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En Cataluña

El sur

COLM TOIBIN

Emece, Barcelona, 190 págs.

Trad. de José Manuel Álvarez Flores

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Colm Tóibín (Enniscorthy, Irlanda, 1955) vivió entre 1975 y 1978 en Barcelona, ciudad que ocupa lugar de preferencia en su geografía sentimental y a la que se ha dedicado –orwellianamente– un libro que lleva el título significativo de Homenaje a Barcelona. Así las cosas, no parece extraño que la primera novela de Colm Tóibín, El sur, de 1990 y que ahora aparece en castellano en acertada versión de José Manuel Álvarez Flórez, se desarrolle en parte en Cataluña, con esporádicas localizaciones en Barcelona. El sur arranca en la Ciudad Condal, en el otoño de 1950, con la llegada de Katherine Proctor, mujer irlandesa protestante en sus orígenes quien, habiendo abandonado a su esposo e hijo, se halla poseída por la mayor perplejidad, también por la compulsión de no regresar al punto de partida, decididamente pequeño y confesional (romano-católico, ya se entiende). Cierto que el ambiente nacional-católico de la España del momento tampoco era de lo más estimulante y, sin embargo, en él Katherine Proctor se mueve como pez en el agua. En esta primera parte de la novela conviene agradecerle a Colm Tóibín que no aporte más color local que el necesario, evitando así convertir la novela en secuela de aquellos pastiches románticos que tanto contribuyeron a folclorizar nuestra imagen. En todo caso, los combatientes de El sur, Miguel y adláteres, nunca alcanzan la debida profundidad –como los policías que aquí se dejan ver, demasiado torpes–, quedando por momentos a la altura de ciertos personajes de Hemingway cuando éste se introduce –sin adentrarse verdaderamente– en la tragedia española. Sin embargo, Colm Tóibín resulta hábil cuando, al ver agotada su primera estrategia, recurre a un compatriota de Proctor, también expatriado, también amante de la pintura, para dar un importante giro a su historia que, asimismo, recobra nuevos alimentos con los viajes de Katherine a Irlanda, donde –en Dublín– reencuentra en un cuarto de hotel a su marido, un absoluto náufrago. Ahora, en las páginas irlandesas de la novela, se muestra un Colm Tóibín vigoroso, incluso aunque lo que narre sean espacios incoloros tan a tono con la vida mediocre que Katherine Proctor pretendía dejar atrás al tomar el camino del sur. Que reaparece en Faro (Algarve), con Katherine Proctor y su propia madre, presencia fantasmal recurrente a su vez huida de la pequeña, verde y confesional isla donde la lluvia y el alcohol parecen ejercer el mismo papel anestesiante. Detrás de las idas y venidas, también temporales (de 1950 la novela se desplaza a los primeros setenta), subyace la lección moral –tan quevediana, por otra parte– de que no basta con cambiar de sitio si no se produce la correspondiente mudanza personal. Y al respecto resulta significativo que el libro finalice con Katherine de nuevo en Irlanda, al lado de Michael Graves, su vecino y amigo, que pudiera ejercer en esta novela un papel semejante al de aquellos que en El Quijote no hacen sino intentar convencer al héroe cervantino –por las buenas o por las malas– que su papel está en el mediocre punto de partida. Y, por cierto, que Katherine Proctor recuerda bastante a Emma Bovary, heroína quijotesca por todos los costados. Mención aparte para el brillante –en su deliberada opacidad– estilo de Colm Tóibín, quien alcanza cotas importantes en las descripciones pictóricas, vistas desde la perspectiva de Katherine Proctor y Michael Graves, que cierran este libro, finalista en su momento del prestigioso premio Whitbread y ganador del Irish Times Literature Prize y que se une, aunque con retraso, a otros libros de Tóibín ya traducidos al castellano, como El faro de Blackwater y Crónica dela noche.

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Ficha técnica

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