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La victoria de Apolo

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La novela de un literato, de Rafael Cansinos Assens, es una especie de telaraña gigante donde quedan atrapados como insectos cientos de personajes de la movida madrileña de finales del siglo XIX y principios del XX. Lo que vino a llamarse la «bohemia», aquella caterva de harapientos intoxicados que jugaban a buscar la gloria como escritores. Cansinos secreta su seda y envuelve todos los cuerpos con un punto de maledicencia, a ratos de desprecio oculto bajo los diminutivos: Andresito, Joaquinito, Moyita… De aquella bohemia escaparon muy pocos. El más llamativo fue Joaquín Dicenta,, a quien Cansinos llamó «escritor macho» en su necrológica, arrancado del mundo de la picaresca, el sable y la taberna ?por mucho que siguiera dado a la juerga, ahora con más posibles? por el éxito de su obra Juan José.

Juan José se estrenó en octubre de 1895 y tuvo una acogida apoteósica. El crítico teatral Lope Laudi (de quien no he logrado hallar dato alguno) resumió la trama mejor que nadie: «¿Tesis? Ninguna, según el propósito del autor; pero en realidad la de toda obra en que resulte que la miseria y la ignorancia llevan al hombre, cuando las pasiones agitan su alma, al crimen y al presidio. ¿Acción? Sencillísima; la que nos da todos los días la crónica de sucesos de los periódicos, “en la calle de tal, el albañil Juan Fulánez mató al carpintero Pedro Zutánez por culpa de María Mengánez, que tras de vivir maritalmente con el primero dos o tres años se marchó con el segundo”. Unas veces el muerto es él; otras muere ella; algunas se suicida el matador; la prensa da cuenta del suceso en veinte líneas, o en doscientas si tiene detalles sensacionales, y… y tapus nang cuento» (El correo militar, 30 de octubre de 1895). Es decir, un melodrama costumbrista, estrictamente basado en el determinismo, que despertó las conciencias de los españoles en una época en la que comenzaban a acelerarse las agitaciones de carácter social.

Melchor de Palau destacó, en su detenida crítica en la Revista contemporánea (núm. 482, 30 de diciembre de 1895), que su éxito no se debió tanto a su calidad literaria, muy por debajo de otras obras contemporáneas, sino a la audacia de Dicenta al naturalizar «el amor libre», es decir, la unión de macho y hembra sin la unción sacerdotal. Los burgueses que esperaran de una obra proletaria atisbos de anarquía y bombas se encontraron, por el contrario, con una obrita romántica que lo único que hacía explotar era el sentimentalismo de los espectadores. Solamente los periódicos más conservadores renegaron de Juan José, como El siglo futuro o El movimiento católico. En el primero, el artículo que prestaba atención al drama terminaba así: «¡Qué desilusión! … … Y ¡qué asco!» («Filosofías socialistas», por Equis, 9 de noviembre de 1895). En el segundo, el crítico se cebaba con Dicenta, acusándolo de haber creado un barrizal que no mostraba a los obreros, que también existían, matrimoniados conforme a la ley divina (13 de noviembre de 1895). De esta manera, no tanto por su arte como por su intuición para acertar con la psicología del momento, Dicenta escapó de la bohemia, de la pobreza, del ideal apagado con vinachos y media tostada como menú diario.

La editorial Renacimiento ha recuperado un libro de Dicenta de 1903, Espumas y plomo, subtitulado Cartas sin sobre y otras crónicas sociales. Se trata de una compilación de reportajes y artículos escritos en prensa por el autor aragonés. El panorama periodístico de la época era envidiable. Las cabeceras de los periódicos se contaban por docenas. Como recuerda José Ramón Trujillo en el prólogo, la Ley de Policía de Imprenta de 1883 https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=51263&orden=1&info=link hacía desaparecer el delito de imprenta, lo que, entre otras razones, fomentó la creación de nuevos rotativos. En aquellos pesebres pastaba la tribu de los bohemios, colocando aquí un cuento, allá unos versos, hasta la aparición de las colecciones de literatura popular, que consiguieron difundir sus obras dándoles algo más de empaque. Eso, cuando encontraban tiempo para escribir, entre sablazo y borrachera.

Espumas y plomo recoge en un primer bloque las crónicas del viaje que Dicenta hizo, a bordo del vapor Wifredo, entre Barcelona y las Canarias. En un segundo apartado, los reportajes sobre el trabajo en las minas, estudiados a fondo por Miguel Ángel del Arco  . Un capítulo final reúne otros artículos sueltos, el último de ellos el titulado «Los bohemios». Es un artículo interesante. Dicenta bebía a gusto. Cansinos le retrata a menudo con el porrón de tintorro al lado, y recuerda su gran capacidad de trabajo: «Escritor ante todo, nunca dejó de redactar su crónica de El Liberal, ni aun en sus noches de borrachera. En El Sanatorio, que frecuentaba, tomaba en esos casos una taza de café bien cargado y se encerraba en un reservado para escribir su crónica».

El Sanatorio era una bodega de la calle de la Cruz, en el número 21, cuyo dueño tenía un nombre sonoro, muy propio de la época, León de la Carrera (¡para cuándo una guía de las tabernas del Madrid de los bohemios!). Café cargado para matar la borrachera. Y mucho trabajo. Que es de lo que trata su artículo sobre los bohemios, a quienes critica su languidez laboral, su marasmo y su manera de dejarse llevar por el aplauso fácil. Sorprende la aparente contradicción del dipsómano Dicenta reprochando a los bohemios que tomen del aguardiente que agota el cerebro. En la prensa católica, el crítico Froilán León lo llamó «socialista de cervecería» («La comedia socialista», en La Lectura dominical, 9 de enero de 1898), y lo ponía al frente de los bohemios, de la «tropa germinalista». Pues bien, el artículo de Dicenta parece escrito por el mismo León, si bien con más gracia e, incluso, con más saña. Su ferocidad contra los escritores desharrapados, «el montón anónimo de las nulidades» es llamativa.

Dicenta alaba la «bohemia del arte», la que soporta la miseria como un enemigo a vencer mediante el trabajo: «Esa es la bohemia, la que consiste en derrochar la vida y el ingenio y el oro, sin fijarse en el mañana; pero cuidándose del hoy y combatiendo a diario por algo». Vamos: a Dios rogando y con el mazo dando. Contra esa bohemia de la adversidad, Dicenta contrapone la «bohemia de la impotencia», la del tahúr, el mendigo y el miserable. Me recuerda aquello que decía Torrente Ballester sobre la impresión que le causó un ensayo de Edgar Allan Poe sobre la escritura de los poemas (quizá «The poetic principle») y que le reveló la conciencia que nutre el arte; es decir, «admitir que lo que uno inventa bajo el influjo de Dionisos tiene que trabajarlo bajo el influjo de Apolo». No creo que haya mejor consejo para un escritor o para un letraherido: café cargado y un rincón donde dar rienda suelta a tenacidad y la pasión por el trabajo.

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Ficha técnica

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