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Erec y Enide

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La última novela de Manuel Vázquez Montalbán, Erec y Enide, propone al lector una tesis muy querida para los historiadores de la literatura: hay argumentos y preocupaciones de las obras literarias más remotas, póngase la Baja Edad Media, póngase la materia de Bretaña, que siguen siendo argumentos y preocupaciones de la vida actual, de la vida a comienzos del tercer milenio. Cierto es que la novedad de esta propuesta es relativa, porque ha habido toda una actividad literaria industrial de rescate que ha hecho accesibles y aun populares obras cuyo interés para el lector actual parecía muy débil o incluso inexistente. Junto a esta primera propuesta hay otro elemento que es no menos interesante, ¿cuál es la distancia entre la vida y la literatura? «La humanidad no puede aceptar demasiada realidad», decía T. S. Eliot. Y ocasiones hay en que parece como si la literatura hubiera nacido para interponer la mayor distancia posible entre la realidad y las inquietudes humanas. Los personajes de esta novela viven la vida a través de la literatura: Matasanz, catedrático de universidad, es un especialista en literatura medieval; Pedro y Myriam, médico y enfermera, respectivamente, reviven en primera persona, pero en la América de las guerrillas y la corrupción política, las ordalías de Erec y Enide, personajes de la novela de Chrétien de Troyes (siglo XII ), para hallarse a sí mismos; y Madrona, la mujer de Matasanz, tía de Pedro, se dedica, como una quijotesca dama andante, con resultados casi comparables a los de don Quijote, a enderezar entuertos en Barcelona, mientras su sobrino y la mujer de su sobrino hacen lo mismo en América, y mientras su marido recibe los honores de una larga vida consagrada al estudio. Acaso la humanidad no pueda aceptar mucha realidad, y por eso las vidas de los personajes de esta novela no se libran de cierta estilización que proviene del crisol literario en el que han sido fundidos. Alertado el lector acerca de la vigilancia que ejercen sobre el relato novelesco de Erec y Enide las diferentes variantes de la transtextualidad, avisado de la trascendencia de los espesos sedimentos literarios sobre los que reposa, puede, si es su gusto, prescindir de todo ello y concentrarse en lo que acaso entre la polvareda literaria pase inadvertido: la relevancia de los Matasanz, Madronas, Pedros y Myriams en el mundo actual. El interés de estos personajes es el que ofrecen como creaciones literarias que encarnan preocupaciones en las que pudieran reconocerse los lectores. Los recónditos saberes literarios que atesora esta obra pasarán inadvertidos para muchos lectores, pero no dejarán de obrar los efectos previstos. Si la lejana literatura que da forma a las preocupaciones de los personajes tiene algún interés, es precisamente porque hay algo perenne, de toda época y lugar, en estos relatos. Quizá, pues, lo interesante de esta novela sea saber si en el mundo actual es posible llegar a esa paz interior que todos y cada uno de los protagonistas desean. Acaso sea lo más interesante saber si los puertos de refugio de los actores del siglo XII siguen siendo en el siglo XXI lugares seguros y deseables. La generación adulta, el matrimonio formado por Julio Matasanz y Madrona Mistral de Pamies, miembros eminentes de la burguesía acomodada de Barcelona, parece haber llegado a un punto en el que el respeto y la confianza mutuos y las reservas del amor pasado sobrepujaban infidelidades y aburrimientos. Hay entre ambos personajes una forma de amor que tiene en cuenta las infidelidades ocasionales o no tan ocasionales, y que resiste airosamente el desgaste del tiempo. Cosa muy diferente son Pedro y Myriam. Ambos son colaboradores de Médicos Sin Fronteras, una organización no gubernamental, ambos sufren su correspondiente rito de paso en las más difíciles circunstancias, en medio de privaciones, violencia, crueldad, arbitrariedad y despotismo. Ambos, al confirmarse la noticia de que Myriam está embarazada, deciden tener a su hijo en Barcelona e integrarse en una sociedad que poco a poco irá convirtiéndolos en lo que eran sus predecesores. Por su parte, Julio Matasanz, cargado de honores y reconocimientos públicos, regresa a casa, donde le aguarda su esposa a quien acaban de diagnosticar una grave enfermedad. ¿Adónde conduce todo esto? La verdad es que el lector, si compara notas con novelas no tan antiguas, en las que se fustigaba la hipocresía de la doble moral burguesa, en la que se censuraban las infidelidades conyugales y la calculada ambigüedad del código moral burgués, se quedará sorprendido. En la novela de Manuel Vázquez Montalbán no puede decirse, ni mucho menos, que haya una glorificación de esa burguesía catalana juiciosa, práctica, con talento para saber disfrutar de las cosas, llena de virtudes civiles y con un sexto sentido para saber adaptarse al medio político de turno; ni siquiera puede decirse que deje de haber cierta distancia crítica, que no se fustigue, ni deja de censurarse el egoísmo o el oportunismo político de esa clase social. Sin embargo…, ¿qué es exactamente? Parece como si hubiera ciertas formas de complacencia en los valores burgueses. Parece como si se alentara la condescendencia hacia la burguesía rentista e ilustrada, la forma menos agresiva de burguesía. Pero respecto de otros asuntos no sólo hay apariencias de complacencia. La familia es la forma de organización social que mejor parada sale de todas estas aventuras. No ofrecen tanto aliciente las formaciones profesionales, las organizaciones confesionales, las ONG, la vida consagrada al estudio, la militancia política. Las escenas finales, en las que se reúne la familia a cenar por Nochebuena en torno a una mesa a la que han sentado al servicio rumano, no tienen desperdicio. El especialista en literatura medieval se pregunta por el sentido de su vida: «¿Permanezco encantado dentro de este espacio? ¿He vivido? ¿He viajado? ¿He amado? O me he limitado a leer y a escribir o a viajar y amar como experiencias culturales o psicológicamente complementarias que no ampliaban mi dimensión del mundo». Madrona se prepara para dar la mala noticia acerca de su salud, se cuentan chistes sobre el presidente del gobierno, se comparte la pura alegría de la reunión…, y la satisfacción, que a don Quijote le reventaba al armarle caballero «por las cinchas del caballo», en la novela de Vázquez Montalbán se derrama por las costuras de la solidaridad familiar. Una ética familiar empeñada en buscar soluciones sociales al margen o en contradicción con el Estado; una ética de las relaciones personales que no se funda, de forma exclusiva, en la exigencia de una fidelidad sexual; una práctica de la tolerancia que tiene en cuenta valores éticos fundamentales pero que muestra su virtud en la mayor libertad posible hacia el otro; escasa fe en los proyectos de emancipación social; ninguna en los proyectos revolucionarios… ¿Era ése el mundo del siglo XII ? ¿Son sus valores los que pueden integrarse en la familia? ¿Son sus valores los de un pietismo laico? Que esta enumeración y estas interrogaciones se desprendan naturalmente de la lectura de la novela acaso indique que los problemas sobre los que se ha construido, problemas de noble estirpe literaria, aún no han agotado su capacidad de seducir con sus planteamientos y de inquietar con sus dificultades.

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