Algunos episodios de la vida de Wittgenstein habrían servido para dar vida a los personajes extraviados, extravagantes y extemporáneos que solemos encontrar en las novelas de Iris Murdoch. Ludwig Wittgenstein, gran exponente de la filosofía analítica, desconfiaba del conocimiento como herramienta para la felicidad. Él mismo encontrará en un amor con una persona casi cuarenta años más joven que él, en el estudiante de medicina Ben Richards, la solución a un problema hasta entonces irresoluble: la única doctrina que hace innecesario el pensamiento es el amor. El filósofo intratable, como así lo recuerda Murdoch en las dos veces que estuvo con él cuando daba sus últimas clases, adoraba los chistes absurdos y buscó, en su segunda vida, en el segundo Wittgenstein, un contacto más humano con sus semejantes. Ese podía ser el personaje.