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Obligados a luchar

Soldados a la fuerza. Reclutamiento obligatorio durante la Guerra Civil, 1936-1939

James Matthews

Madrid, Alianza, 2013

Trad. de Hugo García Fernández

360 pp.

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Quiso la casualidad que, en el momento en que me llegó el libro de James Matthews que me apresto a comentar, anduviese yo enredado en mitad de las cerca de mil páginas que presenta la edición española de A Terrible Beauty, de Peter Watson, que aquí han traducido –con notoria libertad aunque escasa inventiva– con el título de Historia intelectual del siglo XXPeter Watson, Historia intelectual del siglo XX, Barcelona, Crítica, 2007. Las referencias a este libro corresponden al capítulo 18 de la segunda parte, «Débil consuelo», pp. 351-376.. En el abigarrado panorama que describe Watson cabe casi de todo, desde las ciencias duras a las ciencias sociales, desde la emancipación femenina a la lógica, pasando, naturalmente, por todo tipo de expresiones artísticas y literarias y sin olvidar exploraciones, inventos y hasta mistificaciones, en un totum revolutum que no siempre resulta tan diáfano como el autor pretende. Pero lo que quiero destacar aquí es que, siendo precisamente tan amplísima la panoplia, no se halle hueco alguno –salvo excepciones contables con los dedos de una mano– para la más modesta aportación española de ningún tipo o especie. ¡Miento! Después de trescientas cincuenta apretadas páginas en las que, si no he contado mal, el único nombre español (!?) es Picasso, el lector encuentra con sorpresa que hay varios párrafos seguidos centrados en nuestro país. Para ser más precisos, acerca de lo que supuso para el mundo civilizado (léase Auden, Malraux, Orwell, Hemingway…) la contienda fratricida de 1936-1939. Supongo, por tanto, que podría decirse, siguiendo el hilo del libro, que la gran –y única– aportación intelectual española al siglo XX sería… ¡nuestra Guerra Civil!

Me apresuro a pedir perdón por la boutade, pero deben reconocerme a la par que, aun a estas alturas del nuevo siglo, la Guerra Civil española sigue constituyendo el tema por antonomasia, el asunto que atrae y subyuga a los investigadores extranjeros, la cuestión que, como han confesado tantos, les ha convertido en lo que antes llamábamos «hispanistas» y ahora, que negamos todo tipo de especificidad hispana, no sabemos bien cómo llamar, aunque, más allá de las etiquetas y la terminología, el fondo en este caso continúe siendo el mismo, el magnetismo de nuestro enfrentamiento por lo que tenía de simbólico y crucial para el siglo XX en su conjunto. No es extraño, por tanto, que la primera frase que escribe en el prólogo de este libro Paul Preston –que representa superlativamente tanto en su faceta investigadora como en la vehemencia de su talante la atracción susodicha– se dirija a reconocer «el incesante diluvio de libros sobre la Guerra Civil española» y a enfatizar que, en ese contexto, la publicación de una obra más deba justificarse singularmente como «algo novedoso» y una «contribución valiosa». Tras un somero examen, Preston concluye que, en la «colosal bibliografía sobre la Guerra», el libro de Matthews «tiene un lugar asegurado entre las obras indispensables sobre el conflicto». Antes de pronunciarnos sobre el dictamen de Preston, vamos a ver qué nos ofrece realmente el análisis de su compatriota.

