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Hechuras de vida

Cuentos completos

MERCÈ RODOREDA

Fundación BSCH, Madrid, 398 págs.

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El año que viene, se cumplirá el vigésimo aniversario de la muerte de Mercè Rodoreda (1909-1983), autora de La plaça del Diamant, quizá la novela más relevante y conocida de la literatura catalana del siglo XX . Publicada en 1962, significó la eclosión de esta escritora barcelonesa que había iniciado su carrera novelística en los años treinta y que compartía con Carles Soldevila, Josep Pla, Josep M. de Sagarra o Francesc Trabal la preocupación por dotar a la literatura catalana de una prosa liberada de los paralizantes formalismos que preconizó en el primer tercio de siglo el Noucentisme y que llevó a la narrativa catalana a un callejón sin salida, hasta el punto de hablarse de «una generación sin novela». En 1925, y desde las páginas del diario La Publicitat, Josep M. de Sagarra publicó dos artículos en los que pedía a los autores catalanes que perdieran el miedo a la novela.

En 1932, la escritora barcelonesa publicaba ¿Soy una mujer honrada?, obra de aprendizaje de un experimentalismo que abandonaría prontamente, hasta cuajar en 1938 su primera novela redonda: Aloma. Galardonada con el Crexells, en plena guerra civil, culminaba una década de formación literaria adobada con una asidua presencia en las páginas de periódicos y revistas donde publicaba cuentos. El zarpazo de la contienda sumió a Rodoreda en la diáspora de la intelectualidad catalana. Las calles de Barcelona y los jardines del barrio de San Gervasio quedaron durante décadas congelados en la memoria. Junto con su compañero Armand Obiols (seudónimo de Joan Prat, periodista y traductor de la Unesco) vivió largos años de exilio en Francia y Suiza. Como explicó la propia Rodoreda, la derrota de 1939 abría un viaje «au bout de la nuit». Con la invasión alemana de París y el incendio de Orleans como trasfondo, dejó de escribir y se dedicó a la única actividad aconsejable en aquellos momentos: la supervivencia. Pero aquellos dantescos escenarios, como los jardines de su juventud barcelonesa, acabarían por ser materia literaria.

Hacia 1945, Rodoreda retomó la escritura con las primeras narraciones que acabarían configurando Veintidóscuentos. En aquellos tiempos a salto de mata, el cuento resultaba el género más idóneo; así, entre los azares del forzado exilio y las interminables jornadas dedicadas a la costura de la subsistencia, Rodoreda fue desgranando historias: «sin saber dónde iba, por obstinación, por una especie de fidelidad a la vocación de mi adolescencia». La Fundación BSCH ha reunido en el volumen Cuentos completos los tres libros de relatos que publicó en vida Mercè Rodoreda: Veintidós cuentos (1958), Mi Cristina y otros cuentos (1967) y Parecía de seda y otras narraciones (1978). Con prólogos de Joaquim Molas y Carme Arnau, el volumen recoge todas las gradaciones de una producción nacida en ciudades diversas, pero con unas señas de identidad de las que bebe su ópera magna Laplaza del Diamante y que subyacen en otras de sus novelas: La calle de lasCamelias, Espejo roto y Cuanta, cuanta guerra... Lectora desordenada pero de elecciones certeras, se nutre de lo más sustancioso de Cervantes, Homero, Proust, Poe, Kafka, Virginia Woolf, o Katherine Mansfield. Sus historias tienen en común un lirismo que no cae nunca en la tentación sentimentaloide y traslucen la amarga percepción de la madurez aliñada la mayoría de veces con el desamor y el inventario de las ilusiones perdidas.

En Veintidós cuentos conoceremos a la Rodoreda que aplica el espejo al borde del camino, mientras cose de sol a sol. Le toma las hechuras a los vestidos y a la vida y combina la máquina de coser con las letras y unas flores cuyas tonalidades aportan una carga simbólica decisiva. La rutina conyugal que engendra silencios abona historias como Tarde en el cine o Viernes 8 de junio. Las largas jornadas de costura a destajo se tejen en Aguja enhebrada y de la omnipresente guerra nacen cuentos como Muerte de Lisa Sperling, o Nocturno. La asunción de la madurez que refleja sus arrugas en el espejo y acaba por agostar flores y jardines se expresa en La sangre y Verano.

Publicada diez años después, Mi Cristina y otros cuentos supone un cambio de registro en la Rodoreda cuentista. El realismo y deudor de Chéjov y Mansfield da paso a la fantasía y denota las influencias de Poe, Kafka, Cortázar, el suspense de Hitchcock y las lecturas del realismo mágico. La escritura coloquial «marca de la casa» se pone al servicio de una imaginación que no desdeña el esoterismo, los cementerios y vivencias al margen de las convenciones sociales. El espejo y las flores deparan ahora espejismos y colores que denotan presagios. La destilación del oficio de vivir iniciada en el libro anterior produce un bebedizo narrativo que nos adentra en los pliegues de la existencia y la soledad de unos personajes que miran de cara a la muerte.

El tercer libro incluido en el presente volumen, Parecía de seda y otras narraciones, viene a conjugar las virtudes de los dos anteriores. De nuevo en Cataluña, la escritora consagrada sacrifica toda voluntad unitaria para recomponer su mosaico de registros narrativos. Las experiencias de la guerra resurgen en Noche y niebla y Orleans,3 kilómetros; la simbología floral se une a la infidelidad conyugal, las reflexiones sobre el acto de escribir y los recuerdos. Son los últimos años de su vida, en la casa de Romanyà de la Selva (Girona), su último refugio. En el relato Parálisis, esta mujer esquiva e inaprehensible se sincera: compendia sus preocupaciones como narradora y la materia y memoria que inspira su obra; nos habla de la «dedalera», una planta con flores púrpura y en forma de dedal y los árboles de Ginebra se entremezclan con el jardín del San Gervasio de su infancia. Es la lucha de esta magistral modista de la escritura. La coloquialidad, la frase que le toma las hechuras a la vida; la que capta la procesión de los días, el tañido de la rutina y el desencanto y los rincones más ignotos de lo cotidiano: esa es la victoria de Rodoreda. Rescató la novela catalana del manierismo y la entroncó formalmente con la narrativa contemporánea. «A la vida de verdad no llega nadie. Intentos, pruebas. Ensayos.» Rodoreda lo consiguió. Aunque a veces sus flores muestren las texturas ajadas de la monotonía, a la postre vence su estilo con reflejos diamantinos y fulgor de espejos rotos al sol.

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Ficha técnica

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