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Ciencia heterodoxa

Teoría de la naturaleza

JOHANN WOLFGANG VON GOETHE

Edición y traducción de Diego Sánchez Meca Tecnos, Madrid, 1997

288 págs.

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Cuando Goethe muere en 1832, la admiración por su obra literaria es unánime pero sus trabajos científicos distan de ser reconocidos por la ciencia oficial de su tiempo. Y sin embargo de ninguna actividad se sentía Goethe más orgulloso, como confidencialmente manifestó a Eckermann en 1829: «Mi obra poética no me hace sentir vanidad alguna. En mi tiempo ha habido algunos excelentes poetas, otros todavía mejores han vivido antes que yo, y aun otros me seguirán. Pero que yo sea el único que en mi época se ha sabido orientar en la difícil ciencia de los colores, de esto sí que me envanezco un poco, y por esta causa, en cierto modo, me siento superior». ¿Qué justifica esta disparidad entre la indiferencia que rodeó la obra científica de Goethe y la importancia que su autor le atribuyó en vida? Conviene tener en cuenta, además, que el menosprecio por estos trabajos ha perdurado hasta nuestros días, con sólo muy escasas excepciones. ¿Qué empujó a Goethe a contrariar los modos de estudiar la naturaleza que predominaban en su tiempo? ¿Por qué fomentó con vehemencia, y además aplicó a múltiples ámbitos de investigación (óptica, botánica, mineralogía, fisiología), el modus operandi que hoy día llamaríamos una «ciencia alternativa»?

La colección de escritos científicos de Goethe que lleva el título Teoría de la naturaleza, así como el estudio preliminar y las notas del profesor Sánchez Meca, traductor de los textos, es un valioso instrumento para aproximarse a estos enigmas. Sobre todo pone de manifiesto que la inquietud naturalista de Goethe le llevó a indagar unos ámbitos acusadamente diversos. Si bien se echa a faltar sus investigaciones sobre los colores, en cambio los escritos de botánica ocupan la primera parte de la obra. La segunda parte reúne textos de índole dispar (sobre metodología, epistemología, matematización, simbolismo y polaridad, entre otros muchos temas), pero que muestran en plena acción la originalidad escrutadora de Goethe. Y el estudio del profesor Sánchez Meca, aparte de informarnos sobre el surgimiento de los textos goethianos, nos ponen en contacto con la controversia que, desde principios del siglo XIX hasta nuestros días, han provocado los intentos más o menos lúcidos de demostrar el valor científico (o cuando menos de justificar el relieve cultural) de las doctrinas de Goethe.

Goethe se apasionó por el estudio de la naturaleza en una época de manifiesto desasosiego cultural. Los orígenes de este malestar se remontan a la condena protoilustrada del lenguaje poético, que desde un punto de vista racional aparecía como un medio ilegítimo de comunicación. En la medida que la poesía acogía los moldes formales que imponía la tradición, parecía sustraerse a la armonía entre medios y fines que la Ilustración propugnaba. La patente disfuncionalidad del lenguaje poético, de todos modos, fue relativizada por los autores dieciochescos que intentaron mediar entre las formas expresivas tradicionales y el imperativo de adecuación racional. La coexistencia del saber moderno con las formas artísticas, a pesar de ello, no estuvo exenta de conflictos, y a ellos se deben la incoherencia o la superficialidad que a menudo distinguen las producciones literarias del siglo XVIII. Resolver esta conflictiva coexistencia por el expeditivo procedimiento de imponer la hegemonía del arte, precisamente, parece haber sido el impulso que orientó las peculiares inclinaciones científiconaturales de Goethe. Su idiosincrática aproximación a la naturaleza se debe a la decisión de subordinar la ciencia al espíritu artístico. Hay que tener en cuenta que Goethe no se limitó a aplicar unos procedimientos inhabituales de investigación, ya que llevó su heterodoxia al extremo de polemizar con los representantes de las ciencias nomológicas (sus diatribas contra Newton fueron especialmente agrias). Así auspició un «desviacionismo metodológico» que la ciencia oficial de su tiempo percibió como una provocación intolerable. Como es sabido, las ciencias nomológicas se esfuerzan por aislar los fenómenos tanto de sus condiciones objetivas de presentación como de las condiciones subjetivas de observación. Todo fenómeno ha de ser preservado de las contingencias que podrían impedir que cualquier científico realice una idéntica observación en todo tiempo y lugar. Contra estas constricciones dirigió Goethe sus invectivas. No sólo rechazó el aislamiento de los fenómenos, sino que se negó a separar la experiencia científica de la existencia subjetiva del observador.

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