Empecemos por lo más obvio: de la Guerra Civil se ha escrito tanto, y sobre tantas facetas, que, admitámoslo como punto de partida, la novedad radical es ya imposible. Pese a ello, ignoramos o no conocemos bien algunos aspectos sustanciales y, por supuesto, damos por hecho que en los años venideros –con la posibilidad de acceder a documentación hasta ahora inédita o vedada– puedan hacerse contribuciones de primera magnitud. La prueba de que siguen haciéndose aportaciones de trascendental relevancia se halla al alcance de cualquiera que esté al tanto de las novedades editoriales o consulte la bibliografía reciente. Por limitarnos a las más insoslayables, no podríamos dejar de mencionar aquí la monumental tetralogía de Ángel Viñas, con documentación nueva procedente de archivos extranjerosLas obras de Ángel Viñas han ido publicándose a lo largo de cuatro años, entre 2006 y 2009, todas ellas en la editorial barcelonesa Crítica. Sus títulos, por orden cronológico son: La soledad de la República. El abandono de las democracias y el viraje hacia la Unión Soviética (2006); El escudo de la República. El oro de España, la apuesta soviética y los hechos de mayo de 1937 (2007); El honor de la República. Entre el acoso fascista, la hostilidad británica y la política de Stalin (2008); y el último, en colaboración con Fernando Hernández Sánchez, El desplome de la República (2009). Revista de Libros ha publicado sendas recensiones de Gabriel Jackson y Manuel Álvarez Tardío., la magna obra de José Ángel Sánchez Asiaín sobre las finanzas de uno y otro bandoJosé Ángel Sánchez Asiaín, La financiación de la guerra civil española. Una aproximación histórica, Barcelona, Crítica, 2012, recensionado en Revista de Libros por Michael Seidman o, en un terreno más modesto, pero nada despreciable, las nuevas perspectivas que tanto sobre la represión republicana como sobre la «justicia franquista» ha abierto Julius RuizJulius Ruiz, El terror rojo. Madrid, 1936, Madrid, Espasa, 2012; La justicia de Franco. La represión en Madrid tras la Guerra Civil, Barcelona, RBA, 2012. o el meticuloso esfuerzo realizado por Jorge Martínez Reverte para presentar de un modo asequible a un público amplio las grandes batallasJorge Martínez Reverte, La batalla del Ebro (2003); La batalla de Madrid (2004) y La caída de Cataluña, (2006), todos ellos publicados por Crítica., y todo ello sin contar el más tradicional campo de los estudios sobre la violencia de la contienda, la represión subsiguiente y los antecedentes y las consecuencias políticas del conflicto, con una producción bibliográfica que no cesa de crecer casi semanalmente y de la que aquí es imposible dar cuentaEl propio Preston, antes citado, abrió la caja de los truenos no hace mucho al emplear el término «holocausto» para caracterizar la represión desatada en el conflicto español, singularmente a cargo de las huestes franquistas. Véase Paul  Preston, El Holocausto español. Odio y exterminio en la guerra civil y después, Barcelona, Debate, 2011, recensionado en Revista de Libros por Julius Ruiz. Como era previsible, una vez abierta la veda, el término «holocausto» se convierte a su vez en arma arrojadiza desde ideologías contrapuestas. Véase el reciente volumen de Santiago Mata sobre las matanzas de religiosos con el título de  Holocausto católico. Los mártires de la Guerra Civil, Madrid, La Esfera de los Libros, 2013. Otros historiadores, como el recientemente fallecido Julio Aróstegui, Mirta Núñez Díaz-Balart, Alberto Reig o Francisco Espinosa ha adoptado un tono militante en sus obras, mientras que, por el contrario, autores como Stanley Payne, Fernando del Rey o Manuel Álvarez Tardío, sin cuestionar por lo general el carácter metódico y hasta cruel de la represión franquista, consideran que no deben minusvalorarse en el mismo sentido los excesos republicanos..

