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Stalin y el siglo soviético

EL SIGLO SOVIÉTICO. ¿QUÉ SUCEDIÓ REALMENTE EN LA UNIÓN SOVIÉTICA?

Moshe Lewin

Crítica, Barcelona

Ed. de Gregory Elliott. Trad. de Ferran Esteve

510 pp.

29,50 €

STALIN. UNA BIOGRAFÍA

Robert Service

Siglo XXI, Madrid

Trad. de Susana Beatriz Cella. Rev. de Patricia Varona Codeso

708 pp.

24 €

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Durante los últimos cinco años hemos vivido una avalancha de libros sobre la Unión Soviética, sobre la Rusia postsoviética y sobre los dirigentes fundamentales de una y otra. Aunque este aluvión ha decaído, aún no ha concluido. En dos de las obras más recientes, Robert Service ha publicado la última gran biografía de Stalin, mientras que Moshe Lewin, al igual que han hecho una serie de importantes sovietólogos e historiadores rusos de los últimos años, ha sacado a la luz su propia valoración general del período. La pregunta del lector es: ¿nos enseñan estas dos obras algo de importancia que no se encuentre ya en la abundante literatura sobre estos temas? La respuesta es mixta.

Robert Service es uno de los historiadores más activos y de mayor talento de la generación británica más joven, conocido sobre todo por Lenin. Una biografía, probablemente una de las mejores biografías de Lenin con las que contamos, y Rusia: experimento con un pueblo, uno de los libros más logrados sobre la Rusia posterior al comunismo. En su prólogo, Service le dice al lector que las biografías anteriores de Stalin han tendido a ser bien narraciones personales y psicológicas de la vida de Stalin, bien obras que utilizan al dirigente como un eje a partir del cual escribir la historia política de la Unión Soviética en su época. El objetivo de Service es intentar combinar ambos enfoques y, a pesar del gran número de libros sobre Stalin, producir así un relato personal y original, algo que en parte ha conseguido y en lo que en parte ha fracasado.

Como los papeles de Stalin conservados en su Lichnii Arkhiv (archivo personal), cualesquiera que sean, no están aún disponibles por regla general, Service se basa casi en exclusiva en materiales publicados, complementados sólo muy raramente por documentos estatales soviéticos de primera mano. Esto requiere un conocimiento muy completo de un corpus enorme de publicaciones, fundamentalmente en ruso y en inglés. En general, Service ha abarcado bien todas estas obras y muestra una especial habilidad a la hora de explotar la reciente historiografía rusa.

La parte más interesante y original es el primer tercio, que se ocupa del comienzo de la vida y la carrera de Stalin.Aunque Service no ha descubierto ningún material nuevo de importancia sobre la infancia y la juventud de Stalin, su relato es objetivo, penetrante y rigurosamente informado, y constituye probablemente el mejor tratamiento de sus primeros años al que podemos acudir. El aspecto más revisionista de esta obra consiste en subrayar los tempranos logros de Stalin como revolucionario y joven líder bolchevique en un esfuerzo por superar el estereotipo del ascenso al poder de Stalin como el de un mediocre intrigante cuyos logros fueron fundamentalmente burocráticos y manipuladores. Service subraya que, aunque no era un teórico intelectual hasta el punto en que sí lo eran los más típicos altos dirigentes bolcheviques, Stalin estaba muy versado, sin embargo, en la teoría marxista, escribió sobre varios temas esenciales y se convirtió en un destacado periodista bolchevique, y en 1917 fue nombrado director del periódico del partido.

