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La inclemencia en un continente a la deriva

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A pesar del título de esta columna, no hablaremos hoy ni del clima ni de la tectónica de placas, sino de la crueldad de la inmoderación, algo completamente opuesto a la alabanza de la moderación, en las personas y en las instituciones sociales, con que comenzamos el nuevo curso la semana pasada.

En menos de tres semanas, el 2 de octubre, tendrá lugar la primera vuelta de las elecciones presidenciales en Brasil. Poco después, el 8 de noviembre, tendrán lugar las elecciones midterm en Estados Unidos, en las que se renueva la Cámara de Representantes (The House of Representatives) en su totalidad y la tercera parte del Senado (The Senate). En Argentina, suponiendo, claro está, que no se desestabilice la situación política antes de poder llegar a ellas, el proceso de elecciones presidenciales comenzará el domingo 23 de agosto de 2023 con las elecciones primarias, abiertas, simultáneas y obligatorias (denominadas PASO, y no bromeamos), que darán lugar a la primera ronda de las presidenciales en octubre del mismo año.

La población de estos tres países es de unos 600 millones de habitantes, aproximadamente el 57,6% de la población del continente americano, cifrada en poco más de mil millones. De estos 600 millones, más de la mitad podrán ejercer el derecho al voto en el curso de un año para decidir si rechazan el «bolsonarismo» en Brasil, si consolidan el rechazo al cáncer social del «trumpismo» en Estados Unidos, y si deciden romper el ciclo de deuda y miseria en Argentina. Todo ello, repitámoslo, en el curso de poco más de un año, y sin necesidad de considerar hoy las elecciones presidenciales en Estados Unidos, en noviembre de 2024.

Sabemos que Venezuela lleva años empobreciéndose, que Cuba languidece sujeta a la dictadura del pasado, que Chile se debate con fuerza entre el pasado y el futuro, que Perú yerra en su celo populista y echa el freno sin saber si llegará a parte alguna, que Colombia promete el paraíso sin saber si cumplirá, que México se desangra y se vuelve a desangrar sin que nadie con poder parezca apiadarse de la hermosa e infeliz tierra de Pedro Páramo. Y sabemos que Canadá en el norte y Uruguay en el sur representan islas de estabilidad, al menos comparados con el resto de los países citados.
Pero los tres países con que comenzamos nuestra entrada esta semana son, en hecho y en potencia, decisivos para el futuro del continente. Y lo son no solo por su población, especialmente en Estados Unidos y Brasil, sino también por su extensión y recursos naturales (todos ellos), y por su enorme riqueza real (Estados Unidos) o potencial (Brasil y Argentina).

La inclusión de Estados Unidos en esta triada está justificada por razones más poderosas que la geográfica o la historia. Es cierto que la historia común y conflictiva de los últimos cien o doscientos años ha creado lazos duros e ineludibles con México, América Central, Chile, Venezuela o Colombia, por citar unos pocos. Pero hoy queremos destacar las amenazas respectivas que los procesos electorales que se avecinan en estos tres países podrían ayudar a despejar. Dejaremos para otra ocasión el desarrollo de una atrevida idea que se nos acaba de ocurrir. La idea de que una resolución razonable del presente problema migratorio en el continente americano podría ser una clave importante, con condiciones, para un sonado triunfo socioeconómico que dure varias generaciones.

Brasil

Un medio tan poco sospechoso de radicalismo como es el semanario The Economist destaca, en un artículo reciente, el peligro que la reelección de Jair Bolsonaro representa para Brasil y para el mundoVéase https://www.economist.com/leaders/2022/09/08/win-or-lose-jair-bolsonaro-poses-a-threat-to-brazilian-democracy.. También destaca The Economist, la habilidad con que Bolsonaro ha aprendido a utilizar las mismas tácticas que Donald Trump utilizó para crear la impresión de que iba a ganar y de que si no ganaría, ello sería debido al fraude electoral sistemático de sus oponentes. Esta es exactamente la narrativa que Jair Bolsonaro está creando hoy, frente a su oponente, un renovado Lula da Silva, un buen presidente, de izquierda y práctico, entre 2003 y 2010. A menos que el venenoso Bolsonaro sea derrotado por un amplio margen que no deje sombra de duda sobre el resultado electoral (el sistema electoral brasileño es bastante fiable), la «gran mentira» de Bolsonaro, copia exacta de la «big lie» de Trump, hará tanto o más daño en Brasil como esta lo sigue haciendo en Estados Unidos.