Una vez dicho todo eso, no seríamos sinceros si no reconociéramos al mismo tiempo el envés de ese proceso, que no es otro que una inflación de títulos que trata de justificarse al socaire del tirón comercial que todavía mantiene nuestra disputa cainita. Para expresarlo sin ambages: sobre la Guerra Civil se publican demasiados títulos y, no sólo eso, sino para decirlo con más claridad aún, demasiados libros con las mismas premisas, los mismos enfoques, la misma documentación y, como no podía ser de otro modo, iguales o muy parecidas conclusiones. En otras palabras, libros gemelos, refritos, generalizaciones reiteradas ad nauseam o, en el otro extremo, anécdotas triviales o, en el mejor de los casos, asuntos variopintos que sólo se sostienen  con la coletilla “… en la Guerra Civil”He aquí una pequeña muestra entre los títulos aparecidos en los últimos años: Diego Carcedo, El «Schindler» de la Guerra Civil, Barcelona, Ediciones B, 2003; Manuel Fernández Álvarez, Diario de un estudiante en tiempos de la Guerra Civil, Madrid, Espasa, 2007; Julián García Candau, El deporte en la Guerra Civil, Madrid, Espasa, 2007; José María Zavala, Los gángsters de la Guerra Civil, Barcelona, Plaza y Janés, 2006; Alfredo Semprún, El crimen que desató la Guerra Civil, Madrid, Libros libres, 2005. ¡Hasta Grimau resulta ser… ¡el último muerto de la Guerra Civil! Véase Pedro Carvajal, Julián Grimau. El último muerto de la guerra civil, Madrid, Aguilar, 2003.. Incluso obras serias escritas por buenos especialistas adolecen de esa redundancia: de ahí que los que nos encargamos de reseñar novedades bibliográficas sintamos cierta prevención –cuando no algo parecido al hastío– ante tantos volúmenes clónicos.

Por todo ello no debe extrañar que lo primero que pidamos a un nuevo libro sobre la Guerra Civil es que, si es posible desde el propio título y, si no, a partir de sus fuentes, el sentido de la investigación, su tratamiento del problema o sus objetivos últimos, nos ofrezca algo que se salga de los trillados cauces habituales. James Matthews, en principio, lo ofrece. No de un modo absoluto, nos precipitamos a precisar, pero sí en una medida razonable para el asunto que nos ocupa: se trata, por decirlo con la claridad con que lo expresa el propio subtítulo de la edición española, del «reclutamiento obligatorio durante la Guerra Civil». Decimos ya desde el principio que la originalidad es menor de la que el propio autor presume, porque tanto en las fuentes documentales como en sus conclusiones el libro se nos aparece demasiado deudor de otras obras que luego mencionaremos, pero en especial de la magnífica A ras de suelo, de Michael SeidmanMichael Seidman, A ras de suelo. Historia social de la República durante la Guerra Civil, Madrid, Alianza, 2003.. Es verdad que el estudio de Seidman tenía como objetivo la «gente corriente» en general, encuadrando en esta categoría más a los civiles que a los soldados, mientras que Matthews se fija en los combatientes y deja fuera de foco a la población civil. Otra distinción significativa es que Seidman se centraba básicamente en la zona republicana, mientras que Matthews se embarca en un esclarecedor estudio comparado de ambos bandos. Las diferencias, por tanto, son incuestionables, pero las conclusiones se parecen mucho, incluso en ese sentido que ya aparece como fundamental en las páginas finales de A ras de suelo y que luego remarcaría Seidman en un también vigoroso libro posterior, La victoria nacionalMichael Seidman, La victoria nacional. La eficacia contrarrevolucionaria en la Guerra Civil, Madrid, Alianza, 2012, recensionado en Revista de Libros por Julius Ruiz..

Nos referimos al planteamiento según el cual una de las razones fundamentales de la derrota republicana estuvo en sus propias insuficiencias internas, es decir, en su incapacidad logística para satisfacer no ya los requisitos militares de sus tropas, sino las necesidades materiales básicas de la gente. Desde ese punto de vista –un «enfoque materialista» en sentido prístino–, no había lealtad posible que resistiera la conjunción de esos cuatro jinetes del Apocalipsis de toda guerra, y de esta en particular, que son el hambre, el frío, el pavor y las enfermedades. Y máxime cuando frente a ellos tenían a un enemigo con una mayor y, sobre todo, con una más eficaz organización: «los franquistas alimentaban, vestían y pagaban a sus tropas con mucha más regularidad que los republicanos»Seidman, A ras de suelo, op. cit., p. 352. Véanse, en general, pp. 349-355.. Este aserto lo amplia y lo robustece Seidman en la aludida obra ulterior, cuando descarta que la ayuda extranjera, en particular de la Alemania nazi, fuera el factor decisivo de la victoria de Franco. Tampoco admite que la clave estuviera en la ideología, en la cultura o en el manejo de «los símbolos nacionales», por citar algunos de los argumentos habituales. Por el contrario, postulando como se ha dicho un acercamiento materialista hasta sus últimas consecuencias –«las calorías tienen tanto sentido como la cultura»Seidman, La victoria nacional, op. cit., p. 27.–, considera que el triunfo franquista se debió a su mejor gestión de los recursos materiales. Como hace Seidman en esta obra de historia comparada, no duda en sostener que «Franco fue el contrarrevolucionario con más éxito del siglo XX y demostró ser más competente que Chiang, Denikin, Wrangel o Kolchak»Ibidem, p. 321.. Una afirmación, ocioso es subrayarlo, que no implica connivencia ideológica, pero que, si se pronunciara en nuestro país en cualquier ámbito (desde el académico al político), amenazaría seriamente la integridad física del osado interviniente.

