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Sobre el trabajo esclavo, el purgatorio de García Hortelano y este país barroco y decadente

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Me sumerjo en la lectura, lenta y deslumbrada, de Hitler, la monumental biografía de Ian Kershaw destinada a convertirse en el libro de referencia acerca del tirano alemán y de su tiempo para toda la generación de fin de siglo. Hasta la fecha sólo ha aparecido el primer tomo –Hubris–, que cubre el período comprendido entre el nacimiento de Hitler y su victoriosa militarización del Rin en 1936. La formación del hombre y del político hasta la cumbre de su poder, en definitiva. Hubris era para los griegos el exceso de orgullo, todo aquello que rebasaba la medida. El segundo tomo se llamará Némesis: la justicia, el castigo. El mérito fundamental de Kershaw es el de haber estructurado su trabajo de modo que el análisis de la responsabilidad del personaje no impida ni bloquee el de la generación que le aupó hasta el poder y se identificó con su política. Algo de lo que, de uno u otro modo, se resentían las biografías canónicas de Allan Bullock (1952) o Joachim Fest (1973).

Estoy convencido de que las razones profundas del encantamiento de casi una década entre el líder carismático y el pueblo alemán se encuentran más allá de las hipótesis proporcionadas por los trabajos historiográficos. Pocas veces en la historia contemporánea se ha dado un entendimiento tan completo y feroz entre un líder y un pueblo: sólo alguien revestido de las características de un mesías pudo lograrlo. Y Hitler fue un mesías que supo llegar a la fibra más enferma de un número suficientemente amplio de alemanes. Es importante tenerlo en cuenta en esta época, en la que parecen resurgir los populismos y desde derecha e izquierda se enfatiza demasiado la crisis de liderazgo: cuando esperamos demasiado del líder, esperamos contra nosotros.

Estos días salta a la prensa la posible responsabilidad de grandes empresas alemanas en el apoyo al nacionalsocialismo. En el caso de Berteslmann, el tercer grupo multimedia del planeta y el primero en edición de libros, la reacción a las acusaciones ha sido inmediata. Su agresiva política de expansión en el mercado estadounidense puede verse muy perjudicada: los norteamericanos son particularmente sensibles a todo lo que tenga que ver con el nazismo, aunque no pocas veces hayan alimentado gérmenes totalitarios en su propio tejido social. Los acusadores afirman que los investigadores de plantilla de Bertelsmann le han construido un pasado heroico que nada tiene que ver con la realidad: según Hersch Fischler, el periodista que ha tirado de la manta, la editorial publicó en los años treinta y cuarenta libros para el ejército alemán y las SS, además de algunas obras violentamente antisemitas. Ahora, su máximo responsable, el todopoderoso Thomas Middelhoff, preocupado por una posible erosión de la imagen corporativa, anuncia que se abrirá una investigación sobre las actividades de Bertelsmann durante la dictadura nazi.

Otras compañías industriales y financieras –Volkswagen, Deustsche Bank, Daimier-Chrysler (antes Daimier-Benz), Degussa, Allianz, Krupp, IG Farben, Siemens– también van a encargar investigaciones sobre su actividad pasada. Las denuncias que les han forzado a ello son variadas y oscilan entre las que se refieren al empleo masivo de trabajo esclavo (incluido niños –judíos, por supuesto–) y las de que se enriquecieron con la manufactura de fruslerías como gas Zyklon B, con la financiación de los campos de exterminio, o con la expedición de seguros que los protegieran contra la eventualidad de un incendio: al fin y al cabo allí se trabajaba con materiales peligrosos. Todas esas compañías han anunciado también la apertura de investigaciones a cargo de historiadores independientes. Es curioso: en lo de independientes parecen coincidir todas las empresas incriminadas. La iniciativa del señor Gerhard Schröder de llamar a su despacho a importantes ejecutivos para convencerles de crear un fondo para supervivientes del trabajo esclavo no les augura nada bueno: imagínense lo que ocurriría si los influyentes lobbies judíos y las organizaciones humanitarias consiguieran movilizar a la opinión pública para que apoyara el pago de reparaciones e indemnizaciones. El ejemplo de los tabaqueros norteamericanos no es el mejor precedente, de manera que lo mejor para las empresas es que los historiadores independientes realicen su trabajo satisfactoriamente. En caso contrario tendrán que solicitar ayuda al gobierno: al fin y al cabo, argumentan, esas compañías estaban inmersas en la economía de guerra de un Estado y, por tanto, las reparaciones corresponderían al gobierno actual, sucesor legítimo de aquél. Y no quiero dar ideas, pero aquí, hace no mucho, trabajaron también esclavos. Por ejemplo en la construcción de esa maravilla del mundo que es el Valle de los Caídos. No dejen de visitarlo.

