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Un fiasco gris marengo

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Si el color emblemático de los burócratas comunistas es el gris, el de los vietnamitas es el gris marengo, que es más oscuro. Desde la reciente desaparición del general Giáp, cuyo nombre aún le sonaba a la gente, hay que ser especialista en estudios vietnamitas para saber quién es quién entre sus dirigentes. Además, como la población local comparte apellidos similares, no hay forma de distinguir a unos de otros. Un sesenta por ciento de los vietnamitas se llaman Nguy?n (el apellido que se lleva la palma con un 38%) o Tr?n o Lê. Mis conocimientos de antropología local son muy deficientes, así que no voy a explicar el porqué de tanta falta de imaginación. Dicen que durante la larguísima dominación política y cultural de China sobre las tierras a las que hoy llamamos Vietnam los locales siguieron la costumbre china de que todos los miembros de un clan o linaje familiar mantuviesen el mismo apellido. Sea como fuere, son hoy muy pocos los que, fuera de Vietnam, saben que Tr??ng T?n Sang es el presidente de la República y Nguy?n T?n D?ng el primer ministro. A pesar de que, sobre el papel, Nguy?n Phú Tr?ng, el secretario general del Partido Comunista de Vietnam (PCV), es el hombre más poderoso del país, yo he tenido que asegurarme de su nombre para escribir este blog. Se me había olvidado.

Por su parte, los burócratas de Vietnam tratan de pasar lo más inadvertidos posible en los medios internacionales y suelen conseguirlo. Lo que sucede internamente es otra canción. A pesar de la ostensible persistencia local en menospreciar a los chinos, su influencia en el país, no sólo en lo tocante a nombres de familia, resulta incuestionable. En economía y en política, sus discípulos más voluntariosos son los vietnamitas. Unos y otros han renunciado a la planificación central y han abierto paso a la economía de mercado. Unos y otros la mantienen sometida a los dictados de sus partidos comunistas. Unos y otros tratan de paralizar cualquier iniciativa social que pueda poner en cuestión ese control. Las diferencias entre ambos regímenes en punto a eficacia las establece tan solo el grado de recursos disponibles para tener a raya a la sociedad civil. Y en eso Vietnam es un alumno poco capacitado. Un ejemplo. En China y en Vietnam, millares de páginas web son inaccesibles porque así lo han decidido sus respectivos dirigentes. Pero, mientras que en China el presupuesto dedicado al control de la red supera al de defensa, los vietnamitas se limitan a hacer lo que pueden con sus limitados medios. Y no es mucho. Saltarse la Gran Muralla Digital de China, lo sé por experiencia, es prácticamente imposible para los que no somos frikis informáticos. Ni siquiera el proveedor virtual al que pago religiosamente consigue encontrarme un salvoconducto fiable. En Vietnam, el acceso a Twitter, a YouTube y a otros muchos sitios web también está vedado, como en China. Sin embargo, su uso es común. Todos mis estudiantes en Saigón sabían cómo cambiar el TCP/IP de sus ordenadores para intercambiar mensajes, fotos, vídeos y demás antojos con sus homólogos de otros lugares. Una vez tuve un problema algo más complejo y un colega del departamento de Informática, miembro reconocido del Partido Comunista, me lo arregló en un santiamén. Hasta la universidad en la que trabajaba mantenía una página especial en Facebook, sin que el Ministerio de Educación, siempre tan tiquismiquis, se lo impidiera. De hecho, esa página tiene muchos más seguidores que la web oficial de la universidad.

Pero hay otros aspectos, mucho más decisivos, en los que ir a la zaga en cuanto a medios crea serios problemas a los burócratas vietnamitas. El rápido y brillante desarrollo económico de Vietnam es mayormente cosa del pasado. Hasta 2008 el país creció anualmente en torno al 8%, pero desde entonces su rendimiento ha ido disminuyendo y en los últimos años ha estado por debajo del 6%, lejos de las previsiones gubernamentales, siempre optimistas. Para 2013, el Banco Mundial espera un crecimiento del 5,3%, que en 2014 se mantendrá sólo un poco por encima (5,4%). De nuevo, los problemas de la economía vietnamita son muy parecidos a los que afectan a la china, pero los medios con que cuenta para resolverlos son mucho más limitados.

Una cuestión básica es el peso de las empresas estatales (SOE en su acrónimo inglés) encargadas de hacer realidad el sueño de un desarrollo basado en la sustitución de importaciones. Las SOE dominan hoy la economía de Vietnam. Según el Ministerio de Planificación e Inversiones, en 2015 contribuirán en torno al 40% del Producto Interior y un 35% de las inversiones de capital. Si esas previsiones se cumplen, el sector público en su conjunto seguirá representando en torno al 60% de la economía del país, con la consiguiente limitación del sector privado, que, sin embargo, ha demostrado ser mucho más dinámico. El desempeño de sus funciones por las SOE tampoco ha colmado las expectativas gubernamentales, alegres en exceso; lejos de ellas, las SOE se han convertido en el principal freno para la expansión. Son las principales beneficiarias del crédito bancario, lo que debería permitirles crecer sin grandes problemas, pero en la realidad han acabado por limitar el acceso a otras empresas más eficaces y, al tiempo, por sus malos resultados, han contribuido decisivamente al aumento de la morosidad bancaria. En 2010, la compañía de astilleros Vinashin, una de las SOE más importantes, había contraído deudas por valor de tres millardos de euros y estuvo a punto de quebrar.