Pues bien, como hemos dicho, también James Matthews hace historia a ras de suelo, se ocupa de la gente corriente –en este caso, de los ciudadanos que fueron movilizados forzosamente–, atiende a las necesidades materiales como elemento explicativo básico y, aunque maneja una documentación distinta de la de Seidman, se ve impelido a desembocar en las mismas conclusiones. Esto, no obstante, es una simplificación que no hace justicia al rico despliegue de hechos, datos, interpretaciones, matices y sugerencias de que hace gala Matthews en esta brillante obra. Una reseña, por muy larga que sea, no puede más que aspirar a ser un esbozo introductorio del contenido de un libro, sobre todo cuando, como es el caso, hay tanto terreno que desbrozar. Para paliar en la medida de lo posible la inevitable esquematización que hacemos aquí, permítasenos desgranar sintéticamente las virtudes del planteamiento del autor: en primer lugar, frente a las usuales aproximaciones de índole política, social, económica, ideológica, cultural, etc., su acercamiento a la guerra persigue recuperar «la experiencia de quienes vivieron el levantamiento militar como una intrusión no deseada en sus vidas». Su atención se dirige, por tanto, a «una mayoría silenciosa» que no sólo ve quebrantada su existencia cotidiana por un fenómeno bélico que irrumpe desde fuera, ajeno a ellos mismos, sino que se encuentra de la noche a la mañana obligada a participar en él, es decir, nada menos que a matar y a morir por no se sabe bien qué ni quiénes«A diferencia de lo que cuentan los análisis históricos dominantes, la Guerra Civil fue también un conflicto en el que millones de españoles que nunca habían sido voluntarios lucharon entre sí durante tres años, y en el que la obligación de matar en nombre de una determinada ideología le fue impuesta a muchos soldados». Matthews, Soldados…, p. 27.. Con toda la razón del mundo, el autor español de una obra que lleva por título Ardor guerrero –Antonio Muñoz Molina– ha elegido para desarrollar unos sugerentes comentarios sobre este libro el espléndido epígrafe de «Guerreros desganados»Antonio Muñoz Molina, «Guerreros desganados», El País, 13 de octubre de 2012..

Matthews insiste a menudo en que, lejos de constituir, como en tantos otros conflictos bélicos, una minoría cautiva, estos «soldados a la fuerza» formaban la mayoría de la sociedad española de la época. «La preponderancia numérica de los reclutas en ambos bandos se ha subestimado a menudo», sostiene. Por decirlo en números redondos, ciento veinte mil personas se enrolaron voluntariamente en favor de la República; junto a ellos, fueron movilizados veintiocho reemplazos hasta el fin de la guerra, lo que supuso un total de un millón setecientos mil hombres. Los «nacionales» (el autor aclara que usa el término como apelativo, sin otro juicio de valor) atrajeron por su parte a cien mil voluntarios al comienzo de la guerra, llegando a movilizar en el transcurso de la misma quince reemplazos, un millón doscientos sesenta mil hombres. Esto no es más que el punto de partida. Como ya adelantamos, con estos mimbres Matthews se impone el reto de hacer historia comparada. Sentada la base de que «dos ejércitos de reclutas» se enfrentan en suelo peninsular durante tres años, queda por dilucidar todo lo demás: cómo recluta cada bando y cómo maneja esos recursos humanos, cómo les procura alimento y resguardo, cómo les proporciona armamento y munición, cómo los forma militarmente y los traslada según las necesidades, cómo los adoctrina y mantiene la disciplina y, en último extremo, lo que es el corolario de todo, qué rendimiento y efectividad extrae cada contendiente de las fuerzas a su cargo.

