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Las Rémoras

ELOY URROZ

Seix-Barral, Barcelona, 408 págs.

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En la contraportada de este libro puede leerse que su autor pertenece a «una nueva generación de narradores que está cambiando el mapa de la literatura actual en lengua española» denomínase «del crack», posiblemente para distinguirla de «la del boom», que es la precedente, y con toda seguridad de «la del splash», que la sucederá, si los dioses del buen gusto, o el buen gusto de los dioses, no lo remedian. Pero es hora de que hablemos de Las Rémoras, partiendo de la base de una de las únicas dos razones respetables, según Evelyn Waugh, para leer un libro escrito por otra persona: que te pagan por reseñarlo.

Desde hace algún tiempo vengo teniendo cada vez más intensa la sensación de que la narrativa en lengua castellana está padeciendo una fuerte indigestión de mímesis quijotesca. Los nuevos autores parecen empeñados en demostrar: a) que han leído a fondo El ingenioso hidalgo; b) que aprendieron no menos a fondo los procedimientos novelescos inventados por el manco alcalaíno; y c) que saben usarlos. El resultado, sin embargo, da la impresión como si creyeran que el libro de los libros no lo escribió Cervantes sino el Caballero de los Espejos. Las Rémoras es un acabado ejemplo de lo que digo.

En este libro de Eloy Urroz se albergan dos relatos principales que funcionan según el esquema de que el autor de cada uno de ellos es respectivamente personaje del otro, amén de que entre esos dos relatos se intercalan otro relato más, una confesión por escrito, y un fingido relato oral diagramado dentro del texto de tal manera que lo podamos seguir a lo largo del recorrido de 126,4 km por un automóvil en un tiempo medido exactamente: 1 hora 20'14". Esto último me recordó bastante aquel bonmot de un humorista neerlandés: «Joop Zoetemelk participó en una carrera contrarreloj. Ganó el reloj». Acá también: la técnica fue la que se llevó el gato al agua.

Con lo cual quiero decir que desde el punto de vista técnico el libro resulta impecable. Pudiera ser, como el propio autor se encarga de decirnos, curándose en salud o por mera coquetería, que a lo mejor quede algún cabo suelto, alguna contradicción, algún despiste cronológico, pero me da en la nariz que no. Me da en la nariz que Las Rémoras ha sido pensado, escrito y armado con la precisión de un mueble de Ikea. Si acaso habría que señalar un exceso de tornillos en la bolsita de las conjunciones disyuntivas, aunque no me atrevo a hacerlo: no vaya a ser que el uso machacón de esos «o» fuese una elocuente muestra de habilidad artesanal. Pero pondré un ejemplo para que mejor se entienda lo que digo: «De cualquier manera, se paseaba durante el día por el corredor de arriba o por la sala donde deambulaban las demás mujeres, fumando o bebiendo, cuando no estaba con otros chicos nadando en el mar o sacrificando aguamalas. Tenía seis años y su padre había muerto o nunca existió, nadie podía saberlo» (pág. 50). ¡Ay!

Hay (no es chiste) una frase clave en este libro, al menos para mí, y se encuentra en la pág. 357, cuando acaban de encontrarse y conocerse por fin personalmente los dos narradores que son sus respectivos protagonistas: «Todos se quedaron callados, en suspenso, sin saber qué más podían decirse aparte de lo escrito». Ecco!, escribí al margen. Es un libro este que muere en sí mismo, en el que los personajes no sabrían qué más podrían decirse aparte de lo escrito, y que además no ha sido escrito por ellos, sino por Eloy Urroz. Pues a pesar de toda su innegable destreza de carpintero, al autor del conjunto se le ve el plumero en las cinco narraciones que confluyen: las voces narrativas brillan por su ausencia, no hay una modulación de tonos que nos permita identificar, reconocer, distinguir al autor de cada uno de los relatos. Es todo uno y lo mismo. También aquí registro una autocura en salud (pág. 290): «Usted no hace ninguna distinción entre el autor y el narrador, ambos son el mismo, es decir, usted». Pero se trata de una rueda de molino tan grande que nadie comulgaría con ella sin atragantarse.

Quedaría aún por examinar un último aspecto de Las Rémoras: la trama, lo que antaño solía calificarse como argumento. Lamento defraudarles si les digo que no deseo resumirla, por lo prescindible y baladí, pues en realidad no es nada más que un pretexto para el lucimiento de la técnica. Es algo así como si Molly Bloom hubiese sido inventada para demostrar el monólogo interior, y no al revés: el monólogo interior para revelar a Molly. De manera que hay asimismo acá un gran fallo narrativo, que se potencia por el hecho de que el libro abunda en disquisiciones psicologizantes acerca de por qué se ama o por qué no, disquisiciones que hasta encajarían muy bien en alguna que otra novela de Corín Tellado, sólo que la asturiana es demasiado lista como para perder el tiempo con ellas.

Dentro del capítulo de curiosidades, en Las Rémoras se asiste a la paradójica circunstancia de unos cuerpos enjutos que se secan (pág. 180) y a la no menos paradójica de un personaje que se mete al mar, dentro del cual camina enjuto (pág. 210): con la cantidad de sinónimos que existen para flaco o delgado, el uso del «enjuto» en semejantes contextos resulta por lo menos cómico. Se aprende también en este libro un poco de oceanografía, por ejemplo, que las pleamares suceden a mediodía y las bajamares de noche (pág. 28). Y descubrimos, para gran sorpresa nuestra, que el sacerdote interpretado por Montgomery Clift en Yo confieso de Hitchcock se hubiese podido librar de la horca por el sencillo expediente de romper el secreto de confesión, como lo hace y lo pregona, y lo remacha, el cura Roldán en Las Rémoras (pág. 384). ¡Ah, estos curas posconciliares mexicanos no son como el de Graham Greene en El poder yla gloria! Pero como Woytila se entere de que no les importa violar el secreto de confesión, capaz es de dessantificar a Juan Diego.

Lo siento. Lo siento tanto más cuanto que creo que Eloy Urroz sabe escribir y sabe contar una historia. Pero entiendo que su devoción casi idolátrica a la técnica no es el mejor camino para llegar al corazón de los lectores.

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Ficha técnica

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