Pasó a ser un importante dirigente del partido en el Cáucaso y en 1912 ya se había hecho un hueco en el liderazgo nacional. El crisol en que se había forjado la dictadura bolchevique fue la despiadada y enormemente destructiva guerra civil de 1918-1921, y Service demuestra convincentemente que el retrato convencional de Stalin durante estos años cruciales como un archiburócrata y un hombre del aparato del partido es falso y engañoso. Stalin fue, en cambio, muy activo en la administración estatal y militar, y desempeñó un papel más prominente y dinámico de lo que se ha reconocido normalmente. Aunque fue un devoto seguidor de Lenin, no era de los que dice amén a todo y no dudó en disentir con el líder bolchevique en varios temas cruciales. Service resulta por lo general convincente en este asunto (a pesar de que la relación exacta entre Stalin y Lenin sigue siendo algo controvertida) y consigue mostrar que Stalin fue un dirigente bolchevique con más talento y más importante en vida de Lenin de lo que ha tendido a pensarse. La parte principal de la biografía es, sin embargo, menos original, ya que se conocen bien los rasgos generales de la carrera de Stalin como vozhd¸ de modo que resulta difícil aportar mucho que sea realmente nuevo sobre su liderazgo de la Unión Soviética a partir de 1925. Se explican adecuadamente la mayoría de sus políticas esenciales, pero el hecho de que se formulen en términos de una biografía personal significa que este no es el tipo de libro que utilizaría un lector novato como una historia condensada de la Unión Soviética en la época de Stalin.

Un objetivo fundamental del libro, y un logro esencial en la práctica, es evitar interpretaciones reduccionistas tanto de la personalidad de Stalin como de su política. Aunque Hitler, Mussolini y algunos otros dictadores habían leído profusamente en su juventud, aunque Hitler fue un devoto apasionado de los teatros de ópera en general y de Wagner en particular, y aunque Mussolini fue un grafómano cuya Opera omnia se extiende a más de veinte volúmenes, Service acierta al afirmar que Stalin dedicó en general más tiempo a leer, escribir y a las artes en todas sus formas que cualquier otro gran dictador. En términos personales, puede que fuera simplemente el más activo de todos ellos, dedicando largas horas al papeleo y al trabajo gubernamental. Stalin era un hombre incansable que no podía parar quieto, leía incesantemente en su tiempo libre, escuchaba mucha música, asistía a numerosas representaciones teatrales y conciertos, disfrutaba cantando, y cantaba bien, en reuniones sociales, y había escrito poesía en su juventud. En sus últimos años, ya de declive, publicó dos tratados considerables sobre lingüística y sobre economía soviética. La variedad era impresionante, inigualada por ningún otro dictador, y requería un gran gasto de energía. No hay duda de que Stalin era una persona de gran inteligencia, generosos talentos y una personalidad hábilmente dominante con una auténtica capacidad para el liderazgo, por muy destructivo que pueda haber sido ese liderazgo.

Entonces, ¿por qué fue un monstruo semejante? No hay respuesta más genuina para esta pregunta que en los casos de Hitler, Mao, Pol Pot u otros responsables de matanzas masivas en el siglo XX . Service observa con tino que padecía evidentemente un importante trastorno de personalidad y de una forma criminal de paranoia. Sin embargo, no era un loco, sino un líder con una fuerza mental y una voluntad muy grandes. Service se centra repetidamente en sus constantes sospechas, su continuo afán de venganza y sus métodos enormemente violentos. Explicar su origen, sin embargo, sería equivalente a explicar el misterio del mal, ya que ni la dura infancia de Stalin en Georgia ni el trasfondo de atraso y autoritarismo en los asuntos rusos resulta adecuado ipso facto para explicar sus tendencias asesinas.

Service evita aplicar juiciosamente ninguna interpretación psiquiátrica extravagante al propio Stalin, pero no puede resistirse en el caso de Svetlana Alliluyeva, su segunda y principal mujer, madre de dos de sus tres hijos legítimos. Svetlana era una mujer nerviosa, excitable, que padecía sin duda algún tipo de trastorno emocional y profundos accesos depresivos. Tenía grandes dificultades para reconciliar el ideal bolchevique de las mujeres que emprendían carreras por sí mismas con las exigencias que planteaba Stalin a su propia esposa. Svetlana se suicidó a los treinta y dos años, tras un comportamiento especialmente atroz por parte de Stalin. Service llega, por tanto, a la absurda conclusión de que padecía alguna forma de esquizofrenia. Esto parece ridículo, ya que era capaz de llevar a cabo por sí misma un trabajo absolutamente profesional. Un diagnóstico más probable parece ser un trastorno bipolar, o simplemente hipertensión nerviosa y depresión. Su principal problema fue estar casada con un marido tan abusivo como Stalin.

