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La felicidaaaá

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Devolver la felicidad al pueblo no es sólo la gran ambición de la junta militar que protagonizó un golpe de Estado en Tailandia el pasado 22 de mayo. Es también una canción con letra del general Prayuth Chan-ocha, el jefe de los golpistas, y música de Wichian Tantipimolpan, cuya filiación no me resulta conocida. En traducción libre reza así:

Hoy la nación, el Rey y las masas populares viven libres de peligro / Nosotros prometimos guardarles y protegerles con nuestros corazones / Esa fue nuestra promesa / (Estribillo) Hoy nuestra patria afronta grandes peligros y las llamas ascienden al cielo

Hemos tenido que intervenir antes de que fuera demasiado tarde / ¿Cuánto costará volver a amarnos? ¿Cuánto tardaremos? / ¿Pueden ustedes esperar un poco? / Superaremos las disputas, cumpliremos nuestras promesas / Sólo pedimos un poco de tiempo y nuestra amada patria se recuperará.
(Estribillo) Hoy nuestra patria afronta grandes peligros y las llamas ascienden al cielo

Actuaremos con sinceridad y sólo les pedimos que confíen en nosotros / El país pronto se recuperará y les devolveremos la felicidad; a ustedes, al pueblo / Hoy estamos todos cansados, pero nosotros ofrecemos luchar contra el peligro / Nuestras vidas de soldados no se rendirán, ésa es nuestra promesa.
(Estribillo) Hoy nuestra patria afronta grandes peligros y las llamas ascienden al cielo

Hemos tenido que intervenir antes de que fuera demasiado tarde / Pero pronto la patria sanará y la felicidad volverá a Tailandia.
(Estribillo) Hoy nuestra patria afronta grandes peligros y las llamas ascienden al cielo

Cuentan que al mariscal Kutúzov, el de Borodino, le preguntaron una vez si le gustaba la música. «Mucho –repuso al punto–, sobre todo los tambores». Lo de Prayuth es el pop tai y estaba tan encelado con Euterpe que compuso esa letra en sólo cuatro minutos. Parece que la canción estaba llamada a cerrar las fiestas de la felicidad que la junta lanzó tan pronto como se hizo con el poder. Por alguna razón, empero, no tuvieron el éxito que merecían y el programa se canceló al poco. No debe de ser una casualidad que la junta haya prohibido leer en público 1984 de Orwell.

Una mayoría de tailandeses no han necesitado de la canción para recuperar la felicidad. The Nation, uno de los dos diarios que se publican en inglés en Bangkok y que suele recoger el sentimiento de los empresarios, recordaba que, desde el golpe, el baht, la moneda nacional, se ha estabilizado frente al dólar; que la Bolsa ha repuntado; y que la demanda de crédito ha crecido (23 de junio de 2014). Mejores aún para los militares son los resultados de una reciente encuesta de opinión de la empresa Suan Dusit. Los encuestados daban una nota de 8,82 sobre 10 a los golpistas. Entre los aspectos más apreciados estaba el final de las continuas manifestaciones en Bangkok (72%), la reanudación del pago de deudas a los cultivadores de arroz (69,5%) y el deseo de que la junta continúe con su labor hasta las aguas vuelvan a su cauce (65,4%). La satisfacción, empero, descendía del 50% en asuntos como la restauración de la paz y la unidad, la capacidad de gestión de los militares o su efectividad en las comunicaciones. Algunos aguafiestas han recordado que el golpe anterior en 2006 superó esas puntuaciones en sus inicios y que tampoco fueron inferiores las que recibió durante sus primeros meses el gobierno de Yingluck. Lo que cuenta vendrá después de la luna de miel, cuando los militares se enfrenten con los problemas que prometen resolver.

