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El caso de los libreros desaparecidos

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En los últimos cuarenta años China se ha convertido en la segunda economía del mundo. Ese crecimiento meteórico ha comportado un progresivo peso geopolítico. Sería superfluo discutirlo. Lo que importa —estoy con Donald Rumsfeld— son sus known unknowns: lo que, al tiempo, sabemos y desconocemos de ese nuevo poder. ¿Qué sabemos? Uno, que es un país que ha dejado atrás la miseria material. Dos, que China sigue sumida en la miseria moral que le legó el Gran Timonel. Hoy igual que entonces está gobernada por un partido totalitario que vive y obliga a sus súbditos —nunca ciudadanos— a vivir en la mentira. Espléndida, esa definición de Liu Xiaobo ¿Qué desconocemos? Al menos, otras dos grandes cosas. Una, la evolución intelectual y moral de los súbditos que desean vivir como ciudadanos libres. Dos, la capacidad de resistencia de las instituciones que sustentan a la gran mentira —el PCC y su aparato estatal— y al capitalismo rojo que han generado.

Esas incógnitas no sólo atañen al pueblo chino. El virus de Wuhan recuerda, sí, la indiferencia del mundo natural a la suerte de quienes estúpidamente creemos ser la única razón de su existencia. Pero también lo que cabría esperar si los dirigentes chinos extendiesen su control a la comunidad internacional. Callaron las primeras evidencias, persiguieron a los médicos que honraron su juramento hipocrático, siguieron negando su importancia hasta bien entrado el mes de enero pasado. Ellos cargan una enorme responsabilidad por los más de tres millones de afectados y los 212.049 muertos y muertas (aquí no cabe el masculino genérico) contados hasta el día en que escribo (abril 29). No olvidemos tampoco las consecuencias, todavía conjeturales, aunque en absoluto intrascendentes, que todo esto tendrá para la economía mundial.

Hay muchos aspectos en los que España sigue inmersa en su provincianismo —hoy, por europeísta, no menos provinciano—, y el desinterés por China de nuestros medios es una buena prueba. Acepto que conseguir cambiar esa actitud sería una pretensión ultra vires, pero buena parte de estos blogs se dedicará a analizar algunos aspectos de esa sociedad, cuya lengua, cultura y tradiciones sobrepasan mi caudal intelectual pero no dejan de encandilarme.

Hay muchos lugares por donde empezar, pero voy a lanzarme sobre uno de ellos. El régimen comunista chino defiende su mentira con una represión tan feroz como mendaz. Y voy a ocuparme hoy de una de sus instancias egregias: el caso de los libreros desaparecidos de Hong Kong en 2015-2016. En él se unen delitos, represión, doblez, brutalidad, cobardía, traición. Hoy y en otros blogs futuros trataré, pues, de recordar e interpretar esos hechos; de entender lo que el régimen chino hace en lo pequeño para imaginar qué haría en lo grande.

Los datos de este blog —más bien un reportaje— están tomados de informaciones aparecidas en The South China Morning Post y en The Wall Street Journal entre enero de 2016 y el día de hoy. Me he abstenido de marcar los enlaces correspondientes para no recargar la lectura. Sí he reflejado los de otras publicaciones que aparecen de pasada. Las cursivas aquí y allá son mías.

Los secuestros

En octubre 17, 2015 Gui Minhai desapareció de su apartamento en la ciudad tailandesa de Pattaya donde pasaba unos días de vacaciones. En noviembre 6 llamó a su esposa para decirle que se encontraba bien, pero no dijo desde dónde llamaba.

Gui era entonces un residente de Hong Kong, el antiguo enclave colonial británico en la desembocadura del río de las Perlas traspasado a la soberanía china en 1997, cuando Hong Kong se convirtió en una región administrativa especial de la República Popular. Según el tratado de transferencia, Hong Kong tendría su propia Ley Básica. Ha mantenido, pues, una economía de libre mercado, el imperio de la ley y libertades e instituciones democráticas inexistentes en el resto de China. Los residentes nacidos en la ciudad antes del 1 de julio de 1997 o de padre o madre en iguales circunstancias pueden reclamar la ciudadanía británica.