Stalin no fue un mujeriego redomado como Mussolini, pero tampoco fue sexualmente retraído como Hitler, Franco o Salazar. Se casó dos veces, desatendiendo seriamente a ambas mujeres, la primera de las cuales murió rápidamente de tuberculosis. Siendo joven tuvo varias aventuras, y engendró uno o dos hijos ilegítimos. Su vida posterior, sin embargo, tras el suicidio de Svetlana, fue en gran medida célibe. En este último aspecto, Service no pierde el tiempo especulando sobre las diversas amantes que Stalin podría haber tenido o no, porque la información es completamente vaga y limitada, y no existe ninguna prueba de que mantuviera ninguna relación habitual posterior. Service previene contra la tendencia a interpretar el pensamiento y las políticas de Stalin de un modo demasiado simplista. El estalinismo presentaba a menudo una aproximación en blanco y negro en los temas fundamentales, pero su biógrafo subraya elementos de complejidad, dualidad e incluso contradicción, así como su capacidad para mantener varios factores en juego al mismo tiempo.

Service vuelve frecuentemente sobre el tema de su identidad étnica original como georgiano, así como sobre su compleja relación con la Rusia étnica. Aunque Stalin siempre conservó un interés sentimental por la comida, la bebida y la cultura georgianas, no hay pruebas de que se preocupara de definirse como georgiano. Su interés y su respeto por la Rusia étnica aumentó regularmente durante su vida y en algunos aspectos alentó una re-rusificación de la Unión Soviética, pero políticamente siempre afirmó el internacionalismo soviético, sin abandonar nunca por completo los principios supranacionalistas de Lenin.

Como es natural, Service identifica como los principales logros de Stalin la creación del pleno sistema soviético, fuera para bien o para mal, el hecho de haber convertido al país en una superpotencia industrial y militar, la obtención de una victoria completa en el frente oriental en la Segunda Guerra Mundial y la conformación de un imperio soviético internacional. Se trata de una lista muy evidente con la que estarían de acuerdo la mayoría de los historiadores.

Las estadísticas son comparativamente infrecuentes en esta biografía, y las que contiene parecen funcionar –lo que no resulta sorprendente– como aproximaciones. Aunque la crueldad y la temeridad de Stalin, y el gran coste de vidas humanas en que se tradujeron, aparecen resaltadas constantemente, no hay ningún intento de cuantificar los costes y las inversiones masivas impuestas por el régimen totalitario y la economía totalitaria.

Los asuntos internacionales y el Comintern no reciben excesiva atención, aunque este aspecto mejora algo en la última parte del libro, especialmente en relación con la guerra de Corea.A este respecto, Service –muy acertadamente, en mi opinión– combate la noción de que Stalin estuvo absorto fundamentalmente en los asuntos domésticos soviéticos y no interesado en la expansión del comunismo, aunque probablemente no le otorga a este aspecto de su política toda la atención que podría merecer. La breve página sobre Stalin y la guerra española es sustancialmente correcta, aunque también sucinta hasta el extremo. Se abordan casi todas las principales características de la política exterior de Stalin, aunque a menudo sólo de un modo muy breve y esquemático. Conceptos tan esenciales como el revolucionario «Tercer Período» del Comintern, la noción soviética de la «Segunda Guerra Imperialista», o el modelo de «república popular» apenas aparecen siquiera mencionados. Esto hace que Service señale que el concepto de «democracia popular» fue inteligentemente introducido para los regímenes satélites en 1946, pero se trata en el mejor de los casos de una verdad a medias, ya que no era más que una reelaboración del modelo de «república popular» que había sido una terminología habitual desde 1924 y que se utilizó de manera generalizada, por ejemplo, en España.

