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Hwang Woo-suk intenta resurgir de la ignominia

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Ha transcurrido una década desde que se inició el fulgurante ascenso y la estruendosa caída del científico coreano Hwang Woo-suk, investigador sobre células madre y clonaje animal, quien ahora intenta resurgir de la ignominia por caminos un tanto heterodoxos. Un reportaje en la revista Nature, que pudiera interpretarse como un velado apoyo al indulto, ha atraído de nuevo mi atención hacia una historia que creía olvidada pero que sigue estando de actualidad.

Resulta conveniente que refresque algunas ideas sobre el delito científico antes de comentar el caso Hwang en estas páginas. Los científicos, aparte de delitos comunes, que cometen más o menos con la misma frecuencia que los que practican otras profesiones, pueden además cometer delitos relacionados con el proceso de investigación y con el de difusión de los resultados de su actividad. La definición más escueta que conozco de este tipo de delito lo sintetiza como «invención, falsificación y fraude; falsa representación, plagio y mal uso del trabajo de otro». La ciencia depura tanto el delito como el error honesto al no considerar como establecido lo que no ha sido confirmado por varias instancias independientes. Las infracciones responden a diversos tipos, algunos frecuentes, tales como los casos del mentor seducido, de la psicosis compartida, de la arrogancia del poder o del investigador prodigioso. A este último tipo corresponde el caso que nos ocupa.

En febrero de 2004, el grupo de Hwang publicó en la revista Science la obtención de las primeras células madre (células troncales) derivadas de un embrión humano clonado, una aportación que causó un gran revuelo tanto en el ámbito especializado como fuera de él, ya que abría la posibilidad de abordar la solución de una gran variedad de problemas clínicos y planteaba muy debatidas cuestiones éticas. No menos de una docena de especies animales habían sido clonadas hasta aquel momento y añadir la humana a la lista suponía cruzar una cierta línea roja. En mayo de 2005, en la misma revista, el grupo de Hwang publicó un trabajo confirmatorio con once nuevas líneas de células madre embrionarias. Sólo tres meses más tarde, el nombre Hwang volvió a ocupar las cabeceras periodísticas con la primera clonación de un perro. Para entonces, Hwang se había convertido en un héroe nacional, su retrato aparecía en una edición de sellos postales, tenía asiento gratis en primera clase en las aerolíneas nacionales y recibía ingentes aportaciones de fondos públicos y privados para sus investigaciones.

Casi desde el principio de su ascenso a la fama empezaron a aparecer signos de que esta podía ser efímera. En mayo de 2004, una colaboradora de Hwang confesó en la revista Nature no sólo que ella misma había donado ovocélulas para los experimentos, sino que se habían pagado cantidades notables de dinero por los centenares de ellas que se habían utilizado en los intentos fallidos, circunstancias ambas que suponían graves transgresiones éticas. Tras negar las infracciones inicialmente, Hwang tuvo al final que admitir que las había cometido. En junio de 2005, Ryu Young-joon, excolaborador de Hwang, denunció a través de una cadena de televisión que el segundo trabajo de Hwang era fraudulento porque contenía cifras falseadas. Ante el revuelo causado por esta revelación, la Universidad Nacional de Seúl creó una comisión cuyas conclusiones fueron contundentes: la supuesta primera línea clonada no era tal, sino que probablemente era un producto de partenogénesis (desarrollo embrionario de una ovocélula sin el concurso del esperma; era una línea virgen), y que las once líneas celulares de la segunda publicación eran meras líneas celulares troncales no clonadas. El fulminante resultado fue la retractación de los dos trabajos de la revista Science, la expulsión de Hwang de la universidad y, creía yo, el final de su carrera investigadora. No fue del todo así, como enseguida veremos. Una anécdota chusca concierne al científico norteamericano Gerald Schatten, quien, de forma parecida a los falsos ERE de Andalucía, se había incluido como coautor del segundo trabajo de Hwang sin haber hecho contribución alguna, bajo la fraudulenta promesa de interceder para su publicación ante la famosa revista, y que, cuando las cosas empezaron a pintar mal, se retractó públicamente del trabajo al que nada había contribuido unas semanas antes de que fallara en contra la comisión universitaria.

Lo que ha trascendido en las últimas semanas es que Hwang, lejos de darse por vencido, tras tener que ser hospitalizado, emprendió vigorosamente su resurrección apenas seis meses después de su caída. Una alta proporción de su público coreano hizo caso omiso de la condena y siguió apoyándolo incondicionalmente, algo así como lo que ocurre en España con algunos ciclistas a los que descalifican por dopaje, y quien destapó el fraude, Young-Yoon Ryu, fue sometido al ostracismo y acusado mayoritariamente de desacreditar a su país. Mientras tanto, el apoyo a Hwang se tradujo en suficientes millones de dólares de fondos privados como para permitirle crear la Sooang Foundation en junio de 2006. Bajo su dirección, en los laboratorios de la Fundación ha venido trabajando un equipo de cuarenta y cinco investigadores que han llegado a publicar hasta cuatro decenas de trabajos en revistas respetables, lo que ha supuesto superar las reticencias y sospechas de decenas de evaluadores. La eficaz captación de fondos privados se ha visto complementada con la paulatina vuelta de fondos públicos y, sobre todo, con el lucrativo negocio de clonar cientos de perros mascota para ricachos norteamericanos, a razón de cien mil euros por unidad. En 2007, las autoridades coreanas volvieron a conceder permiso para el trabajo en humanos y, en 2012, el equipo de Hwang clonó un coyote usando una perra como donante de la ovocélula y como madre de alquiler. En octubre de 2009, un tribunal coreano condenó a Hwang por desfalco y delito bioético, un fallo cuyo recurso se encuentra aún pendiente. Por otro lado, Hwang logró registrar en 2011 la patente canadiense de la supuesta línea clonada original y que un tribunal coreano ordenara en 2013 su inscripción por el Centro Coreano para el Control y Prevención de Enfermedades. Como se ve, Hwang sigue no admitiendo o minimizando sus antiguos deslices.

Por meritorios que sean los esfuerzos de Hwang por salir de la ignominia, y en el supuesto de que llegue a mantenerse fuera de la cárcel, estoy entre los que opinan que la comunidad científica no debe ni siquiera empezar a rehabilitar a este investigador mientras no renuncie a la triquiñuela de colar la patente basada en su trabajo fraudulento, como modo de lavar su imagen, y se aleje del descarado manejo de la publicidad que ha presidido toda su carrera.

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Ficha técnica

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