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De brujas y supersticiones

Ponzoña en los ojos. Brujería y superstición en Aragón en el siglo XVI

MARÍA TAUSIET

Institución Fernando el Católico, Zaragoza

610 págs.

4.000 ptas.

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Este libro rebosa vida, curiosidad, e inquietud. A partir de denuncias y testimonios en procesos contra brujas, magos y hechiceras aragoneses, María Tausiet nos traslada a mundos perdidos. En un ejercicio de etnografía retrospectiva parecido al de Emmanuel Le Roy Ladurie en Montaillou, la autora nos muestra, para el Aragón rural de hace 400 años, la vida social de la calle, las relaciones entre mujeres y maridos, el trato de los padres a los hijos, los conflictos con los parientes políticos, la vulnerabilidad de las personas mayores, las soluciones ofrecidas por los profesionales del hechizo y la descarga de males personales, familiares y comunitarios sobre supuestas brujas, mujeres pobres sin defensas sociales. Conocemos estos mundos en primera persona por las palabras de los protagonistas, a través de las abundantes citas que convierten el libro en una valiosa fuente primaria sobre la vida rural de la España moderna.

La materia prima son los textos de procesos no sólo de la Inquisición, sino también diocesanos y de la justicia secular. En eso, el libro se diferencia de los demás estudios sobre brujería en España. El uso exclusivo de fuentes inquisitoriales da sólo una idea parcial, ya que la justicia civil continuó persiguiendo a las brujas más tarde y con más saña.

La autora complementa estas fuentes con tratados de la época teológicos, médicos y, sobre todo, legales, identificando en la primera parte del libro, «Orden», los pasos procesales de las respectivas jurisdicciones y los criterios utilizados en el juicio, la tortura y las penas aplicadas. El uso de estos tratados, varios de ellos escritos por aragoneses, es modélico y demuestra cuánto pueden aportar a la historia cultural el derecho, la medicina y la teología.

La segunda parte del libro, «Desórdenes», es más etnográfica. Describe primero el mundo imaginado de los supuestos poderes de las brujas, magos y hechiceras, y de los saludadores que decían poderles identificar y contrarrestar. Luego, retrata los ámbitos más reducidos –«horno, lavadero, corral, huerta, taberna, casa, cama»– de donde procedían las denuncias. Finalmente explica el oficio de los profesionales perseguidos: nigromantes, adivinos, hechiceras y alcahuetas, que hoy nos vemos obligados a soportar en la televisión, con o sin sus teléfonos «902». ¿Dónde estás, Inquisición, cuando más te necesitamos? (De paso podría encargarse también del plagio, ya que a nadie, urbe et in orbe, le parece un delito.)

Pero, ¿por dónde iba…? Varios apartados de esta segunda parte aparecen enmarcados en ideas ajenas. A veces las autoridades internacionales citadas, aunque famosas, son de menor fuste y saben menos acerca de una zona concreta que la propia autora, que siempre actúa con más acierto cuando extrae sus propias conclusiones de su rica materia prima. Tausiet cita varias autoridades sobre la supervivencia de creencias en espíritus paganos en la Edad Moderna: daemones, lamias, encantaires. Sin embargo, en los testimonios citados no hay rastro de ellos, ni de benandanti, de donne di fuori ni de hueste antigua. También me ha parecido forzado aplicar a la caza de brujas nociones de James Frazer, como las reminiscencias de ritos paganos expiatorios.

La autora ha leído mucho y maneja una buena y extensa bibliografía. Pero, si bien sobran algunos teóricos livianos, caben en cambio más referencias al trabajo de investigadores de la hechicería igual de enjundiosos que ella, como Francisco Fajardo y Francisco Bethencourt, o sobre la vida rural en la Edad Moderna, como Tomás Mantecón. Me pregunto también si la palabra superstición es, por ambigua, la más adecuada para el título.

Pero todo esto son menudencias. Tausiet profundiza tanto que aborda incluso las pesadillas, sobre las cuales concluye: «Así pues, tras las riñas diurnas reales se sucedían los combates psíquicos nocturnos, ya fueran en forma de pesadillas o alucinaciones, presagiando casi siempre algún tipo de enfermedad».

En la muerte de los lactantes atribuida a las brujas, detecta la asfixia frecuente de criaturas no deseadas o simples accidentes, y demuestra la tolerancia eclesiástica para con estas muertes. Desgranando las denuncias, la autora reconoce pautas que se repiten una y otra vez.

La persecución emprendida por la justicia secular se produjo en gran parte en la serie de valles pirenaicos paralelos que desembocan en la frontera francesa (Ansó, Aisa, Tena, Broto, Puértolas, Chía). Para actuar con más soltura, se impusieron estados de excepción mediante una suspensión de los fueros municipales, en un procedimiento legal llamado desaforamiento, lo que permitía juicios y ejecuciones sumarísimos. La autora relaciona el modelo de aquelarre con Francia; cabría preguntar qué estaba ocurriendo en los valles adyacentes franceses en ese mismo período.

Se trata de un libro abierto a ideas nuevas, a veces ambiguas, pero siempre interesantes. Sirve como introducción a un tipo de historia cultural apenas conocida en España. La autora disfruta con la riqueza de las vivencias reflejadas en estos documentos y permite también al lector disfrutar con ella. En Aisa creían que las brujas hacían ladrar a las personas. En las montañas asimilaban las brujas a los bandoleros. Nos topamos con el diablo cojuelo; con un alma que sale de la boca en forma de lagarto; con el uso de polvo de murciélago, espejos mágicos y hechizos eróticos; con el origen del juego de la oca; y, en la ciudad, con las relaciones entre magos prósperos y hechiceras pobres, «como dos ríos paralelos conectados a veces por pequeños arroyos».

Y, en fin, con una situación que no nos es extraña, que se repite en un contexto u otro y en la que todos tenemos la posibilidad de participar. «A pesar de la escasez de testimonios que poseemos en Aragón acerca de los procesos incoados por la justicia seglar, los rastros que han quedado nos bastan para comprender el grado de crueldad alcanzada, así como la gran responsabilidad que en ella compartieron todos los estratos de la sociedad.»

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Ficha técnica

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