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Adam Haslett: Aquí no eres un extraño

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En la sociedad occidental sólo parece haber vida donde hay prisa, sobre todo para hacer dinero. Es un efecto general a cuya influencia no escapa casi nadie. En el campo de la edición de libros, tal influencia se advierte en la inmediata fecha de caducidad de la mayor parte de los libros que se lanzan al mercado. Salvo aquellos privilegiados que aguantan hasta tres meses o más en las mesas de novedades de las librerías, la mayor parte de ellos parecen desvanecerse en el aire a poco de nacer. En estas condiciones resulta una proeza llegar a las manos de sus supuestos destinatarios. En España, además, la oferta es tan superior a la demanda que la confusión se redobla.Y así sucede que, no ya libros de interés coyuntural, sino libros de verdadero peso y alcance pasan inadvertidos. La casualidad o un excelente servicio de información son las únicas armas de que dispone un lector atento. La pregunta es: ¿para qué editar, entonces, lo que no alcanzará a ser debidamente leído? La respuesta varía: puede deberse a una cuestión económica que se resume en la imagen de la bicicleta sobre la que no se puede dejar de pedalear so pena de caerse; o a la misteriosa atracción (abismal) de la cultura escrita en ciertas personas emprendedoras; o a la moderna idea de que el negocio no es la venta de libros, pero sí la compraventa de editoriales; o a la toma del poder en estas últimas por ejecutivos de megagrupos de comunicación o de multinacionales de amplio espectro; o en los intereses de las grandes superficies de venta expresados en la rentabilidad del metro cúbico de espacio. La respuesta es múltiple y conjunta, pero la realidad es terca: se editan libros como quien juega a la lotería y se eliminan todos los que no rinden beneficio inmediato.

Adam Haslett es un joven escritor norteamericano (Rye, Nueva York, 1970) que en 2002 publicó un libro de relatos titulado Aquí no eres un extraño. El libro llamó inmediatamente la atención en su país, estuvo nominado en los principales premios, incluso llegó a estar en alguna lista de «más vendidos» y se tradujo o está en curso de traducción a numerosos idiomas. En España lo publicó la editorial Salamandra en 2004 y parece que nadie, ni público ni crítica, se ha enterado. Encontrarlo ahora ha de ser asunto de empeño personal, pero sin duda debe haber una buena cantidad de ejemplares en los almacenes de la editorial.

Aquí no eres un extraño es uno de los mejores libros de relatos que se han publicado en los últimos años en lengua inglesa y esa es una de las dos razones que lo traen a estas páginas. La otra es el hecho de que haya pasado inadvertido en nuestro país, lleno de críticos literarios y cuarta potencia editorial del mundo en cuanto a volumen de producción. Lo mismo ha sucedido con una novela asombrosa, excepcional: Nadan dos chicos, de Jamie O'Neill (Pre-Textos, 2005).Todo lo que no viene sancionado por las ventas o el glamour del mundillo de las letras, tanto universales como locales, no merece la atención de los sacerdotes del culto literario ni de sus acólitos y feligreses.

El libro de Haslett reúne nueve relatos que tienen un nexo común: la enfermedad. No se trata sólo de enfermedad diagnosticada (hay dos casos de bipolaridad, uno de esquizofrenia, otro de depresión que se cruza con la agonía de un muchacho), sino también de actitudes enfermizas (un asunto sadomasoquista, el problema psicológico de dos hermanos que rechazan el amor procedente del exterior como una amenaza a su unión) o de los efectos del paso del tiempo (la derrota de la vejez, la mirada atrás de un afectado por el sida que está muriéndose, una paciente con estrés postraumático que sirve de espejo al doctor que la trata…).A primera vista no parecen temas que motiven al lector medio en esta sociedad en la que nadie quiere saber nada del dolor ni de la dificultad de existir, y quizá sea esa la razón de que haya pasado inadvertido en nuestro país. Pero, además, es un libro que no se detiene en la anécdota ni se planta en el lamento, ni mucho menos se refugia en el morbo, que son las salidas fáciles.Tampoco cae en la compasión. Todo lo contrario. Es un libro escrito por alguien que antepone la comprensión a la compasión y, al hacerlo, elige la vía más difícil.