Service evita caer en especulaciones extravagantes sobre la muerte de Stalin en marzo de 1953 que, en espera de la aparición de pruebas en sentido contrario, debe atribuirse a causas naturales. En aquel momento, a los lugartenientes de Stalin les preocupaban profundamente dos cosas: una era la plétora de indicios de que el anciano dictador estaba a punto de desencadenar una nueva y radical purga, lo que daría lugar a su eliminación y ejecución; la segunda, que sus agresivas políticas en Corea, Berlín y otros países podrían provocar pronto el estallido de la Tercera Guerra Mundial. Pero no contamos con pruebas de que tramaran una conspiración para asesinar al tirano.

El objetivo del libro de Moshe Lewin es diferente y más amplio. Lewin nació como judío soviético, pero desarrolló su carrera académica en Estados Unidos como un respetado sovietólogo en cuestiones políticas y económicas, y es especialmente conocido por su estudio de la colectivización de la agricultura. Su nueva obra constituye no una perspectiva histórica general, sino una nueva revisión de la Unión Soviética en términos de estructuras fundamentales y líderes en un esfuerzo por determinar lo que sucedió realmente, y qué alternativas prácticas podrían haber existido. Consta de tres partes: la primera examina aspectos de la época estalinista, la segunda el período postestalinista centrándose en los nuevos dirigentes y en los esfuerzos por reformar el Estado estalinista, mientras que la tercera se ocupa de ciertos aspectos fundamentales a lo largo de la historia soviética en su conjunto.

Mientras que la parte más original de la biografía de Service es el primer tercio, que estudia la vida de Stalin anterior a 1925, del libro de Lewin tendría que predicarse lo contrario. Su primera sección sobre problemas internos soviéticos en época de Stalin es relativamente anodino y no especialmente original, ocupándose de temas como las élites, la burocracia, el Gran Terror, la Gulag y el sistema policial.Aunque Lewin utiliza una cierta cantidad de nueva documentación, y especialmente el trabajo de la nueva generación de historiadores rusos durante los últimos quince años, las principales características del estalinismo han sido profusamente estudiadas en Occidente y puede hacer poco más que añadir ciertos detalles. Esta parte del libro es muy generosa en estadísticas, pero los datos cuantitativos no se traducen en ningún gran avance, con la única excepción de que la nueva perspectiva histórica, que se basa en datos recientemente disponibles, reduce considerablemente el número de víctimas de Stalin, aunque la cifra sigue adquiriendo unas magnitudes hitlerianas. Las informaciones generales sobre atrocidades masivas, al igual que durante la Guerra Civil española, tienden por lo común a exagerar, aunque la realidad pueda seguir siendo horripilante.

Resulta que el número total de los arrestados en el Gran Terror fue menor del que se había pensado y que, aunque se había calculado que hubo al menos un millón de ejecuciones directas en dos años, el número de asesinatos directos, diferenciando las muertes de diversas formas menores de abuso, fue «sólo» algo inferior a setecientos mil. Basándose sobre todo en estadísticas demográficas de R.W. Davies, Lewin cifra el exceso de mortalidad soviética durante los cuarenta años de guerra mundial y revolución en 52-53 millones, una cifra total verdaderamente terrorífica. De éstos, alrededor de dieciséis millones murieron durante 1914-1922 (dos millones en la Primera Guerra Mundial, catorce millones durante la guerra civil rusa, fundamentalmente por hambre y epidemias masivas), diez millones de los efectos de la colectivización, la enorme hambruna de 1933 y el Gran Terror, y de veintiséis a veintisiete millones en la Segunda Guerra Mundial.

