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Elizabeth Gaskell: Norte y Sur

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Elizabeth Gaskell (1810-1865) pasa por ser una representante de primera fila de la llamada «novela social» del período victoriano. Esa «novela social» se activa especialmente cuando se produce el choque entre el optimismo de la Revolución Industrial y la realidad de la explotación de seres humanos, mujeres y niños incluidos, como consecuencia de aquélla. La confianza en sí misma que muestra la clase media inglesa bajo el amparo de Victoria y Alberto lleva a una suerte de hipocresía y censura que tiende a eliminar todo lo que una moral tradicional considera pecaminoso o de mal ejemplo. Las versiones depuradas de Shakespeare o la eliminación de toda referencia a la sexualidad, la prostitución, etc., afectan a los novelistas de la época. Pero, así como los victorianos apartan de sus gustos a autores del XVIII como Swift o Henry Fielding debido a que no se cortaban un pelo para hablar de todo lo que les viniera en gana sin el menor pudor y con la mayor malicia crítica, también es cierto que una gran cantidad de público, sean lectores u oyentes, se dedican a leer a una serie de novelistas que empiezan a narrar el lado oscuro de la Revolución Industrial. Toda referencia sexual sigue estando ausente de sus libros, pero no así la exposición crítica del conflicto que crece en las ciudades.

Entre los que plantean con crudeza y con voluntad de dar a conocer la compleja situación destaca, ante todo, Charles Dickens, y con él Benjamin Disraeli, Charles Kingsley y Elizabeth Gaskell. Ellos son contemporáneos de figuras tales como las hermanas Brönte, de George Eliot y de Anthony Trollope, más centrados, cada uno a su manera, en las relaciones personales y sociales y en una primera forma, aún por desarrollar, del psicologismo aplicado a la descripción de la vida cotidiana.

Elizabeth Gaskell escribió dos clases de novelas: las que toman por eje las condiciones de dureza de la Revolución Industrial (Norte y Sur, MaryBarton) y las que tratan de las relaciones personales, más deudoras de una Jane Austen, como Cranford e Hijas y esposas. Estas dos últimas son las más celebradas, en tanto que Norte y Sur se considera que bascula entre ricos y pobres, patronos y obreros, sin tomar partido por ninguno de los dos –opinión extraliteraria donde las haya– y a la que se reprocha también un punto de blandura, un exceso de afecto a sus personajes y un desmedido aprecio sentimental por los valores del mutuo entendimiento entre las partes de un conflicto que es esencialmente despiadado. Son objeciones injustas. Norte y Sur es la más moderna de todas las novelas de Mrs. Gaskell y hoy en día hace valer con toda autoridad la formidable creación de personajes que encierra. Es, además, un modelo de cómo integrar un conflicto social real de gran calado en una trama narrativa o, dicho de otro modo, cómo trenzar narración con intención sin caer en el didactismo ni en el discurso disfrazado de relato.

Elizabeth Gaskell se vale de una construcción clásica: la contraposición entre dos formas de vida; en este caso, la mentalidad agrícola y la industrial. Margaret Hale es una joven hija de un clérigo casado con una muchacha de la gentry, es decir, de la aristocracia rural inglesa; este clérigo tiene una pequeña parroquia que, por un problema de conciencia, abandona junto con su iglesia y se ve obligado a buscar trabajo en Milton, una población del norte industrial asemejable a Manchester. La joven Margaret pasa de una vida razonablemente idílica, abierta a la naturaleza, a un medio urbano, cargado de humo, prisa y niebla. El primer conflicto se desarrolla en la familia: el padre, capaz de tomar una decisión en conciencia que compromete la vida futura de los suyos, es, sin embargo, un débil; la madre, a pesar de que lo ama,es una malcasada cuya misión en la vida es quejarse, y Margaret, situada entre estos dos egoísmos vitales, trata de refugiarse en el recuerdo de su vida en el campo o en la «temporada» londinense mientras se hace al nuevo ambiente. Pero, como muchacha perspicaz y aún provista de curiosidad por las cosas, sabe mirar y ver, lo cual la aboca a la lucidez.

