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Reseñando desde la chingada

EL HOMBRE QUE AMABA EL SOL

Homero Aridjis

Alfaguara, México D.F.

350 pp.

17,95 euros

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Inicié la lectura de esta novela intrigado por saber quién sería ese hombre amado por el sol, y la concluyo sabiendo que se trata de un espejismo, una fatamorgana inducida por un título con fecha de caducidad sobrepasada. Pues una vez leída, ese título me recuerda aquella pintada de los fachas al ser legalizado el Partido Comunista («Hay que matar al cerdo de Carrillo»), y la sutil respuesta de los anarcos: «Carrillo, te quieren matar el cerdo». Aquí sucede otro tanto de lo mismo: porque un hombre que amaba al sol es alguien muy distinto del hombre [al] que amaba el sol.Ya en sus tiempos clamó Clarín en muchos de sus solos y paliques: «¡Alto, la Gramática!».

Debo confesar de entrada que leer esta novela ha sido para mí un calvario y que sólo apuré el cáliz hasta las heces porque es lo mínimo que debo a la redacción y a los lectores: hablar con conocimiento de causa.Y que, si por mí fuera, mi reseña podría limitarse a reproducir la lista de funciones y desempeños del autor (embajador de México, director general del Instituto Michoacano de Cultura, profesor en las universidades de Nueva York, Indiana, Columbia y California, becario de la Fundación Guggenheim, Creador Emérito del Fondo Nacional [mexicano] para la Cultura y las Artes, y presidente reelegido del PEN Club Internacional, así como ganador –entre otros– de los premios Xavier Villaurrutia y Grinzane-Cavour) para añadir un simple comentario, la asombrada frase del niño en un célebre cuento de hadas: «¡El rey está desnudo!».

Y, como resulta evidente que alguien con semejante trayectoria, y con una obra amplia que incluye poesía, relatos y novela, no puede haber obtenido tanto por nada, debo llegar a la conclusión inevitable de que a mí me tocó bailar con la más fea: es decir, con un libro suyo absolutamente insalvable del escrutinio, si estuviésemos en el capítulo VI de la primera parte del Quijote. Resumir lo que en términos tradicionales era el argumento, la trama, no tiene sentido, porque no hay ningún entramado que sustente sus casi (¡ay!) 350 páginas. Summa summarum, puede decirse que el libro cuenta con implacable pormenor la vida y milagros de un hombre que «se llamaba Tomás Martínez Martínez», pero que «había decidido cambiarse los apellidos y llamarse solamente Tomás Tonatiuh».Y a la pregunta de su alumna Jessica –porque nuestro protagonista comienza en la novela siendo maestro de escuela–, de por qué Tonatiuh,Tomás responde que en náhuatl ése es el nombre del sol. Con lo cual su rebautizo es algo así como si Gabriel García Márquez hubiera decidido llamarse «solamente» Gabriel Jesucristo. [Se me permitirá en este punto una precisión avalada por una autoridad en la materia, lo que yo no soy. Reseñando un libro científico dedicado al calendario azteca y otros monumentos del culto solar, el etnólogo y escritor mexicano Luis Barjau (revista Nexos, núm. 330, junio de 2005) asegura que «Tonatiuh no figura en la lista de dioses del libro primero de Sahagún ni en las generaciones de los dioses principales de la Historia de los mexicanos por sus pinturas. En la Hystoire du Mechique (fuente nombrada así en francés antiguo) ocupa el décimo lugar de una jerarquía de trece.Y éstas son las fuentes más tempranas y auténticas que se conocen»].

Esa vida y esos milagros de Tomás Tonatiuh se extienden a lo largo de muchísimos años –yo diría, por pura maldad, que casi tantos como páginas de la novela–, dilatado tiempo donde sólo sucede que Tomás se queda viudo y nunca se decide a encamarse con su ahijada Teresa (quien lo está deseando desde la escuela), y los militares malos y los políticos corruptos talan los bosques donde se venían a refugiar en el invierno las mariposas monarca… Ah, y también se produce un eclipse de sol que –¡oh, paradoja!– no eclipsa a su tocayo protagonista de la novela.

Con todos los respetos: el texto es casi indeglutible, y lo que se deglute es bastante indigesto. No encuentro mejor manera de documentarlo que un párrafo, en lugar ya tan avanzado como la página 222, donde Aridjis nos transmite el mensaje, como se decía antaño, del libro.Y allí puede leerse que «Tomás pensó en los dioses del sacrificio humano del México antiguo, los cuales habían abandonado la piedra de los sacrificios para instalarse en la tierra, el aire y el mar del México moderno, reemplazando sus habitantes el asesinato ritual por el canibalismo moral. Los templos de la muerte ahora no tenían muros y se hallaban lo mismo en las calles, en los caminos y en la violencia nuestra de cada día del espacio doméstico». Cita literal.

Lo poco que puede salvarse de esta narración heteróclita son las citas de pintadas y carteles populares, como, por ejemplo, este anuncio de un desafío a un combate de lucha libre: «Se buscan valientes para enfrentarse a El Jaguar, El Rugido de las Montañas. Mil Pesos de Premio al Ganador. O en su defecto: Entierro Gratis». O el de la botica del pueblo: «Farmacia El Señor del Tiempo. Todo contra la muerte y el resfriado». O este aviso en el cementerio: «Atento abiso: No patee los craneoz. Parecen piedras, pero son craneoz». O esta advertencia en la hospedería: «Ayuno incluido». Y como no hay quinto malo, una pancarta de la manifestación contra la tala de árboles: «Para la salvación, nuestro patrón. Para el amor, nuestro colchón».

También salvable es alguna frase que podría firmarla Ibargüengoitia («Para el amor nunca tengo prisa, pero sugiero que lo hagamos de inmediato») y algún personaje que parece como inspirado por Buñuel; así, el cura Patiño, sacerdote fanático del ajedrez, el que casa a Tomás Tonatiuh con Margarita, y cuando ambos le contestan que sí se aceptan mutuamente como esposa y esposo, él les responde: «Entonces, jaque al rey», y añade: «En nombre de la Sagrada Trinidad del Ajedrez: el Rey, el Caballo y el Alfil, los declaro marido y mujer».

A cambio hay alguna que otra observación anatómica que justificaría todas las campañas antinicotínicas del presente: como cuando Jessica saca un cigarrillo, lo enciende y luego, «redondeando la boca arrojó humo por los poros de la nariz». Por los poros, no por las narinas, eso ya es viciosa sobresaturación.Y una frase como «saludó a todos. Pero todos no le contestaron» es de las que provocan resucitar la exclamación de Clarín (vide supra). Y alguna más («–Si no te gusta la comida del hospital, ¿no quieres comer fuera o que te traiga algo de un restaurante?– como otras veces, ella mezclaba la segunda y la tercera persona del singular») nos hace dudar de que el autor y/o la editorial hayan revisado a fondo el manuscrito.

Lo peor de todo, sin embargo, es que lo que leemos no interesa, los diálogos son artificiales, hinchados de pretendida o presunta sabiduría popular, esotérica o mezcla de ambas, y el lector, cuando llega a la página 232 y encuentra la reflexión de Tomás, «Si no me voy de aquí, me moriré de tedio», se dice que, si sigue leyendo, le pasará lo mismo. Y recuerda algo que leyó infinitas páginas más atrás, en la 80: «Esta es la conjunción de Tonatiuh, el Sol, con la Coyolxauhqui, la Luna, y la Coatlicue, la Tierra, y el que no lo crea que se vaya a la chingada».Y agradece al autor que le haya puesto en bandeja el título de esta reseña.

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Ficha técnica

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