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La independencia del antihéroe

El día de la Independencia

RICHARD FORD

Anagrama, Barcelona, 1996

Trad. de Mariano Antolín Rato

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El teléfono móvil y el contestador automático han reemplazado hoy al yelmo y la lanza como armas de los caballeros andantes. Si además la novela es estadounidense, el nuevo héroe suele lanzarse al mundo no montado en Rocinante, sino al volante de su coche. El antihéroe del libro más reciente de Richard Ford, publicado en España con el título El día de la Independencia, se mueve, a diferencia de Don Quijote, en una sociedad que ha hecho de la «independencia» su marca distintiva. Y, con Ford, a palabras como «cáncer», «divorcio», «violencia», «Vietnam» (de todo eso hay en la novela), hay que añadir, en los retratos de la vida estadounidense, «independencia». «Independencia», empero, quiere decir muchas cosas.

La de Estados Unidos, por ejemplo, que se conmemora el 4 de julio. La novela transcurre en 1988, entre el viernes 1 y el lunes 4 de julio. La fiesta de la «independencia» culmina en un desfile por las calles de Haddam, Nueva Jersey. Frente a esa independencia, que es también la de Reagan y Bush, hay otra con cuya afirmación el nuevo Quijote cree fundar un acto de resistencia: la suya propia, la independencia como la veía Emerson.

Frank Bascombe, el antihéroe, dedica el fin de semana a la búsqueda y proclamación de esa independencia. De hombre divorciado, que ha comprado la casa en la que vive a su exmujer. O de ciudadano profesionalmente móvil: Bascombe ya no es el periodista deportivo de la novela así titulada de Ford; es ahora un agente inmobiliario.

Bascombe trata, en esos tres días, de acercarse a su hijo Paul. Tiene la intención de visitar con él diversos templos de la cultura de Estados Unidos: un museo del baloncesto, un hotel que pretende poner al alcance del ciudadano medio las aventuras de los héroes de James Fenimore Cooper, un estadio de béisbol. Quiere explicar a su hijo nada menos que lo que es la independencia, con el objetivo irónico de convencer a Paul de que venga a vivir con él.

Como en una novela de Saul Bellow, los viajes y desplazamientos que realiza Bascombe, que pasa buena parte de la novela dentro de su coche, no le llevan a las rectas infinitas del Oeste, sino a las más accidentadas carreteras de Nueva Inglaterra, un paisaje colocado en un delicado equilibrio entre el Viejo y el Nuevo Mundo. La lectura de lo que, en cierto modo, es una sátira de las road novels causa a veces la sensación inquietante de presenciar los desplazamientos de un coche sobre un mapa, un mapa que además de una proyección plana fuera una reducción mínima, pero reducción con todo, de la superficie tangible. Hay más atascos que locas escapadas en el El día de la Independencia.

La escritura de gente como Richard Ford, Tobias Wolf o Raymond Carver ha acallado prácticamente otras voces más innovadoras en la ficción americana: parece, pues, que a cuatro años del final del siglo, los lectores de novelas debemos conformarnos con la severa dieta del realismo. Claro que esto es cierto a medias: la literatura estadounidense, en realidad, nunca estuvo del todo a gusto con el realismo. Es ésta una categoría que tiene que funcionar de manera especial en un mundo extraño (¿qué hay más extraño que la realidad estadounidense?). Dispuestos, pues, a conformarnos, encontraremos mucho en Ford. Tal vez sea demasiado ver en El día de la Independencia el colofón del realismo; es más preciso decir que la novela de Ford es realismo, y también algo más: la promesa de un mañana posrealista. Dicho esto, no debe buscarse en Ford el quiebro brutal y repentino, la inversión paródica del ethos realista sino más bien un efecto de duración, la sedimentación lenta de un mundo minúsculo: un mundo de textura ligerísima, delicada, que el discurso uniforme, monocorde, del narrador va dejando supurar, como poso o subproducto.

Algunos le reprocharán a Ford la prudencia extrema, excesiva, de una escritura que huye del exceso como de la peste, una cierta falta de generosidad. Pero es que ese mundo sedimentario, el producto exiguo de 564 páginas de narración, representa un contrapunto al discurso sobre la independencia. Es Frank Bascombe el que da la réplica logorreica al discurso oficial sobre la independencia, pero ese poso, tenue pero indestructible –las cosas del mundo del realismo sucio– a su vez arroja la duda, el desconcierto sobre el discurso de Bascombe.

La pregunta final de la novela ya está en cierto modo en su título, y es lo que convierte ésta de Richard Ford en una novela política: ¿es la independencia genuina posible hoy en Estados Unidos?, ¿se parecería a la que nos propone Frank Bascombe?, ¿o tenemos que admitir ésa con que nos obsequian las majorettes y los candidatos presidenciales?

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Ficha técnica

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