Hará más daño porque ya lo está haciendo. El señor Bolsonaro incita a la violencia entre sus seguidores de forma rutinaria gritando «ametrallemos… a los seguidores del Partido del Trabajo», el partido de Lula. En los primeros meses de 2022, como cita el artículo en The Economist, más de 45 políticos fueron asesinados. Los militares brasileños, que dejaron, de mala gana, el poder en 1985, están involucrados en la economía y la corrupción del país. El expolio de la Amazonia ha crecido en un 70% durante su mandato porque el presidente no hace nada para evitarlo.

Las encuestas hoy dan un holgado margen de victoria a Lula da Silva, cuya amplia victoria sería esencial para limitar el daño que Bolsonaro ya ha causado a Brasil. Si bien los problemas de fondo en Brasil no se resolverán con la victoria de Lula da Silva, se sentarían unas mejores bases para que el país siga prosperando.

Estados Unidos

A estas alturas del ciclo político americano, casi dos años después del comienzo de la administración Biden, se ven con más claridad las peligrosas corrientes en que se debate el futuro próximo del país. En primer lugar, la dificultad para sacar adelante la agenda económica y social del presidente Biden, debido a una exigua mayoría en el Senado, un único voto de calidad, el de la vicepresidenta Kamala Harris. Exigua y a veces inexistente, porque dos senadores, Sinema de Arizona y Manchin de Virginia del Oeste, han decidido con frecuencia no apoyar a Biden. A consecuencia de lo cual, la ambiciosa agenda del presidente no será implementada completamente. Y, sin embargo, el presidente Biden ha conseguido victorias legislativas recientes que están invirtiendo rápidamente su baja popularidad en las encuestas y mejorando significativamente las perspectivas de su partido en las elecciones de noviembreVéase https://www.politico.com/news/2022/08/09/joe-biden-legislative-wins-00050461. https://www.npr.org/2022/08/19/1118419271/-4-trillion-how-the-biden-administrations-legislative-successes-became-reality. .

En segundo lugar, la Corte Suprema de Estados Unidos, cuya composición el líder de los Republicanos en el Senado, Mitch McConnell, incitó a Trump a proponer y cuya aprobación McConnell facilitó, se ha visto muy seriamente enfrentada con la mayoría de la población americana, al eliminar el derecho al aborto que el precedente de Roe v Wade (1973) había establecido. Un número récord de mujeres están inscribiéndose en los registros electorales. Líderes republicanos, especialmente quienes quieren ser reelegidos este noviembre, están borrando de sus páginas de internet, con toda celeridad, sus rimbombantes declaraciones previas en contra del aborto. Parece que, según dicen los cínicos estos días, los miembros de la mayoría radical conservadora de la Corte Suprema, debieron de haber suprimido el derecho al voto de las mujeres, antes que eliminar el derecho al aborto. Y creemos que nos les falta razón. A muchos candidatos Republicanos, les está entrando el canguelo en el cuerpo.

Finalmente, y sin ser exhaustivos, la ya criminal insistencia de Donald Trump y sus incondicionales en el Congreso americano (representantes y senadores) y entre muchos de sus seguidores mediáticos, de mantener la «big lie» de que los Demócratas le robaron la elección de 2022. Afortunadamente, las recientes revelaciones de la posiblemente criminal retención por parte de Trump de documentos propiedad del Estado clasificados como «secreto» y «alto secreto», están causando quebraduras en el férreo dique de incondicionales en el Congreso que protege a Trump. No será suficiente ya que sus «enablers» y sicofantes están apostando al caballo perdedor de forma sistemática, posiblemente para defender sus sueldos y privilegios.

Lo que si puede ser suficiente es la incansable y disciplinada labor del Departamento de Justicia federal y de departamentos similares en varios estados para investigar e incriminar a Trump y sus «golfos apandadores». En las últimas semanas se han enviado a estos individuos, incluidos Trump y sus familiares, multitud de citaciones legales (subpoenas) para testificar y entregar documentos, incluidos mensajes SMS y electrónicos, y llamadas telefónicas. Se están produciendo detenciones (la de Steve Bannon, el «dark lord» de Trump, por ejemplo) y condenas. Parece como si se hubiera alcanzado el umbral de una singularidad política. Es el sálvese quien pueda.

