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Cien años sin Galdós. Diálogo con Yolanda Arencibia

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Yolanda Arencibia posee el suave encanto de los canarios, una cualidad que comparte con Galdós. Elegante, discreta, cordial y con esa reserva que mantiene a raya a los que sienten el apremio de invadir la intimidad ajena. Enamorada de Galdós desde hace casi cuatro décadas –al menos, como investigadora, pues tal vez el idilio comenzó antes en su faceta de lectora-, ha dedicado su vida a la docencia universitaria. Profesora emérita y catedrática por la Universidad de las Palmas de Gran Canaria, ha abordado la figura de Galdós desde distintas perspectivas, mostrando siempre una enorme agudeza. Su prosa no es erudita y solemne, sino ágil, precisa y cercana. Con Galdós. Una biografía ha obtenido el Premio Comillas 2020. Por sus aportaciones, sumamente esclarecedoras y atinadas, la obra será durante mucho tiempo un libro de referencia. Arencibia y yo nos conocemos desde hace unos meses. Virtualmente, pues los tiempos actuales aconsejan evitar los encuentros personales, pero no pierdo la esperanza de sentarme alguna vez con ella en un café de Madrid y poder charlar sobre Galdós, uno de los autores que me acompañan desde la niñez, pues mi madre se empeñó en que comenzara a leer los Episodios Nacionales con doce años. Nunca se lo agradeceré bastante. No entendí muchas cosas, pero la atmósfera me cautivó desde el principio. En sus páginas, aprendí historia de España y disfruté de aventuras que contribuyeron a forjar mi madurez. De adultos, comprendemos más cosas, pero no leemos con tanta intensidad. Pienso que tal vez no volveré a leer así y me invade la nostalgia. Espero compartir algún día esa nostalgia con Arencibia, quizás con una novela de Galdós bajo el brazo. Hasta ese momento, me he consolado con este fructífero intercambio de preguntas y respuestas.

-Accediste a Galdós por una puerta aparentemente pequeña, escribiendo una tesis doctoral sobre las pruebas corregidas por el propio autor. Si no me equivoco, fue una sugerencia de Francisco Ynduráin. ¿Qué descubriste en ese campo, tan poco explorado en esas fechas? ¿Qué hizo que te enamoraras de Galdós?

-Yo diría que por una puerta filológica, es decir especializada, pero no pequeña. En aquel momento, el estudio de las variantes de autor era un campo doblemente atractivo, por novedoso en nuestro país y por oportuno. Digo oportuno, porque en la investigación humanística del momento imperaban los métodos estructuralistas que, aplicado a la literatura, imponía un modelo distinto de análisis del texto literario. Me entusiasmó entonces vaciar en fichas las variantes de escritura en Galdós, analizarlas, catalogarlas…, con la intención de llegar a unas conclusiones «demostrables» sobre tendencias de estilo en aquel novelista de quien se afirmaba que carecía de él, que era descuidado…. (Él mismo había presumido de eso: «¿Cómo voy a entretenerme en cuestiones de estilo con tantas cosas como tengo que contar?»). Mi vocación de estudiosa en algo «tan poco científico» como la literatura, se sintió entonces reconfortada al poder hablar de «materiales», de «porcentajes», de «tendencias». Hasta establecí un modo de plantilla «patentable». Y cumplió mi trabajo aquellas expectativas. Pero en el camino, maduré. Y lo que verdaderamente me enamoró fue el alma del creador que dejaban asomar aquellas variantes textuales: las indecisiones, las dudas, las reafirmaciones o la ambigüedad. Me liberé entonces de corsés y me introduje en la lectura reflexiva del total de la creación galdosiana; de la literaria, claro, pero caí muy pronto en la cuenta de que, para descubrir el universo personal del creador, había que conocerlo todo: el periodismo, los discursos, los prólogos, las entrevistas…  En ese enamoramiento sigo: un amor maduro, que acepta todo del enamorado sonriendo ante los posibles fallos. De mis pinitos ecdóticos (aquella tesis no fue el único trabajo sobre variantes) me ha quedado –confieso- una pasión particular por los manuscritos y una gran curiosidad por las variantes de autor; que siguen descubriéndome joyitas de escritura.

