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Los españoles, desde dentro y desde fuera

El espíritu de Sancho Panza. El carácter español a través de los refranes

AMANDO DE MIGUEL

Espasa Calpe, Madrid, 274 págs.

Hispanomanía

TOM BURNS MARAÑÓN

Plaza-Janés, Barcelona, 267 págs.

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Cualquier observador atento de la producción bibliográfica reciente habrá podido reparar en que la última y muy abundante reflexión ensayística sobre el tema hispano intenta marcar las distancias con ese legado tradicional (regeneracionista) que puede simplificarse bajo la rúbrica de «problema español», sin que por el contrario se abandonen en la misma proporción determinadas constantes de esta modalidad de análisis: me refiero en particular al énfasis sobre el ser y el devenir de España, la cuestión de su identidad y su reconocimiento como nación en el contexto moderno, su parangón con otros países del entorno geográfico o cultural, su éxito o fracaso como proyecto colectivo (ahora reconvertido en normalidad versus anomalía), la dialéctica centro-periferia (hoy confrontación en clave nacionalista o en el mejor de los casos debate abierto sobre la articulación territorial del Estado), etc.

Si se permite la caracterización con trazo grueso, podríamos afirmar sin extravagante desmesura, y tan sólo como constatación, que sigue primando lo abstracto sobre lo concreto, lo general sobre lo particular, lo político sobre lo social, lo institucional sobre lo cotidiano, e incluso un cierto regusto esencialista (sin duda herencia del pasado) parece sobreponerse al enfoque a ras de tierra, como si en cierto modo siguiéramos condenados a reproducir el esquema de la primacía de lo oficial sobre lo real. En fin, si se entiende la boutade, se podría decir que en general se sigue hablando demasiado de España y demasiado poco de los españoles.

Hace ya mucho tiempo que Amando de Miguel persevera en una línea contrapuesta. Lo suyo son los españoles como seres de carne y hueso, sus preocupaciones y afanes cotidianos, la evolución de las costumbres, los rasgos definitorios de una manera de enfrentarse a la vida, los cambios en las mentalidades y en general todo lo que apetece, apasiona o irrita a ese ser que sociológicamente se cataloga como ciudadano medio, personal o estadísticamente considerado. Un eje de investigación que roza a veces peligrosamente el mero costumbrismo, la complacencia en lo menudo, el énfasis en lo obvio o la magnificación de lo trivial, riesgos que, como pone de relieve la prolífica obra del popular sociólogo, no siempre son fáciles de sortear, ni siquiera para quien anda como él sobrado de agudeza, recursos y ductilidad. Pero cuando De Miguel se sobrepone a su propia facilidad, nos proporciona análisis tan estimables como El final de un siglo de pesimismo o este original Espíritu de Sancho Panza que ahora nos ocupa.

Pero antes de entrar en él, es preciso dejar constancia de que la casualidad, en forma de coincidencia editorial, ha posibilitado la convergencia cronológica entre ese análisis de los españoles desde dentro (¡y qué más interior e interiorizado que el propio refranero!) y la reflexión crítica de Tom Burns sobre cómo nos vieron y nos pintaron los que llegaron de fuera, en este caso limitado a Inglaterra y los Estados Unidos: aquellos pioneros del hispanismo anglosajón que quedaron aparentemente prendados de las «cosas de España».

Y he dicho, con toda intención, en apariencia, del mismo modo que usé antes el adjetivo crítico, porque Hispanomanía (título justificado por su paralelismo con Anglomanía de Ian Buruma, pero me temo que poco expresivo en nuestro contexto), muestra con insistencia, hasta el punto de que se convierte en su leitmotiv, cómo la pasión española de esos curiosos impertinentes (como aquí reiteradamente se les cita), se convirtió en una deformación sistemática, con penosas y duraderas consecuencias, de la imagen de España y de sus habitantes en sus respectivos países y, casi, dado su nivel de influencia, en el mundo entero. Por vincular el diagnóstico de Burns con la materia que maneja De Miguel, podría traerse a colación, como especialmente oportuna, la afirmación de que «hay amores que matan». La mencionada sincronía en la aparición de estas dos obras parece invitar a la consideración conjunta de ambas, no ya sólo por un contenido en buena medida común, sino porque sus argumentos, desarrollos y hasta conclusiones, siendo diversos y hasta en algún matiz discordantes, terminan a la postre siendo complementarios. En el fondo, lo que ambos autores ponen de relieve más o menos explícitamente es que la clave del conflicto (entiéndase en sentido lato) no está tanto en la realidad observada, como en la mirada del observador. Apurando la aplicación al cuerpo social de la inevitable analogía biológica: ¿cuál es la mejor perspectiva, quién se conoce mejor, uno mismo o el que mira desde fuera? O, si se prefiere la pregunta con más intención, ¿quién se deja engañar con más facilidad?

A esta última pregunta Burns contestaría inmeditamente que el observador foráneo, sobre todo cuando es víctima de sus prejuicios, como históricamente les ocurrió en su opinión a los viajeros románticos (Ford, Borrow) y neorrománticos (Brenan, Orwell, Hemingway). Si éstos ejercieron de jueces de la realidad hispana, aquí les toca el turno a su vez de ser juzgados (y sentenciados). La «mirada del otro», diagnostica Burns, quedaba deformada por tantas dioptrías. «No hay peor ciego que el que no quiere ver», diría más contundentemente De Miguel.