Si la variable cronológica suele ser fundamental, en este contexto simplemente es determinante. Dado que se trata de una guerra, es obvio que la marcha de la contienda repercute de modo divergente en los bandos en liza: quien lleva la iniciativa –el «ejército nacional», por respetar la denominación del autor– y va acumulando triunfos, encuentra más facilidades materiales (territorio, hombres, armas, todo tipo de recursos en general), por contraposición a sus contrincantes –el ejército republicano–, que se encuentra en una situación cada vez más difícil. De este modo, metodológicamente hablando, la historia comparada deviene en «historia relacional», según la terminología de Jürgen Kocka: la interacción entre las dos fuerzas supone necesariamente que cuando una gana algo, sea lo que fuere, lo hace siempre a costa de la otra. Por mencionar uno solo de los aspectos que se abordan en el libro, la República se vio abocada a reclutar forzosamente cada vez un mayor número de hombres, de menor edad –la famosa «quinta del biberón»–, pero también más veteranos, a medida que su situación militar fue haciéndose más angustiosa. Paralelamente, cada vez fue también más difícil mantener la moral y la disciplina, y por ello se desembocó en medidas disciplinarias rayanas no sólo en la crueldad, sino en la pura arbitrariedad. Uno de los episodios más sangrantes se produjo en torno a los combates por Teruel y tuvo como protagonista a la 84ª Brigada Mixta del Ejército Popular. El desgraciado suceso se menciona aquí de pasada, aunque ya había sido materia de estudio en un magnífico libro de Pedro CorralPedro Corral, Si me quieres escribir. Gloria y castigo de la 84ª Brigada Mixta del Ejército Popular, Barcelona, Debate, 2004.. Volveremos a mencionar a este autor más adelante por otros motivos.

Conviene advertir a estas alturas que la investigación de Matthews tiene una limitación de partida: su estudio no abarca todo el territorio nacional, sino tan solo el imprecisamente llamado ámbito central de la península, que comprende una considerable extensión de la meseta, con Madrid como centro, pero que deja igualmente fuera a toda la España periférica, es decir, se mire por donde se mire, una importante porción del país. Otro problema importante, que Matthews no oculta, es el desequilibrio de fuentes documentales. Teniendo en cuenta que este trabajo se ha hecho esencialmente a partir de fuentes primarias –en especial las del Archivo Militar de Ávila, aunque también las del Archivo de la Guerra Civil de Salamanca, que ahora forma parte del Centro Documental de la Memoria Histórica–, conviene precisar, como hace el mismo autor, que buena parte de los expedientes han pasado necesariamente por filtros censoriales que han podido distorsionar sus resultados, conservando algunos y destruyendo otros en función de los intereses específicos de las autoridades franquistas, que fueron las que tuvieron los documentos bajo su custodia. A pesar de que no se trata de cuestiones menores, da la impresión de que Matthews ha superado notablemente esas limitaciones, ha contado en conjunto con un excelente material y, sobre todo, ha sabido sacar el máximo partido de él. En este sentido, hay que ponderar una ordenación ejemplar del estudio en seis capítulos muy bien acotados, que empieza con la reconstrucción del contexto de la recluta, sigue con los mecanismos de movilización, continúa con las ideologías y mitos movilizadores, llega a la vida cotidiana en las trincheras, prosigue con el examen de la disciplina y la desmoralización, y culmina finalmente en las diversas modalidades de huida del frente: «deserción, ocultamiento y defección». 