-¿Escribiste la biografía de Galdós para hacer frente a los que aún cuestionan su talento?

El 2020 galdosiano se me planteó como un reto. Y quise contribuir a que se conociera mejor al creador y al hombre que lo sostiene; para que se le entendiera mejor y por lo tanto se le apreciara más. A mitad de su redacción dudé; por poco tiempo. Pronto me animó volver a mi propuesta primera de realizar un trabajo de conjunto ordenado y claro; casi didáctico; una especie de guía clarificadora. Mientras la redactaba, no quería ni podía obviar mi condición de filóloga, que asoma en los análisis de los textos galdosianos que realizo; pero mi lector ideal inmediato no era solo el erudito sino cualquier amante de la literatura galdosiana y admirador de su genio; de ahí el tono narrativo, el estilo sencillo y cercano de la escritura… Tenía presente a los muchos entusiastas galdosianos que conozco, no todos de cultura universitaria. En el fondo, pensaba que debía este trabajo a ellos y a quienes, en esferas más altas y confiando en mí, me convencieron de que solo yo estaba en condiciones de llevarlo a cabo. Si alguna virtud tengo es ser tenaz, organizada y constante en mi trabajo. En realidad, me había ido preparando para ello sin saberlo Intuitivamente, encaminado mi «otra» investigación (¡la vida universitaria y su docencia!) hacia campos aledaños al galdosiano: los contextos filosóficos, socio-históricos y culturales de los siglos XVIII, XIX y mitad del XX… Por fin, me embarqué en la propuesta de edición de la Obra Completa de Galdós: fueron veintinueve tomos que me imponían repasar esa creación línea a línea: una ocasión impagable. Resumiendo: quiso la providencia que coincidiera 2020 con una etapa avanzada de mi formación galdosiana y un momento personal óptimo. Me vi en condiciones de redactar ese trabajo de conjunto que pretende ser mi biografía. No hubiera podido redactarla cinco años antes.  Sin embargo, nunca esperé merecer un premio como el Comillas; fue un regalo inesperado que debo a quien me animó a presentarlo. Le debo al premio muchas cosas; la mejor de ellas comprobar la alegría con que fue recibido por tantos, tantos amigos. Entre mis galdosianos fue como un premio colectivo.

-¿Por qué se sigue poniendo en tela de juicio el valor de su obra? El calificativo de «garbancero» hizo fortuna y ha llegado hasta nosotros.

Es normal que haya opiniones para todo; y que no satisfaga la literatura de Galdós a los amantes de una escritura preciosista o desestructurada. Pesan, por otra parte, imponderables como la oportunidad, la moda o ese pecado de las mil caras que es la envidia. El calificativo de «garbancero» hizo fortuna y ahí está, porque es un descalificativo «genial», como inventado por un genio como Valle Inclán, que supo encontrar la palabra justa para encontrar una palabra que encerraba en sus connotaciones todo lo que él quería denostar de la obra galdosiana, y además «hacer gracia». Galdós demostró compartir esa genialidad, que aplicó con sorna benevolente a algunos de sus individuos de ficción; pero nunca a las personas.

-¿Por qué se obstinó tanto Galdós en desaparecer bajo sus obras, ocultando su vida personal? ¿Timidez, pudor o inhibición emocional? Sabemos que era mujeriego, casi un donjuán.

-Estaba en su natural el silenciar las cuestiones personales, especialmente si eran comprometidas para alguien, o poco confesables. Así era su familia: su madre consideraba una debilidad expresar las emociones y una obligación «guardar en casa» lo que no convenía airear. Su sobrino «don Pepino» no se atrevió a contar a Marañón «el secreto del tío», recomendándole que fuera a informarse en terceras personas. El propio Galdós reservó para sí y muy pocos la existencia de su hija María, a quien atendía y amaba; es muy probable que su familia madrileña supiera de su existencia, pero no se la mentaba en la casa familiar. Por otra parte, la discreción de Galdós le impedía hablar a los periodistas de amores secretos, y no sólo si se trataba de señoras como doña Emilia sino de cualquier amor secreto cuya publicidad perjudicaría a la mujer. Sin duda, conoceríamos hoy por su boca relaciones femeninas convencionales, si las hubiera tenido.

