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De noche todos los gatos son pardos

Los gatos pardos

Ginés Sánchez

Barcelona, Tusquets, 2013

344 pp. 18 €

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Siempre me enseñaron que si un novelista se ha tomado la molestia de incluir un determinado detalle en un pasaje, ese detalle debe de ser importante. Así, una frase como «Había dejado la Ingram y había cogido la Winchester», en la escena de un tiroteo entre gángsteres en Los gatos pardos, de Ginés Sánchez, que ha obtenido el IX Premio Tusquets Editores de Novela, hace que me vaya a Google Imágenes al objeto de intentar entender qué diablos aporta a la narración este matiz balístico. La respuesta es: nada que yo logre percibir. La variante «Los casquillos de la Ingram brillaban al sol conforme esta los iba expulsando» nos recuerda al menos que el sol está brillando en este enfrentamiento en concreto. Pero seguramente todo esto puede atraer únicamente a aquellos que sean unos admiradores de las películas de acción de Steven Seagal o Bruce Willis. Sin embargo, estos detalles parecen revestir una importancia capital en este recorrido por un mundo de mujeres, muertes y matones. Lo mismo puede decirse de cuántos tragos de tequila se echa un personaje durante un viaje en coche, de cuántas balas quedan en su recámara; del método que utiliza un cierto matón para romper costillas, o del sonido que hace el cuerpo de un hombre cuando cae debajo de un camión en la autopista.

Si toda esta catalogación es a costa de sacrificar casi toda la psicología de la novela, lo más generoso que podemos suponer es que la sustitución es deliberada; que las marcas de las pistolas y del whisky son la psicología de estos personajes: que son tan trillados emocionalmente que no entran en juego preocupaciones más profundas. (Para halagar por un momento a Sánchez, pudiera ser que esté queriendo moldear sus personajes a partir del mismo molde devastador que, por ejemplo, Pinkie, el mafioso de Brighton Rock, de Graham Greene, que no ha salido nunca de Brighton, pero que ya ha cometido dos asesinatos a sus diecisiete años y siente que se apodera de él un pánico terrible y furioso en cuanto nota que se aproximan cualesquiera sentimientos de ternura.) Este mismo comentario puede aplicarse igualmente a la ambientación de las escenas: «La luna ya no estaba en lo más alto ni era tampoco tan grande» es casi la descripción más larga que se nos da del trasfondo de la acción. Lo dice uno de los personajes, por lo que quizás está diciéndonos algo sobre él mismo: pero este tipo de justificaciones sólo acaban valiéndote hasta un cierto punto.

Lo que al libro no le falta es acción. En la primera parte, el cabecilla español de una cuadrilla de gángsters –sí, es conocido como «el Gran Hombre»– encarga a dos de sus matones, Jacintito y Osvaldo Vargas, un trabajo en México. Tienen que capturar y torturar a su víctima, Antoñito, para sacarle información. Antoñito no suelta mucho, pero tampoco eso parece importar mucho. Aparentemente, su desliz original es de una importancia secundaria. Sánchez es, sin embargo, meticuloso en el trabajo que ha elegido; en proporcionar detalles sobre lo que ha de hacérsele a Antoñito con «un barreño pequeño, el paquete con la cal viva, los guantes, las gafas para proteger los ojos, los cuchillos, el soplete, las tenazas». Mientras golpean a Antoñito con un bate, queman la carne de sus piernas con cal viva, le arrancan trozos de su cuerpo y le obligan a mirarlos mientras se asan en una parrilla, lo arrojan a una piscina con peces carnívoros antes de sacarlo a rastras, romperle los huesos y echarlo a los perros salvajes en una ladera, los dos compañeros están de palique como si nada. Su cháchara consiste principalmente en que Jacintito le cuenta a Osvaldo Vargas la historia de un trabajo que salió mal (el Gran Hombre pidió en cierta ocasión la cabeza de una persona en concreto en una bolsa de basura; para más detalles, véase más arriba las referencias a Ingrams, balas, tequila, camiones, etc.).

La segunda sección, que se centra en una adolescente que se llama María, ofrece al menos algún interés humano. María se encuentra atrapada en una casa pobre y una relación terriblemente amarga con su madre. Sus únicas vías de escape consisten en provocar sexualmente a los hombres (a pesar de que sigue siendo virgen) y en las drogas. Una noche, estando en la playa con unos amigos, experimenta un mal viaje y toda su latente agresividad aflora de inmediato. Ataca a su mejor amiga con una botella de whisky antes de desgarrarse su propia piel repetidamente con las uñas y de intentar ahogarse en el mar. Un breve retrato de Sonia, la madre de María –bañándose desnuda y fugándose con un novio en su juventud antes de los embarazos no deseados, las parejas que la maltratan, la pobreza–, proporciona un cierto trasfondo explicativo. Con esto podemos trazar una línea hasta la peligrosamente atractiva y rebelde María, una pesadilla para una madre. Los conflictos en la personalidad de María dan lugar a uno de los escasos pasajes líricos del libro, cuando otro personaje la observa atreviéndose casi a comportarse o sentir como un ser humano vulnerable: «Como si el diamante, por una erupción interna o algún terremoto, se hubiera quebrado y durante unos segundos hubiera dejado ver por fin los animales que se ahogaban en su interior». Pero aun estos destellos de introspección pueden verse arruinados por el tono infatigablemente lacónico del libro. Cuando María se despierta por primera vez de la experiencia infernal en la playa, se pone de pie tambaleándose «en plan Walking Dead, y luego ya andando más normalmente».