Enseguida la familia queda situada narrativamente entre dos bandos: el de los empresarios, representado por John Thornton, y el de los obreros, representado por el sindicalista Nicholas Higgins.A su vez, ellos no se presentan solos: cada uno tiene un hogar y ese hogar es representación de sus realidades, deseos y carencias.Thornton es un hombre hecho a sí mismo, propietario de una fábrica en plena producción y socialmente respetado, con una madre dura y desconfiada de todo cuanto se acerque al hijo y una hermana simple y veleidosa. Higgins es viudo, tiene dos hijas, una de ellas afectada por una enfermedad irreversible, y se debate entre la pobreza y la miseria. Con estos materiales, Gaskell empieza a tejer un relato que es realmente un bordado por su trabajo, perfección y sutileza.

El primer contraste se crea entre Norte y Sur, familia Thornton y familia Hale. El segundo lo es entre ricos y pobres, que toma la forma de conflicto de clases entre el operario Higgins y el patrón Thornton, pero que no excluye a una tercera clase que se entreteje en la historia: el ciudadano de la capital, Londres, que obtiene los beneficios de su capital, pero no está en contacto directo con el meollo de la industria (la tía Shaw de Margaret, su prima Edith –la gentry– y sus cuñados Lennox –la milicia y la abogacía– y, por otra parte, el rico propietario Mr. Bell, padrino de Margaret). El arte combinatoria de todos estos elementos –a los que se unen otros personajes secundarios y pendientes de los primeros– despliega inmediatamente una cantidad de matices tal que despeja la idea de blandura expresiva y abona la creación de una complejidad relacional entre ellos.

Naturalmente, en el horizonte se dibuja enseguida, aunque no sea más que por costumbre lectora, que entre Margaret Hale y John Thornton se establecerá al menos un proyecto de relación amorosa. Sin embargo, son dos mentalidades distintas: la amante de la libertad de vivir y ensoñar dentro de la naturaleza, y la pragmática y brutal del rendimiento económico del esfuerzo. Lo que no deja de haber –y aquí se cruzan los sentimientos– es un oscuro fondo de aprecio entre ambos: él aprecia la clase y el estilo de Margaret, más aún cuando se encuentra reducida a vivir con apuros; ella aprecia en él la voluntad de llegar a ser alguien. Sin embargo, su relación será como la del perro y el gato porque se guían por sus defectos: el orgullo desmedido en él, la educación victoriana en ella. El resultado es que ambos fingen, esconden sus sentimientos, y en este punto es donde hace su aparición el melodrama.

El melodrama es la coronación del malentendido, esa es toda su gracia. En una novela como ésta, cargada de buenas intenciones, pues la Sra. Gaskell no cuestiona la moral victoriana sino la mala o inadecuada aplicación de los buenos principios, el melodrama era de todo punto necesario para desatar el nudo de emociones contradictorias que se apiñan en la trama, y a fe que lo consigue. El melodrama lo que consigue es poner orden y entrelazar todos los hilos que cada uno de los personajes desprende.Y como los personajes son complejos, el melodrama se extiende como una mancha de aceite. Elizabeth Gaskell emplea nada menos que seis capítulos (los primeros) para delinear los caracteres de los Hale en su parroquia de Helstone. Cuando los tiene dispuestos, empieza a mover la trama para ir fijando al resto, siempre en trato con ellos, en primer lugar, y luego entre sí, pues todos están de un modo u otro relacionados. El problema es que, cuando ya todos echan a andar, una serie de sucesos (muertes, huelgas, ruina, etc.) son necesarios para hacer avanzar la compleja maquinaria que construye la novela. El melodrama, entonces, no es un fin en sí mismo sino el motor de esa maquinaria. Nada más.Y esto es justamente lo que salva a la novela de caer en lo previsible y en la explicitud de las buenas intenciones y de las escenas de género.