No estoy convencida de que fuera tímido. Sí que fue poco hablador y prudente en la defensa de sus opiniones, que eran firmes. Prefería escuchar. Pero eso es cuestión de personalidad. Intervino muy poco en los foros públicos cuando fue diputado; y casi siempre «se hizo leer» porque tenía voz débil, se ha dicho. Pero no olvidemos que nunca perdió su habla canaria en unos tiempos en que había de hablarse en castellano y expresarse en canario era «hablar mal». Algún periodista se lo reprochó y él hubo de ser consciente de ello.

-¿Puede considerarse a Galdós un «escritor nacional», autor de una obra que sintetiza los aspectos esenciales del alma española?

-Yo diría que sí; que podría considerársele a Galdós hoy un escritor nacional, sintetizador de «las esencias españolas», en cuanto sus textos han sido y son referencia de la actualidad para personas de ideas muy diferentes. Galdós fue siempre un «militante», en cuanto a persona de ideas claras (en política, también en literatura) que las defendió contra viento y marea; con la voz y con la pluma.  En su momento, se determinó claramente hacia una opción política por creerla la más aproximada a sus ideas, y declarando a priori que le movía el patriotismo y la vuelta a los «sublimes conceptos de Fe nacional, Amor patrio y Concordia pública» (Carta de 1907). Si ha quedado envejecido el estilo del lenguaje político de Galdós, en absoluto han envejecido los conceptos, que todas las fuerzas políticas de buena voluntad acatan o dicen acatar. Defendió el ideal de una verdadera democracia para España conformada necesariamente por un movimiento nacional amplio e interclasista, una democracia respetuosa y respetada, en paz, sin caciques de ningún color…. ¿No sigue siendo ese el ideal de España que muchos queremos? Quiero pensar que es lo que la mayoría de los españoles pensantes queremos, más allá de ideología. ¿Soy utópica? Claro; en la utopía se refugió Galdós, y en el afán de luchar para conseguir hacerla realidad. Todos hoy podemos aprender mucho de su lectura.

-¿Es Galdós el heredero más aventajado de Cervantes? ¿Qué lecciones asimiló del creador del Quijote?

-Sin duda. Galdós y el Cervantes autor del Quijote comparten un mismo modo de mirar la realidad, una misma visión del mundo. Se debe a coincidencias básicas de personalidad, debidas sin duda a circunstancias personales similares en la distancia de tantos años. Esa coincidencia animó en ambos un uso magistral de la ironía, que a la vez que recurso retórico es un modo de mostrar la realidad desde el envés, desde la interrogación, desde la duda…. Y en ambos, con un buenismo inteligente, que es el que conduce más a intentar comprender que a enfrentar, más a dialogar que a imponer, más a motivar una sonrisa que a desplegar un látigo… Más allá de esa visión del mundo, Galdós llenó sus páginas de llamadas cómplices al maestro Cervantes: rasgos formales, situaciones novelescas, onomástica… El lector lo comprueba con una sonrisa. Leer a Galdós es evocar a Cervantes en una página y en otra. ¿Qué Cervantes es el primero? Bueno…; nadie puede olvidar que lo precedió en siglos y en genio, y que fue su primer maestro. ¿Qué es Galdós el novelista español más importante después de Cervantes?: pues sí. Ningún novelista español es mayor que Galdós. ¿Qué sí ponemos enfrente al creador del Quijote y al del universo galdosiano diríamos que allá se va el uno con el otro? Pues también.  El asunto no tiene tanta importancia.

-¿Ha tenido Galdós herederos, narradores que han forjado su estilo inspirándose en sus hallazgos? 