Las consecuencias potenciales de estos desarrollos hacen que las elecciones de este noviembre sean, en nuestra opinión, tan transcendentes como las presidenciales de los años bisiestos. Hagamos notar que la experiencia en las elecciones americanas de la historia reciente es que las midterm tras la elección de un nuevo presidente resulten en pérdidas tanto en la Cámara de Representantes como en el Senado para el partido del presidente. Esta vez, se esperan resultados para el partido Demócrata mucho mejores de lo que la experiencia indica. El presidente Biden parece haber encontrado una nueva energía, expresada en un combativo discurso pronunciado hace unas semanas, en el que decidió enfrentarse directamente a la amenaza del trumpismo y de sus votantes. La reacción de estos fue de santa indignación, pero la mayoría de los votantes parecen estar hartos de Trump y sus «golfos apandadores». Y los Republicanos razonables, de los que hay muchos millones, y a los que Biden claramente separó de los «MAGA Republicans» de Trump en su discurso, se declaran frustrados, irritados y temerosos de un vapuleo electoral por la insistencia de Trump de mantenerse en el candelero de la noticia.

Y la violencia. Sin las brutales consecuencias que las incitaciones de Bolsonaro han tenido, Trump y varios de sus íntimos colaboradores, el mismo Steve Bannon en sus podcasts y durante su detención hace unos días, lanzan veladas referencias a la violencia que se produciría si Trump fuera encausado y condenado. Fox News, otros medios afines, personalidades varias… el griterío está subiendo de tono y el FBI se muestra activo detectando y eliminando amenazas, fundamentalmente de milicias supremacistas, que están envalentonadas no ya desde la llegada de Trump, sino desde la llegada del primer presidente negro, Barack Obama. No habrá guerra civil, como muchos alarmistas aseguran, pero si puede haber violencia de extrema derecha en los próximos meses o años. Una versión de signo opuesto a las Brigadas Rojas, la banda Baader Meinhof y ETA en la Europa de hace décadas.

Argentina

El reciente fallido atentado contra la vicepresidenta Cristina Fernández de Kirchner, el pasado 1 de septiembre es dramático, además de por el terror desatado contra la vicepresidenta, porque introduce un elemento de violencia política que es lo que menos necesita este desdichado país en estos momentos.
En Argentina se suceden las crisis de deuda y monetarias, no importa quien gobierne. El resultado es una inflación estructural que hoy se calcula entre el 70% y el 90% anual, una crisis monetaria, con devaluación real o disfrazada (existe un peso rural, un peso turista, etc.) y un gasto publico incapaz de moderarseVéase https://foreignpolicy.com/2022/08/15/argentina-imf-debt-massa-fernandez/. Todo ello con la consiguiente estela de corrupción, en la que se encuentra hoy metida la mismísima vicepresidenta, por comisiones en obras públicas que se alega fueron ilegales durante su mandato presidencial y que ascienden a mil millones de eurosVéase https://www.economist.com/the-americas/2022/08/25/argentinas-vice-president-could-face-12-years-in-prison. .

Hasta poco después de la Segunda Guerra Mundial, Argentina era un país rico en comparación a los más desarrollados del mundo y el más rico de Latinoamérica. Hasta 1915 había crecido a un ritmo del 6% anual, entre los más altos del mundo entoncesVéase https://www.economist.com/briefing/2014/02/17/a-century-of-decline. Tras la Segunda Guerra Mundial, Argentina entró en decadencia, salpicada por golpes militares, 1930, 1943, 1955, 1962, 1966 y 1976, la última, porque resulto desastrosa económica, social y políticamente. Hubieron de pasar más de sesenta años hasta que un presidente fuera elegido democráticamente, en 1989. A pesar de periodos de alto crecimiento en los primeros años noventa (Carlos Menem) y mitad de la primera década de este siglo (Néstor Kirchner, y bonanza de precios de materias primas), la degradación de la economía argentina continuó sin pausa. El resultado ha sido sufrimiento y pobreza para la población, creciente, menos favorecida.

El de Argentina es un caso paradigmático que aflige a toda la región. Desde el Rio Grande hasta el estrecho de Magallanes. ¿Por qué razones?