La segunda parte del libro, que revisa las cuatro últimas décadas de historia soviética, parece más fresca y original.Aunque no hay mucho nuevo que decir sobre Jruschov, el capítulo sobre el KGB postestalinista presenta nuevos datos interesantes, y el capítulo sobre Kosigin y Andrópov, los principales reformistas en las dos décadas posteriores a Jruschov, es sorprendente. Las ideas de Kosigin tenían que ver fundamentalmente con la reforma económica, mientras que Andrópov sobresale en términos retrospectivos como potencialmente el gran reformista de la última época soviética. Aunque pasó gran parte del final de su carrera dirigiendo el KGB,Andrópov era de hecho un antiestalinista que entendió perfectamente bien que la pura represión continuada no resolvería los problemas soviéticos, sino que el sistema necesitaba desarrollar mayores honestidad y fiabilidad, así como lograr una economía más abierta y flexible. Reconoció también la seriedad de la corrupción masiva que invadía el sistema: mientras que con Lenin y Stalin había una gran corrupción dentro del sistema, en la época de Brézhnev en los años setenta la corrupción masiva estaba convirtiéndose en el sistema mismo. Se encontraba ya mortalmente enfermo cuando se hizo cargo del gobierno soviético en 1982 y sólo duraría quince meses hasta su prematura muerte, pero sus ideas reformistas fueron concebidas en algunos aspectos con mayor claridad que las de Gorbachov y, dado que era más proclive a la disciplina que este último, habría mantenido una mano más firme. Su tarea fue modernizar un sistema básicamente estalinista y hacerlo más flexible y receptivo, lo que probablemente equivalía a un esfuerzo para cuadrar el círculo. Sin embargo, el liderazgo de Andrópov, de haberse podido contar con él anteriormente, habría proporcionado la mejor oportunidad para una «reforma china» del régimen soviético que podría haberlo mantenido unido al tiempo que liberalizaba su economía.

En la tercera parte del libro, que intenta analizar la Unión Soviética en su totalidad, Lewin presenta su perspectiva personal, parte de la cual es original en su enfoque, mientras que otras partes abundan más en lugares comunes. Resalta que no hubo ningún resultado liberal o democrático viable tras la desintegración rusa durante y después de la Primera Guerra Mundial, mientras que el estalinismo creó una extraña combinación del estatismo y autoritarismo ruso más extremos, más severos y sistemáticos que nada de lo que se había visto en época de los zares, con un radical proyecto de modernización militarindustrial y social, algunas partes del cual se implantaron con éxito. Lewin no logra responder del todo a su propia pregunta, «¿Qué sucedió realmente?», porque lo que ocurrió bajo el mando de Stalin fue una combinación tan extraña de opresión e industrialización concentrada que no tuvo equivalente en ningún país. Lo cierto es que es algo que a los historiadores les resulta muy difícil entender, o incluso describir precisa y exhaustivamente. Creó, sin embargo, un tipo peculiar de semimodernidad, con industrialización y educación masivas, y a la postre unos niveles de vida más altos. Otra cosa bien distinta vuelve a ser que el estalinismo fuera el peor modo de emprender esta tarea, y que los resultados positivos podrían haberse conseguido sin establecer un sistema de atrocidades masivas.

La gran tesis final de Lewin es que las últimas décadas de la Unión Soviética han sido mal entendidas al haber quedado subsumidas bajo categorías abstractas de totalitarismo y estancamiento burocrático. Finalmente la economía dejó de crecer, pero se produjo una enorme evolución social y cultural en el seno de la sociedad soviética, así como una transformación de las actitudes y el funcionamiento de las élites. El sistema evolucionó hacia una especie de autoritarismo semipaternalista, pero no pudo superar la centralización, la falsedad y la rigidez heredadas de Stalin. Fueron los profundos cambios en el seno de la Unión Soviética los que condujeron al colapso del sistema, que puede que fuera realmente irreformable. La convulsión resultante, con la desintegración total del régimen comunista, no ha aportado ni una nueva prosperidad ni una auténtica democracia que funcione, sino una nueva serie de contradicciones rusas, una nueva pseudomorfosis que lleva aparejada la perplejidad que despiertan la sociedad y la historia del país, así como la identidad de la propia Rusia.
 

Traducción de Luis Gago

 

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