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Modernidad, en suma

POESÍA COMPLETA

Joan Salvat-Papasseit

La Poesía, señor Hidalgo, Barcelona

438 pp.

19 €

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«Nada es mezquino / ni hora alguna es ingrata / ni es oscura la suerte de la noche». Un agosto de 1924 –dos meses después de Franz Kafka–, el poeta barcelonés Joan Salvat-Papasseit moría de tuberculosis a los veintiocho años. Le despedían la iglesia de Santa María del Mar y el mercado del Borne, sus mayoristas de especias y los colmados con olor a café torrefacto. En un poema, ya póstumo, «El oficio que más me gusta», había versificado la vanguardia con aires de canción tradicional. La lírica de los carpinteros, herreros, calafates del puerto, pintores y albañiles. La mecánica de la ciudad y el rumor de los gremios medievales. Esa fusión que J. V. Foix formuló en «Me gusta, por azar, errar por las murallas», aquel soneto que abrochaba un verso programático: «Me exalta lo nuevo y me enamora lo viejo». La modernidad, en suma.

Salvat-Papasseit sabía bien en qué consistía el oficio de la obra bien hecha. Había nacido el 16 de mayo de 1894. Huérfano de padre, un fogonero de barco mercante fallecido en trágico accidente, su infancia transcurrió en el Asilo Naval Español de Barcelona. Para mantener a la madre viuda, el joven empezó a conocer oficios: droguero, ayudante de un taller de esculturas religiosas… A los diecisiete años, su conciencia social entroncaba con el anarquismo y las lecturas de Ibsen, Nietzsche y Gorki. El escritor ruso inspiró un pseudónimo, Gorkiano, con el que rubricó artículos combativos que reunió en su primer libro: Humo de fábrica. Corría 1918. Tiempos de revolución y vanguardia. De manifiestos futuristas, ateneos enciclopédicos y amalgamas lectoras. Estibador en los muelles, Salvat-Papasseit forjó poemas de la experiencia como el «Nocturno para acordeón»: «Vosotros no sabéis qué es vigilar madera en el muelle. / Ni sabéis la oración de los faroles de los barcos / que son de tantos colores / como el mar bajo el sol / que no precisa velas».

El poeta en ciernes trabaja de librero y comienza a «tocar» los caligramas de Marinetti, Apollinaire. La devoción ibseniana lo lleva a publicar una revista de vanguardia artesanal, Un enemigo del pueblo, y se casa en la marinera iglesia de la Barceloneta con Carmen Eleuterio. Comenzaba un sexenio creativo y trágico. El último tramo de una vida, fermento de una obra memorable. Los motivos marítimos y el experimentalismo juguetón inauguran su corpus poético. En 1919 publica Poemas en ondas hertzianas. Cultiva la agitación cultural en Contra los poetas en minúscula y en 1920 compone su manifiesto futurista.

Si nos detuviéramos aquí, Salvat-Papasseit quedaría en un epígono más de los «ismos» que conmovieron la Europa de entreguerras. Durante demasiados años, ciertos tratadistas lo evocaron con una admiración más cercana al poeta enfermizo y autodidacta que al escritor que chequea la vanguardia y la combina con los ingredientes de una lírica madura. Nos encontramos, por tanto, ante un poeta en mayúscula, que siente cómo la vida se le escapa por los pulmones tísicos; como Proust o Kafka, lucha contra reloj para redondear una obra de ambición futura. Eugenio d’Ors proclamó en sus glosas que «lo que no es tradición es plagio». Y Salvat-Papasseit partió de la vanguardia para acondicionar el alma de la tradición a un siglo deshumanizado. La canción de arrabal resuena en El irradiador del puerto y las gaviotas (1921) y el poema «Toda la añoranza de mañana» transmite el rumor cotidiano que invita a sorber cada instante, antes de que se filtre por los mimbres de un tiempo limitado: «Vosotros quedaréis, / para ver lo bueno que es todo / y la Vida / y la Muerte».

En 1922, la poética del compromiso político resurge en Las conspiraciones y el misticismo trovadoresco alumbra La gesta de la estrellas; pero, al final, se impone el amor en su versión más lúdica de El poema de la rosa en los labios. Erotismo sin culpabilidad ni sórdidas promiscuidades recorrido con envidia por varias generaciones hasta el agotamiento (editorial). El poeta seriamente enfermo busca el aire en el sanatorio de Fuenfría, en el Guadarrama, y en los Pirineos. Escribe postales a las hijas y deja bajo la almohada el manuscrito de Osa menor, su poemario póstumo. Se lo dedica al pintor y amigo Xavier Nogués. Había ido por el mundo enfebrecido, recordará Josep Maria de Sagarra, «con aquella figura que sólo mantenía la piel y el hueso y se aguantaba porque lo quería Dios, con aquella voz oscura, medio apagada, pero ardiendo todo él en la llama irrevocable del espíritu». En sus poemas dispersos, la enfermedad y la muerte marcan los ritmos de la expiración: «Todo está oscuro y yo en cama / y me adentella el pecho / una bestia avara».

Cuando, en 2006, Jordi Virallonga recibió la propuesta de traducirlo al castellano tomó como base las ediciones en catalán de Joaquim Molas y Carme Arenas. El poeta y profesor constató que Salvat-Papasseit era mucho más que un tanteador de vanguardias: su poesía ahondaba en la tradición amorosa de Ausiàs March y anticipaba motivos del 27, en concreto, del Alberti de Cal y canto: «Se mueve entre los modelos rupturistas y la vuelta a los modelos tradicionales, como pasará también en la poesía española de los años veinte». Caligramas, extranjerismos, dibujos y signos aritméticos maridan con canciones populares y haikus de un autor «incendiario de palabras de adolescente».

Salvat-Papasseit ha pasado de tener su poesía dispersa en ediciones parciales a la preciosa Obra completa que Carme Arenas publicó hace dos años en Galaxia Gutenberg y a esta edición bilingüe de Virallonga. Leído o cantado, su verso no ha menguado en pasión y musicalidad. Lo interpretaron Montserrat Caballé, Joan Manuel Serrat, Ovidi Montllor o el guitarrista Toti Soler.

No resulta fácil verter a otra lengua una lírica que combina neologismos y arcaísmos y articula un ritmo que un vocablo mal calibrado podría vulnerar. Consciente de ese riesgo, Virallonga se cuidó de mantener en la traslación del catalán al castellano la musicalidad de un poeta que «conocía hasta la misma esencia de la canción catalana, pero la española le quedaba verdaderamente muy lejos», lo que obliga a separarse de la literalidad y versionar en alguna de las canciones. El traductor destaca La rosa en los labios como el libro más característico de un poeta que bascula, por su precaria circunstancia vital, entre la maestría del amor optimista y la conciencia de la muerte, actitud que parece anunciar el misticismo grave del Lorca postrero. Con esta edición bilingüe, la obra de Salvat-Papasseit ampliará su difusión en las literaturas hispánicas: será apreciada por su calidad poética y situada en una tradición cultural.

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Ficha técnica

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