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Salida de emergencia

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Publicada en Zúrich en abril de 1933, sólo algunas semanas después del ascenso al poder de Hitler en Alemania, la extraordinaria novela Fontamara, de Ignazio Silone, tocó con fuerza las fibras sensibles en toda la Europa antifascista y más allá. León Trotski le escribió a Silone –un exiliado a otro, un enemigo de Stalin a otro– para decirle que «el libro merece que se distribuyan millones de copias». Graham Greene, en su recensión de la novela para el Spectator en 1934, declaró que «esta historia de un oscuro pueblo italiano «sobre cien andrajosas e informes casuchas de una planta» es el relato más conmovedor de la barbarie fascista que he leído nunca […]. Debería leerse hasta llegar a su despiadado final».

El éxito de Fontamara fue aún más extraordinario por el hecho de tratarse de la primera novela de Silone. Nacido como Secondino Tranquilli el 1 de mayo de 1900, se había criado en la empobrecida región de Marsica, en los Abruzzi, cerca de Roma. Los campesinos de su tierra, los cafoni, habrían de convertirse en los héroes de Fontamara y de muchas obras posteriores. A la edad de quince años perdió a toda su familia cercana, a excepción de su hermano menor, Romolo, en un terrible terremoto que se cobró más de 30.000 víctimas. Después de tres años bajo tutela católica, Silone se sintió atraído por Roma, por el Partido Socialista y, en 1921, por el recién escindido Partido Comunista de Togliatti, Gramsci y Bordiga. Durante la década siguiente fue una figura clave del partido, dirigiendo revistas y periódicos, viajando a España, Francia, Alemania, Suiza y Rusia, llevando a cabo misiones peligrosas –dos de las cuales acabaron conduciéndolo a la cárcel– y dirigiendo la red comunista clandestina en Italia después de que los fascistas prohibieran toda oposición en 1926. En 1927 fue testigo de cómo Stalin destituía autoritariamente a Trotski, Zinoviev y otros en Moscú, y a partir de entonces sus relaciones con el partido fueron cada vez más tensas y confusas. En 1931, el año en que fue finalmente expulsado, ya se había apartado de la política activa y fue entonces cuando escribió Fontamara: Silone había encontrado con ello un nuevo medio para expresar sus convicciones.

Fontamara supuso el comienzo de una notable segunda carrera para Silone, haciendo de él un abanderado literario de una cierta resistencia moral de izquierdas al totalitarismo, con una reputación semejante a la de figuras como Camus, Koestler y Orwell. Su siguiente novela, Vino y pan (1936), fue una exploración magistral de las dificultades morales de ser un antifascista, encarnado aquí en el héroe semiautobiográfico Pietro Spina, un comunista que se esconde en Italia disfrazado de sacerdote. Desde su exilio en Zúrich, Silone escribió también uno de los más agudos análisis del fascismo, los diálogos satíricos La escuela de dictadores (1938). Su reputación internacional quedó ratificada tras la Segunda Guerra Mundial, cuando en 1950 apareció, en la colección The God That Failed (El Dios que falló) de Richard Crossman, su devastador relato de su pérdida de la fe en el comunismo. A pesar del talante cada vez más cristiano y devocional de las últimas obras de Silone, y a pesar de la hostilidad en ocasiones feroz de los comunistas, siguió siendo una especie de héroe y un modelo para una gran parte de la izquierda socialista europea. Hasta ahora.

En L’Informatore, Dario Biocca y Mauro Canali ofrecen un número abrumador de pruebas procedentes de archivos para indicar que, durante más de diez años, entre 1919 y 1930, Silone fue un informador habitual de un oficial de policía romano llamado Guido Bellone. Valiéndose del sinónimo de Silvestri, Silone le proporcionó a Bellone detalles escritos sobre individuos, instituciones y actividades en todos aquellos círculos políticos en los que se movía y en todos aquellos lugares de Europa a los que viajaba. Fue, de hecho, su movilidad lo que ha permitido que Biocca y Canali identifiquen a Silvestri, al menos circunstancialmente, ya que la fecha, el lugar y la misión de todos y cada uno de los informes de este importante informador coincidían con las actividades de Silone. Cuando arrestaron a su hermano por participar en una conspiración para asesinar al rey de Italia en 1928, Silone se esforzó por ayudarlo, pero en vano, ya que su hermano fue torturado y encarcelado, y moriría en prisión en 1932. Quizás a resultas de esta crisis personal, y quizás como un fruto de las tensiones insostenibles en sus relaciones con el Partido Comunista Italiano y con Moscú, Silone cortó finalmente todo vínculo con Bellone en una notable carta de abril de 1930: «Me encuentro en la hora de la verdad de mi crisis vital y sólo puedo ver un modo de salir: abandonar por completo la política activa (buscaré algún tipo de trabajo intelectual). La otra única solución era la muerte. No podía, no puedo seguir viviendo en el equívoco».

