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Guerra

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Se estima que las guerras conducidas por los EE. UU. tras los atentados del 11-S han costado más de 900 mil vidas directas, un número indeterminado de vidas perdidas a consecuencia indirecta de las guerras, e innumerables víctimas no fatales que han quedado física y anímicamente destrozadas. La traducción de este ingente coste vital al valor económico de las propias vidas perdidas, el destrozo de la infraestructura, el retroceso de la educación y la salud general de la población, el freno al emprendimiento, el coste de oportunidad del criminal uso de recursos que la guerra implica y el parón directo del crecimiento económico o el impacto medioambiental de las guerras, solo en el caso de las que se mencionan al principio de este párrafo, conllevaría un cómputo desorbitado referido a los años en los que se han producido los conflictos (entre octubre de 2011 y agosto de 2021). Pero su extensión, en un marco de análisis dinámico prospectivo, a las oportunidades perdidas «para siempre» supondría varias veces más. Para el Tesoro americano, el coste ascendió a más de 8 billones (trillions) de dólares, equivalentes a 5,6 veces el PIB español al cambio actual. El Pentágono ha desembolsado en el periodo más de 14 billones (8 veces el PIB español) y entre la tercera parte y la mitad de esta cantidad, hasta donde se puede saber, ha ido a los proveedores de armas, dispositivos y logística de guerra.Los datos utilizados en este párrafo han sido extraídos de https://watson.brown.edu/costsofwar/. Las guerras a las que se refiere el informe del Watson Institute son las de Afganistán, Paquistán, Iraq, Siria, Yemen y otros conflictos menores relacionados. Los contratistas más importantes que han recibido una parte sustancial de los contratos del Pentágono han sido Lockheed Martin, Boeing, General Dynamics, Raytheon, y Northrop Grumman. Solamente en 2020 el primero de ellos recibió contratos por valor de 75 millardos de dólares. El informe del Watson Institute denuncia que se está estableciendo la opinión oficial de que debe mantenerse el elevado nivel de gasto de defensa, a pesar de la cada vez más reducida participación de los EE. UU. en estos conflictos para contrarrestar la amenaza potencial de china, una «valoración» que el WI considera exagerada.

¿Te imaginas, incomparable gemelo, que pudiésemos calcular el coste de todas las guerras habidas desde la primera guerra de la que se tiene constancia en los registros arqueológicos?

El registro fósil evidencia, desde el paleolítico, señales claras de enfrentamientos entre grupos humanos, bien por sentimientos muy arraigados contra extraños ajenos al grupo tribal bien por competencia por los recursos. En el neolítico, hace unos diez mil años, la domesticación de animales y plantas y el sedentarismo aumentaron el tamaño de los asentamientos humanos, al mismo tiempo que la necesidad de control social y de los excedentes se hizo más acuciante, dando lugar a la aparición de ciudades amuralladas y a la multiplicación de conflictos armados, así como a la organización de la guerra. Este fue un devenir de las sociedades que bien podría haber sido muy diferente de haberse encontrado otras vías de convivencia y cooperación entre los grupos humanos.

La primera guerra de la que existe evidencia en los registros arqueológicos tuvo lugar en Mesopotamia, alrededor de 2.700 A. C. entre Sumeria y Elam. La victoria correspondió a los sumerios comandados por Enembaragesi, rey de Kish, personaje histórico con tintes mitológicos del que se dice en la inscripción que registra sus proezas que «se llevó como botín las armas de los elamitas». Precisamente, en los frisos arqueológicos del Reino de Kish se muestran relieves de ejércitos en guerra desde alrededor del año 3.500 A. C. La primera batalla descrita por un testigo directo fue la de Megido, en 1457 A. C. en la que Thutmosis III, se alzó con la victoria sobre una coalición cananea liderada por el rey de Kadesh. El nombre hebreo para Mejido es Armagedón, por cierto.Los datos históricos sobre Mesopotamia de este párrafo proceden de https://www.worldhistory.org/war/. El rey Enembaragesi recibe en otras fuentes los nombres de Enmbaragesi (https://en.wikipedia.org/wiki/Enmebaragesi) o Mebaragesi (https://www.britannica.com/biography/Enmebaragesi). La batalla de Megido se describe en https://es.wikipedia.org/wiki/Batalla_de_Megido_(siglo_XV_a._C.). Armagedón es el lugar en el que se librará la batalla del fin del mundo descrita en El Apocalipsis (https://es.wikipedia.org/wiki/Armagedón).