Adicionalmente, la falta de control contribuye a convertirlas en otro generador de la corrupción que asola al país. Hace un par de semanas, un tribunal de Hanói condenó a muerte a dos directivos de Vinalines, la SOE nacional de fletes, por un desfalco de alrededor de un millón de euros. Si la economía vietnamita no ha caído más se debe en buena medida a los exportadores y a las inversiones directas extranjeras, que subieron un 54% en los primeros once meses de 2013. Precisamente es el sector exterior el que reclama con mayor énfasis un cambio radical de los privilegios de las SOE.

En una dictadura desarrollista, el mal funcionamiento de la economía no se soporta bien. Hace ahora dos años se celebró el undécimo Congreso del PCV y los resultados no han sido alentadores. La sedicente pugna entre el primer ministro, a quien se le adjudican posiciones renovadoras, y el secretario general del Partido, cabeza de los conservadores, no ha tenido un desenlace, pero sí un par de peripecias notables. En octubre de 2012, el secretario general del PCV se vio obligado a pedir excusas públicas por los «grandes errores» cometidos, aunque no especificó cuáles eran. En julio de 2013, el primer ministro tuvo que someterse a un voto de confianza en la Asamblea Nacional. El voto fue secreto y el resultado llamativo: un tercio de los diputados votó en contra, algo nunca visto así de públicamente en un sistema comunista. Por supuesto, en ninguno de los dos casos hubo consecuencias para los dirigentes, pero…

2012 y 2013 han visto cómo se formaba una oposición cada vez más segura de sí misma, con la aparición de blogs que el gobierno no puede reprimir eficazmente porque es más pobre que el de China. Uno de ellos, Quanlambao, llegó a acusar de prácticas corruptas a la hija del primer ministro. Tras su prohibición, Danlambao, otro blog que decía contar con medio millón de seguidores, tomó el relevo de Quanlambao. En ambos blogs colaboraban periodistas conocidos y también miembros del PCV. No es una sorpresa que sus informaciones reverberasen y se transmitiesen como un virus por las redes sociales. En 2013 se han visto varias operaciones en contra de los opositores que se han saldado con cuarenta y seis condenas de prisión hasta octubre (más que en todo 2012). También aquí los comunistas vietnamitas imitan a China. En el caso de Lê Qu?c Quân, uno de los activistas más conocidos, la acusación no fue por motivos ideológicos, sino por fraude fiscal, igual que lo hicieron chinos con Ai Weiwei.

Los comunistas vietnamitas no cuentan, pues, ni con una imaginación desbordante ni con los medios adecuados para imponerse con eficacia. La suya es mayormente de carril, así que, en su grisura marengo, no se les ocurrió mejor idea para contener el descontento que una reforma constitucional. Esa maniobra, pensaban, iba a entretener a la ciudadanía durante un rato. Y, a comienzos de 2013, los medios locales recogían la invitación gubernamental para que quien quisiera colaborase enviando sus propuestas y, luego, celebraban que éstas les habían llegado por decenas de millares. Con poco respeto a la sociedad armónica que anhelan los burócratas, un grupo de setenta y dos intelectuales y antiguos dirigentes del Partido se unió al coro en marzo con un manifiesto en el que pedían elecciones democráticas, libertad de expresión, propiedad privada de la tierra y el fin del partido único. También a lo largo del proceso hubo numerosas declaraciones, especialmente de representantes de intereses del sector exterior, a favor de una más amplia liberalización de la economía y de la reforma de las SOE. Aunque no se destaquen por su creatividad, los dirigentes del PCV, tanto los llamados renovadores como los retrógrados, cayeron pronto en la cuenta de que, si cedían, se les venían abajo los cimientos de su régimen, lo que enfrió al punto sus ardores reformistas. La nueva constitución ha sido finalmente aprobada el pasado 29 de noviembre y no contiene disposiciones que puedan alentar cambios importantes ni en la economía ni en ningún otro campo. El Partido Comunista se autorredefine como el partido de la «vanguardia de la nación» y único cauce legal para la participación política. La nueva constitución es, pues, un fiasco mayúsculo que ni siquiera asegura un largo respiro en medio de las dificultades políticas y económicas del régimen. Pero a su manera, y de acuerdo con sus medios, los comunistas vietnamitas han llegado a una conclusión ignaciana: en tiempos de desolación, nunca hacer mudanza.

Si se emperran en mantenerlo encerrado con un solo juguete, Vietnam puede convertirse en el eslabón más débil de la cadena comunista en Asia Oriental.

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Ficha técnica

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