Gui Minhai no entraba en ese cupo. Nacido en la República Popular en 1964, siguió estudios superiores en Suecia. Al igual que su mujer, obtuvo la nacionalidad sueca en 1996 y renunció a la china. Ese año la pareja tuvo una hija, Angela Gui, y a principios del nuevo siglo se instaló en Hong Kong. Cuando desapareció Gui era el dueño, junto con dos otros socios, de la editora Mighty Current Media y de la librería Causeway Bay Books.

Las librerías de Hong Kong venden libros prohibidos en China y tienen una amplia clientela entre los turistas del otro lado. La empresa de Gui también enviaba sus publicaciones a la República Popular por medios no sancionados y mantenía un sitio web accesible VPN mediante. Sus títulos recogían chismes, habladurías e intrigas atribuidas a los dirigentes chinos y no siempre de fiar: El fallido intento de suicidio de Hu Jintao; Xi Jinping está matando lentamente a Jiang Zemin o Xi Jinping, el jefe de policía asesino. Desde Pattaya, Gui había pedido a sus colaboradores que preparasen la edición de otro —Xi Jinping y sus amantes— del que iba a ser autor. Esa gota rebasó el vaso.

Al igual que Gui, Lam Wing-kee el gerente de la librería, y Lui Bo y Cheung Ji-Ping, dos directivos de la editorial, dejaron de ser vistos a finales de octubre 2015. Lam faltó de su casa el 24. Lui conectó por última vez su computadora el 14 y, al parecer, fue detenido en casa de su esposa en Shenzhen. Muchos chinos que trabajan en Hong Kong se retiran por la noche al otro lado de la frontera. Cheung cayó en Dongguan, otra ciudad cercana. En diciembre 30 Lee Bo, uno de los dos socios de Gui en el negocio editorial, desapareció inesperadamente. Lee era ciudadano británico.

A finales de 2014 el movimiento Occupy Central había colapsado el distrito administrativo —Central— de Hong Kong durante 79 días para exigir elecciones democráticas. La crisis se saldó con una derrota y a principios de 2015 el orden chino reinaba de nuevo en Hong Kong. Pero los miles de resistentes y un eventual contagio de Hong Kong-itis entre sus súbditos de casa se convirtieron en la peor pesadilla para Zhongnanhai (la sede pequinesa del Partido Comunista Chino). Lo siguen siendo.

En Hong Kong el año 2015 estuvo marcado por una fuerte represión del movimiento prodemocracia, dirigida por el gobierno local y jaleada por Pekín. Cuando las acciones legales no bastaban, grupos de incontrolados tomaban el relevo. Los incontrolados no lo eran tanto. En junio 26, 2016 The Sunday Times se hacía eco de la existencia de un documento interno del Partido —el Plan Guangdong— para exterminar 14 editoriales y 21 publicaciones de Hong Kong.

El misterio de las desapariciones se destapó en la tarde de enero 17, 2016 cuando la CCTV—en más de un sentido, el equivalente chino de RTVE— saltó con un reportaje que incluía una entrevista grabada con Gui Minhai. Gui reconocía haberse entregado voluntariamente a las autoridades de China. Una hora más tarde Headline Daily, un noticiario en red, anunciaba que la esposa de Lee Bo había recibido una carta autógrafa de su marido fechada en enero 3, 2016. Decía estar bien y que había vuelto a China por su propia voluntad.

Siguieron dos más. La primera —de enero 9, justo un día antes de una manifestación de protesta por su secuestro— pedía a los convocantes que renunciasen a ella porque era innecesaria. «No comprendo por qué algunos se toman mi retorno a la tremenda». En la segunda —enero 17— Lee se contradecía. Ahora su vuelta voluntaria a China sí tenía que ver con la de otros. «Hace sólo un poco, me he enterado de que [Gui Minhai] tiene una historia turbia […] Ha estado envuelto en otros crímenes […] Esta vez sí que me ha metido en un lío».

La desaparición de Gui en Pattaya inquietó a las autoridades suecas y su Ministerio de Exteriores llamó a consultas al embajador tailandés para advertir que su país tomaba muy en serio un asunto que incluía a un ciudadano sueco.

Por aquel tiempo la campaña anticorrupción en China resonaba a tambor batiente. Junto a los tigres y las moscas, la Comisión Central de Inspección Disciplinar rastreaba a los zorros —individuos que se habían lucrado ilegalmente y habían conseguido escapar del país—. Muchos gobiernos amigos —la junta militar golpista del general Prayut en Bangkok era uno de ellos— se encargaron de hacer el trabajo sucio expulsando a los sospechosos a China sin pasar por los jueces. Seguramente por eso la salida del país de Gui y de otros perseguidos políticos no consta en los registros de la policía de fronteras. El Ministerio de Exteriores de Tailandia hizo saber —enero 19— que investigaba el caso, pero no daría más detalles. 

