Queridos lectores, suspendemos las publicaciones, como en años anteriores, hasta el 10 de Enero. ¡Feliz Navidad!

Un profeta de la socialdemocracia

Joseph Alois Schumpeter es, a mi modo de ver, uno de los mayores economistas del siglo XX, honor que comparte con John Maynard Keynes, con quien tan frecuentemente se le ha comparado. Sin embargo, yo creo que lo único que tienen en común ambos economistas es la grandeza, ya que, aparte de la fecha de nacimiento (ambos nacieron en 1883), poco más tienen de común sus biografías e incluso sus obras (aunque confluyen en algo que más adelante veremos).

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El ángel del dolor

No leeríamos a Edvard Munch si no hubiera pintado, pero su escritura vive por sí misma como la expresión de un carácter que las palabras no alcanzan a articular y sólo en los cuadros constituye un mundo. Es mejor por ello, a mi juicio, que el interesado por ese universo de Munch hecho de amenaza y pérdida, de enfermedad y castigos, lea antes las páginas de El friso de la vida tan bellamente editadas por Nørdica (o también Cuadernos del alma, la más sucinta selección, muy bien hecha por David Tiptree en Casimiro), y luego, sin el libro en las manos, sólo con la memoria o el aroma, un tanto mefítico, de los escritos, recorra la amplia exposición, Edvard Munch. Arquetipos abierta en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid hasta el 17 de enero.

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Crónica negra del desengaño

Tiende a menospreciarse la novela policíaca, rebajada en muchos casos a simple entretenimiento, pero Borges ya nos advirtió en el prólogo de La invención de Morel, la extraordinaria novela de Bioy Casares, que la intriga policíaca exige orden, precisión, exactitud. No se trata de cualidades menores, sino de los rasgos que singularizan a los clásicos. La novela policíaca a veces se despeña por lo inextricable, truculento y confuso, pero en otras ocasiones discurre con la limpieza de un razonamiento matemático, como sucede en Gran Granada, una apreciable novela de Justo Navarro.

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Ven y mira

Durante la campaña electoral de 1984, Ronald Reagan hizo un elogio de la Norteamérica simbolizada por Bruce Springsteen, por aquel entonces embarcado en la gira de presentación de Born in the USA, álbum cuyo gran éxito homónimo sonaba en todas las emisoras del país. Para Springsteen, cronista de las vidas ordinarias de cuello azul, esta adhesión no tenía mucho sentido. Entre otras cosas, porque su potente single no era una ninguna afirmación patriótica, sino un amargo recordatorio del origen de los males del protagonista, un veterano de Vietnam incapaz de encontrar un empleo en el patio trasero del país.

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