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Antiintelectualismo con amplitud de miras

Camelia y la filosofía. Andanzas, venturas y desventuras de una joven estudiante

Juan Antonio Rivera

Barcelona, Arpa, 2016

362 pp. 18,90 €

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Durante las últimas décadas del siglo XX y los años ya recorridos del XXI, el conocimiento ha experimentado un avance tan vertiginoso en todos los ámbitos que cada vez es más acusada la tendencia a la especialización. Esto ha afectado en gran medida a la filosofía, tradicionalmente considerada como un saber de vocación horizontal, ambición omniabarcadora y voluntad de sistema, obligándola a disgregarse en disciplinas autónomas. Lo que antes eran diversos temas abordables desde el punto de vista unitario de un autor capaz de enfrentarse a todos ellos, hoy son campos estancos en los que trabajan de modo exclusivo filósofos tan especializados como en las ciencias: la filosofía política, la ética, la estética, la metafísica o la epistemología. Entre estas disciplinas escasean los canales de comunicación, como escasean los autores contemporáneos que pretenden unificar y dar sentido a todas las ramas del saber en su conjunto. Además de ser pocos, los atrevidos –Eugenio Trías o Gustavo Bueno serían buenos ejemplos entre los autores españoles– corren el riesgo de ser hoy día injustamente despreciados como diletantes de todo en una comunidad de investigación en la que se ha de ser por necesidad especialista en algo. Si echamos un vistazo a las publicaciones, podemos dar cuenta de revistas académicas de filosofía muy especializadas que dialogan no con las ciencias en general, sino con una de ellas en particular, desarrollando disciplinas como la filosofía de la mente, de la biología, de la matemática o de la música. Al saber filosófico, en definitiva, le ha ocurrido lo mismo que al científico: se ha convertido en conocimiento vertical, hiperespecializado, falto de aquella visión holística con que nació y que se desplegó en los textos de Platón y Aristóteles. Recordando que la filosofía incluye en cierta medida una reflexión sobre ella misma, podríamos decir que es hoy un espejo roto: aunque muchos se dedican a estudiarlos con detalle, apenas hay quien recomponga los fragmentos.

La dificultad inherente al proceso de especialización ha forzado a muchos docentes de filosofía a replegarse –como quien reduce toda actividad al cuidado de su propio jardín intramuros– en el cultivo de las interpretaciones históricas. El ejercicio profesional de la filosofía en los centros de enseñanza está mayoritariamente en manos de historiadores de las ideas. Repasando los contenidos de libros de texto de diferentes editoriales, puede comprobarse que las asignaturas de bachillerato son bien un patchwork temático de filosofía que presta atención a la cronología de las ideas del siglo XX (Primero de bachillerato), bien un manual convencional de historia de la filosofía (Segundo de bachillerato) que recorre veintiséis siglos de pensamiento desde los filósofos presocráticos hasta la Escuela de Fráncfort. La escuela analítica anglosajona suele quedar fuera de ambos programas, así como los tratamientos filosóficos interdisciplinares que ponen en relación conocimientos de economía, psicología, biología, neurociencia, ética, sociología y antropología.

Juan Antonio Rivera, catedrático de Filosofía en un instituto de bachillerato de Barcelona, es uno de los pocos autores actuales capaces de aportar aire fresco en este panorama ofreciendo un enfoque interdisciplinar con amplitud de miras. Ya mostró su capacidad divulgadora en Lo que Sócrates diría a Woody Allen (Madrid, Espasa, 2003) y Carta abierta de Woody Allen a Platón (Madrid, Espasa, 2005), dos obras que se servían de ejemplos extraídos del cine para abordar un amplio abanico de temas en torno a la filosofía moral y política basándose en buena parte en conocimientos de la economía, la psicología y la biología. También en este otro libro de reciente publicación, Camelia y la filosofía, sus amenas reflexiones se mueven con solvencia en este terreno interdisciplinar.

Camelia y la filosofía está escrito con soltura y, al mismo tiempo, con un cuidado exquisito hacia el lenguaje. El recurso narrativo empleado es una ficción deliberadamente inverosímil que sirve al autor como pretexto para el despliegue expositivo de las ideas: Camelia Rakmane, brillante alumna de origen marroquí que cursa primero de bachillerato, escribe una larga serie de cartas en las que reproduce de memoria las explicaciones que ofrece en clase Beatriz, la profesora de Filosofía, aderezadas con las intervenciones de sus compañeros, casi siempre preguntas clarificadoras. De manera periódica, y gracias a un secreto acuerdo de mutua colaboración, Camelia envía estas misivas a través del correo electrónico a la profesora Beatriz, añadiendo su personal aportación de casos prácticos para ilustrar la teoría. La súbita aparición de problemas de rivalidad adolescente con una compañera de clase pondrá en peligro la continuidad del fructífero intercambio.

El lector se hace cómplice de este artificio narrativo en cuanto descubre en las primeras páginas del libro que la sustancia del mismo no se encuentra en la trama novelesca, sino en el contenido ensayístico. La ficción es una herramienta utilizada con destreza y humor metaliterario para la elaboración de una obra de filosofía contemporánea dotada de coherencia interna, construida desde la conexión interdisciplinar y muy basada en la investigación científica.