El departamento de seguridad pública de Guangdong manifestó —enero 19, 2016— que la policía local se daba por enterada de que Lee Bo estaba en la República Popular desde diciembre 30, 2015. Su forma de entrada nunca se aclaró. Lee habría ingresado sin sus documentos de viaje, que seguían en su casa, por la fronteriza ciudad de Shenzhen, algo difícilmente posible. La cancillería británica señaló que estaba profundamente interesada en la desaparición de cinco personas relacionadas con Causeway Books y que había pedido ayuda urgente a las autoridades de Hong Kong y de China para que confirmasen la buena salud y el lugar de estancia del ciudadano británico (Lee Bo) envuelto en el caso.

En suma, se trataba de un delito de secuestro que implicaba al gobierno chino, ignoraba la autonomía de Hong Kong y despreciaba el estatus de ciudadanos de otros estados soberanos.  

La respuesta china llegó en febrero 6, 2016 en un editorial (Por qué muestra Occidente tanto interés por los libreros de Hong Kong) en Global Times, una publicación oficial especializada en política internacional, donde respondía a las críticas del Parlamento europeo, de Estados Unidos y de los medios occidentales. «Semejante cobertura y tantas críticas desproporcionadas sólo demuestran que algunas gentes en Occidente buscan incitar una confrontación entre el pueblo de Hong Kong y el de la República Popular, dañando la confianza mutua» . Tanta ebullición era sólo una humareda superflua para perjudicar a la República Popular y evitar que un grupo de delincuentes pagara por sus crímenes.

Las confesiones

¿Qué crímenes? El Gui Minhai que mostró la televisión china era un hombre acabado, resignado a declarar cualquier cosa y ésta era la historia que sus controladores querían divulgar: Gui era un delincuente común huido de la justicia china. En diciembre 8, 2003 había atropellado con resultado de muerte a una estudiante de 20 años en la ciudad de Ningbo. Gui conducía borracho y fue condenado a dos años de cárcel en 2004, pero obtuvo su libertad bajo condición de no abandonar el territorio chino. Ese mismo año huyó a Hong Kong con una identidad falsa y desde 2006 la policía andaba en su busca. Un criminal contumaz.

Que a un sujeto así le remordiese la conciencia resultaba difícil de creer, pero eso es lo que querían que dijese y lo dijo… sólo a medias. La muchacha muerta no estaba entre sus preocupaciones. Su verdadera turbación —ah, la cultura confuciana— era otra. Su padre había muerto en 2015 sin que él pudiese acudir a sus funerales y su madre era muy mayor. No podía vivir sin ella y decidió entregarse.

Aún quedaba otro importante cabo por atar. «Soy ciudadano sueco, pero me sigo sintiendo chino; mis raíces están aquí. Espero que el gobierno sueco respete mi voluntad, mis derechos y mi privacidad y me permita resolver este asunto a mi manera». Al final del reportaje, como de pasada, algo se mecía en el aire cuando la presentadora apuntaba que Gui era también sospechoso de haber cometido otros crímenes.

Lo que explicaba el secuestro de los otros cuatro desaparecidos. CCTV confirmó que Lui Bo, Lam Wing-kee, Cheung Ji-ping y Lee Bo habían sido detenidos en Shenzhen y Dongguan en octubre 17-24, 2015, lo que no era exacto en el último caso. Poco a poco, uno a uno, confesaron lo que importaba: su participación en envíos clandestinos de libros prohibidos y que su entrada en la República Popular había sido voluntaria. Los tres primeros acusaron a Gui de haberles dado órdenes desde octubre 2014 para que enviasen por correo y con las tapas cambiadas hasta 4.000 libros a 380 clientes repartidos por 28 ciudades de la República Popular. Los libreros fueron también acusados de haber abierto allí una cuenta donde recibían el dinero de sus actividades criminales. A finales de febrero 2016 Lui inculpó también a Gui por no haberle pagado su parte de las ventas; Lam añadía que los libros sólo contenían historias inventadas; Cheung revelaba haber transportado el dinero de la cuenta abierta en la República Popular a Hong Kong. Ya se han apuntado las acusaciones de Lee a Gui en las cartas citadas arriba. Gui era, sin duda, una joya.

