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La Cataluña europea de Ferrán Requejo

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Voltaire señaló en su obra El siglo de Luis XIV que «Cataluña es uno de los países más fértiles de la tierra y de los mejor situados», que posee tal cúmulo de riquezas naturales que perfectamente podría bastarse como república independiente. Sin embargo, esta riqueza no constituye el fundamento de su independencia sino, más bien, aquello que la aboca, digámoslo suavemente, a establecer relaciones con el resto de los españoles –pues para Voltaire los catalanes eran españoles en el mismo sentido que los castellanos–. Esto es, que «Cataluña, en fin, puede prescindir del mundo entero, y sus vecinos no pueden prescindir de ella».

Ferrán Requejo, en dos libros que reúnen sus colaboraciones de prensa (Zoom Polític, ZP) y artículos más académicos (Federalisme, per a què?, FD) nos comunica que el mundo de la política internacional de los estados nacido en Westfalia y descrito con tanta brillantez por Voltaire ya no existe o, al menos, que ha cambiado de forma tan radical que se abren posibilidades inéditas respecto a las relaciones de Cataluña con sus vecinos y respecto a la cuestión de su independencia.

Una de las ideas centrales de Requejo, que subyace a ambos libros, es la de que persistimos en tratar esta vieja cuestión, de cuyo origen fue contemporáneo Voltaire, con instrumentos conceptuales antiguos, heredados de circunstancias bien distintas y que, por tanto, al no habernos dotado de conceptos adecuados a las nuevas condiciones nos privamos de la posibilidad de solucionar el problema. Y esto significa, aplicado a las nuevas condiciones creadas por la globalización, que podemos dejar caer conceptos que han perdido sentido (centralmente el de «independencia») y que podemos reformar nuestras instituciones liberales de forma que reconozcan y protejan mejor la diferencia cultural y, al tiempo, permitan la expresión de identidades políticas diferenciadas sin pagar el precio traumático de la secesión –y, se entiende que por descontado, dejar de pagar el precio de la uniformidad–. Esto es, las nuevas condiciones (esencialmente la Unión Europea) permiten aprovechar en sentido positivo la lógica de la globalización, de forma que la relativización de la soberanía de los estados redunde en la transferencia de soberanía hacia las naciones sin estado. Y, lo que señala Requejo como novedad, es que esto ya no ha de significar la creación de dos soberanías adversarias sino la creación de sinergias de suma positiva.

Requejo despliega su proyecto de transformación política en una serie de temas que le sirven para agrupar sus artículos en ZP. Éstos son las democracias liberales en el cambio de siglo; ciudadanía y nacionalismo; federalismo y estado de las autonomías (tema al que está dedicado monográficamente FD); la revisión ideológica de la izquierda; y ética y filosofía política. Antes de pasar a detallar las ideas esenciales de cada uno de los bloques, es imprescindible señalar que el propósito del autor no es sólo proporcionar instrumentos conceptuales y argumentos con los que abordar el problema español/catalán sino influir directamente en el discurso de los actores políticos catalanes y además quiere influir en el más inmediato presente, en el fin de época que marcan el calendario y la previsible jubilación de Jordi Pujol. Esto hace que el tono de los artículos sea a veces directo e interpelador (como corresponde al género periodístico y esto ocurre sobre todo en ZP) pero sin que el autor se sustraiga nunca a la seriedad y al rigor por buscar un hipotético y fácil impacto emocional (el zoom nos acerca los temas, a veces demasiado, y perdemos profundidad de campo y contexto, pero no deforma como otros objetivos).

Paso ahora a detallar muy sintéticamente el mensaje de Requejo en relación a sus temas. El autor entiende su reflexión como una crítica interna al liberalismo. La búsqueda de reconocimiento de las culturas/ naciones sin estado no es una crítica enemiga del liberalismo sino un intento de corrección, mejora y realización de sus valores. El autor no se deja engañar con falsas alternativas a la democracia liberal. No hace falta esperar al fin de la historia para saber cuál es el mejor modelo que nos ofrece la experiencia política, y esto es lo que argumenta el autor para defender la democracia liberal. Pero eso no quiere decir que la exclusión y la falta de reconocimiento de las minorías nacionales no estén presentes en los estados liberales. Hay opresión en aquellos estados liberales que encarnan, implícita o explícitamente un tipo de particularismo cultural a expensas de otra u otras culturas y minorías sin reconocimiento. Esto debe corregirse. Pero corregirlo no significa el abandono de la lógica liberal sino su despliegue más amplio.

La suma de un liberalismo que busca el reconocimiento de las culturas minoritarias y de un nacionalismo que hace de la pluralidad su rasgo distintivo es lo que conforma el nacionalismo liberal de Requejo, que se entiende a sí mismo no por contraposición al universalismo ilustrado sino como uno de sus componentes. Así, para este nacionalismo, defender la soberanía nacional ya no significa reclamar un estado independiente (cosa que ha perdido significado) sino protección y salvaguarda de sus rasgos diferenciadores y de identidad frente al exterior. El liberalismo significa en este contexto que lo anterior queda subordinado a la protección de las libertades y derechos individuales y, por supuesto, que la ciudadanía catalana se conciba únicamente en términos cívicopolíticos y no étnicos.  proporcionaría el marco adecuado en el que se obraría este reconocimiento de CataLa federalización de España y de Europaluña.