-Muchos novelistas del ayer inmediato y de hoy se han declarado entusiastas de su obra y herederos de ella de algún modo; y en otros puede percibirse esa huella con declaración o sin ella. El asunto precisaría un análisis profundo. Aventuraré algunos nombres, a sabiendas de que me faltan otros, y de que la presencia de Galdós en los citados se manifiesta de forma muy diferente. Pensemos en Buñuel, por ejemplo, que declaró no tener otra fuente literaria que Galdós, que basó en novelas galdosianas creaciones propias geniales, y que algunas de sus iluminaciones tuvieron en don Benito un precedente; o en García Lorca, Aleixandre, Cernuda, Zambrano o Max Aub, a quienes inspiró escritos de distinta naturaleza; o en J. A. Zunzunegui y, en general, en los narradores realistas de los sesenta-setenta del siglo XX. Pensemos en la cercanía galdosiana de Manuel Longares o Rafael Chirbes; en el mundo de Rafael Reig; o en el realismo de Emilio González Déniz; o en Belén Gopegui, Carolina Molina, Isaac Rosa; en Santiago Gil …; o en Almudena Grandes, la novelista más fiel al maestro… La novela galdosiana ha suscitado igualmente excelentes versiones para el teatro, y asistimos hoy a un incremente importante de guiones inspirados en la obra o la personalidad galdosianas. Tras el comic excelente de Rayco Pulido sobre Marianela (2013), se han sucedido versiones más o menos felices en ese atractivo soporte… Las últimas creaciones necesitarán algún reposo para ser valoradas adecuadamente; pero que Galdós está motivando a muchos creadores es indudable.

-Galdós ha pasado a la posteridad con fama de anticlerical, pero en sus novelas se aprecia una impronta cristiana. Leopoldo Alas destaca su fe, pero en su correspondencia con Pereda reconoce que no ha sido capaz de creer en Dios. ¿Cuál fue su relación con la experiencia religiosa?

-La fama de anticlerical de Galdós es justa si la pensamos respecto a la iglesia «oficial» de su tiempo, la que imponía su poder en la vida y en las conciencias; y también si consideramos su rechazo a las comunidades religiosas varias que vio aumentar enormemente en aquella sociedad, pisando fuerte y apoderándose de la formación de los jóvenes. Pero no fue un anticatólico, ni un enemigo de la presencia de la iglesia en su dimensión espiritual. Gustaba mucho de la liturgia y su parafernalia, el incienso, los cantos… Gustaba de visitar iglesias y catedrales por el respeto y el silencio, también por el arte, por la belleza escondida. Pero ¿solo por el aparato externo? Es posible que no. Tal vez su devoción se acerque a la que supo dibujar magistralmente para Ángel Guerra en la última parte de la novela que le dio vida. Siempre tuvo crucifijos sobre su cabecera, fue respetuoso con los creyentes y tuvo como amigos a más de un obispo. En la «fabula teatral» última que escribió (casi un testamento) propuso para la regeneración de aquella Ursaria-Madrid-España (hablo de La razón de la sinrazón) el concurso de tres personas/instituciones: una maestra, casada con un buen legislador, y un cura de pueblo bondadoso y amante de la vida: es decir la escuela, el gobierno de los pueblos, la religión.  En cuanto a su fe religiosa, él mismo confeso a Pereda por carta no tenerla; y seguramente era sincero. Pero no daba esa impresión en la vida, ni dejó de expresar en su obra la huella de un creyente respetuoso y tolerante, enfrentado a una iglesia-institución encasillada y estéril. Creo que lo expresado a Teodosia Gandarias en una de sus cartas de madurez ayuda a entenderlo: «Respecto a la cuestión religiosa, -escribió- distinguimos entre el aspecto espiritual y el aspecto positivista que en dicha frase se encierran. Lo concerniente al puro ideal religioso es digno del mayor respeto; lo que atañe al clericalismo, que es un partido político inspirado en brutales egoísmos y en el ansia de dominación sobre las conciencias y aún más sobre los estómagos, no podemos menos de manifestar todos nuestros odios con tan ruin secta».

-Algunos de los personajes más conmovedores de Galdós son mujeres, como Benina, Leré, Halma o Fortunata. Se ha dicho que descartó casarse por la frialdad e intransigencia que había visto en su madre, supuesto modelo de Doña Perfecta. Desde la perspectiva del Me Too, ¿qué juicio merecería Galdós?

