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Contra la ambigüedad

De todo lo visible y lo invisible

LUCÍA ETXEBARRÍA

Espasa Calpe, Madrid, 456 págs.

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Lucía Etxebarría ha venido desempeñando un papel protagonista entre el grupo de jóvenes escritores que irrumpieron con energía renovadora a mediados de la década de los noventa. Su primera novela, Amor,curiosidad, prozac y dudas (1997), significó un refrescante cambio de tono con respecto a una literatura acostumbrada a construir la feminidad en torno al universo intimista de mujeres marginadas y vulnerables, siguiendo esquemas heredados de autoras como Virginia Woolf.

Su cuarta novela, De todo lo visible y lo invisible, tiene también marcados tintes generacionales. Relata el tortuoso romance vivido por la cineasta treintañera Ruth Swanson y el joven aprendiz de escritor Juan Ángel de Seoane. Estamos ante un texto que pretende denunciar las consecuencias que acarrea el enfrentarse, desde la consciencia de radicalidad y diferencia que personifica la protagonista, a hechos como el amor, la pareja o la maternidad, que todavía permanecen anclados en mezquinas convenciones sociales. Cuando Ruth vive las adversidades de la pasión es invadida por una duda radical que cuestiona su propia identidad y sufre el complejo de culpa característico de una mujer maltratada que le llevará a intentar el suicidio en dos ocasiones. Juan, por su parte, víctima de los celos, termina huyendo para refugiarse en el mundo de valores seguros diseñado por su madre, una conservadora Lady Macbeth de provincias obsesionada con el poder y la posición social. Es interesante el contraste que la novela deja entrever entre la cultura masculina gay y la heterosexual. La protagonista encuentra apoyo y comprensión entre sus amigos homosexuales, cuyo lenguaje colorea el texto, mientras su vida sentimental se ve sometida a las tortuosas arbitrariedades de su amante.

En los capítulos iniciales se plantean interesantes juegos formales, como el uso de múltiples registros lingüísticos, la existencia de una pluralidad de puntos de vista o los saltos en su estructura temporal. Pero la omnisciente narradora no tarda en dejar claro que es ella quien mueve todos los hilos en esta novela sentimental. Su mirada ubicua se introduce en los procesos mentales y emocionales de cada uno de los personajes y articula las líneas generales de la trama. El texto escenifica un nítido dualismo al situar a los dos protagonistas en las antípodas sociales, emocionales y artísticas. El cosmopolitismo, entrega y capacidad de riesgo que caracterizan a Ruth se debaten frente al provincianismo, los celos y el chantaje emocional desplegados por su amante. Este contraste también se refleja en la naturaleza y recepción de sus trabajos. La novela presenta como subtexto un predecible y vago debate sobre el éxito y la fama. Mientras las películas de Ruth cosechan una gran acogida por parte del público –pero son despreciadas por la crítica especializada, curiosamente como le ocurre a la propia Lucía Etxebarría–, la minoritaria obra literaria de Juan recibe la respuesta contraria.

Al diseñar el escenario de una batalla entre dos posturas antagónicas y tomar partido sin ambages por Ruth, la voz narradora desarrolla una personalidad propia dentro del texto. Mantiene un férreo, casi obsesivo, control sobre la historia, filtra los pensamientos y emociones de los personajes, y con frecuencia los somete a parciales juicios de valor. Existe una notoria disonancia entre lo que intuimos que debe estar pasando por la cabeza de los protagonistas y la narración, entre lo que nos cuenta y nos oculta. El lenguaje fluye al ritmo de las emociones de la narradora. Sabemos más sobre su pasión por la protagonista que sobre lo que ésta realmente piensa. Nunca tenemos constatación directa de las descripciones siempre hiperbólicas de Ruth: ella es la más inteligente, sofisticada, guapa. Da la impresión que la pasión amorosa descrita no es la que sufre la protagonista, sino la narradora, enamorada de Ruth y celosa de su amante.

Desde esta perspectiva, el argumento clave de la historia resulta difícilmente comprensible. Al retratar a Juan como un personaje repudiable y mezquino, no se entiende su poder de atracción sobre Ruth a quien conducirá desde el éxtasis amoroso a la autodestrucción. La lectura parcial e interesada de la narradora convierte el enfrentamiento entre las posturas encarnadas por los personajes en un predecible ejercicio de maniqueísmo.

Como nota positiva cabe destacar la aparición de un relato sobre el dolor y la enfermedad en una generación como la nuestra que ha crecido obsesionada con ideas sublimadas de belleza, fama y eterna juventud. Pero me da la sensación que para describir ese territorio sería interesante un mayor descaro de forma y concepto. A esta novela le sobran largas digresiones repetitivas desde el ángulo monolítico de la narradora y se echan en falta mayores dosis de riesgo. La radicalidad que se dice personifica la protagonista no tiene reflejo en el tono, estructura y contenido del libro.

Creo que es importante que una escritora como Lucía Etxebarría, que trata de abrir espacios a otras voces y tiene marcada consciencia de su diferencia generacional, tenga éxito y venda muchos libros. Mi principal problema con esta novela es que, tanto su estilo como sus ideas, se acaban pareciendo demasiado al mundo que pretende criticar y del que dice querer desmarcarse. Lejos de sorprender por su tolerancia en temas como la promiscuidad sexual en el pasado de Ruth, el texto resulta conservador debido a su obsesión por controlar y por definir pautas de comportamiento. La novela sale derrotada de su batalla particular contra las convenciones sociales y culturales. En su pelea con las molestas voces obsesionadas con establecer, regular y juzgar lo que es literatura, baja a un nivel de argumentación en el que sus diferencias se diluyen. Y al final parece buscar su reconocimiento.

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Ficha técnica

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