La parte más original del trabajo de Requejo, al menos por el eco y la discusión que ha suscitado, es la referida a su crítica de la Constitución y al estado de las autonomías, y su defensa de un federalismo asimétrico. Este es el tema monográfico de FD. Allí, a través de un análisis académico que combina de forma novedosa la teoría política con el enfoque comparativista, encontrará el lector un estudio meticuloso y comparado de los distintos modelos de federalismo junto a una revisión de la literatura reciente sobre este tema; dos ensayos amplios acerca del federalismo asimétrico como mecanismo de articulación posible en estados plurinacionales y como forma de reconocimiento de las nuevas formas de ciudadanía; y un análisis y evaluación de veinte años de modelo autonómico en España junto a una propuesta específica de reforma en dirección al federalismo asimétrico. De manera muy sintética, Requejo sostiene que el reconocimiento de las identidades nacionales dentro de los estados plurinacionales debe recibir un trato diferenciado, constitucionalmente reconocido. Esto significa reformar la Constitución. Para el autor, la Constitución española de 1978 ha sido un excelente instrumento descentralizador y democratizador pero no recoge de forma explícita el reconocimiento simbólico de la identidad nacional de Cataluña. Y esto es así porque la cuestión del reconocimiento se solventa, sobre todo, en el plano simbólico y en el de la reorganización de la administración del estado y no tanto en el mero crecimiento competencial. Esto es, la identidad de Cataluña no depende sólo de su afirmación por los catalanes sino de su reconocimiento por los otros. Y aunque la Constitución permite la asimetría entre las comunidades, su impulso final es, en su percepción, más igualador que diferenciador. El federalismo asimétrico, por el contrario, trataría de forma distinta lo que es distinto. Sólo así, sostiene el autor, se lograría el pleno reconocimiento y se evitaría la homogeneización.

De qué manera se plasme todo este programa en políticas y en cambios institucionales concretos es harto complicado (y esta traducción en programas políticos es lo que Requejo, en buena medida, demanda de la izquierda catalana). Pero es aquí, en mi opinión, donde el autor abandona la lógica pragmática del acomodamiento a través de la deliberación y adopta, más bien, el tono de la contienda política. En este caso, un tono nacionalista: reconocimiento y afirmación nacional. Se pide, por ejemplo, que se señalen concretamente en la Constitución las naciones susceptibles de trato diferenciado como mecanismo de reconocimiento. Pero, me parece, resulta difícil la articulación de esta idea sin que se susciten agravios en las regiones o, debido a la propia asimetría, entre las naciones mismas. El reconocimiento de las naciones es, sin duda, legítimo y debería recogerse de forma más explícita en la Constitución pero, en tanto algo abierto y sujeto a controversia, sólo puede atenderse de forma genérica. También se pide un reconocimiento de los símbolos nacionales subestatales sobre los del estado en su ámbito propio, pero la lógica del reconocimiento parece que exige la reciprocidad. Y el reconocimiento de los símbolos nacionales estatales y subestatales no deben crear conflicto si se acepta la idea de la soberanía compartida y se definen las identidades políticas de forma pluralista. En cuanto a la afirmación nacional, se pide un papel internacional para Cataluña, como corresponde y merece, pero sin que sepamos si ese papel tiene una dimensión cultural o si se pide, por el contrario, un papel equiparable al que convierte a las naciones en estado en la arena internacional. En fin, no merece la pena adelantar más de las propuestas concretas para que así el lector disfrute de esta parte menos fría de la obra de Requejo.

Y por último unas pocas observaciones. La primera, de carácter formal, es lamentar que no se nos informe en ZP de las fechas de publicación, la lengua original, periódico o revista donde aparecieron primeramente cada uno de los artículos recogidos. Es una información interesante, y a veces reveladora, que el lector echa de menos. Algo que sería fácilmente subsanable en una deseable edición castellana. En segundo lugar, el autor está comprometido con la reforma de nuestro vocabulario político, anticuado en la medida que no responde a nuestra realidad, y sin embargo sigue utilizando palabras como soberanía, nacionalismo y nación, de alta carga emocional y de escasa precisión conceptual (y, desde luego nada afines al liberalismo que profesa Requejo), mientras prescinde de otras, a mi parecer más integradoras y menos polémicas, como catalanismo. También podría añadirse que no se aportan datos acerca de las identidades nacionales de los españoles o de los catalanes (algo esencial si queremos hablar de reconocimiento) o que el autor insiste con cierta frecuencia en que se pueden sacar lecciones productivas de la comparación de España, en cuestiones de articulación de la plurinacionalidad, con Bélgica o Canadá. A este comentarista le parece que España no se parece ni en su historia, ni en la estructura de sus identidades nacionales a los ejemplos citados. Pero además los arreglos de articulación federal/plurinacional allí ensayados tampoco son de deseable aplicación. Y la razón es muy simple: han fracasado desde el punto de vista de una mejora de la convivencia y de la estabilidad política. Aunque, desde luego, la virtud del atraso enunciada por Veblen habría de servirnos para intentar no cometer los mismos errores en futuras reformas.

En suma, dos libros muy interesantes, que plantean desafíos de un calado muy profundo para la organización de España y que, si consiguen escapar a la distorsión mediática y convertirse en objetos de discusión y conversación, serán de mucho provecho para todos nosotros.

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