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Cuando los vascos eran de Marte y los catalanes de Venus

Durante el llamado «procés» (y quizá como parte esencial de él) se puso de moda la idea ciertamente extravagante de que la ausencia de una solución en el horizonte para el secular «problema catalán» era culpa exclusiva del Gobierno del Partido Popular y que, por encima de todo, hacía falta diálogo ante el golpe de Estado perpetrado en Cataluña bajo el repetido eufemismo de «procés». No seré yo quien elogie el talento o la sutileza política del partido en el gobierno; pero todo parece indicar que, muy al contrario, el PP no ha sido culpable de nada, salvo en la medida en que ya haya dialogado demasiado con el nacionalismo catalán a lo largo de décadas de concesiones constitucionalmente inaceptables, y ello con grave perjuicio para la minoría castellanohablante, sistemáticamente preterida en el debate político, y de la que, sorprendentemente, sigue sin hablarse bajo su genuina denominación de minoría segregada.

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Contra el nihilismo

Por absurdo que parezca, la idea de que uno puede tener razones para hacer unas cosas y abstenerse de hacer otras es controvertida. En la rama analítica de la filosofía ?la que se practica en los países anglófonos? ha dominado hasta nuestros días un subjetivismo que niega que existan genuinas razones prácticas. Para esta corriente filosófica, la normatividad, en sentido estricto, no existe. Según reza la conocida expresión de Hume, «la razón no es ni puede ser más que la esclava de las pasiones, siendo su única función servirlas y obedecerlas». No puede considerarse irracional, continúa Hume, «a quien desea su propia ruina o la destrucción del mundo». Cuando alguien dice que tiene una razón para hacer algo y que, por tanto, debe hacerlo, está disfrazando con lenguaje normativo lo que, en realidad, no es sino la expresión de un deseo. Las razones son, según esta teoría, deseos encubiertos; y la racionalidad práctica, una quimera.

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Cine políticamente incorrecto

¿Podría rodarse hoy en día una película como El nido, de Jaime de Armiñán? Estrenada en 1980, narra el enamoramiento entre un director de orquesta viudo y sesentón, y una chica de trece años, hija de un guardia civil. Héctor Alterio interpreta al viudo y Ana Torrent a la niña. Aunque se trata de un amor platónico, lleno de fantasía, lirismo y ternura, el espectador actual reaccionaría con horror, acusando al director de componer una elegía de la pederastia. Leonor Izquierdo también era hija de un guardia civil y sólo tenía quince años cuando se casó con Antonio Machado, un profesor de francés de treinta y cuatro. El idilio había comenzado dos años atrás, cuando el poeta se alojó en la pensión que regentaban los tíos de Leonor. Acababa de llegar a Soria y era un hombre tímido, serio, taciturno y escasamente atractivo. El matrimonio no duró demasiado. La tuberculosis acabó con Leonor a los veinte años. No es un secreto que la pareja fue muy feliz, pues la joven esposa se identificó con la labor poética de su marido, compartiendo inquietudes, anhelos y proyectos. Antonio Machado nunca superó la pérdida.

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