-Había de destacar la problemática femenina en un mundo de novela que se propone mostrar la realidad de los estamentos sociales más necesitadas de atención, los más débiles; ahí la mujer y la infancia. Era normal, por otra parte, en una sociedad en que la mujer empezaba a pisar fuerte, en que el krausismo (Galdós, krausista convencido) había puesto la llaga en la cuestión con valentía mientras llegaban a España los ecos del feminismo europeo. Y supo crear mujeres fuertes que se apoderan del sentido de la novela y así las reconoce el lector. Las mujeres nombradas por supuesto Y otras muchas, menos cargadas de protagonismo, pero a las que supo envolver en comprensión y ternura; pienso en la Solita de la segunda serie; o en las Zorreras que se pasean por alguna de ellas para mostrar su «españolismo»; o en alguna madre «pecadora» como Pilar de Loaysa… Amó a distintas mujeres; pero ninguna de ellas (de las que conocemos) podía haber sido su esposa, por razones distintas. No encontró la mujer apropiada, sin duda. 

-Galdós fue un hombre de su tiempo; es decir que no podía ser feminista en el sentido de hoy. Mirado con la lupa del actual «Me Too» habría de recibir algún tirón de orejas. Pero se le estaría juzgando con medida inapropiada.

-A veces se establecen comparaciones poco halagadoras entre Galdós y otros novelistas de su época, como Balzac, Dickens y Flaubert. Se dice que el genio del escritor canario es inferior al de esos autores. ¿Por qué goza Galdós de tan poco reconocimiento internacional? ¿Son injustos esos juicios?

-Para hacer esa comparación con justicia habrían de conocerse bien las obras de esos realistas europeos tan importantes (incluido Galdós, claro) y olvidar la crítica tradicional al respecto. Se han hecho afirmaciones poco asentadas, porque no es tarea fácil. Si se hiciese una comparación meditada, se comprobaría que cada uno de esos autores, que respiraron la misma atmósfera, son genios de su tiempo. Galdós admiró y reconoció el magisterio de los que pudo leer bien (Dickens, Balzac) y negó en boca de uno de sus personajes la presencia en su literatura de los novelistas rusos. Pero no pudo suceder al contrario, porque Galdós fue poco y mal traducido en vida. Sus grandes títulos no se tradujeron (excepto Misericordia; ya en 1913). Como filóloga afirmo que nada desmerece Galdós ante esos grandes creadores europeos. Como lectora opino que pocos de ellos consiguen ganarse al lector como Galdós: por la humanidad con que dibuja a sus personajes, por la distancia irónica que añade a los juicios y las situaciones; por el toque de humor que añade a sus novelas… Galdós nos regala el placer de una lectura grata, nada opresiva.

Yolanda Arencibia, por Luis Alday

-En su temprana biografía de Galdós, Leopoldo Alas destacó su indiferencia por las Islas Afortunadas. Se ha dicho que su romance frustrado con su prima Sisita afectó mucho al escritor. ¿Pudo ser esa la causa de su distanciamiento de su lugar de nacimiento? ¿Tal vez se sentía más identificado con Madrid, una ciudad que casi es un personaje más en su obra?

-La afirmación de Leopoldo Alas casi ha sentado cátedra. Y razones tuvo, porque pudo extrañarle esa ausencia y Galdós nada quiso confesar a su amigo de su vida privada. Podía haberle dicho que el cariño y el respeto que le unía a su «madrina» Magdalena –su primera lectora- le obligaba a obedecerla no citando la tierra en la que vivió experiencias dolorosas:  la muerte de su hijo y de su marido;  el recuerdo de una suegra excesivamente severa que nunca acogió bien a su madre y, seguramente, urdidora del destino final y desventurado de su hermanastra Sisita (recordemos que indicó a Clarín tener intimidades de las que «no podía hablar por ahora». ¿«Por ahora» quiere decir en vida de Magdalena; pero no lo hizo nunca). Podía haberle dicho que sí que había escrito un cuento que transcurría en su tierra («Necrología de un prototipo»), pero que lo publicó en El Ómnibus local y nunca quiso rescatarlo. Podía haberle dicho que su obra se proponía como referencia la realidad de España, y las islas estaban muy lejos y no se ajustaban a los prototipos tradicionales. Podía haberle dicho que, del mismo modo que se reservaba las cuestiones personales, también se reservó la alusión a esa geografía lejana que rodeó su niñez. Podía haberle dicho que la relación con su tierra era diaria en la realidad de su casa, con sus hermanas y sus sobrinos, y con cualquier isleño que llegara a Madrid, portando tal vez las delicias gastronómicas que le gustaban….