Hasta el momento, a los salvadores de la patria que, recordemos, afronta tan grandes peligros, no se les han ocurrido más que bobadas populistas para conjurarlos. Además de unos tres millardos de dólares en subsidios al arroz, se han gastado cerca de quince millones de dólares en recomprar los derechos de transmisión del Mundial de fútbol de Brasil. Anteriormente, los había obtenido una compañía privada que iba a cargar unos cincuenta dólares a quienes quisieran tener acceso a todos los partidos. Pero los generales han tenido una idea mejor para evitar que las llamas asciendan al cielo en esta hora difícil: barra libre para todos a cargo del presupuesto público. Al fin y al cabo, como ha recordado el general Takorn, nuevo responsable de la Comisión de Radio y Televisión, un objetivo básico de su institución es proveer de servicios «a todo el pueblo tailandés y, en particular, a los discapacitados, a los ancianos y a los económicamente débiles».

También han adoptado serias medidas ejemplarizantes para que la patria sane y la felicidad vuelva a Tailandia. Una de ellas ha sido privar a los miembros del consejo de administración de Thai Airways, la compañía aérea de bandera, de sus gabelas anteriores. Todos ellos, más sus familias, tenían derecho a diez pasajes domésticos y diez internacionales gratuitos al año, en clase business; más descuentos del setenta y cinco por ciento en otros doce pasajes internacionales y seis domésticos. Los empleados de a pie tienen descuentos de hasta el noventa por ciento en sus pasajes. No he encontrado ninguna estimación del ahorro que eso supondrá para la compañía, pero de ninguna forma servirá para sacarla del bache financiero en que se encuentra. Como tantas otras compañías de bandera, es decir, burocracias públicas, Thai Airways tiene serias dificultades para afrontar la competencia de las compañías privadas y de las líneas de bajo coste; su flota es una de las más antiguas de la zona; tiene muchos más empleados por pasajero que sus competidores; sus directivos han ido cambiando según los diferentes gobiernos que han dirigido el país y los nombramientos se debían más al pago de favores políticos que a su competencia profesional. Thai Airways llevaba en números rojos desde antes de que empezaran los disturbios antigubernamentales a finales de 2013 y, bajo su presión, había sufrido pérdidas cercanas a los trescientos millones de dólares en el primer trimestre de 2014 (Bangkok Post, 10 de junio de 2014).

A cambio de sus incesantes desvelos por la felicidad del público, los miembros de la junta han experimentado algunos sinsabores en la suya propia. Tal vez el más importante se lo deben al antiguo caudillo de las protestas regeneradoras, Suthep Thaugsuban. Acostumbrado al afecto de sus seguidores, receptor de un trato exquisito por parte de los medios de comunicación, encelado con su condición de salvador del país, parece a que Suthep le han entrado celos por haber perdido todo su protagonismo y ha decidido vengarse. Hace unos días decidió renunciar al silencio cartujano que los generales le habían impuesto y explicar algo que todos los observadores se imaginaban pero no podían probar: que había estado aconsejando a los militares sobre cómo acabar con el régimen de los Thaksin desde 2010. Suthep presumía ante sus partidarios de sus continuas conversaciones privadas con Prayuth y sus colaboradores. Y remachaba: «Antes de declarar la ley marcial, el general Prayuth me dijo: “El colega Suthep y sus masas del PDRC [Comité Popular para la Reforma Democrática, que era el nombre que sus seguidores habían adoptado] están exhaustos. Ya es hora de que el ejército cumpla con su deber de acabar la faena”». A las pocas horas, el portavoz de la junta lo desmentía, pero el mal estaba ya hecho.

Otra pesadilla para los generales es la incomprensión occidental de las peculiaridades de la identidad tai. Aunque sus reacciones hayan sido más bien prudentes, los portavoces de la Unión Europea, de la Casa Blanca y del Gobierno australiano no han sabido comprender aún los grandes peligros que acechan a Tailandia ni el programa de regeneración que demandan sus grupos dirigentes, y eso duele. Bien es cierto que, como era de esperar, el embajador chino hizo saber a uno de los junteros que la confianza de China en Tailandia se había visto reforzada y que «China dará la debida importancia al comercio con Tailandia y a sus inversiones en el país». Es un consuelo, pero los generales y sus clientes aún prefieren ir de compras a Londres o a Nueva York, o jugar al golf en Florida.

Aún queda el consuelo de que Devolver la felicidad al pueblo acabe por convertirse en un superventas; al cabo, bastaría con comprar unos cuantos millones de copias con cargo al presupuesto.

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Ficha técnica

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