Una vez habían cumplido su deber, China anunció que la actitud positiva de sus compinches permitía que fuesen devueltos a Hong Kong en cuanto se aclarasen los últimos detalles. Lui Bo, Cheung Ji-ping y Lee Bo regresaron a principios de marzo 2016. A su vuelta, pidieron a la policía de Hong Kong que cerrase sus investigaciones sobre un posible secuestro. Lam Wing-kee tuvo que esperar hasta junio.

¿Por qué las diferencias? Lui y Cheung tenían a su familia en China como posibles rehenes si cedían a la tentación de cantar. Lee estaba cubierto por su pasaporte británico y no era cosa de excitar más la atención de su gobierno ante un asunto que había violado el tratado de traspaso de soberanía. Lam era el verso suelto —vecino de Hong Kong y sólo una novia al otro lado— pero, al parecer, las autoridades chinas acabaron por creerle inofensivo. Caso cerrado.

Todo había salido perfecto. Gui a la cárcel por su biografía criminal y el silencio de los demás asegurado. Los revoltosos de Hong Kong quedaban bien advertidos. Había, sin duda, algunos flecos. Los habituales sospechosos denunciaban las confesiones aquí y allá, pero eran los de siempre y la puesta en escena había sido brillante. Desde los juicios de Moscú en los Treinta los comunistas de todos los países habían aprendido al dedillo el manual estalinista de extorsiones, pero los chinos sacaban siempre matrícula de honor. Ángela Gui, la hija, denunciaba los secuestros ante el Congreso estadounidense, pero esos fervorines acaban pronto. Y a los suecos les resultaría cada vez más difícil mantener gestiones a favor de un oscuro delincuente que se había llevado su merecido. En junio 2016 el consulado general de Suecia declaraba que sus diplomáticos no habían tenido acceso a Gui desde febrero 24 anterior, pero tampoco ponía el grito en el cielo. Misión cumplida.

El patinazo

Nobody is perfect. Lam llegó a Hong Kong en junio 14 y aún tenía que cumplir la misión que le habían asignado sus captores: proveerles de un disco duro con la lista de los 380 clientes de la editorial en la República Popular el jueves siguiente. Pero no lo hizo.

En su lugar, organizó una rueda de prensa televisada en el complejo legislativo de Hong Kong. En su intervención inicial de 22 minutos se explayó. En octubre 24, 2016 había cruzado la frontera para ver a su novia en Dongguan. En el paso de Shenzhen fue interceptado y detenido. Le metieron en una furgoneta, le pusieron una capucha y, al poco, se vio en un tren que le llevaría a Ningbo. Por más que lo preguntaba, nadie revelaba por qué le habían detenido. Al día siguiente le entregaron un documento y exigieron que lo firmase. En él confesaba ser responsable del alijo de libros prohibidos. Sin defensa a la que acudir, firmó. Trató de explicar que su librería era un negocio legítimo en Hong Kong, pero sus captores insistían en que el envío de sus libros a China era un delito perseguible en la República Popular. A las pocas semanas de su confesión le dejaron salir del centro de detención, quedó en libertad vigilada y pudo alquilar un apartamento para vivir. Fue entonces cuando le propusieron su libertad a cambio de la lista de clientes.

Lam resumía: «sólo quiero enviar un mensaje: que todos nosotros aquí en Hong Kong estamos en el mismo barco. Cualquiera puede desaparecer. Si no lo denunciamos, si nos callamos, Hong Kong se perderá. He tenido que armarme de valor y me lo he pensado por dos noches antes de venir aquí a contar lo que me ha pasado con tanto detalle como he podido. También tengo un mensaje para el resto del mundo: esto no va sólo conmigo ni con nuestra librería; va con cada uno de nosotros. Pero aquí está la línea roja del pueblo de Hong Kong: no cederemos ante la fuerza bruta». No son las palabras de alguien que se cree un héroe; sólo el mensaje de un hombre digno.

Los dirigentes chinos no conseguían entenderlo. No pueden creer que haya hombres dignos porque no hay ninguno a su alrededor. Inmediatamente enviaron su mensaje: Lam podía enfrentarse con nuevas acciones legales por haber violado su libertad condicional y negarse a volver a la República Popular. Pero eran amenazas vacías. Lam pidió protección a la policía de Hong Kong y, aun a regañadientes, su gobierno tuvo que otorgarla para salvar la cara.