La comprensión puede convertirse en una actitud blanda y sentimental si no se acompaña por la lucidez: es entonces cuando se convierte en un bisturí que abre al paciente con amor y dolor. El relato titulado «El principio del dolor» comienza de la siguiente manera: «Un año después del suicidio de mi madre rompí la promesa que me había hecho a mí mismo de no cargar a mi padre con mis propias preocupaciones. Le conté lo infeliz que era en el colegio, lo solo que me sentía. Desde el sillón orejero donde se acurrucaba por las noches, me preguntó: "¿Qué puedo hacer yo?". La tarde siguiente, por el camino de vuelta a casa desde el trabajo, se saltó un stop. Un camión lleno de hojas de cristal que iba a sesenta y cinco kilómetros por hora chocó contra el lado del conductor». El narrador es un chico traumatizado por la soledad y la pérdida que sólo sabe expresarse o comunicarse afectivamente a través del dolor. Siente una fuerte atracción por un compañero de clase y éste, al comprender el sentido de esa atracción, reacciona golpeando al narrador; no es estrictamente un rechazo, sino la manifestación del miedo a esa clase de relación. El narrador insiste y descubre el placer de ser golpeado y, al final, agredido sexualmente. Desea llevar su masoquismo hasta la misma muerte. La necesidad de ser querido por medio del dolor como compensación a la pérdida de toda referencia de afecto se afila a través de la pérdida (de los padres), la necesidad (del afecto) y de lo insondable del dolor mismo. El relato se precipita en una especie de vértigo. En un momento dado el narrador dice, refiriéndose al compañero que le atrae que, de todos los chicos que conocía, éste era «aquel cuyo dolor se me antojaba más hermoso». ¿Qué sentir ante la necesidad de amar en un alma herida hasta semejante extremo? El empleo de la sugerencia, que condiciona por entero la estructura del relato y el consiguiente modo de tratar la relación dolor-amor es un verdadero alarde de intensidad concentrada cuya hondura deja inerme al lector.

Esa intensidad, esa tensión, en tempos diferentes según cada caso, es lo que caracteriza los relatos de Adam Haslett. En buena parte de ellos aparece la figura de los padres o, por mejor decir, la distancia, la ausencia y también la pérdida de ese referente. Para un niño, el padre (o la madre, o ambos) es quien ama y protege y quien ordena el mundo.Aun cuando uno se desprenda del padre a partir de la adolescencia, la dependencia sigue siendo muy fuerte porque, para bien o para mal, es un antecedente y, a su modo, un consecuente. Los personajes de Haslett necesitan el reconocimiento de su entidad de personas por parte de aquel que es o ha sido su referente en el mundo: así sucede en «Notas para mi biógrafo», en «El fin de la guerra», en «El principio del dolor» o en «Reunión». En este último es particularmente explícita la necesidad que el hijo tiene de reconocimiento debido a su orientación sexual, pero también en él se advierte lo que en los demás: la soledad vivida como resultado de la pérdida, de lo que podríamos denominar también la enfermedad de la pérdida.

Hay otro relato, «Los asuntos de mi padre», en el que un muchacho que sufre serios trastornos depresivos va a visitar a su padre, un ex profesor derrotado y esquizofrénico; ha solicitado el alta y lleva consigo su expediente. Esa figura del hijo dañado que aprieta su expediente médico entre las manos mientras se dirige a buscar al padre que ya está perdido en su propia enfermedad y es, a la vez, el origen de su mal, posee una calidad dramática impresionante. En cierto modo podría decirse que Haslett se pregunta, ante todo, por qué el hilo que transmite la vida transmite el dolor.Todos sus personajes son gente sin asideros; no me refiero a asideros circunstanciales, sino vitales, sustanciales. Representan esa esencia de la vida moderna que tiene a la incertidumbre como suelo de todos nuestros pasos. Ahí, la búsqueda de alguna certeza desemboca siempre en el desamparo y, en medio del dolor y la inseguridad, la mirada al padre tiene algo de solicitud última, si no de apoyo, sí al menos de contacto, de refugio, de presencia, de evidencia de que algo ha sido antes que uno mismo y al menos ahí se establece una línea de continuidad y de reconocimiento. Los personajes de Haslett son seres perdidos en un mundo indeseado y quizá lo que atisban y no desean ver es que sus padres, sus referentes, no son sino una versión anterior de sí mismos, tan solos y perdidos como lo están ellos.