Los personajes están cuidados al máximo y realmente bien perfilados y acabados.Edith, la prima de Margaret, personaje secundario, queda retratado en momentos concretos de expresiva intención; por ejemplo, cuando señala días antes de su boda que para ella uno de los problemas de casada va a ser mantener el piano bien afinado; o en esta consideración, que revela toda la simpleza de su insustancialidad: «Si él decide acompañaros –escribe refiriéndose al padre de Margaret– a tía Hale y a ti intentaremos que vuestra estancia aquí resulte agradable, aunque me da bastante miedo alguien que ha hecho algo por la conciencia». Con precisiones tan expresivas como éstas es como va construyendo a sus personajes; no lo hace sólo con descripciones, o comentarios, claro está, sino con confrontaciones entre ellos, por ejemplo la discusión que se entabla entre Thornton y Margaret a propósito de la diferencia entre caballero y hombre de bien y el modo como defiende el joven la segunda definición como un apelativo mucho más amplio y generoso que el primero, pues el segundo es de orden sustancial mientras que el primero es tan solo una forma de comportamiento. Incluso la calidad de su tejido narrativo se manifiesta en detalles minúsculos, pero extraordinariamente precisos y oportunos. Por ejemplo, cuando Margaret, refiriéndose a la segunda hija de Higgins, dice de ella que «anda floja de trabajo» y su madre le reprocha el vocabulario, que considera indigno de una damita.

En el plano social, Norte y Sur es una obra sobre los devastadores efectos de la Revolución Industrial entre las clases más desfavorecidas; en el plano personal, es una novela sobre el egoísmo o, más exactamente, sobre el papel que el egoísmo, en tanto que incapacidad de ponerse en el lugar del otro, desempeña en las relaciones entre las personas, sean personales, laborales, amorosas o simplemente sociales. La habilidad de Elizabeth Gaskell es la de mantener entreveradas ambas posiciones, de manera que cada una se cruza con la otra constituyendo así el armazón de la novela, primero, y después, a medida que la historia crece y se desarrolla, de la novela misma como un todo.

Evidentemente, el lector encuentra concesiones al gusto de la época; hay, sin duda, un exceso de malentendidos; hay algunas reflexiones sobre el honor y la dignidad puestas en boca de Margaret que parecen calderonianas de puro retorcidas; hay conciencias demasiado pegadas al escrúpulo y seres agotados con frecuencia por el exceso de emociones y sentimientos con que son puestos a prueba. Ningún problema: a eso se le llama sabor de época. En cambio, la capacidad de integrar las relaciones personales, el mundo personal e íntimo de los personajes, en los acontecimientos sociales e históricos del momento está tan desarrollada que casi puede decirse que preludia lo que finalmente conseguirá Flaubert en La educación sentimental, cumbre de la novela moderna. El estilo, el modo de Jane Austen, que decíamos al principio que impregna otras novelas de Gaskell, le permite echar su mirada sobre la sociedad sin perder de vista las características del mundo tradicional de personajes como el de su heroína; lo cual recuerda a su vez aquel episodio de la que quizá sea la obra maestra de Jane Austen, Mansfield Park, cuando relata la visita a Londres, a casa de sus padres, de la protagonista y que reconocemos como una inesperada premonición del mundo dickensiano.

La novela se apresura al final. La misma autora explica en el prólogo que, al tratarse de un relato que se publicaba por entregas, se vio forzada a cerrarla con demasiada precipitación. Luego, al darla en libro, corrigió y añadió para restablecer el equilibrio. Es cierto que la cadena de muertes se acumula, pero la medición de los recursos es admirable. Incluso concede protagonismo a un personaje muy interesante, el Sr. Bell, hasta entonces reducido a comparsa, no sólo para beneficiar a su heroína, sino para acabar de rematar el desfile de caracteres que equilibra tan bien la historia. El momento clave que abre el final, el desenlace que culmina la pausada exposición y el admirable y extenso nudo dramático, es el regreso de Margaret a Londres a la casa de su prima Edith. «Se encontró de pronto instalada –escribe la autora– en una vivienda suntuosa, donde el simple conocimiento de la existencia de cualquier problema apenas parecía haber penetrado». Sobre esta impresión se vuelca la novela entera y por eso entendemos tan bien cuál ha sido la evolución de la conciencia del personaje de Margaret. Es este alto en el animoso tercio final lleno de acontecimientos el que permite echar una ojeada atrás y seguir adelante en busca de un final que, si bien previsible, se resuelve tan maravillosamente de golpe en apenas cinco páginas que el lector no puede por más que cerrar el libro suspenso por la sensación de haber escuchado con asombrosa nitidez una voz del pasado que es en su modernidad, por arte de magia literaria, su pasado mismo.

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