Estupenda iniciativa la de Ediciones B al publicar una «Biblioteca Juan García Hortelano» en la que irá apareciendo lo mejor de la obra de uno de los más interesantes narradores españoles de la segunda mitad del siglo. En este país, en el que la alegría con que se olvida a sus mejores hombres y mujeres corre pareja con el desparpajo con el que se manipula su historia y la desfachatez con la que algunos la enseñan, reeditar a García Hortelano (1928-1992) rescatándolo del estúpido purgatorio en el que permanece confinado es un gesto casi milagroso. A pesar de que no es muy frecuente entre críticos y profesores reconocer el hecho, lo cierto es que este siglo no ha estado tan sobrado de novelistas españoles de primera fila como para que podamos prescindir de quien se tomó el oficio con seriedad y dejó una obra rigurosa y exigente. Mucho menos conocida es su obra poética, reeditada ahora en un volumen en el que se incluye un hermoso texto de Antonio Martínez Sarrión. No brilló Hortelano como lírico –sus mejores herramientas fueron la ironía y el sarcasmo–, aunque posiblemente la poesía fuera su primera vocación literaria. Su interés por los poetas de su generación quedó demostrado en una antología que publicó Taurus hace más de veinte años: de todos ellos, los que más huella le dejaron fueron, seguramente, Ángel González y Jaime Gil de Biedma. Ahora, ojeando esta recopilación de su obra poética, me detengo en esa Elegía escrita con odio y rabia y asco en la que se describen las últimas horas de alguien que ocupó demasiado espacio en el tiempo de este siglo, alguien que fue punto de referencia de tres generaciones y que, según este poeta frustrado, murió soñando aún en matar, en torturar, cazando / hombres, peces, perdices, persiguiendo / el pavor, placer único del que gozó viviendo.

En el último número del Magazine Littéraire se incluye una entrevista inédita con Cioran realizada por el periodista alemán Hans-Jürgen Heinrichs en París hace más de quince años. De todos los fragmentos que se transcriben hay uno que reclama especialmente mi atención: «Experimento –dice el autor de Breviario de podredumbre– un profundo amor por España, el único país literalmente poseído por la obsesión de la decadencia». Y, más adelante, y refiriéndose siempre a esa obsesión nuestra por la decadencia: «Los pueblos que han dejado escapar su destino siempre me han atraído prodigiosamente». Si el término destino referido a pueblo no me resultara tan repugnante, la fascinación del rumano por este país tan hosco y barroco me sería más simpática. No tengo la menor duda de que si yo hubiera sido hispanista me habría encantado visitarlo en verano y durante mis ocios sabáticos.

REFERENCIAS IAN KERSHAW, Hitler. Hubris, 1889-1936. Allen Lane / The Penguin Press. Londres, 1998. 846 págs.
JUAN GARCÍA HORTELANO, Poesía. Echarse las pecas a la espalda. La incomprensión del comercio. Ediciones B. Barcelona, 1999. 128 págs. Magazine Littéraire n.º 373. París, febrero de 1999.

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