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Contra el nihilismo

Por absurdo que parezca, la idea de que uno puede tener razones para hacer unas cosas y abstenerse de hacer otras es controvertida. En la rama analítica de la filosofía ?la que se practica en los países anglófonos? ha dominado hasta nuestros días un subjetivismo que niega que existan genuinas razones prácticas. Para esta corriente filosófica, la normatividad, en sentido estricto, no existe. Según reza la conocida expresión de Hume, «la razón no es ni puede ser más que la esclava de las pasiones, siendo su única función servirlas y obedecerlas». No puede considerarse irracional, continúa Hume, «a quien desea su propia ruina o la destrucción del mundo». Cuando alguien dice que tiene una razón para hacer algo y que, por tanto, debe hacerlo, está disfrazando con lenguaje normativo lo que, en realidad, no es sino la expresión de un deseo. Las razones son, según esta teoría, deseos encubiertos; y la racionalidad práctica, una quimera.

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¿Soy yo un bucle extraño?

Un día en la primavera de 2003 Uriah Kriegel y Kenneth Williford solicitaron a Douglas Hofstadter, según su propia narración de los hechos, una colaboración para el libro que estaban preparando. Se trataba de un libro de corte académico donde habían de reunirse artículos de filósofos de la mente en torno a una teoría sobre la conciencia que, si no estrictamente nueva, sí puede considerarse alternativa dentro de la tradición analítica. Esta teoría, que los autores denominan teoría autorrepresentacional de la conciencia, defiende que un estado mental consciente es un estado que se representa a sí mismo.

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Arte, ostentación y fraude

Durante el período que va desde 1937 hasta el final de la Segunda Guerra Mundial, Han van Meegeren, un pintor menor resentido con el mundo del arte, se las arregló para engañar a los expertos más notables del momento con una docena de falsificaciones de Johannes Vermeer. La primera de estas falsificaciones fue Los discípulos de Emaús, a la que enseguida siguieron otras. Aunque las obras eran en realidad pastiches de escaso valor estético, fueron muchos los que las tomaron por verdaderas obras maestras del gran pintor holandés. No hace falta decir que, cuando finalmente Van Meegeren fue descubierto (en un primer momento no por sus falsificaciones, sino por vender una de ellas, entonces tenidas por patrimonio nacional, a un

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