Las últimas noticias sobre Lam son muy recientes. Finalmente concluyó que Hong Kong no era un lugar seguro para él y decidió cambiar de aires. Pensaba, no sin razón, que podría ser uno de los primeros deportados a China bajo la ley de extradición que el gobierno local trató de pasar en 2019 y tuvo que retirar tras meses de protestas en la ciudad. En ese año se exilió a Taiwán y hace tan sólo una semana abrió allí una segunda Causeway Bay Books financiada por suscripción popular.

Gui no ha sido tan afortunado. En octubre 17, 2017, justo dos años después de su secuestro en Tailandia, el Ministerio de Asuntos Exteriores chino anunció que había sido liberado. La embajada sueca que había recibido la noticia anticipadamente envió a dos diplomáticos a recogerle en su lugar de detención en Ningbo. Llegaron; no estaba; les dijeron que había sido liberado la noche anterior y que no sabían adónde podía haber ido. Finalmente lo encontraron y tomaron un tren hacia Pekín para que se sometiese a un chequeo médico en la embajada. En el trayecto varios agentes chinos subieron al tren y volvieron a detenerlo. La acusación ahora incluía una posible revelación de secretos de estado.

En febrero 10, 2018 el Ministerio de Seguridad Pública organizó una rueda de prensa para que Gui explicara lo sucedido. Allí dijo que Suecia le había propuesto utilizar la excusa del chequeo para llevarlo a su embajada y sacarlo de China. «Me llevaban a Pekín en secreto. Los agentes de la seguridad pública de Ningbo me detuvieron, de acuerdo con la ley, mientras iba en el tren […] Con perspectiva, es posible que [los diplomáticos] me quisieran convertir en un peón al servicio de Suecia. Rompí una vez más la ley por instigación suya. Mi maravillosa vida está destrozada y nunca más me fiaré de los suecos». Y remataba: estaba dispuesto a renunciar a su nacionalidad.

Parece imposible entender este guirigay entre órganos del gobierno chino: Exteriores y Seguridad Pública a la greña. Podría ser un encontronazo entre burocracias. Pero, ¿qué ganaba China con enfrentarse a Suecia, un país pequeño, sí, pero muy influyente en la Unión Europea, imponiendo a Gui formular esas acusaciones públicas?  

Un año después, en febrero 14, 2019 la televisión pública sueca SVT informaba de que la embajadora de su país en China, Anna Lindstedt, era objeto de una investigación del ministerio de Asuntos Exteriores tras un encuentro eventualmente organizado por ella entre Angela Gui y dos hombres de negocios chinos del que no había informado a sus superiores. 

Esta es la versión de Angela Gui. «A mediados de enero Anna Lindstedt, embajadora de Suecia ante China se puso en contacto conmigo […] Me pidió que viajase a Estocolmo sobre enero 24 porque había novedades en el asunto de mi padre […] Me encontré con la embajadora y los dos hombres de negocios que me quería presentar […] Ellos se dirigían a mi con una mezcla de cortesía untuosa y paternalismo, diciendo que querían ayudarme sin explicar cómo se proponían hacerlo y sin que yo lo hubiese pedido […] [Uno de ellos] dijo que era posible que mi padre fuera puesto en libertad». Para Angela resultaba evidente que trataban de comprar su silencio con la ayuda de Lindstedt y rompió las conversaciones. «Al dejar Estocolmo me preguntaba si el Ministerio de Exteriores sueco estaba al tanto del asunto. Pues no. Cuando me puse en contacto con algunos funcionarios del ministerio la semana siguiente, me dijeron que no tenían la menor idea. Ni siquiera sabían que la embajadora estuviese en el país […] Y, para que conste, siento haberme dejado engañar inicialmente. No voy a callar a cambio de un visado ni de la vaga promesa de que mi padre podría ser puesto en libertad. No me harán cambiar con amenazas, insultos, sobornos o cumplidos. Gracias por la oferta».

Otra mujer digna, de ésas que los comunistas chinos jamás podrían creer que existan.

Pero el enigma continúa: qué es eso tan importante que Gui sabe; tanto que hasta una embajadora de Suecia puede llegar a jugarse su carrera en el envite.

Algún día se sabrá.

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