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Parábolas

Lugar

JUAN JOSÉ SAER

192 págs.

La pesquisa

JUAN JOSÉ SAER

160 págs.

Las nubes

JUAN JOSÉ SAER

El Aleph editores, Barcelona, 192 págs.

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De golpe y feliz porrazo nos llegan tres libros de Juan José Saer: dos de ellos novelas, el tercero un volumen de cuentos. La pesquisa es de 1994 y Las nubes de 1997, mientras que Lugar, así se titula ese tercer volumen, apareció en 2000. Es de este último libro, más que de los otros dos, del que me quiero ocupar en las siguientes líneas.

De siempre me he preguntado a qué especial miopía debemos echarle la culpa de que el cuento carezca de la buena prensa, e ainda mais: de la buena edición que a todas luces le corresponde. Lo cierto es que las editoriales (sálvese quien deba) lo ningunean. Y le siguen propinando a los pobres lectores mamotretos de centenares de páginas que un Chejov, otro de los grandes, pongo por caso, hubiese resuelto de modo magistral en sólo una docena de cuartillas. Razón de más, pues, para que nos alegremos de que el Saer que nos entra por las puertas de la edición española también esté representado como cuentista. ¡Y qué cuentista!

Por cierto que se acostumbra a tacharlo de frío, y yo, del hielo, lo que sí sé es que su contacto quema. Y a riesgo de que se me impute masoquismo, prefiero el frío de Saer a los calores estivales de otros, que tantas veces me han hecho sudar… de vergüenza ajena. Aunque por otra parte, después de semejante maravilla como Madame Madeleine, obra de arte que no ocupa nada más que cinco escasas páginas, ¿quién se atrevería a volver a acusar de frialdad a Juan José Saer? Confieso no haber leído, en mucho tiempo, nada tan conmovedor como la historia de esta mujer normanda y tradicionalista, en burgués conflicto con una hija sesentayochera y revolucionaria que la hace abuela de un niño más argelino que la casbah de Orán. Tanto me impresionó que a la mañana siguiente no pude resistir la tentación de compartirla en voz alta con dos personas muy queridas. No es un homenaje que yo prodigue. Y de haber dispuesto del tiempo necesario habría añadido la lectura de Bien común, otras cinco páginas de antología, una espléndida parábola de la explotación del ser humano por su prójimo más próximo.

No sé bien qué admirar más en este libro, y no es retórica el expresarlo así: sencillamente me faltan otras palabras. Debo recurrir entonces a hablar del dominio del lenguaje, del pulso de un gran narrador, de la intensidad de las vivencias que nos transmite, de la multiplicidad de lecturas que admiten estos textos. En especial Gens nigra, una alegoría política, o Copión, que parece reproducir en páginas impresas aquello que los arquitectos llaman «efecto espejo», cuando en una calle (como la cortada Rodolfo Rivarola, de Buenos Aires) ambos lados son cien por cien simétricos y caminas entre ellos casi como Alicia en el momento de atreverse a atravesar de lo vivo a lo pintado. O todo lo contrario. Y como regusto final de ese cuento, lo mismo que en un buen vino, intuir que Saer nos dice algo que no debiéramos desoír acerca de las conflictivas relaciones entre Oriente y Occidente.

Lugar es un libro que incluye veintiún cuentos, algunos de ellos tan lacónicos que a duras penas rebasan la página («La conferencia») y otros que se atreven con la dimensión digamos canónica, establecida por sir Arthur Conan Doyle: esas treinta y tres páginas de «Recepción en Baker Street», donde nos reencontramos con un Sherlock Holmes en plenitud de facultades, o para formularlo de otra manera, con un Saer que se sabe al dedillo la técnica narrativa del Dr. Watson y la utiliza para lograr que nos desternillemos de la risa. Así es como trabajan los maestros. De todo hay en este Lugar, que no por casualidad se debe titular así. Cuando a veces uno se despierta del ensueño de verse leyendo algo que realmente vale la pena, y decide aplicar las normas de la estadística, pues sí, encuentra nada menos que quince veces «había/n» en menos de página y media (117/119), pero recuerda que también el viejo Homero se dormía alguna vez, de manera que lo deja pasar. Porque además ese cuento, «De un fin de semana», es lisa y llanamente fenomenal. Y si se pone uno a buscar pelos en la leche, la confusión del uso de la proposición «en» por «a» (103), pues sí, también molesta, pero es peccata minuta. Además de que aparece en otro cuento fabuloso, «Con el desayuno», que teniendo como protagonista a un judío superviviente de los campos de concentración nazis, y habiendo sido escrito por alguien de inequívoco linaje árabe, permite seguir albergando esperanzas en una entelequia llamada humanidad.

Al repasar lo que llevo escrito, antes de que con un click salga disparado hacia la redacción, advierto que he empleado una sola vez la palabra «parábola» y que no la usé más debido posiblemente a un tic de la inevitable deformación profesional. Craso error. Este volumen de cuentos de Juan José Saer es un compendio, enjundioso compendio, de parábolas. Esa es la vertiente oculta. La visible abarca sólo paradójicamente la dimensión de lo audible, porque es una escritura para ser dicha de viva voz, y nos resulta tan gratificante como un buen recital de Jacques Brel: Une valse à milletemps / Offre seule aux amants / Troiscent trente-trois fois le temps / De bâtirun roman. Sí, trescientos treinta y tres veces la ocasión (la tentación) de escribir una novela, pero ¿cuántas, cuán pocas, de escribir unos cuentos como éstos? Y, por si fuera poco, escribirlos.

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Ficha técnica

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