Matthews pergeña así lo que bien podría denominarse una intrahistoria de la Guerra Civil y, más específicamente, de la vida del soldado en el frente. Quiero decir que en estas páginas no se habla prácticamente de grandes batallas ni de grandes acontecimientos, sino de un tedioso día a día caracterizado por las largas esperas, el aburrimiento, el frío, el hambre, la incertidumbre, la ausencia de tabaco, la falta de higiene y hasta de agua potable, los piojos, las enfermedades, las heridas que se gangrenan…: todos esos elementos, en fin, que convierten la vida en la trinchera en un suplicio sin necesidad de que haya fuego graneado, aparezca la aviación enemiga o haya que avanzar a pecho descubierto para tomar un cerro. Resulta a todas luces innecesario insistir en la importancia de preservar la moral de la tropa como valladar ante el descontento por esas terribles condiciones vitales. Máxime teniendo en cuenta –no se olvide– que estamos hablando de hombres llevados al frente contra su voluntad o, como mínimo, con escasa motivación previa. En el examen del proceso de justificación de la guerra y elevación de la moral, Matthews traza un panorama de «mitos movilizadores» en los que la propaganda patriotera más elemental se da la mano con interpretaciones nacionalistas sesgadas, manipulación de la historia y la tradición, argumentos xenófobos, uso torticero de la religión y hasta convenciones machistas para conformar una amalgama que lograse el milagro de transformar la guerra, en función de las necesidades de cada bando, bien en «gloriosa Cruzada», bien en «resistencia del pueblo español al fascismo opresor».

En ese repaso de ideologías enfrentadas, que en el fondo resultan ser más semejantes o simétricas de lo que aparentaban, nuestro autor se muestra inevitablemente menos original, pues su análisis se mueve por coordenadas que ya habían sido transitadas por otros historiadores, en particular por Xosé Manoel Núñez Seixas, cuyos trabajos sobre los paralelismos ideológicos entre ambos bandos sirven de referencia insoslayableXosé Manoel Núñez Seixas, ¡Fuera el invasor! Nacionalismos y movilización bélica durante la Guerra Civil española (1936-1939), Madrid, Marcial Pons, 2006. Del mismo autor, «Naciones en armas contra el invasor: acerca de los discursos nacionalistas durante la Guerra Civil española», en Chris Ealham y Michael Richards (eds.), España fragmentada. Historia cultural y Guerra Civil española, 1936-1939, Granada, Comares, 2010, pp. 55-89.. En particular, destaca el uso de un nacionalismo primario en uno y otro sector, empeñados ambos en la transformación de la Guerra Civil en una guerra contra el invasor extranjero –nueva edición de la gloriosa guerra de la Independencia contra el francés–; una contienda épica en la que la razón está evidentemente de parte de los heroicos españoles –la España auténtica, el pueblo español– frente a la agresión de las potencias extranjeras: la Alemania nazi para unos, la Rusia soviética para los otros.

Con todo, reconociendo el esfuerzo propagandístico que se hizo por uno y otro bando, Matthews estima que difícilmente la ideología, por muchos mitos que se pusieran en liza, podía hacer llevadero un enfrentamiento sucio y cruel que se prolongaba a lo largo de los años, desgastando las fuerzas y resistencias de unos hombres en general pobres, casi analfabetos, mal vestidos y peor alimentados. Esto es particularmente cierto por lo que respecta al sector republicano, que veía con impotencia cómo la marcha misma del conflicto repercutía en unas condiciones cada vez más adversas. Aunque en menor medida, el cansancio también hacía mella en las filas franquistas. En esas condiciones, mantener no ya la moral sino la disciplina más elemental terminó convirtiéndose en un gran reto para los mandos militares de uno y otro bando. Como en tantos otros aspectos, el problema siempre resultó más acuciante en las filas republicanas, en parte por la ya aludida marcha de la guerra, y en parte también por la mayor eficacia que en este aspecto mostraron los oficiales del «ejército nacional». Aun así, a uno y otro lado de la trinchera, era frecuente que muchos hombres trataran de eludir el peligro del combate por todos los medios a su alcance: desde enchufes, excusas peregrinas o ausencias injustificadas hasta espantadas, deserciones y automutilaciones.

