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Una autobiografía intelectual

EL ROSTRO CAMBIANTE DE CLÍO. ENSAYOS

Raymond Carr

Biblioteca Nueva/Fundación José Ortega y Gasset, Madrid

Ed. y trad. de Eva R. Halffter

894 pp.

50 €

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De «autobiografía intelectual» de Raymond Carr califican sus editores este impresionante volumen con más de doscientos textos de diversa procedencia publicados en los últimos cuarenta años por quien es reconocido como uno de los grandes renovadores de la historia contemporánea de España. Ese tono autobiográfico aparece en las constantes referencias del autor a su propia peripecia intelectual y personal, empezando por las azarosas circunstancias que lo llevaron en los años cincuenta a decantarse por la historia de España como eje de su carrera académica, descartando la posibilidad, que había sopesado durante algún tiempo, de consagrarse al estudio de la historia de Suecia. No hace falta decir que semejante elección, motivada por casualidades de la vida personal, orientó su trayectoria historiográfica en un sentido totalmente distinto del que hubiera tenido en caso de proseguir sus investigaciones juveniles sobre la participación de Suecia en la Guerra de los Treinta Años. Una trayectoria que puede seguirse fielmente a través de los textos recogidos en estas páginas: conferencias, artículos de opinión y, principalmente, críticas de libros, algunos de los cuales –como El Mediterráneo y el mundo mediterráneo de Braudel– habrían de convertirse en obras de referencia en el panorama historiográfico de las últimas décadas. Junto a la erudición y la agudeza que derrocha Raymond Carr en sus críticas, muchas de ellas verdaderos ensayos en miniatura, conviene destacar la ironía como parte esencial de una voluntad de estilo inseparable de su forma de ser y, al mismo tiempo, como un artificio intelectual que le permite abordar un problema historiográfico desde una perspectiva a menudo insólita. La ironía y a veces la autoparodia le sirven también para presentarse a sí mismo tal cual, con sus manías y sus flaquezas, tiñendo así toda la obra de un estilo muy personal en el que no falta, como en el retrato que ilustra la portada, un toque algo excéntrico.

Esto último se aprecia principalmente en la veintena de artículos dedicados a la caza del zorro, en los que se mezcla el afán didáctico de explicar –probablemente, sin mucha confianza ni empeño en convencer a nadie– la historia y el significado social y antropológico de esta curiosa tradición, con una velada reivindicación sentimental del mundo que representa. Lo mismo podría decirse de la media docena de artículos recogidos bajo el epígrafe «Oxford», incluido también en uno de los tres grandes bloques temáticos en que se divide el libro, el titulado escuetamente «Gran Bretaña». Los otros dos, propuestos, como el anterior, por el propio Carr, figuran bajo los encabezamientos «España» e «Historia», aunque el libro contiene al final tres pequeñas secciones dedicadas a «Literatura», «Retratos» y «Miscelánea». Dentro de cada apartado, los textos se han ordenado siguiendo un criterio generalmente cronológico, que ha sido el adoptado, salvo algunas excepciones, por la responsable de la edición de la obra, Eva Rodríguez Halffter, discípula de Carr y autora de la excelente traducción española de todos los textos.

El primero de los bloques temáticos y el más extenso –casi la mitad del volumen– es el referido a España. El lector español encontrará en estas páginas al Raymond Carr que nos resulta más familiar: el historiador que contribuyó a sacar la historia contemporánea de España del laberinto de mitos románticos y regeneracionistas en que había permanecido hasta bien entrado el siglo XX. Llama la atención, por cierto, la devoción de sir Raymond por un autor como Gerald Brenan, que tanto hizo por convertir en canon historiográfico el viejo tópico literario de la España romántica. En algunas páginas de esta obra hay como un eco de viejas conversaciones entre ambos sobre las claves de la historia de España y sobre la importancia de la literatura como fuente insoslayable de conocimiento histórico. Queda la duda de si Gerald Brenan le confesó alguna vez a Raymond Carr la enorme deuda que en la redacción de El laberinto español había contraído con el escritor y político socialista Luis Araquistáin, por entonces exiliado en Londres, cuyas opiniones sobre el tema de aquel libro, vertidas en una abundante correspondencia entre ambos, parecen haber influido hasta tal punto en Brenan que uno no sabría decir dónde se acaba la visión distante y foránea sobre las causas de la Guerra Civil española y dónde empieza una cierta mirada española –la de Luis Araquistáin, amigo de Brenan y discípulo confeso de Costa– sobre unos males de la patria que tras la Guerra Civil muchos consideraron incorregibles.