Cortar el suministro de información era una decisión peligrosa para un informador; la única salida para Silone era apartarse de la información misma y, por tanto, volverse inútil. Su segunda carrera como escritor nació, pues, de un doble apartamiento o «salida de emergencia»: de Stalin y del Comintern, pero también de Bellone y las hipocresías de una década de traición.

Nos hemos habituado a las revelaciones de compromiso y complicidad surgidas tras las caídas de los regímenes totalitarios, y la Italia fascista, incluso más de cincuenta años después, continúa ofreciendo sus propios ejemplos. Aún están recientes las discusiones sobre una carta de Alberto Moravia a Il Duce y sobre las reflexiones profascistas de Cesare Pavese en su diario privado. Pero el caso de Silone es a un tiempo más complicado, más turbio y más increíble que éstos, ya que trasciende las barreras políticas y culturales tanto del período fascista como de los años noventa.

El libro en gran medida aséptico de Biocca y Canali, integrado por dos ensayos que dan cuenta de las actividades de Silone a lo largo del período en cuestión, y que recoge más de cincuenta informes de Silvestri, es sólo la última entrega de un debate que lleva durando ya varios años. Desde hace mucho tiempo se sospechaba que Silone podría haber intentado contactar con el régimen en 1928, en un noble y desesperado intento de ayudar a su hermano. Cuando, en 1996, Biocca y otros dieron a conocer los primeros indicios de que podía tratarse de bastante más que eso, muchos quedaron consternados. Siguieron un goteo de afirmaciones y contraafirmaciones en conferencias, revistas y en la prensa nacional, impulsados a veces más por la dinámica de los escándalos en los medios de comunicación que por un debate serio. A medida que fueron surgiendo nuevos documentos, los defensores de Silone se vieron obligados a cambiar de postura en más de una ocasión. Varios se negaron simplemente a aceptar la posibilidad de que Silone fuera un informador. El veterano periodista Indro Montanelli declaró que «aunque Silone mismo se levantara de su tumba para decirme que estas acusaciones eran ciertas, seguiría sin creerlas». El filósofo Norberto Bobbio también defendió a Silone, más por lealtad al hombre y a sus ideas que por un escrutinio de las pruebas. Cuando los historiadores empezaron a examinar el material que habían visto Biocca y Canali, varios dejaron caer veladas acusaciones de manipulación y de inexactitudes en la transcripción. La viuda de Silone amenazó con interponer una demanda. Entre tanto, surgieron incluso comentarios sobre un viejo escándalo que vinculaba a Silone con la CIA, en los años cincuenta, a través del Congreso por la Libertad Cultural. Desde Suiza llegaron pruebas de relaciones durante la guerra con la OSS, la predecesora de la CIA, incluidas reuniones con Allen Dulles. Silone corría el riesgo de convertirse en un espía para cualquier época y para cualquier bando.

Una ironía más de las que arrojó el caso era el hecho de que la acción defensiva de la retaguardia la hicieron suya muchas personas situadas en la izquierda ex comunista, que fueron en vida de Silone sus más encarnizados enemigos. Aquí entró en juego la política de los años noventa: Biocca y Canali publicaron sus primeros artículos académicos sobre Silone en la revista del historiador revisionista Renzo de Felice. Para unos, la prueba de un intento político de debilitar el legado antifascista y apoyar a los neofascistas, recientemente legitimados; para los autores, la prueba de que ninguna otra revista habría aceptado su trabajo.

Todo el caso estaba viéndose envuelto en una densa atmósfera de confusión en los años noventa, provocada por el derrumbamiento del consenso antifascista sobre el que se había construido la Italia de la posguerra. En los círculos literarios, el tratamiento hagiográfico de Silone pareció permanecer incólume durante un tiempo, pero la relectura de su obra provocó una sensación creciente de ansiedad. Un capítulo trascendental de Vino y pan se dedica a la confesión de un joven, arrestado en Roma, a quien seduce un oficial de policía de voz melosa para que informe de sus compañeros políticos. ¿Silone en 1918 ó 1919, quizá? Este mismo joven sería más tarde el protagonista de una obra de teatro, Y él se escondió (1944). Salvedades sobre falacias de autoría aparte, la prominencia de temas como traición, disimulo y culpa en todos estos libros deberían al menos dar que pensar. Como debería hacerlo el hecho de que Silone, el escritor, surge de las revelaciones como una figura más rica y desafiante de lo que nunca habían sugerido sus píos defensores.