Entre la variedad de formas de escaquearse, las había más o menos arriesgadas. Dejando a un lado el recurso extremo de autoinfligirse heridas en un pie o en una mano –con consecuencias irreparables en no pocas ocasiones, ya fuera por las gangrenas o por las estrictas medidas disciplinarias: léase pelotón de fusilamiento–, las más audaces y complicadas eran las deserciones. Los actos de deserción presentan, por otro lado, un singular interés para el tipo de análisis que se realiza en el libro. Cualquier observador distanciado tiende a pensar, en primer término, en razones políticas, ideológicas, doctrinales o de conciencia como razones fundamentales para que un combatiente abandone su puesto, y no digamos ya si encima cambia de bando: nada más lejos de lo que indican los datos disponibles. Las causas solían ser mucho más pedestres, más a ras de tierra o, si se prefiere, más personales, en el sentido de la atracción de los lazos familiares y la vuelta al hogar. Matthews las llama, con una cierta imprecisión, «causas geográficas», queriendo decir con ello que cuando un soldado estaba cerca de su casa y su familia, aunque estas estuvieran «del otro lado», la tentación de volver a ellas era casi irresistible. Es verdad que existían otros muchos motivos, desde el derrotismo al cansancio extremo, desde las enfermedades a la falta de comida, pero todas ellas remiten a las grandes líneas del cuadro que se pretende aquí perfilar: una guerra protagonizada por soldados a la fuerza. No era extraño, por tanto, que a la primera ocasión disponible, esos pobres reclutas, obligados a luchar contra su voluntad, trataran de huir de la quema.

Esta agónica huida, este patético «sálvese quien pueda» ya había sido expuesto por Seidman, en la antes comentada A ras de suelo y, sobre todo, por Pedro Corral, quien dedicó toda una compleja investigación al asunto de los desertores, trascendiendo incluso el marco de la deserción propiamente dicho para plasmar, antes que Matthews, una visión completamente distinta de la Guerra Civil. Tanto es así que su libro se subtitulaba con un innegable gancho comercial, pero también con bastante fundamento, La Guerra Civil que nadie quiere contarPedro Corral, Desertores. La Guerra Civil que nadie quiere contar, Barcelona, Debate, 2006.. Frente a las idealizaciones épicas, Corral sostenía, no sin cierta sorna, que «entre morir de pie y vivir de rodillas […], la mitad de los quintos de la Guerra Civil» prefirieron esconderse, escabullirse o conseguir un enchufe, es decir, cualquier cosa antes que estar en el frente arriesgando su vida y pasando hambre, frío y todo tipo de privaciones. Grosso modo, sus cifras apuntaban a que la suma de prófugos, exceptuados e «inútiles» –los que se libraron del servicio de las armas por medios legales o ilegales– estaría en torno a los dos millones y medio, frente a otros tantos que estuvieron encuadrados en las unidades de una y otra zona. Una vez más, por consiguiente, la mayoría silenciosa, los soldados en la sombra o, como gráficamente los denominaba Corral, «el ejército invisible de la Guerra Civil»Ibidem, pp. 529-535.. Las aportaciones de Corral merecían por lo menos una mínima consideración, aunque sólo fuera para refutarlas y abrir un debate fructífero. La respuesta del ámbito universitario –tan hemipléjicamente politizado– fue el silencio más clamoroso. Esa visión de la Guerra Civil no encaja en los cauces establecidos, caracterizados por el enfoque militante y el halo épico.