Una guerra, como todo el mundo sabe, es un conflicto armado entre grupos humanos, naciones o grupos de naciones, bandos en conflictos civiles y guerrillas en las descomposiciones internas de los estados, tribus, en la más remota antigüedad, o clanes. El atavismo del clan sigue vigente en la actualidad, entre grupos mafiosos o bandas armadas de descontentos o marginales (que no son exactamente la misma cosa) y en todo tipo de fuerzas de acción o reacción, hasta llegar a los «lobos esteparios». Por todo tipo de motivos, desde la aspiración hegemónica hasta la lucha por los recursos, pasando por las guerras que causan el nacionalismo o el fervor religioso o ideológico (que, en el fondo, son la misma cosa), se producen guerras odiosas. Incluso las que se emprenden para librarse de los tiranos, acaban perdiendo, en el fragor de las batallas (y nunca mejor dicho), la aureola de legitimidad que pudiera cubrirlas cuando se inician.

Para Carl von Klausewitz, de cuya muerte se cumple este año el 190 aniversario, toda guerra tiene fines políticos, de imposición sobre el adversario, usando todos los medios posibles, para desposeerlo de su poder. De ahí su popularísima reflexión de que «la guerra es la continuación de la política por otros medios». Su tratado, Vom Kriege (De la Guerra), ahonda magistralmente en la naturaleza del conflicto armado en todas las dimensiones posibles, pero no en las causas profundas de la guerra arraigadas en la naturaleza humana, algo comprensible dado el estado del conocimiento humano sobre esta cuestión alrededor de 1830 cuando se escribió este monumental tratado que fue publicado inconcluso póstumamente.

Más recientemente, el enfoque multidisciplinar que aúna la biología evolucionista y las ciencias sociales en general, y la ciencia política en particular, ha permitido establecer algunas bases evolucionistas para entender el porqué de los conflictos armados y étnicos, partiendo de una disposición innata en los homínidos para obtener decisivos éxitos evolutivos que, obviamente, resultarían de la selección de individuos que combinasen dos rasgos principales: sentido de supervivencia y capacidad física para lograrlo por los medios disponibles (manos, pies o mandíbulas y herramientas básicas). Estos rasgos, surgidos por selección natural, predispondrían a su portador al ataque y la defensa espontáneos en un medio natural muy diferente al que, decenas de milenios más tarde, tendrían que enfrentarse.Véase el interesantísimo ensayo de Bradley A. Theyer titulado Darwin and International Relations: On the Evolutionary Origins of War and Ethnic Conflicts (https://uknowledge.uky.edu/upk_political_science_international_relations/4/).

Este es quizá el problema de las guerras, y la violencia en general, a lo largo de la historia. Como es el problema de muchos otros comportamientos humanos inexplicables desde un paradigma que considerase al ser humano como alguien básicamente racional. Un ser racional no encontraría beneficio alguno en la guerra si solo considerase el plano general del progreso de la sociedad, de toda la sociedad.

Todas las guerras son brutales, salvajes, inhumanas. Conllevan manifestaciones tan abominables como el genocidio en todas sus variantes, la violación sistemática de todos los derechos, un incontenible caudal de sufrimiento infligido directa o vicariamente a todos los ciudadanos de los países beligerantes. En el plano civil y económico llevan a la desestabilización política, la destrucción de las instituciones, el colapso de los sistemas educativos, sanitarios y sociales y el retroceso de todos los sectores productivos no implicados en el denominado «esfuerzo de guerra».

Pero, paradójicamente, se ha constatado que el esfuerzo de guerra conduce al pleno empleo, provoca la incorporación de la mujer al trabajo, bien que a causa de peor de las discriminaciones de género si es que se pudiera denominarse así a la especialización de los hombres en la vanguardia de los conflictos y las mujeres en la retaguardia de estos. Estudios recientes sostienen que el milagro alemán se debió más a la formidable base industrial y de especialización de los obreros alemanes del periodo de entreguerras, por fin orientados hacia fines deseables, que al Plan Marshall y la concertación social y política en la Alemania que surgió tras la II Guerra Mundial, a pasar de la devastación que sufrió el país y las enormes pérdidas de población económicamente activas.

