción constante, que es mental, textual y sexual. La concisión hace más acertado el sarcasmo, más exacto asimismo el retrato de una sociedad de gente acomodada y cosmopolita que se mueve en el mundo del arte y más eficaces las brillantes descripciones del paisaje. Y, en definitiva, es la voz reconocible de un autor, tanto del de Las afueras como del de Antagonía. Placer licuante tiene, pues, un especial interés por seis razones muy concretas: por el feroz ajuste de cuentas, por un replanteamiento de nuestra forma de entender, vivir y expresar las relaciones sexuales y amorosas, por el acertado retrato de un grupo social, por la dinámica textual, por una tersura expresiva y por una intriga que también se sale de la intriga convencional. Una novela además dinámica por la agitación mental, sexual y emocional, por los desplazamientos del contrapunto, por los desplazamientos temporales y por los espaciales.

El ajuste de cuentas (con un novelista fácilmente identificable y, de forma menos visible, con un psiquiatra) no es uno de los aspectos narrativamente centrales del libro. Sirve, en todo caso, para establecer cierta complicidad con el lector y para estimular la imaginación y la inteligencia demoledora de uno de nuestros escritores más brillantes en la utilización del sarcasmo. Pero adquiere su verdadera dimensión de personaje, el más negativo y contradictorio de todos ellos, el más interesante también, cuando empieza a existir narrativamente al margen del posible modelo real. Físicamente desagradable, es celoso, posesivo, obsesivo y perverso. Representa la cara sucia del sexo, expresión de su propia turbiedad moral. Sus palabras resultan repugnantes, no porque sean explícitas, sino porque son palabras inspiradas por una mente enferma. Por el contrario, el lenguaje de Máximo y de Maica, posiblemente más explícito, es un lenguaje de una necesaria naturalidad, porque expresa la libertad sin tabúes del encuentro amoroso, la entrega absoluta, la que lleva al placer licuante. En este sentido, Luis Goytisolo reivindica como natural lo que la sociedad hipócrita oculta con eufemismos.

El verdadero ajuste de cuentas es contra una concepción del amor idealizada e hipócrita y una concepción del sexo ajeno al amor que surge de una tradición basada en la culpa, la posesión y la violencia. Y a esta concepción no opone la sublimación erótica de los místicos sino el sexo realizado y el sexo nombrado: la palabra que ilumina la luz de los cuerpos. A la infelicidad sadomasoquista de Pablo se opone la felicidad de Máximo y Maica. Y Luis Goytisolo puede permitirse el lujo de ser impúdicamente cursi o tierno cuando le parece necesario porque ha sabido ser impúdicamente feroz. En la cursilería hay también una buena dosis de divertida y feliz obscenidad.

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Ficha técnica

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