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Un enredo cinematográfico

Yo, ellas y el otro

GONZALO SUÁREZ

Areté, Madrid

191 págs.

2.750 ptas.

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Yo, ellas y el otro, la última novela de Gonzalo Suárez, vuelve a poner sobre el tablero la oportunidad y conveniencia de eliminar los límites entre los géneros literarios y de aceptar la permeabilidad de las formas artísticas. Hombre de cine y escritor por vocación, Suárez ha ido alternando por una parte las dos actividades con muy dignos resultados, hasta conseguir un conjunto homogéneo en el que no es arriesgado considerar muchas de sus películas como literarias y sus novelas y cuentos como cinematográficos. Por otra, en su propósito de romper esquemas establecidos, ha intentado, resultados aparte, mezclar géneros de lenguaje tan distinto como la narrativa y el teatro.

El autor de Rocabruno bate a Ditirambo, La reina roja o El asesino triste ha escrito en esta ocasión una obra fácil y ligera en la trama y en el ritmo, urdida con guiños y equívocos suspensivos, que, como es habitual en estos casos, se basa en lo que cuenta, el argumento, y no en la forma de decirlo. El lector percibe una narración rápida, ajustada a las situaciones y a la nula profundización de los caracteres, cuyos escasos personajes atienden a varias bandas y los hechos, que surgen de improviso, se suceden con la cadencia repentina de las comedias de enredo. Consecuente con ello, la historia se sostiene y engarza en la concatenación de una serie de objetos –una agenda olvidada por un vagabundo, unas bragas inoportunas, un mensaje en el contestador o una crítica teatral en el periódico– que funcionan como elementos de suspensión en el relato.

La presencia de estos objetos hace avanzar la novela, sin duda. Sin ellos serían impensables los sucesivos episodios de la historia y las inesperadas relaciones de los personajes. No obstante, es ahí precisamente donde residen algunos defectos discursivos de la narración. En primer lugar, el autor suele apoyarse en situaciones grotescas cuya inverosimilitud tal vez tenga cabida en las imágenes del lenguaje cinematográfico, pero que de ningún modo se aceptan al ser trasladadas a la literatura. Véanse, por ejemplo, las escenas derivadas de la anécdota de las bragas. En segundo lugar, pocas veces se cumplen las expectativas creadas por los objetos mencionados, pues si bien abren puertas argumentales a la intriga y al misterio, no acaban de encajar los goznes que las cierran y completan su función en la trama.

De esta forma, el lector no acaba de encontrar sentido en la narración al papel del vagabundo de la agenda y al melodrama criminal que encubre detrás de sus páginas, al de Pepo y sus negocios turbios, al del periodista Laplaza, a los gratuitos problemas matrimoniales de Roberto y Sara o a las rencillas de las prostitutas de La Dalia Azul. Parece como si estas piezas, de puntuales rasgos esquemáticos, hubieran sido acarreadas para configurar simplemente el decorado teatral de la perdularia peripecia del protagonista.

Un protagonista que recuerda a los buscavidas y perdedores cinematográficos de origen norteamericano, seres que, vapuleados por su propia inanición, viven a salto de mata, dando tumbos según les llevan y les traen las circunstancias y tratando de asirse a alguna mujer, en este caso a Sara y Estela. De poco sirven la intención de hacer un retrato de la sociedad actual, las referencias políticas o el pretendido tratamiento grotesco de la realidad, si los personajes y los ambientes son de cartón-piedra y carecen de una sustancia novelesca sólida y convincente. A la postre, los unos resultan personajes tipo o marionetas y los otros el guiñol al que le falta la mano que las mueve.

Tampoco tienen mucho sentido, en fin, los cambios continuos de punto de vista narrativo por los que discurre la novela. Tanto la alternancia de las personas narrativas, que sustituyen de modo irrelevante a un más deseable y afortunado narrador omnisciente, como la manipulación del tiempo, que combina secuencias en pasado y en presente para contar una historia a todas luces lineal, no son sino recursos gratuitos que nada aportan a una novela que, por encima de otras interpretaciones más benévolas, no pasa de ser una obra de fácil lectura destinada al entretenimiento.

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