Muchos analistas cifran en las guerras la clave del desarrollo posterior de muchos países beligerantes que resultaron victoriosos o que perdieron y fueron asistidos en su recuperación, como fue el caso de Alemania antes mencionado, o del Japón tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, entroncando de esta manera con las monstruosas doctrinas de tiempos pretéritos sobre la guerra (o la conquista) como una forma legítima de prosperar y hacer grande a un Estado. Seguramente sin considerar tanto las ingentes pérdidas de vidas humanas y las secuelas físicas y psicológicas de los supervivientes como las posibilidades que se hubiesen materializado de no haber tenido lugar las guerras cuyo ensangrentado «impacto positivo» se argumenta tan fríamente.

Si algunas guerras son buenas para lograr un progreso sustantivo de la sociedad tras su finalización, bien sea por las tareas de reconstrucción o por la erradicación de la tiranía o la limitación de su influencia, entonces tenemos un problema.

También tenemos un problema cuando argumentamos que la propensión al conflicto es un rasgo evolutivo imposible de erradicar, porque, en los orígenes de nuestra especie, contribuyó a hacernos la que somos, y nos quedamos tan ternes, ¿no Incomparable?

Una cosa es que una mera mutación genética prospere (vía reproductiva) en un ecosistema concreto porque nos permite una mejor adaptación a aquel y otra muy diferente es que, cientos de miles de años más tarde, en ecosistemas radicalmente distintos, continuemos ensalzándola a pesar de sus horribles efectos. La ética y la moral también tienen carácter de rasgos evolutivos y sus efectos son radicalmente diferentes de los de la guerra y el conflicto. Por eso deberíamos limitar mediante las políticas adecuadas la expresión de rasgos evolutivos viciosos y premiar la de rasgos evolutivos virtuosos.

Si las guerras que han conducido los EE. UU. desde el 11-S han costado el equivalente a 8 veces el PIB español actual, ¿cuánto habrán costado a la humanidad todas las guerras libradas desde la victoria de Enembaragesi sobre los elamitas hasta la actualidad? Con 4.721 años a nuestras espaldas, el cálculo resulta a la vez imposible, sobrecogedor y mareante. ¿Se puede concebir uno solo de esos casi cinco mil años sin conflictos? Cierto que no, como tampoco puede concebirse racionalmente el enorme coste de vidas humanas y sufrimiento de los afectados por los conflictos bélicos o la violencia del tipo que sea.

Los 14 billones de dólares antes mencionados equivalen al 60% del PIB americano estimado para 2021, aunque representan «solo» el 4% del PIB americano acumulado entre 2001 y 2021, de unos 350 billones de dólares. El PIB mundial en 2021 se estima en 95 billones de dólares corrientes y un 4% de del PIB mundial son 3,8 billonesVéase https://statisticstimes.com/economy/projected-world-gdp-ranking.php . No puede tomarse este cálculo de servilleta en cafetería como una indicación, ni siquiera grosera, del coste económico de los conflictos violentos a escala mundial, pero marea solo pensar que podría ser un límite inferior.

Piensen por un instante en el conocido cálculo del Population Reference Bureau acerca del número de individuos de nuestra especie que ha poblado el planeta desde hace 200 mil años en que se ha establecido la aparición de aquella. El PRB estima ese número en 117 mil millones de habitantesVéase https://www.prb.org/articles/how-many-people-have-ever-lived-on-earth/.

No sigamos. Con las escasas mimbres numéricas anteriores apenas podemos raspar en la superficie de la miseria inabarcable que han causado la guerra y los conflictos a lo largo de la historia.

Lo que sí podemos es intentar limitar todo lo que se pueda su ocurrencia orientando los sistemas morales y educativos para contrarrestar los impulsos violentos de los seres humanos, evitando y reparando las injusticias de todo tipo que enconan a las gentes y sancionando al ostracismo a los discursos de odio y revancha que tan gratuitamente se prodigan cada vez más.

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Relieve Egipto batalla
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Ficha técnica

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