En L’Informatore, sin embargo, a Biocca y Canali les interesan los hechos históricos, no literarios. Tras cuatro años de polémica, el libro acalla de una vez por todas cualquier intento de negar que Silone envió estos informes a Bellone. El establecimiento de este hecho es, ya por sí solo, un logro muy importante, pero hay elementos que siguen estando poco claros. Aunque una carta de 1929 habla de «relaciones» que duran una década, las pruebas directas de los años anteriores a 19231924 (y del período crucial entre 1925 y 1927) son aún muy pobres. Algunas de las preguntas circunstanciales que plantean los escépticos quedan aún incómodamente sin contestar: si Silone era un espía, ¿por qué, cuando se convirtió en un símbolo internacional tan importante de la causa antifascista en los años treinta, el régimen no reveló sencillamente al mundo su duplicidad? ¿Y por qué seguía el régimen espiándolo en los años treinta y cuarenta? ¿Fue informado Togliatti cuando fue ministro de Justicia después de la guerra, lo que le brindaba acceso a la mayoría de las listas de informadores y espías? Y, si fue así, una vez más, ¿no habría actuado contra este traidor a su partido y a él mismo? Pero la pregunta más importante que queda sin contestar tiene que ver con los motivos: ¿qué tipo de interés recíproco ligaba a Silone, y a otros informadores como él, a figuras como Bellone y el régimen?

Parece claro que Silone no fue nunca un fascista. El propio Bellone, más o menos desconocido hasta ahora, estaba actuando en la Italia liberal como un artero oficial con un talento especial para recopilar información más que para imponer cualquier ideología. Los dos entablaron una relación personal extraña y evidentemente intensa, iniciada años antes del ascenso al poder de Mussolini. Según algunos, Bellone había llegado incluso a participar en los equipos de ayuda tras el terremoto de Marsica de 1915 y es posible que forjara un vínculo con el joven Silone basado en este pasado compartido. Se ha hablado de dinero cambiando de manos entre ellos, pero también de lealtad y respeto mutuo. En 1930, Silone declaraba además que no había perdido su devoción por la causa de los obreros y los campesinos, y que no creía haber hecho «un gran mal ni a mis amigos ni a mi país». Meras ilusiones, quizá, pero es cierto que la inmensa mayoría de las misivas de Silvestri es muy poco lo que revelan. Contienen datos sencillos que el régimen habría recibido también de otros informadores menores. Incluso cuando parece optar por una absoluta traición, lo hace de un modo que algunos han interpretado como prácticamente inútil para Bellone.

¿Cómo pudo un comunista culto y de alto rango como él haber infligido menos daño a la causa antifascista en diez años que, por ejemplo, el que el petimetre de salón Pitigrillo hizo a los liberales antifascistas de Turín después de que se le antojara casi ejercer de informador en 1930? Hay dos respuestas conjeturales a esta pregunta, una improbable y otra que concuerda con mucho de lo que ahora sabemos sobre las actividades de la policía secreta fascista, la Opera di vigilanza e di repressione dell’anti-fascismo (OVRA). Es sólo más o menos posible, como algunos han señalado, que Silone jugara con una doble baraja (no importa qué versión de la historia es la que cuenta, ya que está claro que era un maestro en este campo), pasando información inofensiva, incluso falsa, a Bellone para controlar lo que el régimen sabía y lo que no sabía. Lo que es mucho más probable es que Bellone obtuviera de Silone exactamente lo que quería, que era un panorama actualizado y detallado que le ayudara a elaborar un cuadro cumulativo del movimiento comunista. Y no hay duda de que parte de este juego iba a permitirle a su informador no sentirse moralmente abyecto.

Por difícil que sea trazar la distinción en términos morales, se trata de algo históricamente crucial: Silone se involucró más en informar que en traicionar descaradamente a la causa comunista, como han querido sugerir Biocca y Canali. Mimmo Franzinelli, el autor de un reciente e importante libro, I tentacoli dell’OVRA (Los tentáculos del OVRA), ha reprendido muy severamente a Biocca y Canali por no contextualizar a «Silvestri» dentro de la masiva red de informadores mantenida por el régimen y, por tanto, por otorgar una importancia excesiva a la presentación e interpretación de lo que han encontrado precisamente de ese modo. Una vez dicho esto, no hay duda de que la información de Silone ayudó inmensamente al régimen en su perjudicial ataque a los comunistas clandestinos a comienzos de los años treinta.

La investigación continúa. Está en camino una gran biografía y es mucho lo que queda por decirse de esta figura tan apasionante, en su doble faceta de escritor y de activista político. En la película de Bernardo Bertolucci La estrategia de la araña, de 1970, un antifascista es desenmascarado por sus compañeros como un traidor. Sin embargo, se convierte en un héroe y en un mártir cuando es asesinado de un modo que hace que el régimen parezca el responsable. Años más tarde, su hijo desenmaraña la red del engaño, pero finalmente opta por honrar el simple mito de su padre como héroe y no por la compleja verdad. En el pasado, la relación de Silone con las fuerzas gemelas del fascismo y el comunismo había parecido extraordinariamente simple y emblemática, rayando en lo heroico. Ahora está comenzando a aflorar una verdad más compleja gracias a los denodados esfuerzos de Dario Biocca y Mauro Canali. Abandonar el mito ha sido doloroso, pero la verdad de la doble vida de Silone hace de él una figura no menos, sino más emblemática del siglo XX .

Traducción de Luis Gago.

© The Times Literary Supplement.

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