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Un hayedo estrechamente vigilado

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Gracias a Luis Gil, ingeniero de montes y miembro de la Real Academia de Ingeniería, he podido por fin visitar el Hayedo de Montejo, un hermoso espacio natural en avanzado estado de restauración, después de que en 1961 se prohibieran los usos a que fue sometido como dehesa durante siglos, el pastoreo y la agricultura de subsistencia, y de que eventualmente fuera declarado Sitio Natural de Interés Nacional. Este hayedo es un reducido enclave de apenas 125 hectáreas situado en Montejo de la Sierra, en la Sierra Norte de Madrid o Sierra del Rincón, que durante años y de modo elocuente fue conocida como la Sierra Pobre. A través del hayedo fluyen las limpias aguas del alto Jarama. Se trata, pues, de un lugar cuyo estado natural fue secularmente degradado por sus habitantes para extraerle un malvivir y que durante el último medio siglo está siendo sometido a un difícil experimento de reconstrucción.

Del siglo XIV data la referencia más antigua a este enclave cuya denominación original era la de El Chaparral de Montejo: en el Libro de la Montería, de Alfonso X el Sabio, se hace referencia a la presencia de osos en el lugar. Un siglo más tarde, en un libro de actas de 1460, se refleja su compra por parte del vecindario a un caballero de Sepúlveda, iniciándose así seis siglos de explotación humana. El Chaparral aparece luego como objeto de litigios en los siglos XVI y XVII.

A un visitante ingenuo, como yo, se le oculta toda esta historia cuando contempla el hermoso bosque actual, compuesto principalmente de hayedos, robledales y acebedas, junto a tejos, serbales, mostajos, fresnos, arces, sauces, abedules, cerezos, álamos temblones y manzanos, enumeración que copio de una publicación del propio Luis Gil. Hay, además, algunos pies de olmos de montaña, castaños y sabinas, así como un único pino. Madariaga, que ya señaló la singularidad del Hayedo en 1909, señaló que entonces ese pino medía 14 metros de altura y 27 centímetros de diámetro. En 2009, las dimensiones eran de 27,5 metros y 79,6 centímetros, respectivamente.

El Hayedo, uno de los situados más al sur de Europa, se ha convertido, desde su declaración como Sitio Natural de Interés Nacional, en un lugar estrechamente vigilado gracias al trabajo minucioso de los investigadores de la Escuela Técnica Superior de Ingenieros de Montes de la Universidad Politécnica de Madrid. Las nuevas técnicas de geolocalización permiten un seguimiento individualizado de cada árbol en la investigación de la evolución del clima, los inventarios forestales, los estudios genéticos, los parentescos, los datos ecofisiológicos y los procesos de dispersión de la semilla. Así, por ejemplo, resulta fascinante averiguar por filmación que un cierto ratón, en su afición por las bellotas, es el responsable de que los descendientes de un determinado pie se hayan desarrollado a bastante distancia monte arriba.

¿Por qué tantas especies? ¿Cómo aseguran su permanencia? ¿Por qué tantos individuos de unas especies y tan pocos de otras? ¿Hacia dónde evoluciona? Estas y otras preguntas tiran de las investigaciones en marcha. ¿Qué cuentan los árboles viejos, testigos de la incuria humana durante el período de dehesa? Hay un elevado número de árboles decrépitos y de hayas muertas, tal vez debido a las podas reiteradas a lo largo de los años para aprovechar la leña, junto a las cortas realizadas en el pasado siglo. La población de viejas hayas se ha diezmado desde la visita de Madariaga (1909), pasando de 2.064 pies con más de setenta centímetros de diámetro a 230 pies inventariados vivos en la actualidad. Estamos ante un entorno en perpetua evolución, ante una comunidad en la que las distintas especies responden a los factores determinantes de forma diferenciada. Entre todas las especies, es el rebollo la que muestra un comportamiento más estable en los años estudiados, mientras que, en el otro extremo, el roble albar parece mostrar una cierta regresión. Son múltiples los factores que determinan la evolución de este bosque y el gestor sólo puede controlar algunos de ellos, tales como el tamaño de los claros, el control de los predadores o la densidad del regenerado. ¿Debe actuar éste contra natura para salvar los elementos más frágiles del valioso ecosistema? ¿Debe dejar, por el contrario, que una desbridada naturaleza ejecute sus sentencias?

A pesar de su reducida extensión, estamos ante una joya de la naturaleza que, por su singularidad, recibe decenas de miles de visitas al año, visitas que han tenido que ser regladas y para las que se necesita reserva previa. Estamos por completo de acuerdo con Luis Gil cuando afirma que el Hayedo de Montejo es mucho más que un bosque de hayas.

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Ficha técnica

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