La inclemencia en el sur

Es habitual, en apresurados y no tan apresurados análisis, culpar al capitalismo y a la injerencia de Estados Unidos en la postración, si no la violencia, en que se encuentra el subcontinente. Pero al margen de los efectos perniciosos que tales instituciones puedan causar –pero solo los perniciosos, ¿eh?– nos interesan más las causas internas. Y lo primero que destacamos en Latinoamérica es un estrepitoso y bastante extendido fracaso del buen gobierno. La corrupción, la desigualdad extrema, la violencia gratuita… si estas son las señales de un imperio «generador», que venga Dios y las vea.

Un reciente análisis elaborado por el Nobel de economía Edmund Phelps (2006) y el profesor Juan Vicente Sola, de la Universidad de Buenos Aires, provocativamente titulado What’s the Matter with South America? (¿Qué pasa con Sudamérica?), intenta proporcionar respuestas más allá del acartonamiento o de la rigidez ideológicaVéase https://www.project-syndicate.org/onpoint/south-american-corporatism-limiting-growth-by-edmund-s-phelps-and-juan-vicente-sola-2020-07.. Este trabajo es sumamente interesante porque pone el dedo en la llaga de la estructura corporativa que los gobiernos de la región comenzaron a adoptar a partir de los años treinta del siglo pasado. Mussolini, Franco y de Oliveira Salazar proporcionaron modelos de «tercera vía», en pretendida superación de capitalismo y comunismo, salpicados con encíclicas papales en que el pueblo armonizaba con el empleador y el Estado se ponía al servicio del progreso de la nación. Si esto les suena conocido, queridos lectores, no nos extraña lo más mínimo. Añádanse al corporativismo estamental del que hablan Phelps y Sola el fracaso de gobernanza dejado por la retirada del imperio, de la cual se vienen celebrando doscientos años, a lo largo y ancho de la región, y acabaremos con sólidos fundamentos para avanzar en la búsqueda de respuestas.

Como por ejemplo, la actitud de los ciudadanos, al comienzo del presente milenio, frente al valor de la iniciativa, no ya empresarial, sino la que surge en el trabajo, entre empleados. O la actitud frente al nivel de reto e interés que sus trabajos puedan ofrecer. O la actitud frente al logro de metas personales. Las estadísticas ofrecidas por Phelps y Sola son de sumo interés.

Los autores reconocen la dificultad en establecer la línea de causación. ¿Pavimentaron los valores tradicionales de las sociedades sudamericanas el camino para llegar a las instituciones corporativas en que estas se organizaron, o fueron estas instituciones corporativas las que impidieron la modernización que en su ausencia hubiera podido producirse? Los autores afirman la primera línea de causación, pero no descartan que la segunda exista.

El resultado de estas fuerzas sociales y económicas abrumadas por el peso de la historia es más esfuerzo inexistente o tirado por la borda del necesario, más pobreza y más dualidad que la tolerable, y más violencia, mucha más, que la humanamente deseable. A la vista está.

La inclemencia en el norte

Estados Unidos es un país dinámico e innovador. Pero adolece de un pecado original que solamente hoy se está empezando a reconocer de forma que llegue al sistema de educación en que se forman, o deberían formar los ciudadanos. No es la primera vez que las cuestiones de racismo y desigualdad se discuten en la plaza pública, pero hoy parecen más urgentes porque el consenso entre dos partidos políticos nacionales se está destruyendoVéase https://www.rollingstone.com/politics/politics-features/how-historian-jill-lepore-found-a-whole-new-story-to-tell-about-american-history-775726/.. Y se está destruyendo, en parte, porque estas importantes cuestiones siguen sin resolverse y hasta parece, en los distorsionados tiempos de la realidad histórica, que se han agudizado. Donal Trump es tan síntoma como causa de la destrucción de dicho consenso. El partido Republicano lleva décadas intentando desmantelar el estado de bienestar. La ascensión de Barack Obama a la presidencia del país espoleó a las milicias supremacistas. La ciega globalización de los últimos treinta años, causando el desplazamiento de millones de trabajadores sin alternativas generalizadas, se combinó con la debacle financiera y económica de 2008 para exacerbar la desigualdad. La esperanza de vida en Estados Unidos llevaba años declinando antes de la aparición de la pandemia. Si esto no es inclemencia, no sabemos qué es.

Las elecciones que en Estados Unidos, Brasil y Argentina tendrán lugar en el curso de un año van a ser muy importantes. Incluso si son un triunfo para la democracia, no resolverán los serios problemas del continente de un plumazo. Pero si no lo son, la deriva del continente americano continuará, con más inclemencia.

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