-A diferencia de Valle-Inclán o Unamuno, Galdós no fue un histrión. ¿Esa discreción le ha perjudicado? ¿No te has sentido en algún momento decepcionada por la ausencia de anécdotas tan jugosas como las que salpican las vidas de los escritores del 98 o el 27? Personalmente, he de admitir que valoro mucho el esfuerzo de Galdós por reprimir su ego. Me parece admirable que prefiriera escuchar a perorar sin descanso, como hacía Unamuno, sin paciencia para oír a los demás.

-Ni fue un histrión ni quiso parecerlo nunca. Al contrario, respetó las alteridades humanas y prefirió que pasara desapercibida la suya propia. Sin embargo, nunca disimuló sus opiniones en la escritura de creación periodística. No echo de menos ese anecdotario; y me gusta recordar una anécdota en sentido inverso, que extrajo en su día el investigador Brian Dendle de una carta del sobrino José María, con quien siempre vivió. Cuenta que disponiéndose tío y sobrino a recibir clases de equitación y debiendo dar sus nombres al profesor («don Fulano de Tal y Cual, don José María Hurtado de Mendoza»…), llegado su turno Galdós indicó: «Don Benito». «¿Por qué no has dado tu apellido?»- rió el sobrino. «No me atreví… Podían conocerme y no quise…». Así era el escritor grande: modesto, cercano.

-Hay un aspecto de Galdós que siempre me ha suscitado mucha simpatía. Su amor franciscano por los animales. En varias de sus fotografías aparece acompañado por perros. Además, era muy afectuoso con los niños. ¿Por qué despertó tantos enconos un hombre así? Cuando murió, los hombres del 98 callaron o hablaron despectivamente de su obra. Unamuno dijo que Blasco Ibáñez y Palacio Valdés eran mejores novelistas. ¿Envidia o el cainismo ibérico?

-Me hablas de personalidades condicionadas por sus egos particulares. Desgraciadamente, ayer como hoy se prodigan esas reacciones en esta nuestra sociedad, que aún no ha superado la vieja envidia cainita. Y, como ocurrió en el caso de los nombres que citas, se prodiga entre quienes quieren olvidar la deuda contraída. Todos los que conocieron a Galdós, ponderan su bonhomía y su capacidad de despertar afectos, una vez superada una primera impresión de timidez y retraigo. Ese «pronto de distancia» es una característica muy de los canarios.

-Se conoce poco la faceta de Galdós como periodista, dramaturgo y autor de poemas. El escritor canario parece un filón inagotable. ¿Se ha dicho todo sobre Galdós o aún quedan cosas por investigar?

-En una inmensidad como Galdós no se termina de investigar nunca. Sin duda, el teatro es su faceta creadora menos estudiada; pero se está incrementando mucho esa tarea. El periodismo es otro filón más que atractivo en el que también se ha avanzado últimamente: el tesoro de lo publicado en La Prensa de Buenos Aires, hasta ahora solo conocido a medias, ha merecido una edición completa muy reciente de Isabel Román (Unex) y se prepara otra de Dolores Troncoso (U. de Vigo); estoy segura de que saldrá de ese corpus clarificaciones importantes.

Cien años sin Galdós. Cien años llenos de olvidos y silencios que han pretendido relegar su obra, pero que no han logrado disipar el fervor de sucesivas generaciones de lectores. Galdós ha educado la sensibilidad de muchos con su humanismo cervantino, su patriotismo liberal y su piedad evangélica. España sería inconcebible sin sus novelas, que ya forman parte de la identidad nacional. Yolanda Arencibia ha escrito una hermosa y necesaria biografía que en estos tiempos recios podría ayudarnos a recobrar el arte de convivir.

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