El eje en torno al cual circulan las ideas de Juan Antonio Rivera es la crítica al intelectualismo filosófico. En términos generales, el intelectualismo no es otra cosa que la atribución a los seres humanos de capacidades racionales que nos permiten elegir adecuadamente tanto los fines (aquello que en última instancia queremos hacer porque lo consideramos conveniente o bueno) como los medios (las decisiones que nos encaminan de manera más eficiente a la consecución de tales fines); racionalidad de fines y racionalidad de medios que han sido sesudamente promovidas por buena parte de los filósofos a lo largo de la historia. El discurso de la profesora Beatriz, tal y como es registrado por escrito por su aventajada alumna, trata de contrapesar el prestigio histórico de la racionalidad aludiendo a numerosos avances contemporáneos en la investigación experimental en neurociencia cognitiva y psicología social que muestran cómo los seres humanos, lejos de ser impecables razonadores, nos dejamos llevar fácilmente por la situación del entorno incluso en contra de nuestras convicciones más profundas, y funcionamos más con intuiciones que con reflexiones argumentadas. Al fin y al cabo, vivimos expuestos en cierta medida al azar eventual y nos engañamos si creemos estar conduciendo nuestras vidas de manera dirigida y cabal. Es de utilidad, en este contexto de ideas, la noción de subproducto planteada en su día por el filósofo noruego Jon Elster, para quien las cosas más importantes de la vida están fuera del camino que nos trazamos de un modo consciente. Son subproductos aquellos logros no buscados deliberadamente que se obtienen de manera colateral, no intencionada, y que no se dejan atrapar si nos proponemos conseguirlos a machamartillo. La espontaneidad, la autoestima y la superación del insomnio son buenos ejemplos de subproductos, pero el más importante de ellos es, sin duda, la felicidad, el fin de los actos humanos según Aristóteles, siempre en el punto de mira de la ética, un concepto hoy manoseado hasta el ridículo por muñidores del pensamiento positivo en manuales de autoayuda.

La filosofía que Camelia va descubriendo de la mano de su profesora es un antídoto contra los excesos del racionalismo y, por ende, contra la pretensión de que alguna mente preclara puede elaborar recetas eficaces para la consecución de una vida feliz. No nos hacen falta recetas ni encomiendas. Los seres humanos, falibles y contradictorios como somos, estamos dotados de intuiciones morales, probablemente con base innata, que casi siempre nos permiten dar respuesta a los dilemas éticos que se nos presentan; no solemos resolverlos mediante razonamientos, sino poniendo en juego la sensibilidad y el sentido común prerreflexivo con que venimos equipados. Frente a Sócrates y Platón, que consideraban necesario conocer qué es el bien para poder ponerlo en práctica, hay aquí una defensa de David Hume: primero sentimos que algo es justo o bueno y, posteriormente, tratamos de justificarlo con la razón; creemos equivocadamente que el juicio moral es producto del razonamiento, pero es al revés. Otras recetas sometidas a crítica en este libro son las estrategias de autocontrol (compulsividad normativa, atarse al mástil, líneas brillantes), el mito de la autenticidad personal, la cuestión del libre albedrío, la ceguera estadística, la negación de la casualidad, la superación de comportamientos adictivos o las fórmulas para mantenerse en el canal de flujo.

Todos los temas aparecen profusamente ilustrados con ejemplos extraídos del cine, de la literatura o de biografías, lo que, unido a la ocasional irrupción de las peripecias de la vida de la joven Camelia, facilita la lectura entretenida de una obra extensa y rica en información. El enorme caudal de teorías, ejemplos, anécdotas históricas, experimentos científicos y citas filosóficas que va fluyendo a lo largo del libro está documentado con detalle en los comentarios bibliográficos que cierran cada capítulo. Solo se echa de menos un índice temático que tendría que haberse incluido al final del volumen.

Los efectos nocivos de la especialización del saber a los que aludimos al principio son satisfactoriamente suplidos por la alta divulgación. Existen grandísimos divulgadores científicos capaces de ofrecer un panorama amplio, extendido incluso hasta la especulación filosófica, sin menoscabar el rigor de las investigaciones de que se sirven. Pero es un hecho que en filosofía contemporánea escasean los buenos divulgadores. En el ámbito español, Juan Antonio Rivera contribuye a suplir esta carencia con un libro brillantemente escrito que, además de explicar e ilustrar cuestiones de ética intraindividual o psicología social, desmonta mitos y propone ideas para enfrentarse al mundo impredecible en que vivimos sin caer en las trampas y fracasos de la racionalidad.

Francisco Lapuerta es profesor de Filosofía en el Instituto Miquel Tarradell de Barcelona. Es autor de Nocturnos para una ópera bufa (Valencia, Ocmo, 1986), Diario de un joven aristotélico (Barcelona, CIMS, 1997) y Schopenhauer a la luz de las filosofías de Oriente (Barcelona, CIMS, 1997).

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Ficha técnica

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