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El ajuste final: Génesis en la sombra donosíaca

Conjeturas sobre la memoria de mi tribu

JOSÉ DONOSO

Alfaguara, Madrid, 1996

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José Donoso ha sido llamado muchas veces por su compatriotas «novelista nacional, con un mundo y dimensiones particularmente chilenos», con unos sólidos amarres con el realismo de su país ya fuese del tipo burgués/balzaciano o costumbrista. En cambio, de puertas para afuera ha aparecido como un caso excepcional de cosmopolitismo, contradicción que a la hora de los galardones y otras vanidades públicas le ha costado bien cara. Lo cierto es que Donoso tuvo fácil acceso a las literaturas europea y norteamericana (Dickens, Flaubert, Lewis Carroll, Dostoyevsky); asistió a colegios ingleses y a la universidad de Princeton, y ha desarrollado hasta hoy dentro de la variada literatura latinoamericana y, en particular, dentro de la chilena, una trayectoria bastante compleja. Así ha sido su vivencia dentro de la burguesía chilena a la que ha dedicado muchas páginas desde Coronación a El obsceno pájaro de la noche, clase mutante magistralmente retratada por él, en permanente ajuste de cuentas con el medio social en que se mueve su escritura. Después de la publicación de su última novela publicada, Donde van a morir los elefantes, surgió este libro, Conjeturas sobre la memoria de mi tribu, fiesta verbal de los ausentes idos que colean en el recuerdo recuperador. Con él vuelve José Donoso a tratar de la primera institución, la familia burguesa, que no aparece ante los ojos del lector sólo a través de elementos meramente ficticios sino mediante la elaboración fragmentaria de los recuerdos y la expresión de conjeturas a partir de la infancia de un narrador llamado Donoso que tira del hilo de los dichos y los hechos nuevamente evocados en tanto ajusta lo sabido de una familia que se mezcló desde el siglo XVI con avatares y sujetos de variado ropaje y cuyo rastro se persigue a través de la historia de Chile y el donaire del apellido paseado a medias por el autor y la sarta de personajes.

«¿De dónde vengo yo?», se pregunta Donoso, itinerante en un discurso menor, aparentemente marginal y contradictorio, narrado a varias voces en distintos tiempos y por distintas fuentes de los cuales el escritor es a la vez que destinatario, encargado de restar diferencias entre el pasado feliz y el presente deteriorado. La conjetura de la memoria donosiana arranca de la incertidumbre. La incertidumbre se apoya en el rumor. El rumor se contrasta en distintos pasajes del tiempo y del resultado de este contraste se aclara una historia penumbrosa, incluidos los avatares coloniales e ideológicos. Donoso ha recuperado con precisión de orfebre las mansiones habitadas por aquesta saga, pasa revista a personajes originales y exóticos, husmea en los «adentros» temibles de la casa, los patios interiores poblados por cuidadores y «guachos» fruto de uniones bastardas o circunstanciales, esos «adentros» no menos sórdidos de una memoria en trance de desnudarse a fondo donde se inventarían identidades, como la de sor Bernarda, cubierta más de medio siglo bajo el claustro, o la del propio novelista. El libro es la suma de los murmullos escuchados alrededor de los braseros de la niñez recuperados a la sombra del tiempo claudicante. Los relatos orales, las fotografías color sepia y los dichos transmitidos de pariente en pariente, tensan el hilo narrativo sobre un paño de dudas y réplicas encadenadas con el fin de entregar al lector una versión verídica, o al menos próxima a la verdad de la tribu, mediante una actitud decididamente indagatoria de cada uno de los hechos y truculencias relatados magistralmente. Muchas de las escenas muestran elementos de enorme plasticidad gracias a la ingeniosa descripción de José Donoso: el pasaje relativo a la fuga de la señorita Eugenia mediando el negro Custodio, o la historia tragicómica de la melómana nana Teresa… Los viajes familiares, plenos de una puesta en escena vivamente cinematográfica y las enfermedades de la tribu-tropa vividas en la entraña de las mansiones, amén de las vistosidades de las tías viajeras y sedentes, emparejadas con sorprendentes tíos que huyen del domicilio conyugal bajo la excusa de comprar cigarrillos para nunca más volver en la clásica tradición hispánica de un drama con nombre de víctima-pariente. Además de otras anécdotas como la que narra la escapada sentimental de la madre del relator por las Ramblas de Barcelona, relato delicioso narrado en clave cervantina de novela ejemplar. De esta maraña pintoresca y dramática surge sin censura ni obstáculo la encarnadura básica de un escritor tan obcecado en rellenar los silencios como en rescatar información, un escritor que asume desde su primera obra a la última el destino de la escritura como el único espacio vital posible. Él reconoce no haber tenido posibilidad de elegir su voz, sino que ésta es conducida con esfuerzo y violencia en un arrastre no siempre acompasado, por una fuerza de linaje que Donoso denomina fisura y acaba remitiendo siempre al texto, perfilado como salida liberadora de la historia oficial, dudosa y agobiante. Confirmadores de todo ello son los datos del encuentro de sus progenitores que, al serle presentados, conversan prolongadamente sobre Marianela de Pérez Galdós («celestina» de aquel flechazo), el seguimiento de los viajes a la ciudad del Sena de parientes testigos de un fin de «siécle» que alimentan las nostalgias proustianas del escritor, lo mismo que la estancia en la región austral trae a la biografía del entonces lector su adición a las páginas de don Marcel.

Si el símil principal de José Donoso viene a ser cervantino, el personaje de Don Quijote es modelo de esta particular autobiografía con sus salidas del hogar por los caminos de la imaginación mientras el texto equivale a la nostalgia con que se indaga «por los residuos encontrados en los discutibles conchales de la memoria tribal». A veces, las menos, se emiten juicios de valor, como cuando Donoso resume la escasa participación de la tribu en las luchas independentistas. Ahí se explica el desplazamiento de la saga de los centros de poder. Su relato no avanza en el sentido de la épica sino por ámbitos de «cronilírica» y tragicomedia con que se merodea por las identidades de parientes permutados en personajes, integrados en el proceso de inspiración sin otra constancia notarial que la tiniebla interferida de voces y recuerdos mojados por pluma mediadora. De estructura giratoria, retrospectiva y reiterativa, las divertidas y confesionales Conjeturas de José Donoso nos introducen en una casa muy particular donde se teje un arte de contar con suave toque de picardía acerca de nuestras mitologías familiares, en el que personajes y lectores son coautores. Por eso José Donoso no acabará de irse, aunque nos llegue hoy la noticia de su súbita muerte en plena producción.

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