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Juego de espejos

Donde nadie nos encuentre

LOURDES FERNÁNDEZ-VENTURA

Planeta, Barcelona, 1997

272 págs.

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La historia de Donde nadie nos encuentre, segunda novela de Lourdes Fernández-Ventura (la primera, Fuera de temporada, apareció en la misma editorial hace tres años) se sitúa en el París de la Belle époque, en una casa de huéspedes habitada por seres pintorescos: Taaruk, un joven activista turco; Rodolfo, un poeta entusiasta de Marinetti; el coronel Robins, un médium que recibe sus mensajes ultraterrenos a través de un tambor que perteneció a un joven soldado muerto en la guerra de Crimea; Gina, una joven bellísima sobre la cual planea un destino trágico; el siniestro Lavil, decidido a convertir a Gina en una de las «grandes horizontales» de la época, y finalmente Lerroux, un telegrafista oscuro y anodino que es quien relata la historia, muchos años después de los hechos, desde un sanatorio en el que convalece de una enfermedad que, pese a todos los pronósticos, no es tuberculosis. En el hospital, Lerroux recibe las visitas de una joven, Marie, último eslabón de una trama complicada en la que nada se deja al azar y todo es algo distinto de lo que parece. La propia enfermedad de Lerroux, que en un principio podría parecer un simple recurso narrativo, cumple en realidad una función clave en la trama. Donde nadie nos encuentre cuenta una historia cruel (y hermosa) no sólo por los acontecimientos que relata, sino también por la exquisita simetría de su trama.

Con un material de este tipo había el peligro de caer en el tópico, en el pastiche literario, en la falsa sentimentalidad. Lourdes FernándezVentura sortea estos escollos con facilidad, y lo hace por medio de una serie de sabias estrategias narrativas, entre ellas la creación de una serie de planos interpuestos que distancian los hechos y los ponen en la perspectiva mágica y deformante no sólo de la memoria del narrador, sino también del punto de vista del lector, y también de un uso muy inteligente del «entrevisto» narrativo. Situar la novela en una casa de huéspedes nos permite entrever París, sentir su presencia y su bullicio al otro lado de las ventanas. Contar la historia desde la persona que menos entiende los acontecimientos nos permite entrever las vidas de los otros (Robins, Gina, Lavil), en un «entender a medias» que es la forma en que nosotros percibimos las cosas en la vida real.

El problema está, quizá, en que Lourdes Fernández-Ventura ha llevado demasiado lejos el juego de espejos y distancias, que la novela tarda en arrancar y que una vez arranca la historia es demasiado breve, casi fugaz. Los fantaseos erráticos de la memoria de Lerroux no alcanzan la intensidad de la rememoración directa. Lourdes Fernández-Ventura tiene un verdadero talento para la evocación sensual, sensorial, visual: entre muchas felicidades expresivas me gustaría recordar el cabello «color violín» de Gina, la absoluta realidad de un monte de Venus de una de las valientes y delicadas escenas eróticas, el extraño aire de realidad de una fotografía de 1919 donde aparecen Gina y Lavil (un aire de realidad que resulta imposible de explicar a partir de la suma de las palabras que componen las dos o tres frases breves que crean la imagen) y la escena más lograda del libro desde mi punto de vista, aquella en que Lerroux se pone a seguir a una mujer que podría ser Gina por las calles silenciosas de un barrio residencial de París.

Es entonces, cuando la autora entra de lleno en su mundo y se decide a creer plenamente en él, cuando logra sus mejores resultados. En ningún momento es tan evidente y doloroso el gran tema del libro, el amor como juego de imágenes, la vida como danza de espejos enfrentados en cuya miríada de reflejos evanescentes nos internamos en busca de una explicación, una salida, un objeto real, como en la escena a que me refería más arriba y en la escena que sigue, verdadero centro del libro y nudo donde confluyen todos los hilos de la trama. Lourdes Fernández-Ventura intenta evitar que su historia, que tiene todos los ingredientes de un gran melodrama romántico, se convierta en un melodrama romántico. Entendemos los motivos de la autora, pero al terminar el libro nos quedamos con la sensación de haber pasado por una gran historia de amor y engaño que no ha logrado realizarse por completo.

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Ficha técnica

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