«La Guerra civil española fue una contienda entre ideologías», concede Matthews en sus conclusiones, pero «fue también un conflicto en el que millones de españoles» se vieron implicados a la fuerza. Muchos de ellos fueron obligados a luchar, aunque no tenían «convicciones definidas», y ello es hasta tal punto así que «recurrieron a expedientes imaginativos y a menudo desesperados para eludir el servicio», mientras que «otros sirvieron a regañadientes y trataron de no hacerse notar», y otros tantos, en fin, «cambiaron de bando fácilmente cuando les convino o cuando les fue posible». El autor suscribe explícitamente el criterio de Seidman de «considerar los factores locales y específicamente españoles cuando se analiza el resultado final de la contienda». Nadie pone en duda la importancia de la intervención extranjera, pero lo cierto en último término –la verdad de Perogrullo– es que la Guerra Civil de España la hicieron… los españoles. Con todas las características de un país que empezaba a modernizarse, pero que aún no lo había logrado del todo. Por eso, apunta el autor, «en más de un sentido, la Guerra Civil fue un conflicto moderno», con reclutamientos en masa, grandes movimientos de tropas y uso de la aviación y, en ciertos casos, grandes armas modernas. Pero fue también, al mismo tiempo, «una guerra de pobres», con fusiles obsoletos, transportes en mulas y hombres famélicos en alpargatas.

Y bien, lo que verdaderamente importa, para ir poniendo punto final a esta larga reflexión: agavillando todos los elementos y factores que han ido desgranándose hasta aquí, el dictamen concluyente de James Matthews es que las condiciones materiales –entendidas en su sentido más tangible y cotidiano– fueron determinantes en la marcha del conflicto y, como no podía ser de otra manera, en el resultado final del mismo. Más significativo que la mera contabilidad aséptica de los recursos de los que dispusieron uno y otro bando fue el uso y gestión que hicieron de ellos. Esto último fue lo decisivo. En este sentido, el balance que se traza en la obra no deja lugar a dudas sobre la superioridad del llamado «ejército nacional» sobre el republicano, sea cual fuere la faceta que se enjuicie. «Los soldados nacionales lucharon en mejores condiciones materiales que sus equivalente republicanos, y sufrieron menos episodios de escasez aguda en la línea del frente».

Las cuestiones ideológicas o doctrinales fueron importantes, sin duda, pero no pueden ser abordadas como si constituyeran una esfera autónoma, sino que, muy al contrario, resultan indisociables de las condiciones antedichas y han de ser analizadas y valoradas en ese contexto. En cualquier caso, el examen de esa vertiente muestra una deriva paralela –e inextricable– con la marcha misma de la guerra: eficacia y moral son, por decirlo de modo sucinto, dos caras de la misma moneda. Mientras que el Ejército Popular se veía minado por sus divisiones internas y sus fracturas ideológicas, el «ejército nacional» presentaba una faz monolítica, apuntalada no ya sólo por la autoridad indiscutida del Caudillo, sino por la presencia de múltiples oficiales de carrera en sus filas. El transcurso victorioso de la guerra suponía unas inyecciones de moral para las huestes franquistas en la misma medida que significaba un deterioro equivalente de la misma en sus oponentes, que tenían que hacer así frente a más episodios de protestas y descontento. Por ello mismo, en «los tres años de conflicto, los nacionales tuvieron más éxito que los republicanos en la tarea de limitar las deserciones». No sólo eso, sino que, en líneas generales, una estimación de conjunto tiene que admitir que «la movilización nacional para la guerra tuvo más éxito que la republicana». Finalmente, escribe Matthews, la «capacidad de los nacionales para incorporar a reclutas recalcitrantes, e incluso hostiles, a las fuerzas armadas, y asegurar la prestación de un servicio adecuado por parte de la mayoría, es un factor clave para entender su victoria final sobre la República»Todas las citas entrecomilladas de este párrafo corresponden a las páginas finales del libro que comentamos. Véase «Conclusiones», pp. 317-327.. Es verdad que la cuestión de las causas últimas de la derrota republicana –o del triunfo franquista– difícilmente puede cerrarse con un veredicto contundente y asumible desde todas las perspectivas. Pero no es menos cierto que contribuciones como la de Matthews nos ponen en el camino adecuado para aproximarnos algo más a ese objetivo.

Rafael Núñez Florencio es Doctor en Historia y profesor de Filosofía. Sus últimos libros son Sol y sangre. La imagen de España en el mundo (Madrid, Espasa, 2001), Con la salsa de su hambre: los extranjeros ante la mesa hispana (Madrid, Alianza, 2004) y El peso del pesimismo: del 98 al desencanto (Madrid, Marcial Pons, 2010).

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