Hispanomanía es en este sentido, por encima de todo, un implacable ajuste de cuentas de su autor, como magnífico conocedor de dos culturas en permanente «desencuentro», con la mayor parte de sus compatriotas (de una de sus patrias, la inglesa), de la que sólo sale indemne, y cum laude, su maestro Raymond Carr. El resultado paradójico de tanto énfasis en esa vertiente es que deja desdibujada la sustancia misma de su otra patria, la española, que aparece permanentemente como simple telón de fondo y sólo al final, en un fugaz primer plano, en el contexto de lo que el autor entiende como auténtico hispanismo (la investigación científica rigurosa), valorada sencillamente con el marchamo de «país normal», en las antípodas de la excepcionalidad que los extranjeros se empeñaban en ver (págs. 237-239).

Como De Miguel no utiliza el análisis comparado que está en la base de Hispanomanía, su preocupación no consiste tanto en rebatir o caracterizar la supuesta «diferencia española», como en fijar a través de los refranes y dichos populares los rasgos permanentes (actitudes, creencias, mentalidades) de la sociedad española a través de varios siglos, desde el XVI –o, mejor el XVII, si tomamos la referencia cervantina, que aquí tanto se utiliza– hasta nuestros días.

Lejos por supuesto de cualquier «tesis esencialista para definir el carácter social de los españoles», y dando por descontado un profundo proceso de transformaciones entre la «sociedad tradicional» y la «moderna o desarrollada» (págs. 237-238), lo que al autor aquí más le interesa poner en juego es la hipótesis de que, pese a todo, en el fondo, los españoles no han cambiado tanto como a primera vista pudiera parecer. De hecho, ese es el principio, en su doble acepción de argumento y punto de partida, que informa El espíritu de Sancho, que en el fondo no es otra cosa (¡nada menos!) que un inteligente y a la par divertido periplo por el refranero, para que éste por sí solo hable y desenmascare con sus hipérboles, retruécanos y ripios la mentalidad española de todos los tiempos, de ese «Juan Español» que «poco ha cambiado en lo fundamental» (pág. 109), como con perspicacia pero también excesiva contundencia descubre el autor en las más diversas situaciones.

Resulta curioso observar cómo a pesar de los pesares la mirada desde dentro sigue siendo más desesperanzada y pesimista, sobre el país y sus habitantes, sobre sus logros, sus capacidades y el futuro en común, que la perspectiva externa. Así, mientras que Burns exonera a España de todos los cargos que de buena (Auden) o mala fe (Wellington, Ford) con desconocimiento (Woolf y el grupo de Bloomsbury en general) o desmesura (Hemingway), acumularon sobre The Spanish Temper (Pritchett), Amando de Miguel resalta, haciendo hablar siempre al refranero, el carácter escéptico, receloso, pasivo, mendaz, malhumorado, envidioso, insolidario, inclemente, despiadado, xenófobo, mezquino y cruel de un pueblo que necesita adoptar tales rasgos como «virtudes para sobrevivir» en un medio físico hostil, en un entorno social tenebroso y en unos tiempos azotados por las calamidades de la más variada índole.

Precisamente la impresión que da El espíritu de Sancho es que al autor se le ha ido la mano en el aspecto negativo (los siete rasgos analizados son el pesimismo, fatalismo, individualismo, resentimiento, cautela, simulación y conformismo), aunque esto siempre será una cuestión abierta, pues el refranero da para muchas lecturas. En cualquier caso la que realiza Amando de Miguel es impecable, por lo sólidamente trabada y bien fundamentada. Y siempre puede traer una ristra de sentencias en su apoyo. Valga como ejemplo, para no perder la perspectiva comparada que nos ha servido de referencia, la descarnada alternativa hispana al adagio latino Tres faciunt collegium, que en inglés sigue conservando el tono social y cooperativo de Three is company: «tres españoles, cuatro opiniones». En castizo, apaga y vámonos. Toda una declaración programática.

Volvamos al principio de este comentario para felicitarnos por la aparición de estas dos obras falsamente lights. Frente al tono campanudo, la amonestación severa y la expresión abstrusa de tantos libros recientes en este ámbito, las aportaciones de Tom Burns y Amando de Miguel se agradecen por varios sentidos: en primer lugar, por su enfoque y por su originalidad, aspectos ya suficientemente subrayados, pero también porque demuestran que, al igual que la seriedad no está reñida con el sentido del humor (elemento, por cierto, que tampoco escasea en estas páginas), el rigor, la perspicacia, el ingenio o la erudición (por citar casi al azar otros ingredientes) no necesitan revestirse de una exposición engolada o un lenguaje farragoso. Bienvenido además sea todo ello si contribuye a diluir las barreras artificiales que encorsetan al ensayo de estas características. Con independencia de las reservas o discrepancias puntuales que susciten –algo casi necesario por otra parte– estamos ante libros que se leen con fruición, como una bocanada de aire fresco.

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Ficha técnica

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