Uno de los grandes méritos de Raymond Carr ha sido precisamente acabar con una vieja inercia regeneracionista sobre la España del siglo XX que ha impregnado casi todas las escuelas historiográficas y que partía de una valoración muy negativa, tirando a tremendista, del régimen de la Restauración, olvidando sus profundas raíces liberales, que no democráticas. Aquí hay que subrayar no sólo la aportación directa de la obra de Carr a una revisión a fondo de ese regeneracionismo tardío, sino también la importancia capital que ha tenido su magisterio en Oxford sobre un grupo de historiadores españoles llamados a protagonizar uno de los grandes cambios experimentados por nuestra historiografía desde la transición: José Varela Ortega –que en gran medida inauguró ese giro historiográfico con Los amigos políticos (1977)–, Joaquín Romero Maura y Juan Pablo Fusi, más otros historiadores que han avanzado posteriormente en esa misma dirección, como Mercedes Cabrera, Fernando del Rey y Javier Moreno Luzón, algunas de cuyas obras comenta Raymond Carr en estas páginas.Aunque él mismo se confiesa víctima de un síndrome característico de los hispanistas –«ese talante sentimental que parece embargar a todos los que escribimos sobre España»–, su obra ha estado presidida por una firme voluntad de interpretación racional de los fenómenos históricos que han marcado el devenir de la España contemporánea. Esta presunción de racionalidad de nuestra historia permitía entender los pronunciamientos del siglo XIX, estudiados por Carr en su ensayo «El Ejército español en la política», no como expresión singular y exótica de un caudillismo congénito, sino como una forma de supervivencia de la profesión militar, que, a través del pronunciamiento, conseguía auparse ventajosamente en torno a eso que Galdós llamó «la olla grande del presupuesto». «Abajo la Monarquía y arriba un grado todos los oficiales», exclamó un general en 1867, expresando con una crudeza fuera de lo común un sentimiento seguramente muy extendido en la oficialidad de la época. De ahí, y de los prodigiosos efectos de las guerras civiles y coloniales sobre el escalafón, que el ejército fuera, como recuerda Carr, el más poderoso medio de movilidad social de la Europa de la época.

La evolución del país en los últimos treinta años demuestra, no obstante, el carácter reversible de ciertos rasgos de nuestra historia contemporánea que durante mucho tiempo se consideraron parte esencial de la fisonomía histórica de la sociedad española, como el militarismo, la intolerancia religiosa o la propensión a la guerra civil, síntomas inequívocos para varias generaciones de intelectuales e historiadores de una mentalidad refractaria a la modernidad y a la democracia. El título del libro, tomado de un reciente artículo de Carr, sugiere justamente la naturaleza cambiante, y a veces imprevisible, de la historia y de la historiografía, bien patente en los movimientos pendulares de las ciencias históricas en los últimos tiempos, cuya evolución puede seguirse cumplidamente en el bloque en que se agrupan los ensayos historiográficos –la mayoría, críticas de libros– publicados en su día por Raymond Carr. Aquí prevalece el pathos más escéptico del autor, que suele acoger con cierta reserva y a menudo con una ironía devastadora todo aquello que, a su juicio, rebasa los límites de la prudencia y de la modestia que debe respetar el historiador dotado de un mínimo sentido del ridículo.Así, la pretensión de la escuela francesa de los Annales de llevar a la humanidad hasta los remotos e inexplorados confines de la historia total produce en nuestro autor una sonrisa indulgente fácil de imaginar. Por el contrario, ante la evolución de la historiografía marxista en las últimas décadas parece vacilar entre el reconocimiento de las nuevas y valiosas tendencias de la historia social, menos rígidas y dogmáticas que en el pasado, y la simpatía que le inspira «la sencilla fuerza explicativa del marxismo clásico». En todo caso, y frente al carácter colectivo que han tenido algunas de las grandes empresas historiográficas de los últimos tiempos, sobre todo aquellas que se sitúan en la frontera de la historia económica o de las ciencias sociales, Carr reconoce ser «lo bastante anticuado y lo bastante mayor» como para seguir creyendo, como Benedetto Croce, que explicar e interpretar el pasado es una actividad eminentemente individualista.

Algunas de sus apreciaciones a vuelapluma sobre ciertas polémicas historiográficas muestran esa sabiduría inefable del historiador de raza que, como los viejos médicos de pueblo, con sólo tomarle el pulso a un problema es capaz de dar con un diagnóstico que el paso del tiempo acaba confirmando. Algo parecido puede decirse de su análisis de la actualidad política, generalmente al hilo de alguna lectura reciente. Esta, llamémosla, coartada bibliográfica le permite formular su opinión sobre las cuestiones más diversas e intrincadas, ya sea la transición española, tema de una docena de artículos, los nacionalismos vasco y catalán, la situación en América Latina o el futuro de Europa, ante el cual se declara un euroescéptico sin complejos, que hace suya la opinión de un autor –Larry Siedentop– tan crítico e incrédulo como él: «Europa no está preparada aún para el federalismo». Es la frase que cierra un artículo publicado por Carr hace cinco años, y no parece que los acontecimientos recientes la hayan desmentido. Pero Raymond Carr no pretende ejercer de profeta, ni siquiera opinando sobre el futuro de un país que no es el suyo. Su actitud ante la historia se rige por la misma curiosidad un poco ingenua que lo llevó a visitar España por primera vez hace más de medio siglo y a adoptarla desde entonces como su patria historiográfica. Una actitud que recuerda la posición ante la vida de su maestro y amigo Isaiah Berlin, según la definió el autor de una de las obras comentadas por Carr: «Escéptica, irónica, desapasionada y libre».

 

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Ficha técnica

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