La tercera parte de la novela, por ser la más gratuita, es la que más rápidamente puede despacharse. Ginés Dientes de Oro, el vecino de María, recibe enormes sumas de dinero pagadas por el Gran Hombre para participar en sesiones de ruleta rusa en fiestas de oligarcas. Lo hace en parte por la culpa que siente por haber asesinado a una joven pareja francesa que estaba en una casa de vacaciones cerca de él y su padre cuando era un niño, aunque para seguir mitigándola tiene también que repetir el crimen una y otra vez, encontrando nuevos «Pierres» y «Jeanettes» –generalmente amantes adolescentes besuqueándose en los coches– a los que matar. Se sugiere que normalmente lleva a cabo actos sexuales con los cadáveres, aunque –como se lamenta a sí mismo un poco quejumbrosamente en el ejemplo que se nos describe en detalle– en esta ocasión no tiene tiempo.

Los tres ramales de la trama se entrelazan por medio de una cuestión de cómo hacerse con ametralladoras y por el hecho de que dos de los protagonistas vivan puerta con puerta. Las narraciones interconectadas están muy bien siempre y cuando sirvan para revelar mutuamente cosas una de otra; mostrar que los diversos acontecimientos se produjeron todos en la misma noche entre personas que se conocen no es realmente suficiente. Si la estructura narrativa no proporciona ninguna sustancia, y la caracterización se encuentra ausente por todas partes, nos quedamos únicamente con la violencia misma. Aunque este aspecto es en ocasiones triste y grotescamente absorbente, es posible que algo resulte absorbente por todos los motivos equivocados. Las reacciones instintivas que despiertan la compasión –del tipo de las que te hacen llevarte la mano inconscientemente a la parte del cuerpo que está siendo golpeada/cortada/disparada en ese momento en una descripción del libro– no son lo mismo que las reacciones empáticas ante los personajes o cualquier otro intercambio significativo entre el lector y el texto. Es cierto que la curiosidad mórbida nos hace pasar la página, pero también los dulces azucarados nos llenan de una energía efímera.

El estilo de Sánchez –su principal característica es la ausencia de comillas, lo que se traduce en un deslizamiento indiferente y mate entre narración y diálogos consistentes casi en su totalidad en un argot desganado– se traduce asimismo en una lectura fácil, pero esto puede volverse en su contra. Una conversación, entre los esbirros Jokin y Chino, de bandas rivales, para la que sólo se necesita saber que Jorge = «el Gran Hombre» y Chus y Fran = víctimas potenciales de un secuestro, discurre del siguiente modo:

Chino, Chino, Chino, decía el Jokin, me estás chantajeando. Y no nos gusta que nos chantajeen.

Pues imagínate, dijo el Chino, lo que le gusta a don Jorge que le maten a los amigos.

Don Jorge aquí no pinta nada, Chino. Y tú tampoco.

Bueno, dijo el Chino, don Jorge tiene una opinión muy personal sobre lo que es asunto suyo y lo que no. Y yo no lo voy a discutir contigo, Jokin.

¿Estás loco, Chino?, saltó el Jokin, ¿crees que voy a coger al Chus y te lo voy a llevar así por las buenas?

No, dijo el Chino, no es por las buenas. Me lo vas a traer porque, si no, me voy a cargar al Fran.

[Etc.]

Se lee como una parodia del género.

En otros países europeos, como Gran Bretaña y Francia, la mayoría de los premios literarios son concedidos bien por paneles de jueces independientes, bien por periódicos, de modo que resulta difícil saber cuánto cinismo emplear al juzgar libros laureados por sus propios editores. Difícilmente puede tenerse por despreciable un premio otorgado por una de las editoriales literarias más importantes de España –y entre cuyos antiguos ganadores figuran Evelio Rosero y Rafael Reig–, por lo que ver cómo una ficción comercial sangrienta y gratuita se ha visto distinguida con los máximos honores suscita perplejidad. Sánchez se presentó, al parecer, al premio de incógnito mientras el manuscrito con su nombre ya lo tenían los editores, lo que podría entenderse que aumenta la legitimidad del premio. Pero el hecho de que este libro haya ganado oficialmente un galardón dice más sobre el premio Tusquets que sobre el propio Sánchez. Ojalá éste se hubiera parecido más a Groucho Marx, quien, como todos sabemos, no quería pertenecer a ningún club que tuviera a alguien como él entre sus miembros.

Ollie Brock es traductor y crítico literario. Ha cotraducido libros de autores como Eduardo Halfon y Javier Montes. Sus críticas han aparecido en The Times Literary Supplement, The New Statesman y Time. En la primavera de 2013 fue traductor residente en el Free Word Centre. Vive en Londres.

        Traducción de Luis Gago

         Este artículo ha sido escrito
        especialmente para Revista de Libros

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Ficha técnica

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