La segunda característica es la falta de explicitud: el sentido de cada relato está implícito en el relato mismo; el lector debe resolverlo por su cuenta ateniéndose a los significantes que el autor va mostrando durante su desarrollo. No son relatos que se sustenten en la ambigüedad, pues son muy directos. Se sustentan en la capacidad que tienen esos significantes de sugerir al lector el sentido de la historia a la que asiste. Por ejemplo: uno tiene la sensación, al término de la lectura, de que hay una especie de halo de ternura envolviendo cada relato, pero no hay una sola manifestación explícita de ternura por parte del autor; todo lo contrario: es duro, escribe sin concesiones. Como sucede en la vida real con las personas reales, uno tiene que saber leer correctamente a las personas para llegar a comprenderlas y a sentirlas, tiene que saber elegir, de entre las señales que emiten, las que corresponden a su verdadera entidad. Pero al revés que en la vida real, en la literatura es el autor quien coloca esas señales en la forma y el orden que desea; entonces se dice que un autor posee una mirada capaz de ver lo distinto donde el resto de los mortales ven lo obvio. Lo que propone Haslett, con verdadero talento literario, es compartir esa mirada.Y cuando la captamos, resulta que en esa mirada hay ternura, también.

El relato titulado «Premonición» es modélico en ese aspecto. Es la historia de un niño que tiene una premonición de la muerte de un viejo profesor sin autoridad al que la clase desdeña. La premonición le afecta grandemente cuando se cumple. Luego se entera de que su padre también tuvo una vez una premonición de muerte, que se cumplió. En ese momento, el chico se queda solo. Se queda solo porque nadie da importancia a un hecho que para él es decisivo por cuanto le revela la gratuidad del dolor y de la muerte, y tal revelación constituye su encuentro con el secreto del mundo: que la vida es arbitraria. Para un niño, asimilar esto es una carga terrible si no logra apoyarse en algo o en alguien.Y nadie acude en su ayuda, todos minimizan el hecho. Incluso le castigan duramente: nadie lo ve, en definitiva, y él está solo. El cumplimiento de una nueva y más penosa premonición no es más que el principio de lo que lo convertirá en un espíritu roto, que es la posición vital de los restantes personajes de los cuentos de Haslett.

Quizá el relato más abierto de todos es el titulado «El buen doctor». Esta vez no lo protagoniza un personaje afectado por la enfermedad, sino un personaje dedicado a la enfermedad (es médico) que ha de acoplarse a una paciente extraña, que no desea curarse sino mantenerse como está, pues ahí es donde encuentra el centro voluntario de su mundo afectivo perdido.Y a través de ella, el doctor alcanzará a recibir con toda intensidad la percepción del dolor. «Entonces experimentó la familiar comodidad de encontrarse en presencia del dolor inaprensible de otra persona». Es un médico enviado a una zona perdida del país porque debe devolver con su trabajo el dinero de los préstamos que le hizo el Cuerpo Nacional de Servicios Sanitarios para cubrir sus estudios, un programa que queda eliminado tras una reducción de fondos por parte del Congreso. «En ese momento, sentado frente a aquella mujer extrañamente atractiva, se dio cuenta con una claridad que nunca había experimentado de que aquel era el motivo por el que se había hecho médico: organizar su proximidad involuntaria con el dolor humano». Sólo en este cuento y en el titulado «El voluntario» parecerá que asistimos al desarrollo de un personaje no directamente marcado por el desastre, como todos los demás. En ambos el dolor es ajeno, eso es lo que diferencia los dos cuentos, pero –hermosa y grave variante– los diferencia para convertirlos en espejo donde se reflejan sus dos protagonistas.

Desde la aparición de Tobias Wolff y Raymond Carver, ningún cuentista de generación posterior parecía estar a su altura.Adam Haslett es el primero que parece dispuesto a medirse con ellos sin complejos, aunque hasta ahora sea autor de un solo libro. Lo curioso de sus relatos es que, tratando materia tan dura como es la enfermedad, resulten tan apasionantes. Como decíamos al principio, hay dos razones: la primera, esa posición de lúcida y equitativa comprensión tan difícil de lograr; la segunda, su gran poder expresivo, sobrio, sugerente, sin concesiones. Hay que recuperar este gran libro.

 

Aquí no eres un extraño, de Adam Haslett, ha sido publicado por Salamandra, en traducción de Eduardo Hojman

 

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